Preciosa foto. Seis de las nueve piafan, aunque la que más excitada está es la del medio, justo la del centro. Curiosamente dos de las que no piafan son las que tienen la mirada más lujuriosa (la cuarta y la séptima por la derecha, para los que a estas alturas ya se hayan perdido). Que además, casualidad o no, son dos de las que tienen el culo más en pompa, exponiendo más su sexo, o sea, están en celo. La séptima es espectacular, restregando su inflamada vulva instintivamente sobre lo que sea.
Aunque yo no he venido aquí a hablar de la pose, yo he venido a hablar de esa parte que es el centro de gravedad de una fémina, de ese triangulo que se las hace, de esa fosa séptica por la que salen fluidos de todo tipo, olor, consistencia, sabor, aroma. Ese lugar o área donde se concentra el chocho y el culo. Que junto a unas piernas por debajo y a un tronco y cabeza por encima, forma una muje.
Que parte tan bonita, que perfección en el remate, que bien acabadas están las mujeres en esa parte de su anatomía. No como el hombre, que siempre tenemos un colgajo ahí, antiestético totalmente.
Mi menta se las imagina a todas ellas, después de la sesión de fotos, con los pies fríos y esas ganas de mear que entran cuando coges frío y tocas el agua. Y entonces me las imagino a todas en cuclillas, en la orilla del mar, meando, unas apartándose el biquini un poco y otras con ellos por los tobillos, todas mirando para un lado y otro, siempre en alerta instintivamente cuando mean. Con la espuma de las olas limpiándolas las gotitas de pis que cuelgan de sus labios vaginales. Rosas, casi puros, aún no dado de sí por haber parido.
Daría lo que fuese por que, la novena por la derecha, miccionara en mi cara. Por sentir el chorro potente, ruidoso y espumoso en mi rostro. Oler el aroma caliente de sus entrañas, recoger lo que su organismo desecha. O su menstruación, que me pringase la cara con su sangre coagulada que gotease de su raja, caliente, viscosa, grumosa.