Revisionismo Histórico y Teorías Conspirativas

No sé exactamente a qué te refieres, pero eso es lo que ocurrió. Por ejemplo, el conflicto polaco fue exacerbado hasta el delirio por la prensa nacional e internacional, prensa que ya sabes de qué tamaño tiene el prepucio.

Los polacos estaban fuera de sus casillas, estaban desquiciados, estaban convencidos de que aniquilarían Alemania, de hecho su colapso tan precipitado se debió a eso, a que no planearon una guerra defensiva, sino ofensiva. Les habían mentido mucho, y desconocían por completo la realidad.

Las matanzas de alemanes en Polonia fueron por iguales causas...

en fin, lee, lee:

Montag, 1. Oktober 2007
CAPITULO IV. LA BARRERA POLACA.
"La mayoría de los ingleses no se dan cuenta de que, habiendo hecho su trabajo para el círculo gobernante judío, deben ahora desaparecer como poder mundial". General Luddendorff: The Coming War.

El Pacto de Munich era, en cierto modo, la prolongación del Tratado de Locarno, y tenía por principio fundamental el revisionismo y por método la colaboración organizada y permanente de las cuatro grandes potencias europeas: Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania. Deliberadamente, se dejaba al margen de los asuntos europeos a la U.R.S.S. y se sustraían las decisiones y los movimientos de las grandes potencias responsables a las peligrosas presiones de los pequeños intereses irresponsables. Munich consagraba, de hecho, la división del mundo en zonas de influencia, con su centro geopolítico en Europa. Reconocía, también, la legitimidad de la expansión alemana hacia el Este y el Sudeste de Europa; expansión marcada por la Naturaleza: el Danubio corre en dirección Oeste-Este. El III Reich emprendía el camino tomado cinco siglos atrás por los caballeros teutónicos de la Orden Hanseática; dos siglos atrás por los Habsburgos austríacos y treinta años antes por el káiser Guillermo II.

Ya en Locarno, el canciller Stressemann, que había aceptado como definitivas las fronteras Occidentales del Reich, rehusaba hacer lo mismo con las Orientales. En "Mein Kampf", Hitler hablaba de detener, definitivamente, la marcha de los germanos hacia Occidente, para dirigirse hacia el Oriente, hacia la Rusia soviética y los pueblos colocados bajo su dependencia. Alemania buscaría su espacio vital en el Este, engrandeciendo a Europa, y liquidando la amenaza bolchevique. Éste era el espíritu de Munich, que sólo beneficios podía reportar a los pueblos europeos, incluyendo a Inglaterra y a la propia Rusia, que sería liberada de la tiranía soviética y volvería a formar parte del concierto de los países libres.

Los acuerdos de Munich, fueron, pues, algo infinitamente más importante que la solución del problema de las minorías nacionales en Checoslovaquia. Significaba la ruptura de los Cuatro Grandes del Continente con la URSS y por consiguiente, la desaprobación del pacto francosoviético. Europa, para los europeos, y el bolchevismo en cuarentena.

Ilya Ehrenbourg acusó, en un violento editorial de la Pravda, a «ciertos miembros del Gabinete inglés, incluyendo a su presidente, Chamberlain de haber dado carta blanca a Alemania para que atacara a la U.R.S.S.

EL PARTIDO DE LA GUERRA
Pero las fuerzas que, desde Occidente, habían contribuido a instaurar el bolchevismo en Rusia no podían permitir que los acuerdos de Munich y, sobre todo, su espíritu, prevalecieran. En Inglaterra, una importante fracción del Partido conservador, encabezada por Churchill, secundado a su vez por Eden, Halifax, Lord Vansittart, Duff Cooper y Hore Belisha, más el pleno de los Partidos laborista y liberal; todos los Partidos de extrema izquierda, la mayoría de los socialistas, y una buena parte de los «chauvins» girondinos y de la extrema derecha de Maurras, convencidos de que la misión histórica de Francia consiste en poner trabas al germanismo; toda la masonería continental y la mayoría de las casas reales, fuertemente infiltradas por la masonería y enlazadas con la familia real británica...

Y, por encima de todas estas fuerzas e influencias, encauzándolas o dirigiéndolas abiertamente en muchos casos, el judaísmo -sionista o no-. Éstos fueron los abanderados del Partido de la guerra, que disponía de formidables recursos financieros y políticos, y estaba respaldado por Wall Street y su «fondé de pouvoirs», Roosevelt.

Ese «Partido de la guerra» consiguió sembrar el nerviosismo y la confusión entre las masas desorientadas agitando ante los ojos de éstas el espantajo de un Hitler traicionero que se preparaba a reconquistar la Alsacia-Lorena (1) y a arrebatarle a Inglaterra su inmenso imperio colonial. Dos días después de firmados los acuerdos de Munich, Duff Cooper, ministro de la Guerra del Gabinete Chamberlain atacaba, violentisimamente, en los Comunes, a su Primer Ministro, acusándole de haber sufrido la mayor derrota diplomática de toda la historia del imperio.

Chamberlain, atacado por toda una ala de su propio Partido, se vio obligado a ceder terreno y a recomendar el rearme intensivo. Poco después, Runciman, el pacifista que acompañó a Chamberlain en Munich, era «dimitido». El Partido de la guerra marcaba punto tras punto, no sólo en Inglaterra, sino también en Francia. Una formidable campaña de Prensa o, más exactamente, de noticias tergiversadas, contribuyó a envenenar el ambiente entre la opinión publica. El conservador The Daily Telegraph, de Londres, que pasa habitualmente por un periódico serio, informó, el 17 de septiembre de 1938 que Hitler financiaba la carrera política de Georges Bonnet, el líder de los "munichois". Tres días después, el Daily Telegraph publicaba una minúscula rectificación en un rincón de la última página, pero el efecto de la calumnia ya se había conseguido. A partir de entonces, todo ministro pacifista será tratado de «agente de Hitler».

El 4 de octubre, Daladier sustituirá a François-Poncet, embajador en Berlín, por Coulondre. Esto es un deliberado bofetón diplomático a Hitler. Coulondre es un marxista público y notorio que, antes de ser enviado al Reich, había sido embajador en Moscú. Su adjunto, Dejean, es un francmasón de alto rango que hará cuanto estará de su mano para envenenar las relaciones francogermanas.
Del otro lado del Canal de la Mancha, el desarrollo de los acontecimientos es singularmente idéntico. Chamberlain, atacado desde todas partes y boicoteado por su propio Partido, si bien defiende en los Comunes no sólo el Pacto de Munich sino también su espíritu, por otra parte ha proclamado la necesidad de acelerar la cadencia del rearme. La respuesta de Hitler llega casi de inmediato. En un discurso pronunciado en Saarbrucken, manifiesta que si hombres como Churchill, Eden, o los judíos Cooper y Belisha suceden en el poder a Chamberlain, «una nueva guerra mundial puede venir en cualquier momento». Y añade:
«Nosotros queremos la paz. Estamos prestos a mejorar nuestras relaciones con Inglaterra pero sería conveniente que Inglaterra abandone ciertas actitudes del pasado. Alemania no necesita una institutriz inglesa.»

El Führer afirma, así, netamente, su intención de «arreglar los problemas del Este de Europa», o, mas concretamente, de llegar a su ansiado choque con la U.R.S.S., y que, en tal circunstancia, Inglaterra no tiene ninguna razón de intervenir. Quince días después de firmado el Pacto de Munich, su espíritu había muerto. El Partido de la guerra había conseguido hacer aceptar la tesis de que para Occidente era imprescindible exterminar a la Alemania Nacionalsocialista, y que dejarle manos libres para que atacara a la U.R.S.S. era contrario a los intereses europeos. El propósito evidente era colocar a Occidente entre Hitler y Stalin, aún a riesgo de atraer sobre aquél el formidable rayo de la guerra alemán. Francia e Inglaterra, según confiesa el propio Sir Winston Churchill, en sus «Memorias», intentaron, a finales de 1938, concluir una alianza ofensiva-defensiva con la U.R.S.S. (2). Esa tentativa no cristalizó porque desde el mismo Kremlin la torpedearon. En efecto, Stalin presentó unas demandas calculadamente desmesuradas (carta blanca para la anexión de los países bálticos, Finlandia, Besarabia, media Polonia, Irán y control de los estrechos del mar Negro) con la idea de que Londres y París se vieran obligados a rechazarlas. El zar rojo tenía un doble motivo para obrar así:
a) Sabía que el potencial bélico con que contaban, entonces, los anglofranceses. era notoriamente insuficiente para enfrentarse con la Wehrmacht, y le constaba que la moral bélica de las democracias occidentales dejaba mucho que desear.
b) Le constaba que se estaba tramando una conjura para lanzar a Inglaterra, Francia y sus satélites europeos contra Alemania. Una vez mutuamente debilitadas democracias y fascismo, el Ejército rojo intervendría para "restablecer el orden".


