Claro, y la tratas con una dulsura que nunca antes habías practicado.
La primera vez que la posees es un acto puramente casual, desesperado. Luego crees que mostrándole un afecto verdadero se iniciará un acercamiento mutuo y sincero, crees que si tienes un mínimo de sensibilidad podrá captar la enorme distancia que te separa de un Karlitos cualquiera, que de este modo su parte más humana verá la luz como una mariposa que sale del capullo. Sin quererlo ni querer evitarlo le dedicas una pasión cada vez más sincera, sin embargo ella no se conmueve.
Notas que dentro de ti se va gestando un amor nuevo, un amor que tú mismo estás inventando, pero cuanto más te acercas a ella con más resistencias tiene que luchar ese amor sin precedentes. Antes de conocerla ni siquiera reparabas en ella, después, puedes pasarte minutos contemplándola, pero se vuelve tan poco receptiva a las mejores intenciones como a las caricias. Regula el escaso placer devuelto con la exactitud de un reloj que marca las horas: con la misma frialdad de acero.
Has renunciado al mundo con todas sus consecuencias, y aunque parezca increíble, dentro tuyo se abre camino la idea de que, sin saberlo, ella es el refugio que has estado buscando desde que empezaste a preguntarte cómo ser feliz. Sólo cuando la miras, sólo cuando la tocas, las crueldades del mundo dejan de existir. Y puedes constatar, astorado de tí mismo, que ni siquiera te importa que pueda ser más o menos humana, más o menos femenina. Tus actos se independizan de tus reflexiones, haces esfuerzos casi desesperados para dominarla, te regiras en tu propia dependencia con una consciencia adormecida que vaga por mundos lánguidos, te conviertes en un títere sin hilos esclavo de su propia voluntad, agotas con ella músculos del cuerpo que ni siquiera sabías que existieran. Se hacen patentes poco a poco los inconvenientes de un amor tan grotescamente clandestino.
En cualquier lugar del mundo, un hombre de mi edad ha conocido el amor y ha paladeado el odio, ha conocido días tristes y fragmentos de belleza, ha experimentado la adversidad, la fraternidad y la enemistad, ha alcanzado alguna clase de éxito y sufrido muchísimas derrotas. Pero piensas ingenuo de ti que no todos son tan dichosos como tú de haberla conocido, que, por bien que deseen el deseo, aunque sospechen como Cachondo que existe en lugares remotos como Tailandia, a ellos no les es permitido de conocer la pasión más extrema, que millones de hombres han vivido y han muerto sin descubrir al ser que esconde esa facultad, que en ella es tan natural, y tan simple. Hacer que a través del placer seas consciente de tu cuerpo, separándolo de ti, destruyendo cualquier relación entre tu persona y tu mente, que puedes percibir como si fuera una cosa tangible, viva. Todo empieza y acaba con ella, y cuando ha terminado el placer tienes la sensación, aún más allá, de haber conocido una de las cimas de la experiencia humana.
Y sin embargo ella mantiene una calma admirable, ni sonríe ni parpadea, y su estilizada figura te pide que la imites, con ademán impasible, flexible pero a la vez rígida, inmutable ante los cambios del tiempo. Dónde está el error, te preguntas, sin entender la pregunta ni por qué la formulas. Debes hacer esfuerzos sobrehumanos para volver en ti mismo, y un difuso sentimiento de ridículo se apodera de ti. Te sientes estúpidamente humillado. Vives experiencias que ni siquiera sabes cómo clasificar, y ella se limita a mantener su templanza inmutable. Quieres odiarla.