Que no, que Mujeres es el mejor. Y después La Senda del Perdedor.
Con este último (con el pasaje del tipo que se masturba en clase), por cierto, me despollaba en las navidades del 2007 yo solo en un perdido edificio del barrio sur de Estocolmo a las cinco de la mañana, ratificando entre los vecinos la fama que tenemos por allí los españoles.
Ah, y me estoy leyendo El Innombrable, de Beckett. Una ida de olla de la cual transcribo aquí algunos fragmentos.
No hay seres humanos aquí, o, si los hay, dejaron de gritar.
Deplorable manía, cuando ocurre algo, querer saber qué es.
Bien provisto de analgésicos, los usaba ampliamente, sin llegar, obstante, a ingerir la dosis mortal que habría cortado en seco mi función, cualquiera que ésta pudiera ser.
Cierto es que uno no conoce bien sus riquezas, hasta que las pierde. Y sin duda me quedan otras todavía, que no aguardan más que al ladrón para que se me hagan sensibles.
Me he tragado tres anzuelos a la vez y aún tengo hambre. De aquí el jaleo. ¡Qué bien hace saber dónde se está, dónde se permanecerá, sin estar allí! No hay más que descuartizarse tranquilamente, en las delicias de saberse nadie para siempre. Lástima que durante ese tiempo me vea obligado a dar la boca, pues la impide sangrar a gusto, haciendo ñam, ñam. Ellos me llevarán un día a la superficie, lo que pondrá a todo el mundo de acuerdo acerca de que no valía la pena darse tanta, para una víctima tan mediocre, para tan mediocres asesinos.
Se me ha hablado de rosas. Acabaré por percibir su olor, que así ocurre con ellas. Acto seguido cargarán el acento en las espinas. Qué prodigiosa diversidad.