En Berlín están al corriente de que desde Londres y París se está resucitando la política del cerco diplomático de Alemania, tal como ocurrió en los años anteriores al estallido de 1914. Hitler hace una nueva tentativa el 24 de noviembre de 1938, fecha de la redacción de un documento por el que Alemania se compromete a «trabajar para el desarrollo de relaciones pacificas con Francia», reconoce, solemnemente, como definitivas las fronteras francoalemanas trazadas en Versalles, y se declara resuelta a «consultar con Francia en el caso de que la evolución de las cuestiones interesando a ambos países amenazaran ser causa de dificultades internacionales». Ese pacto francoalemán había sido ya ideado en Munich, y fue firmado por Ribbentrop y Bonnet el 6 de diciembre en Paris. No era sólo Alemania la que se comprometía a consultar sus diferencias con Francia sino ésta, también, las suyas con Alemania. Tácitamente, pues, a cambio de la renuncia definitiva del Reich a Alsacia-Lorena, Francia daba un paso hacia el abandono de su política con respecto a Alemania desde los tiempos de Richelieu. Tener las espaldas libres para su ataque contra la URSS. Hitler no pedía ni había pedido jamás otra cosa a Francia.

El Pacto de París, que hubiera podido ser el preludio de un franco entendimiento entre los países civilizados y el punto de partida de la exterminación del bolchevismo, fue boicoteado por el cada día más poderoso clan belicista. Al día siguiente de la firma del pacto, y en el mismo momento en que Ribbentrop era agasajado por el «Comité Francia-Alemania», Duff Cooper, del Gabinete británico y germanófobo empedernido, se dirigía, en un banquete dado en su honor en París, a una asistencia entre la que se contaban los principales hombres políticos franceses, que le ovacionaban clamorosamente. Cooper denunció la política de Munich, rindió vibrante homenaje «a la raza que había traído el Cristianismo al Mundo» y calificó de «papelucho sin valor» el pacto firmado la víspera en el Quai d'Orsay. El judío Cooper, después de echarse incienso sobre su propia cabeza con lo de «la raza que trajo el Cristianismo al Mundo», califica un pacto firmado libremente por Francia de «papelucho sin valor», pero en el curso del mismo Parlamento criticará violentamente a Hitler por haber violado el Tratado de Versalles, que Alemania fue forzada a firmar, bajo chantaje. ¡Admirable lógica talmúdica!

Entre tanto, la estrella de Paul Reynaud, el campeón de Moscú y de los grandes trusts sube tanto en Francia como la de Churchill en Inglaterra. El belicismo va viento en popa.

EL CASO DE UCRANIA Y LA «DRANG NACH OSTEN»
Después de Munich, el problema ucraniano se convierte en el problema capital de la política europea. Preciso será, antes de seguir adelante, examinar, someramente al menos, en qué consiste tal problema.
Ucrania es una realidad étnica y nacional: es el país de los rutenos, que hablan el idioma ruteno, llamado también «pequeño ruso». Limita, al Norte, por una línea que va de Brest-Litovsk a Nowo-Khopersk, extendiéndose, por Oriente, desde Nowo-Khopersk a Rostov; por el Sur, sigue las costas del mar de Azov y del mar Negro, hasta llegar al delta del Danubio; al Oeste, sigue una línea que, partiendo del delta del Danubio, sigue el curso del Dniester, cruza los Cárpatos al Sur de Czernovitz y llega a Brest-Litovsk. Es uno de los países más ricos del mundo; no es solamente el granero de Europa; posee también minas de carbón y yacimientos petrolíferos en Galitzia, mineral de hierro en Poltawa, aluminio y manganeso en Yekaterinoslaw y, sobre todo, la inmensa riqueza de la cuenca hullera del Donetz.

Los ucranianos poseen una literatura abundante y una rica música folklórica; su cultura nacional está netamente diferenciada con relación a la rusa. Constituidos como nación independiente desde mediados del siglo IX, los ucranianos fueron, hasta la mitad del siglo XIII el baluarte del Sudeste europeo contra las hordas del Asia. La invasión de Gengis-Khan arrasó el país, pero al cabo de unos cincuenta años los ucranianos recobraron su independencia para convenirse en vasallos, primero del rey de Lituania, y luego del de Polonia, a principios del siglo XV. Una parte de Ucrania, no obstante -la zona oriental que se extendía desde Czernikow hasta Braclaw, con capital en Kiev- había conseguido mantenerse independiente. Esa independencia sería reconocida por el zar Alexis y el rey Juan-Casimiro de Polonia, en 1654. Pero, en 1667, polacos y rusos incumplían su palabra y se repartían ese territorio. Durante un siglo, tres grandes insurrecciones ucranianas -las de Steppa, Pougatchew y Stenka Razine- provocarán otras tantas brutales represiones rusopolacas.
En el siglo XVIII, el primer reparto de Polonia hace pasar la Galitzia (Ucrania Occidental) bajo soberanía austrohúngara. Los repartos segundo y tercero aumentarán el territorio ucraniano sometido a Rusia con las provincias de Polonia y Volynia. Los zares poseen, entonces, más de las tres cuartas partes de Ucrania, de la que desaparece hasta el nombre; para transformarse, por decreto zarista, en "pequeña Rusia".

Durante un siglo y medio, numerosas sublevaciones contra la dominación rusa y polaca estallarán a ambos lados de la frontera. En febrero de 1917, inmediatamente después de la abdicación de Nicolás II los ucranianos reclaman la autonomía -que les garantiza, verbalmente, al menos, la propaganda bolchevique que busca, en aquellos momentos, debilitar al Gobierno provisional de Kerensky- y reúnen en Kiev la Rada, o Asamblea Nacional de Ucrania. El 7 de noviembre, la Rada anuncia la creación de la República de Ucrania, que es inmediatamente reconocida por Inglaterra y Francia, que acreditan sendos embajadores en Kiev, confiando en que los ucranianos combatirán a su lado contra los imperios centrales. Pero el martirizado pueblo ucraniano prefiere conservar su neutralidad, lo que motiva el cese de la ayuda francobritánica. El 9 de febrero de 1918, las tropas rojas se apoderan de Kiev, y cuando todo parece perdido para los nacionalistas ucranianos, la intervención de las tropas alemanas y austrohúngaras estabiliza nuevamente la situación. Por el Tratado de Paz de Brest-Litovsk, la Rusia soviética debe reconocer, bajo presión alemana, la independencia de Ucrania, la cual es inmediatamente reconocida por Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía.

En diciembre de 1918, los rutenos proclaman, en Lwow, la República Occidental de Ucrania, y el 22 de enero de 1919, con la unión de ambas porciones, la Rada proclama en Kiev la unificación nacional ucraniana. El Estado ucraniano, ese sueño de cuarenta y tres millones de personas, se ha convertido en una realidad. Pero poco tiempo durará la independencia ucraniana. Después de la derrota de los imperios centrales, y abandonada por la Entente, será atacada, a la vez, por los rusos blancos de Denikin -cuya estupidez política es proverbial- los rojos de Trotsky y Gamarnik, y los polacos de Pilsudski, que reclaman la Ucrania Occidental. Los anarquistas ucranianos, a las órdenes de Mahkno, combatirán con la misma energía a los rojos, a los blancos, a los nacionalistas ucranianos y a los polacos de Pilsudski. Durante dos años y medio, Ucrania será pasto de unos y otros, mientras la Sociedad de Naciones hará el poco airoso papel de Poncio Pilatos.


He aquí los principales episodios que se irán sucediendo paulatinamente:
a) Conquista de la Galitzia por Polonia, y ejecución de la élite nacional oesteucraniana a manos de los verdugos de Pilsudski.
b) Aplastamiento del Ejército ucraniano de Petliura por los rusos blancos de Denikin, instrumento inconsciente del bolchevismo al que tanto pretendía combatir.
c) Derrota de Denikin y de su sucesor, Wrangel, a manos de los comunistas soviéticos y de los anarquistas de Mahkno.
d) Guerra rusopolaca por la posesión de Ucrania Occidental, finalizada por el Tratado de Riga 18 de mayo de 1921 que consagra el reparto de esos territorios, otorgando la Galitzia a Polonia y el resto de la Ucrania del Oeste a la Rusia soviética.
e) Aplastamiento de las bandas anarquistas de Mahkno por el Ejército rojo.
f) Entrada en vigor de dos cláusulas de los Tratados de Versalles y Saint-Germain, que adjudican la Bukovina a Rumania, y la Rutenia Transcarpática a Checoslovaquia.

El resultado final de todas esas guerras, «tratados» y celestineos es el reparto de Ucrania entre cuatro potencias: la U.R.S.S., que reina despóticamente sobre 35.000000 de ucranianos habitantes de la llamada «pequeña Rusia». Polonia, que se queda con la Galitzia, poblada por 6.500.000 de ucranianos. Rumania, con la Bukovina, cuya población es de 1.300.000 habitantes, y Checoslovaquia, con la Rutenia Transcarpática, poblada por 500.000 ucranianos y 100.000 alemanes, húngaros, eslovacos y polacos.
No puede decirse que el caso ucraniano fuera menospreciado en las discusiones de Versalles y Saint-Germain. Una activa delegación rutena había, incluso, obtenido ciertas no negligibles satisfacciones de principio. Por ejemplo, el Tratado de Saint-Germain estipulaba (articulo 10.º):

«Checoslovaquia se compromete a organizar el territorio de los rutenos al Sur de los Cárpatos en las fronteras fijadas por las potencias aliadas y asociadas, bajo la forma de una unidad autónoma en el interior del Estado de Checoslovaquia.» El mismo Tratado, que atribuía la Bukovina a Rumania, imponía a los gobernantes de Bucarest idénticas obligaciones. Con referencia a Polonia, el Consejo Supremo de la Sociedad de Naciones la autorizaba a ocupar militarmente la Galitzia... «con objeto de garantizar la protección de las personas y los bienes de la población contra los peligros a que les someten las bandas bolcheviques... » La Sociedad de Naciones, además, estipulaba que esa autorización no prejuzgaba en absoluto las decisiones que el Consejo tomaría ulteriormente a propósito de esos territorios. El 27 de septiembre de 1921, la Asamblea de Ginebra votaba la resolución siguiente:
«Polonia es solamente el ocupante militar y provisional de Galitzia, cuya soberanía es reservada a la Entente.»

