El último ruborizante hará cosa de unos meses, más o menos...
Estaba en el despacho y noté que alguien llamaba a la puerta por la parte de dentro del Ojo de Saurón a puñetazos y patadones (y es que aunque voy jiñado al curro el día anterior cayó perol de judías con chori de la abuela de una imaginaria).
Pues separando bien la nalga en la silla esperé el silbido liberador. Pues los cojones. Aquello sonó como si los cañones de Navarone interpretaran black metal a toda tralla.
Justo entonces, sí justo entonces, se viene por el pasillo la maciza de la oficina que dió un salto espantada por el sonido.
¡Cago en Dios! ¿Y ahora que hago? Pero mi cerebro cual centella dió con la solución y tiré varios archivadores y bandejas que tenía al lado de un manotazo causando gran estruendo.
Ella entra y dice:
- ¿Qué ha pasado, Caldoset?
- Nada, mujer que soy un torpe los lunes y lo he tirado todo con el codo al girarme de la silla.
Entonces empieza a aflorar el pestazo a ñu podrido al sol de la sabana. Y ella que se acerca:
- Ay, que ya te ayudo.
- No, no, no, que esto lo tengo por la mano y me vas a liar si nos ponemos los dos.
Y da un paso más y notaba que olor, lento pero seguro, seguía expandiéndose cual recién nacido universo.
- Venga, va, hombre.
- Que no, por favor. Que gracias. Que yo me entiendo mejor solo con lo mío.
- Ainsss, que maniático eres. Hasta luego.
Se fue y cerró la puerta.
Por los pelos oigan... Que rato más malo.
Apertura de par en par de ventanas y lanzamiento de ambientador a lo loco por la estancia.