Era un día de invierno.
Llevaba quince kilómetros en las piernas rodeando el perímetro de un pantano pequeñajo que hay por aquí, en una de esas ventoleras que me dan de olvidarme del puto mundo y bajar barriga. A mí me quedaban unos tres kilómetros para volver donde había dejado el coche, y al sol una hora escasa sobre el cielo.
A cincuenta metros de doblar una curva vi el culo embutido en unas mallas rosas de una torda medio buenorra en conversación con una casera que no llegue a ver. Se conocían, y la torda de las mallas le decía cuando pase a su altura a la otra que iba todos los días por allí a pasear hasta la presa. El caso es que sí que es cierto que ese tramo del camino, por estar relativamente cerca de un pueblo y en medio de un bonito hayedo, que sí que se presta para los ocasionales paseantes.
Yo seguí de largo y al poco la torda empezó a caminar detrás de mí. Cerca al principio, luego le fui sacando algo de ventaja, y según echaba de vez en cuando la mirada atrás con disimulo e iba notando como la dejaba más y más atras, me empecé a preguntar que se sentiría al matar a una persona.
Simplemente lo hice. Aproveché una curva del camino donde las hojas estaban húmedas y no se oían las pisadas para salir de él y esperar a la presa. Pasó por delante de mí sin verme y me coloqué detrás de ella sin que me oyese. Unos pasos rápidos hasta su espalda. Le torcí la cabeza sujetándole de la boca con el brazo izquierdo y le clavé la navaja por la nuca dentro del cráneo.
No llegó a enterarse, y yo solo sentí el repentino peso muerto entre mis brazos.
Vaya, así que solo era eso. Decepcionante.
La escondí en la cuneta y caminé lo poco que me quedaba hasta el coche. A la vuelta, la metí en el maletero y conduje evitando el caserío de abajo por caminos chungos hasta la huerta donde la descargue. Ya he dicho que estaba medio buena, y ahí tirada en el suelo con el culo en pompa me empecé a poner cachondo. Le bajé las mallas con la intención de escupirme en la polla y aprovechar para metérsela antes de enterrarla. Pero me vino a la cabeza que si me pillaban iban a pensar que soy uno de esos putos raritos degenerados, así que me hice una paja sobándole las tetas y eché las lefas al suelo bien aparte de ella.
Luego la enterré y ahí empezó la pesadilla.
Los días siguientes sentía asco de mí mismo por no sentir culpa, y miedo, mucho miedo de que me pillasen. Sentía que no iba a ser capaz de guardar la calma y evitar hacer alguna tontería que me delatase. Pero sobre todo me sentía raro por poder seguir relacionándome con completa normalidad con las personas que me rodeaban, con mi pareja. No sabía como disimularlo, pero ellos no lo notaban, no tenían ni puta idea de lo que yo había hecho, de que estaban con un asesino. Yo sentía que se me tenía que notar por algún lado, que tarde o temprano el dedo acusador del crimen pendiendo sobre mi cabeza como un rótulo de neón les iba a dejar claro a todos ellos lo que era.
Y esa idea es la que me estaba consumiendo, no la culpa. La idea de que me pillasen y mis seres queridos me aborreciesen.
Por eso decidí terminar bien el trabajo, desenterrar el cadáver, quemarlo, y hacerlo desaparecer bien y para siempre de mi vida. Terminar con la inquietud de ser descubierto terminando físicamente con el cadáver.
Y sucedió que no me acordaba de donde la había enterrado, que mi mente por algún proceso mental de autoprotección que ignoro estaba borrando todo lo ocurrido, convenciéndose a sí misma de que no había sido real para poder seguir adelante sin que el estrés me volviese majareta. Y la busqué y no la encontré, y llegue a convencerme de que lo había soñado y seguí adelante borrando ese recuerdo.
Perdiéndolo entre la bruma de la realidad y del sueño. Difuminándolo en mi memoria hasta dejar de verlo y hasta hacerlo desaparecer.
Y ahí me sentí de veras acojonado perdido, sabiendo que era capaz de buscar una manera de funcionar y tirar para adelante con ello, y lo más aterrador, ignorando cuantas veces lo había hecho ya.
Y me desperté, y es el sueño que más me ha dejado con el culo torcido en toda mi puta vida. La agobiante sensación de realidad y el poso de duda que me generó durante toda esa mañana de que algo así pudiera pasarme en la vida real, como si en vez de ser solo un sueño fuesen también retazos de recuerdos prostituidos y metidos en él para confundirme y machacarme.
No sé, una sensación muy rara de asco e irrealidad al despertarme que me duró horas. Difícil de explicar, lo siento.