Si las disposiciones del Tratado de Saint-Germain relativas a Ucrania Occidental hubieran sido respetadas, los ucranianos sometidos al dominio centralista de Varsovia, Praga y Bucarest hubieran conocido una sensible mejora de sus condiciones de vida y de su dignidad nacional. Pero ni Polonia, Checoslovaquia, ni Rumania respetaron sus compromisos, y las platónicas recomendaciones de la Sociedad de Naciones no surtieron el menor efecto. Al contrario, checos, polacos y rumanos hicieron cuanto estuvo de su mano para impedir cualquier manifestación de la personalidad ucraniana. Sin duda alguna, Polonia fue la más brutal en su represión: campesinos expropiados, maestros ucranianos apaleados, bibliotecas incendiadas deportaciones masivas de la población; centros de estudios ucranianos dispersados por agentes provocadores a sueldo de la policía polaca, etc.

Y eso no es nada, comparado con lo que deben sufrir los ucranianos del Este: disolución de todos los organismos locales; ejecuciones de kulaks por decenas de millares, requisas de pequeñas propiedades rurales. Cuando, en 1932, «el año del hambre», miles de familias ucranianas intentan huir a Rumania, Stalin coloca la frontera en Estado de sitio; durante meses el Dniester acarreará cadáveres de fugitivos abatidos por las patrullas del Ejército rojo. Georges Champeaux reproduce (3) ciertas cifras y datos facilitados en el VIII Congreso del Partido comunista. Según ellos, de los 5.618.000 kulaks que existían en 1928, no quedaban el 1º de enero de 1934, más que 149.000 individuos despojados de todos sus derechos y propiedades. De los 5.469.000 que faltaban, 1.500.000 habían muerto de hambre o habían sido sumariamente ejecutados. Los otros, habían sido deportados, a Siberia o trabajaban en condiciones infrahumanas, en la construcción del Canal Moscú-Volga. Una última prueba les reserva Stalin a los ucranianos en 1935: en previsión de un ataque alemán, y desconfiando de la lealtad a los soviéticos de los habitantes de Ucrania, hace arrasar cuatrocientos pueblos de las cercanías de las fronteras de Ucrania con Polonia y Rumania, y ordena la deportación al interior de Rusia, de trescientas mil personas.


Lejos de descorazonar al patriotismo ucraniano las persecuciones polaca y soviética no hacen más que exasperarlo. El coronel Konovaletz, que dirigía la «Organización militar ucraniana» que combatía, en lucha de guerrillas contra polacos y soviéticos a la vez, se convirtió en un personaje de leyenda. En 1929, Konovaletz crea otra organización, la «Liga de nacionalistas ucranianos». Estos movimientos actúan sobre la masa del pueblo ruteno, llegando a constituir un serio problema para Moscú. La G.P.U. consigue infiltrar a uno de sus elementos el judío Wallach, dentro de la organización de Konovaletz hasta conseguir ganarse la confianza de éste. Wallach asesinará a Konovaletz en abril de 1938.
Otro judío, Schwartz-Bart, había asesinado, en París, en mayo de 1926, al predecesor de Konovaletz y héroe de la independencia ucraniana. Petliura.


* * *

Todos los patriotas ucranianos siguieron la crisis germanocheca a propósito de los Sudetes con apasionada atención.
Lógicamente. la sacudida que conmovía a la creación artificial de Benes y Massaryk debía repercutir en beneficio de las aspiraciones nacionales de los ucranianos de la Rutenia Transcarpática.
Como sabemos una parte de los territorios ucranianos sometidos a Praga, la comarca de Téscheno, fue reivindicada por Polonia. Daladier aconsejó a Benes de no oponerse a la invasión de ese territorio por las tropas polacas. Benes obedecerá. A las fuerzas que mandan en Benes les interesa conservar y si es posible, fortalecer, la barrera polaca, que preserva a Stalin del ataque frontal alemán.

Hitler y Mussolini intentaron en Munich hacer reconocer el derecho de los ucranianos de Checoslovaquia a su autogobierno. La idea maestra del Führer era crear una Ucrania autónoma, bajo soberanía alemana, que serviría de canal para la invasión de la Rusia soviética. El núcleo de esa nueva Ucrania lo constituirla la Rutenia Transcarpática. Pero esa idea hitleriana será ferozmente combatida, no solamente por Londres y París, sino por Beck, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia y sucesor de Benes como campeón de las pequeñas naciones» (4).

Beck prometió al conde Csaki, jefe del Gabinete del Ministerio de Asuntos Exteriores de Hungría, todo su apoyo para las reivindicaciones húngaras a Checoslovaquia. El Gobierno de Imredy, como sabemos, se limitó a pedir, en una nota conjunta enviada a Londres, Paris, Roma, Praga y Berlín, la devolución de los territorios húngaros colocados bajo soberanía checoslovaca en 1919, pero Beck insistió en que Hungría se anexionara todo el territorio ruteno. De esta manera, Polonia y Hungría tendrían una frontera común. Los motivos de Beck para mostrarse tan sospechosamente generoso hacia Budapest eran:
a) Constituir entre Alemania y la U.R.SS. una especie de Osten-Europa de la que él hubiera sido el líder.
b) Hacer salir a Hungría de la zona de influencia alemana.
c) Impedir la liberación de los ucranianos de la Rutenia Transcarpática, lo que no hubiera dejado de excitar el irredentismo de los ucranianos de Galitzia.

Estos tres objetivos coincidían plenamente con el interés del "Partido de la guerra" afincado en Occidente, del que ya hemos hablado, y de cuya composición y objetivos hablamos al final del presente capitulo. Dicho Partido de la guerra buscaba apuntalar la barrera polaca, que impedía el choque, que quería evitarse a toda costa, entre Hitler y Stalin. El interés del Nacionalsocialismo alemán y de Hitler, apóstol de la «Drang Nach Osten» -la marcha hacia el Este- consistían en ganarse el favor del pueblo ucraniano. Si Alemania conseguía liberar a los rutenos, suscitaba entre los demás ucranianos una doble esperanza: el fin de la tiranía soviética y la posterior creación de una Ucrania autónoma bajo soberanía del Reich. La independencia, o, cuando menos, la autonomía de Rutenia, significaba ganar las simpatías de cuarenta y tres millones de ucranianos. Por otra parte, la importancia estratégica de la Rutenia Transcarpática la convierte en el centro de la política europea de aquel momento. Rutenia es el camino ideal para un ejército que, partiendo de Viena, y a través de Eslovaquia, bajo influencia alemana, se dirigiera hacia la Ucrania dominada por los soviéticos. Su extremo oriental está a sólo 135 kilómetros de los puestos fronterizos avanzados de la U.R.S.S. Por lo tanto, el llamado "Plan Beck", consistente en establecer una frontera polacomagiar, equivalía a cerrar el paso natural de la «Drang Nach Osten».

Como hemos visto en el precedente capitulo, Hungría se negará a entrar en las combinaciones de Beck, y someterá su caso a una Comisión de Arbitraje germanoitaliana. Evidentemente, las decisiones del arbitraje de Viena son acogidas con satisfacción por el pueblo ucraniano. Una parte de la patria ha logrado la autonomía; los militantes de la Gran Ucrania podrán organizarse legalmente desde allí. Un Partido de tendencia nacionalsocialista, el «Partido Nacional Ucraniano» se constituye en Chust, capital de Rutenia. Entre tanto, la agitación irredentista estalla no sólo en Galitzia, sino en Kiev. Medio centenar de oficiales ucranianos del Ejército rojo son deportados a Siberia bajo la inculpación de complot contra la unidad de la patria soviética.

LAS MANIOBRAS DE BECK
El arbitraje de Viena causa gran decepción en Varsovia. La autonomía de Rutenia ha redoblado las esperanzas de los ucranianos de Galitzia, y estudiantes ucranianos y polacos han llegado a las manos en Lwow. La ley marcial es declarada en Lemberg. La Prensa anglofrancesa acusa a Alemania de sostener a los «separatistas» ucranianos.

