Podría haber sido una rubia maciza más, que no hubieran faltado alekos de la vida para agasajarla y colmarla de atenciones.
Pero ella quiso compartir el protagonismo de ese tullido que se meó en la cara del destino que lo puteó con dos extremidades menos, plantando cara a la adversidad. Por eso ayer salió a la calle con la inseguridad de no saber si al final de esa fuga cotidiana encontraría unas venas cortadas, un cuerpo sin piernas colgando de una cuerda, el sueño plácido de unos sedantes, los huesos rotos sobre la acera o al final de unas escaleras, el fracaso del pobre inválido que termina aceptando su amarga condición. Y se preguntó, como cada día, por qué no convertía esa fuga definitiva, en fuga de verdad, otra cosa, otra gente, otra vida, otro amor, se preguntó por qué no abandonaba de una vez al hombre que dejó durmiendo por la mañana, y se sintió traicionera y cruel por tener ese tipo de tentaciones, y se esforzó en recordar el apellido, Pistorius, que debía catapultarla al estrellato y que debía justificarlo todo.
Sin saber, claro, que el otro le iba a volar la cabeza como regalo de San Valentín.
QUÉ GRANDE ERES OSCAR TENDRÍAS QUE SER FORERO