Yo tengo costumbres y hábitos de vida austeros, lo cual me permite tener un importante margen de ahorro. No tengo hipoteca, mujer ni hijos, y tampoco ninguna otra deuda contraída. Vivo al día y me la pelan todas las riquezas y cualquier forma de opulencia. Pues bien, estos detalles de mi vida son conocidos por personas de mi entorno, y me han pedido dinero en más de una ocasión, pero yo como mucho puedo prestar 10 euros y cuando pasan unos días ya estoy reclamando su devolución.
La última vez que me pidieron dinero fue un comemierdas al que no me une ninguna amistad, pero fuimos compañeros de clase en época universitaria y luego trabajamos juntos durante un tiempo. El citado personaje es un gilipollas insoportable, que cada vez que me lo encuentro me cuenta todas sus penas: desde enfermedades de la puta gorda de su madre, que viste siempre con floridas túnicas propias de mórbidas, al estilo de la que Homer llevaba cuando decidió engordar en aquel capítulo de los Simpson, y sus problemas de liquidez. El hijo de la gran puta es soltero, como un servidor, pero vive con su progenitora y un padre postizo, un novio que se echó la madre por meetic, eDarling, Badoo o algo por el estilo que no trabaja porque dice que tiene una enfermedad crónica, la cual no le impide vivir apalancado en la barra del bar con su copa de vino barato y su aspecto desaliñado de guarro. La madre tampoco trabaja porque es gorda y no se puede perder el Sálvame, cuyo visionado ocupa toda la tarde. En definitiva tiene una situación familiar bastante patética. Él por otro lado, es mayor que yo, y como estudiante era SIDA, ya no hacía más que pedir apuntes porque se saltaba la mitad de las clases y tardó una eternidad en terminar sus estudios.
Pues bien, resulta que hace años trabajaba en un molino, desconozco cual era su cometido concreto, y estaba empleado por un viejales que siempre le pagaba tarde y mal, lo cual le hizo dejar el trabajo al cabo de poco tiempo. Como teníamos contacto por whatsapp y tal, me contactó y me contó una historia tristérrima, apuntándome lo de su familia, cosas que ya conocía, y que tenía que pagar una cantidad de dinero para liquidar una deuda relacionada con una multa que le habían puesto y que si le podía prestar 500 euros. No me quedó muy claro que es lo que tenía que pagar y la historia que me contó era poco clara, y desde el principio no me sonó bien el tema, de modo que en principio le puse como excusa que no podía prestarle ese dinero porque no lo tenía. Me dijo de ir a tomar algo y hablar el tema, pero me negué.
Finalmente, tiempo después me enteré que la supuesta deuda que el hijo de la gran puta tenía no era tal, sino que días antes de irse de su trabajo, donde cobraba en negro el muy monguer, se quedó en paro sin derecho a nada, y unos días antes había hecho una compra en todocolección de una serie de trastos con los que colmar el síndrome de diógenes que sufre su oronda madre y el alcoholizado padre postizo.
Este mismo hijo de puta, años atrás, en la época estudiantil, me pidió 10 euros para hacer un regalo, no sé si a la gorda de su madre o para comprarse un soplete, pero se los dejé. Esperé unos días prudenciales para ver si él mismo, sin recibir presiones, me lo devolvía, pero nada, no decía nada. De tal modo que al cabo de una semana le reclamé el dinero, y el muy mierder me dijo que me lo devolvería en unos días. Pasados esos días dejó de venir en el autobús donde coincidíamos y por los pasillos de la universidad tendía a evitarme. Pasadas varias semanas logré darle caza en la cafetería, y como no estaba dispuesto a ser timado por este infrahumano, llegando por detrás le puse la mano en el hombro con firmeza, se giró rápidamente como entre violentado y sorprendido, y sin darle tiempo a decir nada le espeté, con voz viril y enérgica, "¿Dónde están mis diez euros, cabronazo?". Ahí se acabó todo, y tuvo que sacar los 10 euros y depositarlas sobre mi no menos viril mano izquierda (soy zurdo), que fue la que desplegué ante su gepeto para que colocase sobre ella aquello que era mío. Fin.