Desde Nueva York, se azuza a Beck y a su presidente, Moscicki, contra Alemania. El 19 de noviembre, el conde Potocki, embajador polaco en Washington, se entrevista con William C. Bullitt, ex embajador de Roosevelt en Moscú y miembro del poderoso «Brains Trust» que gobierna en la Casa Blanca. Bullit asegura a Potocki que, en caso de guerra entre Alemania y Polonia, los Estados Unidos estarán al lado de Varsovia. Como Potocki objetara que Alemania no ha presentado, aún, ninguna reclamación a Polonia, Bullitt, habló de la cuestión ucraniana y de las tentativas alemanas en Ucrania. Confirmó que Alemania dispone de un personal ucraniano completo, preparado para la futura administración de Ucrania, donde los alemanes pensaban fundar un Estado autónomo, bajo dependencia alemana. Una tal Ucrania sería muy peligrosa para Polonia, pues haría sentir necesariamente su influencia sobre los ucranianos de Galitzia... Por esta razón la propaganda del doctor Goebbels se orienta en el sentido del nacionalismo ucraniano, y Rutenia Transcarpática, cuya existencia es vital para Alemania por razones de orden estratégico, debe servir de punto de partida de esa futura empresa.
Por mediación de Potocki, Beck responde a Bullitt, asegurándole que Polonia está dispuesta a oponerse por todos los medios a la expansión alemana hacia el Este.

El 26 de noviembre de 1938, un comunicado oficial, publicado simultáneamente en Moscú y Varsovia confirma, con toda solemnidad, el pacto de no agresión polacosoviético (5). Todas las convenciones polacosoviéticas existentes, incluyendo el pacto de amistad y no agresión de 1932 continúan siendo, en toda su extensión, la base de las relaciones entre Polonia y la U.R.S.S.» Beck ha sido el artífice de esa nueva maniobra. Dos días después, en una entrevista concedida a un reportero del Times, el ministro de Asuntos Exteriores polaco confirmará que, con tal de impedir la realización de los planes alemanes en Ucrania, Polonia se aliará con quien sea. «Tenemos intereses comunes con la U.R.S.S.», dirá Beck.
Los gobernantes de Varsovia tienen mala memoria; una mala memoria que corre parejas, en el caso ucraniano, con la mala fe.
Han pretendido olvidar que, en noviembre de 1919, el héroe nacional de Ucrania, Petliura, refugiado en Polonia, había concluido un acuerdo con Pilsudski, tendente a la liberación de la Ucrania Oriental del yugo bolchevique, a cambio de lo cual, los ucranianos renunciaban a Galitzia en favor de Polonia, y que, a pesar de esos acuerdos, Polonia firmó con la U.R.S.S., el 18 de marzo de 1921, el Tratado de Riga, por el cual ambos países se repartían Ucrania. La declaración conjunta polacosoviética del 26 de noviembre de 1938 es una repetición del Tratado de Riga el cual, a su vez, es la moderna versión del Tratado de Andrusovo.

En Andrusovo, Juan-Casimiro de Polonia y el zar Alejandro traicionaron sus acuerdos con los cosacos para repartirse Ucrania. En Riga, Pilsudski traicionaría sus acuerdos con Petliura para hacerse confirmar por Lenin la posesión de Galitzia. En noviembre de 1938, Beck se entiende con Stalin contra los nacionalistas ucranianos y su campeón del momento, Hitler. Es una ley de la Historia: para mantener a Ucrania bajo su dominación común, Polonia y Rusia siempre han estado y siempre estarán de acuerdo. Pero lo que olvidan los megalómanos de Varsovia es que existe otra ley histórica, según la cual, Rusia, blanca o roja, siempre estará de acuerdo con Alemania, con Austria-Hungría, con Lituania, con Suecia o con quien sea, para presidir el reparto de Polonia...

EL POLVORIN POLACO
La «Drang Nacho Osten» había conseguido, con la liberación de Rutenia Transcarpática, una vía de acceso. Pero tal vía de acceso era insuficiente para la campaña de Rusia que Hitler y el Alto Estado Mayor de la Wehrmacht preparaban. La Alemania de 1938 no tenía fronteras comunes con la U.R.S.S. Prusia Oriental se hallaba cerca de la Unión Soviética y era, juntamente con la Rutenia recientemente liberada, otro camino natural de la marcha hacia el Este, pero se encontraba artificialmente separaba del resto de Alemania por el titulado «Corredor» polaco, que los nefastos estadistas de Versalles adjudicaron a Polonia contra toda noción de derecho. El ataque a Rusia sólo podía realizarse en la zona del Báltico, si se atendían las demandas de Hitler a Polonia. El Führer pedía:
a) Que Dantzig, ciudad indiscutiblemente alemana y, teóricamente, libre, fuera devuelta al Reich.
b) Que se permitiera construir a Alemania, a través del «Corredor», un ferrocarril y una carretera que permitiera unas comunicaciones normales con su provincia de Prusia Oriental.

A cambio de la devolución de Dantzig y su puerto, y la autorización a construir un ferrocarril y una autopista -condiciones sine qua non para la organización del ataque contra la U.R.S.S.- Alemania ofrecía renunciar a los territorios alemanes que en Versalles habían sido adjudicados a Polonia y reconocer las fronteras de 1919 y, además, garantizar el libre acceso de Polonia al báltico. Pero antes de seguir adelante, consideramos necesario un análisis del caso del «Corredor» y la nueva Polonia, creada en Versalles como un «contrapeso contra la influencia y el poderío germánicos» (6).

El nuevo Estado polaco, después de casi un siglo y medio de eclipse, reaparece a consecuencia del Punto XIII de Wilson, redactado así:
«Se formará un Estado polaco independiente, englobando todos los territorios indiscutiblemente polacos, que tendrá asegurado su libre acceso al mar, y cuya independencia política, así como su integridad nacional, deberán ser garantizadas por un tratado internacional.»

A pesar de que los mismos vencedores acordaron en Versalles que por «territorios indiscutiblemente polacos» se entendían las comarcas donde la población fuera polaca al menos en un 51 %, se adjudicaron al nuevo Estado inmensas regiones donde la población era mayoritariamente alemana, rusa, ucraniana, lituana, bielorrusa y hebrea. La llamada «Polonia» reconstruida en Versalles, abarcaba una población de unos 32.000.000 de habitantes que, atendiendo a su origen étnico, se distribuían así:
Polacos 18.000.000 Ucranianos 6.500.000 Alemanes 4.500.000 Judíos 1.500.000 Lituanos 800.000 Rusos 700.000

Es decir, que los polacos representaban aproximadamente el 56% de la población total del Estado. Añadiéndoles los judíos, apenas el 61%.
El Punto XIII de Wilson aseguraba a Polonia el «libre acceso al mar». Exceptuando a Clemenceau, obsesionado con la idea de fortalecer al máximo al gendarme polaco, cuya misión era vigilar a Alemania, todos los estadistas de Versalles estuvieron de acuerdo en que el acceso al mar debía proporcionarse a Polonia, bien mediante la internacionalización del Vístula, bien mediante la creación de un puerto franco internacional en Dantzig, Koenigsberg o Stettin. Así lograría Polonia su salida al Báltico sin atropellar ninguna ley natural o historica.

El mariscal Foch dijo, en cierta ocasión, que el «Corredor» de Dantzig, creado en Versalles, sería motivo de una Segunda Guerra Mundial, propósito recogido por el historiador francés Bainville en la obra citada anteriormente. A la luz de los acontecimientos posteriores creemos que, de hecho Dantzig fue el polvorín colocado adrede por la «fuerza secreta e inidentificable» en uno, de los caminos naturales de Alemania hacia Rusia. Esa «fuerza» a que se refería Wilson utilizó, en su provecho, la germanofobia enfermiza de Clemenceau, la ignorancia supina de la delegación americana en Versalles y la xenofobia patriotera de los polacos. Así se creó, despreciando el «derecho de los pueblos a disponer de sí mismos», el «Corredor» que convertía a la Prusia Oriental, con Koenigsberg, en un islote separado del resto de Alemania.

Que la célebre «salida al mar» no era más que un pretexto cómodo para dividir a Alemania, fortalecer a Polonia y crear una psicosis de guerra permanente, y no una necesidad vital polaca, como pretendían Dmowski y demás líderes del nuevo Estado lo demuestra el hecho de que, en 1939, el comercio marítimo de Polonia representaba, sólo, el 6% del comercio exterior del país, y estaba casi exclusivamente alimentado por la exportación del carbón de la Alta Silesia; es decir que provenía de un territorio que el Tratado de Versalles arrebató a Alemania.

El derecho de plebiscito no se aplicó en Dantzig, a pesar de haberse comprometido a ello, los vencedores, pues es evidente que, de haberse consultado a la población, jamás ésta hubiera aceptado ser puesta bajo la soberanía polaca. Dantzig es una ciudad alemana desde su fundación -fue construida por los caballeros teutónicos en el siglo XI- y su población, en 1919, era alemana en un 96,5%, contando solamente con un 3,5% de polacos y judíos. La Prusia Occidental del «Corredor» estaba, así mismo, habitada por una mayoría de alemanes -903.000- y una relativamente importante minoría de polacos, judíos y cachubes (eslavos oriundos de Pomerania y feroces rivales de los polacos) cuyo total se acercaba al medio millón de personas. El 11 de julio de 1920 se celebraron plebiscitos en las ciudades de Allenstein y Marienwerder, en la Prusia Occidental adjudicada a Polonia, consultando a la población si deseaban la anexión a Polonia o formar parte del Reich. De 475.925 votos emitidos, 460.054, o sea un 96,6% votaron a favor de Alemania, pero las autoridades locales impidieron la celebración de nuevos plebiscitos (7).


