La Regenta sin duda tiene las formas cuidadas hasta lo barroco, pero a mi personalmente no me basta. Requiero de una historia de fondo que me cautive. Después de todo, ya que voy a dedicar unas cuantas horas a manosear un puñado de hojas prensadas, que me llene de alguna manera. Y una oda a la languidez (que es lo que a mi me inspira la Regenta) pues no da la talla.
Para muestra, un botón:
Doña Ana Ozores no era de ninguna cofradía. Pagaba una cuota mensual en las Escuelas Dominicales, pero no asistía a las lecciones ni a las conferencias; vivía lejos del círculo en que el Provisor reinaba. Este visitaba poco a las personas que no podían o no querían servirle en sus planes de propaganda. Cuando el señor don Víctor Quintanar era Regente de Vetusta, el Magistral le visitaba en todas las solemnidades en que exigían este acto de cortesía las costumbres del pueblo; estas visitas las pagaba con la exactitud que usaba en estos asuntos el señor Quintanar, el más cumplido caballero de la ciudad, después de Bermúdez. Los cumplimientos del Magistral fueron escaseando, sin saberse por qué, cuando se jubiló don Víctor, y por fin cesaron las visitas. Don Víctor y don Fermín se hablaban algunas veces en la calle, en el Espolón; se saludaban siempre con la mayor amabilidad. Se estimaban mutuamente. Las calumnias con que la maledicencia perseguía a De Pas tenían un aislador en don Víctor; por su conducto no se propagaban, y aun tomaba a su cargo deshacer su perniciosa influencia. Doña Ana jamás había hablado a solas con el Magistral, y después que cesaron las visitas apenas volvió a verle de cerca. A lo menos ella no lo recordaba. Don Cayetano, que sabía esto, hizo un simulacro de presentación diplomática en el tono jocoserio que nunca abandonaba. Ellos, la Regenta y el Magistral, habían hablado poco; todo casi se lo había dicho Ripamilán y lo demás Visitación, que acompañaba a la de Quintanar. Doña Ana volvió pronto a su casa. Se recogió temprano aquella noche.
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Y para poder comparar, un fragmento de Rojo y Negro.
¿La palabra hipocresía les sorprende? Antes de llegar a convertirse en un hipócrita, Julián había tenido que recorrer mucho camino.
Durante su primera infancia, contemplaba los dragones del 6º regimiento que regresaban de Italia, con sus largos abrigos blancos y sus cascos en la cabeza, adornados con plumeros de largas crines negras. Veía como ataban los caballos a la reja de la ventana, en casa de su padre. Soñaba con hacerse militar. Más tarde pasó a escuchar con deleite los relatos de batallas que le contaba el viejo cirujano. Notaba las miradas encendidas que este echaba a su cruz.
Pero cuando Julián cumplió catorce años, empezaron a construir una iglesia en Vérrieres, una iglesia que podríamos calificar de magnífica, para una ciudad tan pequeña. Tenía cuatro columnas de mármol que dejaron estupefacto a Julián. Se hicieron célebres en todo el país, por el odio mortal que suscitaron entre el juez de paz y el joven vicario, enviado de Besançon, que pasaba por ser el espía de la congregación.
Pero vamos, que esto es tan solo una opinión: la mía - convenientemente presentada, eso sí, para hacer que parezca que siempre tengo razón -.