Alcaudon
Freak
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Hay una escena que se repite desde la noche de los tiempos: el tonto mirando al listo con cara de asco, como si estuviera viendo a un bicho raro.
No entiende lo que oye.
Le incomoda lo que ve.
Y como no le llega la cabeza para procesarlo, resuelve el conflicto con el sello mágico de esta época: "vaya subnormal".
Y ya está.
Misterio resuelto.
No hace falta pensar más.
El asunto es que la inteligencia no se nota como los músculos: hombros anchos, cuello gordo, arterias como túneles de tren.
Pero a alguien con buena cabeza no se le ve nada desde fuera. Sólo se nota en los matices, en cómo enlaza ideas, en cómo huele la contradicción, en cómo se calla cuando no sabe.
Y precisamente esos matices son los que al tonto le pasan por encima.
Al que va justito de coco le jode especialmente una cosa, y es que le desmonten el marco mental.
Tiene cuatro ideas mal digeridas, dos tópicos de bar, tres consignas de Twitter y un trauma mal resuelto.
Con eso ha montado su identidad.
Cuando alguien con más capacidad le señala que tal cosa no se sostiene, no ve una oportunidad de aprender, sino una agresión. Y, como no tiene herramientas racionales, responde con lo único que domina: burla, insulto, desprecio.
El "subnormal" no va del otro, va de proteger su pequeño castillo de naipes.
Otra cosa que confunde mucho es la diferencia entre inteligencia y función social.
El listo, muchas veces, no está bien adaptado al circo. Le agobian las multitudes, no le gusta la charla de ascensor, y le cuesta fingir entusiasmo por cosas que le parecen estúpidas.
En contraste, el tonto bien socializado se mueve por ese ecosistema como pez en el agua, repitiendo lo que toca, riendo donde toca, indignándose donde toca.
Desde fuera, ¿quién parece más "listo"?
El que encaja en la parodia colectiva.
El otro es raro.
Ergo sospechoso.
Ergo "subnormal" .
Además está el tema del lenguaje.
El que tiene más cabeza suele usar palabras precisas, matices, ironía fina.
El tonto, que vive con un vocabulario de 500 palabras y tres emociones básicas, se pierde en cuanto la conversación sube medio peldaño.
Y cuando metemos el orgullo banal dentro de la ecuación, en lugar de decir un "no lo pillo, explícamelo", que implicaría humildad, prefiere atacar: "qué pedante", "vaya gilipollas" o "eres tontísimo".
Traducido: "me estás obligando a pensar, y eso me molesta".
Luego está la envidia, que es el motor secreto de medio planeta.
La inteligencia no te hace mejor persona, pero sí te permite ver más lejos, atar cabos, anticipar hostias. Cuando alguien ve que otro entiende cosas que él ni huele, se activa la rabia.
Y la rabia, si no se sabe gestionar, se convierte en odio al que destaca.
El insulto "subnormal" es una forma de intentar bajar al otro de nivel, de arrastrarlo al barro, donde el tonto se siente en su hábitat natural.
"Si no puedo subir, intento tirarle", piensa para sí.
Además, el insulto actúa como vacuna contra la autocrítica: si el otro es "subnormal", entonces tú estás bien.
Por eso los tontos creen que los listos son subnormales, porque la inteligencia, vista desde lejos y sin análisis, parece un fallo del sistema.
Es más cómodo seguir siendo funcional en un mundo idiotizado.
"El gran problema del mundo es que los estúpidos están seguros de todo, y los inteligentes están llenos de dudas".
No entiende lo que oye.
Le incomoda lo que ve.
Y como no le llega la cabeza para procesarlo, resuelve el conflicto con el sello mágico de esta época: "vaya subnormal".
Y ya está.
Misterio resuelto.
No hace falta pensar más.
El asunto es que la inteligencia no se nota como los músculos: hombros anchos, cuello gordo, arterias como túneles de tren.
Pero a alguien con buena cabeza no se le ve nada desde fuera. Sólo se nota en los matices, en cómo enlaza ideas, en cómo huele la contradicción, en cómo se calla cuando no sabe.
Y precisamente esos matices son los que al tonto le pasan por encima.
Al que va justito de coco le jode especialmente una cosa, y es que le desmonten el marco mental.
Tiene cuatro ideas mal digeridas, dos tópicos de bar, tres consignas de Twitter y un trauma mal resuelto.
Con eso ha montado su identidad.
Cuando alguien con más capacidad le señala que tal cosa no se sostiene, no ve una oportunidad de aprender, sino una agresión. Y, como no tiene herramientas racionales, responde con lo único que domina: burla, insulto, desprecio.
El "subnormal" no va del otro, va de proteger su pequeño castillo de naipes.
Otra cosa que confunde mucho es la diferencia entre inteligencia y función social.
El listo, muchas veces, no está bien adaptado al circo. Le agobian las multitudes, no le gusta la charla de ascensor, y le cuesta fingir entusiasmo por cosas que le parecen estúpidas.
En contraste, el tonto bien socializado se mueve por ese ecosistema como pez en el agua, repitiendo lo que toca, riendo donde toca, indignándose donde toca.
Desde fuera, ¿quién parece más "listo"?
El que encaja en la parodia colectiva.
El otro es raro.
Ergo sospechoso.
Ergo "subnormal" .
Además está el tema del lenguaje.
El que tiene más cabeza suele usar palabras precisas, matices, ironía fina.
El tonto, que vive con un vocabulario de 500 palabras y tres emociones básicas, se pierde en cuanto la conversación sube medio peldaño.
Y cuando metemos el orgullo banal dentro de la ecuación, en lugar de decir un "no lo pillo, explícamelo", que implicaría humildad, prefiere atacar: "qué pedante", "vaya gilipollas" o "eres tontísimo".
Traducido: "me estás obligando a pensar, y eso me molesta".
Luego está la envidia, que es el motor secreto de medio planeta.
La inteligencia no te hace mejor persona, pero sí te permite ver más lejos, atar cabos, anticipar hostias. Cuando alguien ve que otro entiende cosas que él ni huele, se activa la rabia.
Y la rabia, si no se sabe gestionar, se convierte en odio al que destaca.
El insulto "subnormal" es una forma de intentar bajar al otro de nivel, de arrastrarlo al barro, donde el tonto se siente en su hábitat natural.
"Si no puedo subir, intento tirarle", piensa para sí.
Además, el insulto actúa como vacuna contra la autocrítica: si el otro es "subnormal", entonces tú estás bien.
Por eso los tontos creen que los listos son subnormales, porque la inteligencia, vista desde lejos y sin análisis, parece un fallo del sistema.
Es más cómodo seguir siendo funcional en un mundo idiotizado.
"El gran problema del mundo es que los estúpidos están seguros de todo, y los inteligentes están llenos de dudas".
—Bertrand Russell