Jacques Bainville explicaba así la inviabilidad del «Corredor» polaco:
«Imaginemos, por un momento, que Francia ha sido vencida y que, por una razón cualquiera, el vencedor ha considerado necesario ceder a España un corredor que llega hasta Burdeos, dejándonos el departamento de los Bajos Pirineos y Bayona. ¿Cuánto tiempo soportaría Francia una tal situación?»
Y el mismo Bainville responde:
«La soportaría todo el tiempo que el vencedor conservara su superioridad militar y España pudiera conservar el «Corredor». Lo mismo sucederá, fatalmente, con el «Corredor» de Dantzig y la Prusia Occidental. Sería un milagro que Alemania consintiera en considerar sus fronteras del Este como definitivas» (8).

Otro historiador francés, Alcide Ebray, comentaba así el peligro que representaba para la paz el creciente apetito de Polonia:
«Si quiere justipreciarse exactamente lo que representa la solución dada al problema del acceso polaco al mar, hay que pensar, sobre todo, en el futuro. Es preciso contemplar el mapa de esas regiones y reflexionar. Se comprenderá entonces que la Ciudad Libre de Dantzig y la Prusia Oriental forman, ahora, un enclave en territorio polaco, y que Polonia, con el paso del tiempo, tendrá, necesariamente, una tendencia a apoderarse del mismo» (9).

Una verdadera legión de historiadores y publicistas no alemanes reconocieron, en su día, que, no ya la artificiosa solución del «Corredor», sino la misma resurrección de Polonia -al menos en la forma que se había hecho en Versalles- era un error y un verdadero crimen político. «Se ha creado una Polonia artificial que, con su «Corredor» cortando en dos a Prusia, y su frontera de Silesia para favorecer los intereses polacos; con sus treinta y dos millones de habitantes, de los cuales casi el cuarenta y cinco por ciento son alógenos hostiles, no es viable. Esa importante minoría de ucranianos, alemanes, rusos blancos y lituanos, está siendo salvajemente oprimida... Los ucranianos de Galitzia han perdido todos los derechos de que gozaban cuando dependían de la soberanía austrohúngara, bajo cuyo régimen poseían sus propias escuelas y varías cátedras en la Universidad de Lemberg. Toda protesta cerca de la Sociedad de Naciones provoca la persecución de la policía polaca. Un verdadero terrorismo organizado reina en el país» (10).

La ciudad de Dantzig había sido declarada "libre" en el Tratado de Paris (15 de noviembre de 1920) pero, en la práctica, se concedían al Gobierno polaco todos los resortes del mando y de la administración. Las relaciones de Dantzig con el exterior eran aseguradas por Varsovia, de la que dependían también el puerto, los ferrocarriles, los servicios postales, telegráficos y telefónicos, la emisora de radio, los servicios de Aduanas, los canales, el uso del río Vístula dentro de los limites de la ciudad, y las carreteras. En realidad, pues, Dantzig no era «libre» más que en teoría. Huelga decir que los habitantes de Dantzig no tenían, tampoco, derecho a la libre determinación es decir, no podían renunciar a su pretendida «libertad» optando, democráticamente, por el retorno a la soberanía alemana (11).

Pero a Polonia no le bastaba con la «colonia» de Dantzig ni con oprimir a sus minorías; quería forzar a los alemanes de la ciudad «libre» a emigrar, para repoblarla con polacos. Para ello, el Gobierno de Varsovia tomó una serie de medidas que contravenían el espíritu y la letra del Tratado de París; desvió su tráfico naval hacia el puerto de Gdynia, cuya construcción fue encomendada a un consorcio francés, destinado a arruinar Dantzig y obligar a sus moradores a emigrar a Alemania. Toda clase de trabas burocráticas, impuestos «especiales» y medidas discriminatorias arbitradas por Varsovia hicieron descender las actividades de Dantzig y su puerto en un 84% con relación a 1914 (12).

Las relaciones entre Polonia y Alemania, como ya hemos visto en los capítulos I y III, debían resentirse, lógicamente, de la creación del «Corredor»; agravando la situación las incursiones de Korfanty en Silesia, el intento de invasión de la Prusia Oriental por Pilsudski y el Tratado polacosoviético de 1932.

Sólo después de la elección de Hitler como canciller del Reich se apaciguaron los ánimos. El Führer había comprendido que una discusión constante sobre la cuestión germanopolaca significaría una permanente inquietud para Europa. Él dio, pues, el primer paso hacia Polonia y se esforzó en encontrar con Pilsudski un arreglo entre los dos países, un status quo temporal que, así lo esperaba Hitler, crearía relaciones más amistosas y confiantes entre Polonia y Alemania, y finalmente conduciría a una solución pacífica de las cuestiones territoriales. Así se concluyó la Convención germanopolaca de 1934, que dejaba los límites fronterizos entre ambos países tal como estaban, durante diez años, al cabo de los cuales se volvería a estudiar la cuestión.

Las proposiciones de Hitler a finales de 1938, pidiendo la libre determinación para Dantzig que, al fin y al cabo, era una ciudad «libre», y la construcción de un ferrocarril y una autorruta extraterritorial, no afectaban para nada a las fronteras de Polonia. Pero el realista Pilsudski había muerto sin poder terminar su obra -consolidar la nueva Polonia y aliarse con Alemania contra la U.R.S.S.- y en su lugar se encontraban ahora políticos como Beck, Smigly-Ridz y Moscicki, cuya orientación era más «democrática» que polaca. Y las propuestas de Hitler, que incluso en Inglaterra y Francia fueron consideradas moderadas fueron rechazadas por Varsovia bajo el pretexto de que «las dificultades políticas interiores impedían tomarlas en consideración».

En febrero de 1939, las relaciones entre los dos países empeoraron aún más, a causa de las manifestaciones antialemanas ocurridas en Varsovia. Berlín acusó a Varsovia de haber fomentado discretamente tales «manifestaciones espontáneas». Un mes más tarde, Polonia movilizaba a cuatro reemplazos. Y, el 31 de marzo, Inglaterra le da un cheque en blanco a Polonia. No le promete una simple ayuda militar o económica: le promete, por boca de Chamberlain -ya definitivamente arrastrado por el clan belicista- nada menos que:
«En el caso de una acción que amenazara claramente la independencia polaca y que el Gobierno polaco consideran necesario combatir con sus fuerzas armadas, Inglaterra y Francia les prestarán toda la ayuda que permitan sus fuerzas».
Es decir que, según esa «garantía» anglofrancesa. Polonia tiene toda latitud para interpretar a su conveniencia cualquier actitud alemana o no alemana; y puede responder a toda acción «agresiva» (sin molestarse en precisar, exactamente, qué se entiende, exactamente, por «acción agresiva») contra sí misma o contra terceros que directa o indirectamente puedan afectarla -o crea ella que puedan afectarla-, con el uso de sus fuerzas armadas, las cuales serán inmediatamente asistidas «por toda la ayuda que permitan las fuerzas de Inglaterra y Francia» (13).

Jamás, en todo el transcurso de la historia de los hombres, un Estado soberano se ha atado de tal manera a otro. Jamás un Estado realmente soberano ha ido a la guerra por defender los intereses de otro. Y menos que nadie, Inglaterra.
Posteriormente se sabría que Chamberlain -constitucionalmente, ya que no realmente- la primera autoridad política del imperio británico, se avino a otorgar la famosa «garantía» a Polonia basándose en una falsa información de las agencias de noticias internacionales (14) según la cual los alemanes habían enviado un ultimátum de 48 horas a Varsovia. Una vez dada su «garantía», Chamberlain no podía volverse atrás sin firmar el decreto de su muerte política (15). El clan belicista, con Churchill y Eden a la cabeza, había ido ganando posiciones hasta llegar a imponerse totalmente a un Chamberlain engañado, traicionado por su propio Partido, y enfermo.

El cheque en blanco dado a Varsovia representaba, jurídicamente hablando, una violación anglofrancesa al espíritu y a la letra de los acuerdos de Munich, donde se había decidido que las futuras diferencias entre los cuatro firmantes o que afectaran a la paz de Europa, serían discutidas en conferencias internacionales. Hitler hizo una propuesta concreta, a propósito del «Corredor», a Polonia e, ipso facto, sugirió a Inglaterra, Francia e Italia, que intervinieran como mediadores. La respuesta anglofrancesa consistió, prácticamente, en aconsejar a los belicistas de Varsovia una política de intransigencia que hacía inútil todo diálogo.

