El anecdoton.
Estaba en un congreso del sector y la noche del sábado, al finalizar el evento, coincidimos en el mismo garito varias empresas para tomar una copa con el equipo de ventas.
Era un garito pijo de la zona y alli que nos liamos a pedir copas. En la barra nos quedamos los directores discutiendo sobre quién la tenía más gorda, mientras los comerciales nos criticaban y meneaban el esqueleto al ritmo de la noche agrupados en la zona del fondo.
En nuestro grupo estaba un hombre muy mayor (más de 80 años), que era el padre de uno de los directores.
El hombre era la viva imagen de Paco Martínez Soria, vestido como suelen ir los señores mayores con dineros en los pueblos, con chalequito de cuero marrón y pantalones de pana.
Nos comentó que venía del pueblo para acompañar a su hijo en este evento. Dato curioso que mientras el resto pediamos ginebras de importación con tónicas de moda y aderezos frutales en copas de balón, el pedia siempre Larios cola, con un solo hielo y en vaso de tubo.
Estuvimos un par de horas allí, debatiendo sobre lo humano y lo divino y cuando decidimos marcharnos, sacamos nuestras carteras de piel de marca y nos agolpamos frente al camarero para pedir la cuenta.
Pagar en este tipo de eventos a un director no le escuece, porque paga la empresa, así que allí estábamos, peleando mientras agitábamos nuestras tarjetas de crédito para quedar por encima del otro, cuando de repente ocurrió el desastre.
Nos comunica el camarero que se acababa de estropear el datáfono y que no podía cobrarnos con tarjeta. Total de la broma 400 y pico eurazos.
Se hizo un silencio tenso, mientras nos quedamos todos paralizados con la mano en alto portando el inutil trozo de plástico en que se había convertido ahora nuestra flamante tarjeta black.
El paso siguiente fue el intentar buscar en las carteras por si alguno tenía esa cantidad de euros, pero joder, carteras escasas de efectivo que no completaban la deuda.
En ese punto, los directores nos miramos con cara de poker, sin saber si la mejor opción era pedirle dinero a los comerciales o largarnos sin pagar, cuando notamos que el anciano padre del compañero se abre hueco en la barra y saca del bolsillo un fajo de billetes de 50 atados con una goma.
No se la cantidad exacta que portaba el abuelo, pero calculo a ojo que unos 3.000 € tenía el cabrón en efectivo.
Nos miró a todos y nos dijo con aire solemne:
Tanta tarjeta y tanta gaita no vale para nada, esto si que no falla nunca. El mejor amigo del hombre es un buen fajo de billetes en el bolsillo.
Se chupó dos dedos de una mano, apartó la goma del fajo y billete a billete pagó la cuenta y nos dejó a todos con cara de tontos.
Si, el abuelo nos dio una lección y ahora yo siempre llevo un cantidad razonable de efectivo encima, por si los datáfonos.