Es una tragedia que un conflicto mundial hubiera de estallar, nominalmente al menos, a pretexto de un caso tan diáfano como el del «Corredor». Wladimir d'Ormesson, escritor y critico francés, que no puede ser calificado de «nazi» escribía, en 1932:
«La verdad es que el «Corredor» representa una mancha sobre el mapa de Alemania, y que tal mancha corta en dos al territorio nacional; algo que un párvulo de cinco años, en la escuela de su pueblo, es capaz de comprender. Esa es, justamente, la única cosa que él puede comprender en política extranjera. En suma, se trata de una simple «cuestión visual». De una mancha de color sobre un mapa. He aquí el prototipo de una clásica cuestión de prestigio, con todo lo que esa palabra comporta de peligroso» (16).

La garantía francobritánica, en realidad, sólo tendía a consagrar a Polonia como barrera que impedía el mortal ataque de Hitler a Stalin. Y prueba de ello es que, unos meses más tarde, cuando la U.R.S.S. apuñalaría por la espalda a Polonia, la famosa garantía de Londres y París no sería aplicada. El curioso redactado de la misma, demás, no sólo cortaba el paso hacia Rusia por el sector Norte utilizando Dantzig como base de tránsito hacia la Prusia Oriental, sino que establecía otra barrera en el Sur, donde la cuña rutena quedaba definitivamente bloqueada, toda vez que Polonia no dejaría de aplicar la garantía en el caso de Ucrania.

Pero el chauvinismo polaco recibiría todavía, nuevos alientos esta vez desde Washington. El embajador conde Jerzy Potocki informó a Beck, por aquél entonces, de que «...el ambiente que reina en los Estados Unidos se caracteriza por el odio contra el fascismo y el nacionalsocialismo, especialmente contra el canciller Hitler... La propaganda se halla en manos de los judíos, los cuales controlan casi totalmente el Cine, la Radio y la Prensa. A pesar de que esta propaganda se hace muy groseramente, tiene muy profundos efectos, ya que el público de este país no tiene la menor idea de la situación real de Europa» (17).
En el mismo informe, el conde Potocki citaba a los intelectuales judíos que estaban al frente de la campaña antialemana y propugnaban la mayor ayuda posible a Polonia: Bernard M. Baruch, Felix Frankfurter, Louis D. Brandeis, Herbert H. Lehmann, el secretario de Estado Morgenthau, el alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia, Harold Ickes, Harry Hopkins y otros amigos íntimos del presidente Roosevelt.

Ya a principios de 1939, Roosevelt había iniciado los preparativos para una futura guerra contra Alemania, si bien con la idea de «no tomar parte en la misma al principio, sino bastante tiempo después de que Inglaterra y Francia la hubieran iniciado» (18). La razón es obvia: Roosevelt no intervendrá al principio por que prefiere dejar que los europeos se despedacen entre sí; luego ya vendrá él a «salvarlos». William C. Bullitt, embajador en Moscú y su colega Joseph P. Kennedy en Londres, recibieron instrucciones en el sentido de presionar a los Gobiernos francés e inglés para que «pusieran fin a toda política de compromiso con los estados totalitarios y no admitir con ellos ninguna discusión tendente a provocar modificaciones fronterizas ni cambios territoriales» (19). Bullit y Kennedy, además informaron a París y Londres de que «los Estados Unidos abandonaban definitivamente su política aislacionista y estaban preparados, en caso de guerra, a sostener a Inglaterra y Francia poniendo todo su dinero y materias primas a su disposición» (20).
La tensión entre Alemania y Polonia hubiera sido fácilmente eliminada de no haber intervenido Inglaterra y Francia, empujadas por los Estados Unidos. Es un hecho corrientemente admitido, hoy en día, que Varsovia estaba dispuesta a permitir la construcción de la autorruta y del ferrocarril extraterritorial y a no poner obstáculos a la libre disposición de los habitantes de la «Ciudad Libre» de Dantzig (21). En un report enviado por Raczynski, embajador polaco en Londres, a su Gobierno, el 29 de marzo de 1939 el Gobierno británico le dio, verbalmente, una garantía de ayuda en caso de ataque alemán a Polonia, garantía que sería confirmada y ampliada oficialmente, unos días después. Amparándose en la garantía anglo-francesa, en las promesas de Washington y en su pacto de amistad con la U.R.S.S., el Gobierno de Varsovia creyó llegado el momento de pasar a la contraofensiva diplomática.
En un memorándum entregado por Lipski, embajador polaco en Berlín, a Von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Polonia rehusaba todas las sugerencias de Alemania con respecto al «Corredor» Dantzig, y la participación o, al menos, la benévola neutralidad de Polonia con relación al proyectado ataque alemán contra la U.R.S.S. «Cualquier intento de llevar a la práctica los planes alemanes y, especialmente incorporar Dantzig al Reich, significará la guerra con Polonia» añadió Lipski (22).
En Varsovia y Cracovia se organizan manifestaciones espontáneas» contra Alemania. Resuenan gritos de «¡A Dantzig!» y «¡A Berlín!» Violando su propia constitución -que le obliga a respetar las instituciones docentes de sus minorías nacionales-, el Gobierno polaco confisca docenas de asociaciones culturales alemanas; de las 500 escuelas alemanas que hay en Polonia 320 son cerradas. Se producen detenciones arbitrarias de alemanes residentes en Polonia, y la opresión alcanza su punto álgido precisamente en Dantzig. Paisanos de Silesia cruzan todos los días la frontera con dirección a Alemania pues nadie les protege contra las vejaciones de que les hacen objeto los polacos.

La situación internacional ha llegado a su punto culminante. Ya no se trata de Dantzig, ni del «Corredor»; se trata de la consolidación de una política de fuerza dirigida contra el núcleo principal de Europa; política alimentada por la xenofobia francesa, el imperialismo yanki que ve en el suicidio europeo la premisa para su posterior hegemonía mundial, el deseo de Stalin de desviar la amenaza alemana sobre la U.R.S.S., el miedo inglés a perder sus mercados tradicionales en el continente (23) ante la formidable expansión comercial de Alemania, y, sobre todo, el furor racial del judaísmo internacional. Sobre la influencia capital de este último factor convendrá hacer un inciso.

 
CRUZ GAMADA Y ESTRELLA JUDÍA

Los judíos siempre han estado en guerra con los gentiles. No en guerra abierta desde luego, pero puede hallarse confirmación de este estado de beligerancia permanente en los libros «sagrados» del judaísmo empezando por el Talmud. Incluso la Biblia testimonia de ese estado de guerra constante en que se halla el pueblo judío con relación a todos los demás. Benjamín Disraeli, el judaico Premier británico, nos facilita un testimonio de parte contraria de incalculable valor, a propósito de esa constante y no declarada guerra del judío contra la civilización. Occidental el Cristianismo y, en todo caso, contra el Mundo Blanco:
«La influencia de los judíos puede ser hallada en la última aparición de principios disolventes que están conmoviendo a Europa. Se está desarrollando una insurrección contra toda tradición y contra la aristocracia... La igualdad natural de los hombres y la derogación del principio de propiedad son proclamadas por las sociedades secretas que forman los Gobiernos provisionales, y hombres de raza judía se encuentran al frente de cada uno de ellos. El pueblo elegido de Dios coopera con los ateos: los mayores acumuladores de propiedad se alían con los comunistas: la raza elegida se da la mano con las más bajas castas de Europa: y todo ello por que deseamos destruir a esa Cristiandad ingrata, que nos debe hasta su nombre y cuya tiranía no podemos soportar por más tiempo.»
En la misma obra (24) Disraeli afirma que la raza judía es la superior y que, por lo tanto está destinada a gobernar el mundo.
Ochenta años después de haber escrito lo que antecede Disraeli, y de haberse vanagloriado de que su raza estaba en el origen de la mayoría de los conflictos sangrientos desatados entre los pueblos cristianos (25), el judaísmo organizaba, para salvar a su criatura, la Unión Soviética, y destruir a Alemania y a Europa, el mayor cataclismo bélico de todos los tiempos.

El 2 de enero de 1938, el Sunday Chronicle, de Londres, publicaba un artículo titulado: «JUDEA DECLARA LA GUERRA A ALEMANIA» en el que, entre otras cosas, se decía:
"El judío se encuentra ante una de las crisis más graves de su historia. En Polonia, Rumania, Austria, Alemania, se halla de espaldas a la pared. Pero ya se prepara a devolver golpe por golpe. Esta semana, los líderes del judaísmo internacional se reúnen en un pueblecito cerca de Ginebra para preparar una contraofensiva. Un frente unido, compuesto de todas las secciones de los Partidos judíos se ha formado, para demostrar a los pueblos antisemitas de Europa que el judío insiste en conservar sus derechos. Los grandes financieros internacionales judíos han contribuido con una cantidad que se aproxima a los quinientos millones de libras esterlinas. Esa suma fabulosa será utilizada en la lucha contra los estados persecutores. Un boicot contra la exportación europea causará, ciertamente, el colapso de esos estados antisemitas" (26).

El 3 de junio de 1938, el muy influyente The American Hebrew, portavoz del judaísmo norteamericano escribía, en un editorial:
"Las fuerzas de la reacción contra Hitler están siendo movilizadas. Una alianza entre Inglaterra, Francia y Rusia derrotará más pronto o más tarde, a Hitler. Ya sea por accidente ya por designio, un judío ha llegado a la posición de la máxima influencia en cada uno de esos países... Léon Blum es un prominente judío con el que hay que contar. Él puede ser el Moisés que conduzca a nuestro lado a la nación francesa. ¿Y Litvinoff? El gran judío que se sienta al lado de Stalin; inteligente, culto, capaz, promotor del pacto francorruso gran amigo del presidente Roosevelt: él (Litvinoff) ha logrado lo que parecía increíble en los anales de la diplomacia: mantener a la Inglaterra conservadora en los términos más amigables con los rojos de Rusia. ¿Y Hore Belisha? Suave, listo, inteligente, ambicioso y competente... su estrella sube sin cesar... Esos tres grandes hijos de Israel anudarán la alianza que, pronto enviará al frenético dictador, el más grande enemigo de los judíos en los tiempos modernos al infierno al que él quiere enviar a los nuestros. Es cierto que esas tres naciones, relacionadas por numerosas acuerdos y en un estado de alianza virtual aunque no declarada, se opondrán a la proyectada marcha hitleriana hacia el Este y le destruirán (a Hitler). Y cuando el humo de la batalla se disipe podrá contemplarse una curiosa escena, representando al hombre que quiso imitar a Dios, el Cristo de la swástica, sepultado en un agujero mientras un trío de no arios entona un extraño réquiem que recuerda, a la vez a "La Marsellesa" al "Dios salve al rey" y a "La Internacional", terminando con un agresivo ¡Elí, Elí, Elí!"

Lo menos que puede decirse al comentar este texto es que, según la autorizada opinión del órgano oficial de la judería americana, un alto funcionario inglés, francés o ruso es, ante todo judío y está dispuesto a envolver a «su» patria oficial -en este caso Inglaterra, Francia o Rusia- en una guerra mundial con el exclusivo objeto de librar al pueblo judío de su mayor enemigo. ¡Pero si un ruso, inglés o francés auténtico osa pretender, públicamente, que el judío independientemente del lugar de su nacimiento es, antes que nada, judío, se va a la cárcel, por «difamación!»

Hay que insistir en el hecho de que el judaísmo -o, si se prefiere, el movimiento político internacional que se arroga la representación de los judíos, haciendo abstracción de sus "patrias" de nacimiento- había declarado la guerra a Alemania antes de la llegada de Hitler al poder. En efecto, el boicot antialemán empezó en Norteamérica en 1932 (es decir un año antes de la elección de Hitler como canciller del Reich). Por aquella época, el New York Times -diario propiedad de judíos y editado por judíos- publicaba anuncios que ocupaban una página entera: «BOICOTEEMOS A LA ALEMANIA ANTISEMITA!»
Samuel Fried, conocido sionista escribió en 1932: «La gente no tiene por qué temer la restauración del poderío alemán. Nosotros, judíos aplastaremos todo intento que se haga en ese sentido y si el peligro persiste destruiremos esa nación odiada y la desmembraremos (27).»
Unos días después de la subida de Hitler al poder, el judío Morgenthau, secretario del Tesoro de los Estados Unidos declaró que «América acababa de entrar en la primera fase de la Segunda Guerra Mundial» (28). Por su parte, el rabino Stephen Wise, miembro prominente del «Brains Trust» de Roosevelt anunció, por la radio, la «guerra judía contra Alemania» (29).

También por aquellas fechas, el editor del New York Morning Freiheit, un periódico comunista escrito en yiddisch, dirigió un llamamiento a los judíos del mundo entero para unirles en la lucha contra el nazismo.

En el verano de 1933 se reunió en Holanda la «Conferencia judía internacional del boicot» bajo la presidencia del famoso sionista Samuel Untermeyer -que a su vez era presidente de la «Federación mundial económica Judía» y miembro del «Brains Trust» de Roosevelt- y acordó el boicot contra Alemania y contra las empresas no alemanas que comerciaran con Alemania. A su regreso a América, Untermeyer declaró en nombre de los organismos que representaba, la «guerra santa» a Alemania, desde las antenas de la estación de radio W.A.B.C. el 7 de agosto de 1933. En el curso del mismo año fundó otra entidad, la «Non Sectarian Boicott League of América» cuya misión era vigilar a los americanos que comerciaban con Alemania (30).

En enero de 1934, Jabotinsky, el fundador del titulado «Sionismo Revisionista» escribió en Nacha Recht: «La lucha contra Alemania ha sido llevada a cabo desde hace varios meses por cada comunidad, conferencia y organización comercial judía en el mundo. Vamos a desencadenar una guerra espiritual y material de todo el mundo contra Alemania».


Herbert Morrlsson, que fue secretario general del Partido laborista británico y sionista convencido, habló en 1934 en un mitin celebrado para recaudar fondos para el titulado: «Consejo representativo judío para el boicot de los bienes y los servicios alemanes». Y dijo: «Es un deber de todos los ciudadanos británicos amantes de la libertad colaborar con los judíos en el boicot de los bienes y los servicios alemanes y hacer el vacío comercial a aquellos ingleses que quisieran comerciar con la Alemania antisemita. Precisamente, para boicotear a los ingleses que quisieran comprar o vender mercancías alemanas, dos judíos, Alfred Mond, Lord Melchett, presidente del trust «Imperial Chemical Industries», y Lord Nathan, de la Cámara de los Lores crearon una entidad que llegó a ser terriblemente eficaz en la guerra económica contra Alemania: la «Joint Council of Trades and Industries». También se creó una «Womens Shoppers League» que boicoteaba especialmente los productos agrícolas alemanes, y una «British Boycott Organization», dirigida por el hebreo capitán Webber, que organizaba la guerra económica en los dominios del imperio británico».

Todos estos actos de guerra económica y de boicot ilegal fueron permitidos y hasta alentados por los Gobiernos de la Gran Bretaña y los Estados Unidos de cuya composición hablamos más adelante.
Algo parecido ocurría en Francia. El hebreo Emil Ludwig, emigrado de Alemania vertía su hiel en los diarios franceses de todas las tendencias. En el ejemplar de junio de Les Aniles, Ludwig escribió que «Hitler no declarará nunca la guerra, pero será obligado a guerrear; no este año, pero más tarde. No pasarán cinco años sin que esto ocurra».

Otro exilado, Thomas Mann, escribía en La Depeche de Toulouse, el 31 de marzo de 1936: «Hay que acabar con Hitler y su régimen.
Las democracias que desean salvaguardar la civilización no pueden escoger: Que Hitler desaparezca!» Y citamos a Mann y a Ludwig como botones de muestra de un extensisimo repertorio de escritores judíos que llevaban a cabo una guerra propagandística contra Alemania. Arnold Zweig, Remarque, Thomas Mann, el físico y matemático Albert Einstein, criptocomunista notorio, Julien Benda y otros muchos participaron en esa campaña de injurias exageraciones y falsos infundios. La Lumiere, periódico oficial de la francmasonería francesa era el campeón del clan antialemán, igual que en su día, lo había sido de los políticos «sancionistas» antiitalianos. Dirigía ese periódico de enorme influencia, el judío Georges Boris y eran sus principales colaboradores Georges Gombault Weisskopf, Saloman Grumbach y Emile Khan, correligionarios suyos, y Albert Bayet, presidente del Sindicato de periodistas. Otro periódico que participó vivamente en la campaña fue Le Droit de Vivre, órgano de los sionistas franceses. Bernard Lecache (Lekah) director de esa publicación y presidente de la L.I.C.A. -"Liga Internacional Contra el Antisemitismo" (31) escribió el 19 de noviembre de 1933: "Es obligación de todos los judíos declarar a Alemania una guerra sin cuartel".

El Gobierno francés no tomó ninguna medida contra esos israelitas a pesar de que al atacar a una potencia extranjera con la que Francia mantenía relaciones diplomáticas normales, se situaba al margen de la ley. Tampoco había tomado ninguna medida cuando, el 3 de abril de 1933 y en señal de protesta por que Hitler había prohibido a los hebreos alemanes dedicarse a las profesiones de periodismo abogacía y banca, el «Comité francés para el Congreso Mundial judío» la «L.I.C.A.», la «Asociación de antiguos combatientes voluntarios judíos» y el «Comité de defensa de los judíos perseguidos en Alemania» mandaron un telegrama a Hitler anunciándole el boicot de los productos alemanes en Francia y su imperio colonial.

Los judíos americanos, por su parte fueron los provocadores del incidente del Bremen, paquebote alemán cuya tripulación fue abucheada y apedreada en el puerto de Nueva York, por un millar de jóvenes hebreos, el 27 de julio de 1935. Los manifestantes pudieron llegar hasta el buque y, apoderándose de la bandera alemana, la arrojaron al agua. El incidente fue causa de la inculpación de cinco personas las cuales fueron absueltas por el juez Brodsky -judío también- que prácticamente felicitó a los delincuentes.
El embajador del Reich en Washington, Herr Luther protestó oficialmente cerca de Cordell Hull. secretario de Estado que, oficialmente, presentó las excusas de su Gobierno por el incidente.
Las excusas de Hull fueron presentadas el 16 de septiembre, pero tres días antes el mismo Hull había anunciado a Luther que a partir del 15 de octubre de 1935, el gobierno americano aumentaría las tarifas aduaneras contra las mercancías alemanas, en señal de represalia por el trato dado por los alemanes a los judíos alemanes. Esto era una intolerable injerencia americana, bajo presión del judaísmo en los asuntos internos de otro país. Al mismo tiempo que Hitler dictaba medidas de orden interno contra los judíos alemanes, la G.P.U. desataba una campaña de terrorismo en Ucrania y Georgia, cuyas víctimas se contaban por decenas de millares. Esto era discretamente silenciado por la «Prensa libre» de América que, mientras encontraba normal la segregación racial en los Estados de la Unión, se irrogaba el derecho de encontrarla detestable en Europa.

En marzo de 1937 en una Asamblea del «Congreso judío americano», celebrada en Nueva York, el alcalde, Fiorello La Guardia, un judío oriundo de Fiume, insultó groseramente a Hitler. El citado «Congreso» votó, por unanimidad, el boicot contra Alemania e Italia (a pesar de que ésta última nunca tomó medidas especiales contra sus judíos). Los insultos de La Guardia motivaron una nueva protesta diplomática de Berlín, nuevamente atendida por Cordell Hull, bien que sin tomar medida especial alguna contra los provocadores (32).
Seis meses después (septiembre de 1937), se celebra en Paris el 1er Congreso de la Unión Mundial contra el racismo y el antisemitismo. Toman la palabra, entre otros los judíos Bernard Lecache, Heinrich Mann y Emil Ludwig, que se distinguen, juntamente con el «hermano» Campinchi, en el torneo de violencias verbales contra Alemania, el nacionalsocialismo y Hitler.
A principios de 1938, tenía un redoblado impulso la campaña antialemana en Francia. El israelita Louis Louis-Dreyfus, el «rey del trigo», financia generosamente los periódicos belicistas de Paris. Varias publicaciones que, hasta entonces, habían sido partidarias de una Entente con Alemania cambian súbitamente de parecer... «L'argent na pas d'odeur...»

Un periodista judío (¡no un «nazi»!), Emmanuel Berl, publicaba una revista, Pavés de Paris, en la cual denunciaba la existencia de un «Sindicato de la Guerra». Citaba nombres y cifras. Decía abiertamente que Robert Bollack, director de la Agencia Fournier y de la Agencia Económica y Financiera, había recibido varios millones de dólares, enviados desde América para «regar» a la Prensa francesa. «La acción de la alta finanza en el empeoramiento de las relaciones diplomáticas es demasiado evidente para que pueda ser disimulada (33)».

El semanario Le Porc Epic acusaba, entre tanto, a la «Union et Sau-vegarde Israélite», a nombre de la cual se reunían sumas importantes que luego se destinaban a «acondicionar» a la Prensa (34).
También Charles Maurras afirmaba en L´Action Française que los fondos de Nueva York para el «Comité de la Guerra» en Francia y Bélgica, los había traído el financiero Pierre David-Weill, de la Banca Lazard. Precisaba que tales fondos eran distribuidos por Raymond Philippe, antiguo director de la Banca precitada y por Robert Bollack. Maurras hablaba de tres millones de dólares y acusaba formalmente a las diversas ramas de la familia Rothschild de participar en el movimiento (35).

Los judíos más representativos y prominentes confirmaron a posteriori y en plena guerra, que ellos la habían declarado antes que nadie (36) y que ellos eran los causantes de la misma. El rabino M. Perlzweig jefe de la Sección británica del Congreso Mundial judío declaró, en 1940: «El judaísmo está en guerra con Alemania desde hace siete años. (37). Otro rabino Stephen Wise, presidente del Comité ejecutivo del Congreso Mundial judío escribió: «La guerra europea es asunto que nos concierne directamente» (38). Por su parte, el oficioso Jewish Chronicle, escribió, en un editorial (8 de mayo de 1942) que «... hemos estado en guerra con él (Hitler) desde el primer día que subió al poder».
El Chicago Jewish Sentinel, órgano de la judería de la segunda ciudad americana descubrió, el 8 de octubre de 1942 que «la Segunda Guerra Mundial es la lucha por la defensa de los intereses del judaísmo. Todas las demás explicaciones no son más que excusas».

Moshe Shertok que en 1948 sería jefe del Gobierno del Estado de Israel declaró (enero de 1943 ante la Conferencia sionista británica que el sionismo declaró la guerra a Hitler mucho antes de que lo hicieran Inglaterra, Francia y América, "porque esta guerra es nuestra (39) guerra". Y Chaim Weizzmann apóstol del sionismo ofreció antes de la declaración formal de guerra de Inglaterra y Francia al Reich, la ayuda de todas las comunidades judías esparcidas por el mundo y hasta propuso la creación de un Ejército judío que lucharía bajo pabellón inglés.



Pero la mejor prueba de que la guerra fue provocada deliberadamente por el judaísmo, nos la da el propio Sir Neville Chamberlain, el hombre que firmó la declaración de guerra de la Gran Bretaña al Reich, arrastrando, tras sí al satélite francés.
James V. Forrestal, secretado de Estado para la marina, anotó en su diario con fecha de 27 de diciembre de 1945 lo siguiente:
«Hoy he jugado al golf con Joe Kennedy (40). Le he preguntado sobre la conversación sostenida con Roosevelt y Chamberlain en 1938. Me ha dicho que la posición de Chamberlain era entonces, la de que Inglaterra no tenía ningún motivo para luchar y que no debía arriesgarse a entrar en guerra con Hitler. Opinión de Kennedy: Hitler habría combatido contra la URSS sin ningún conflicto posterior con Inglaterra de no haber mediado la instigación de Bullitt sobre Roosevelt, en el verano de 1939 para que hiciese frente a los alemanes en Polonia, pues ni los franceses ni los ingleses hubieran considerado a Polonia como causa suficiente de una guerra de no haber sido por la constante, y fortísima presión de Washington en ese sentido. Bullitt dijo que debía informar a Roosevelt de que los alemanes no lucharían. Kennedy replicó que lo harían y que invadirían Europa. CHAMBERLAIN Declaró QUE AMÉRICA Y EL MUNDO JUDÍO HABÍAN FORZADO A INGLATERRA A ENTRAR EN LA GUERRA.»



Las Memorias de Forrestal fueron publicadas con el título The Forrestal Diaries. El párrafo citado aparece en las páginas 121-122. Ninguno de los personajes aludidos por Forrestal desmintió una sola de sus manifestaciones.
Forrestal se refería a «América y el mundo judío».... Bien, pero ¿que «América»? En una encuesta realizada por el Instituto Gallup en 1940, el 83,5% de ciudadanos americanos consultados habianse mostrado contrarios a la idea de ver a su país mezclado en una nueva guerra mundial. Al lado de un 12,5% de respuesta vagas sólo un 4% de consultados se mostraron partidarios de la entrada en la guerra. El presidente Roosevelt fue reelegido precisamente por que acentuó, aún más que el otro candidato, su propaganda pacifista, con una serie de promesas que luego incumpliría.

Luego cuando Chamberlain decía que «América» fue uno de los factores que forzaron» a Inglaterra a declarar una guerra contraria a sus intereses se refería, sin duda posible, al Gobierno de la Casa Blanca, y no al pueblo americano. Analicemos, brevemente, la composición del Gobierno americano en la época azarosa que precede a la entrada de los Estados Unidos en la guerra mundial.
El presidente Roosevelt había sido elegido, por vez primera, en 1932. Su campaña electoral -un torrente de ruidosa propaganda que arrastró todo lo que se puso por delante - fue financiada por los siguientes personajes y entidades:
Bernard M. Baruch y su hermano Hermann;
William Randolph Hearst, el magnate de la Prensa;
El banquero Edward A. Guggenheim;
Los hermanos Percy y Jesse Strauss, de los almacenes Macyís;
Harry Warner, de la compañía cinematográfica Warner Bros;
John J. Raskab, bien conocido sionista;
Joseph P. Kennedy;
Morton L. Schwartz;
Joseph E. Davies, de la General Motors Co..;
Las hermanas Schenck, de la Loeb Cansolidated Enterprises;
La R. J. Reynolds Tobacco;
El banquero Cornelius Vanderbilt Whitney;
James D. Mooney, presidente de la General Motors Co.;
La United States Steel: la familia Morgenthau;
Averell Harrimann y otros personajes y entidades de menor relieve.
Las mismas personas y entidades apoyarían a Roosevelt en 1936 y 1940 (41).
¿Quién era Roosevelt? Según las investigaciones llevadas a cabo por el doctor Laughlin, del Instituto Carnegie, Franklin Delano Roosevelt pertenecía a la séptima generación del hebreo Claes Martenszen van Roasenvelt, expulsada de España en 1620 y refugiada en Holanda, de donde emigró, en 1650 - 1651, a las colonias inglesas de América. El publicista judío Abraham Slomovitz publicó en el Detroit Jewish Chronicle que los antepasados judíos de Roosevelt residían en España en el siglo XVI y se apellidaban Rosacampo. Robert Edward Edmondsson, que estudió el árbol genealógico de las Rosenvelt - Martenszen - Roosevelt, dice que desde su llegada a América tal familia apenas se mezcló con elementos anglosajones puros, abundando sus alianzas matrimoniales con Jacobs, Isaacs, Abrahams y Samuel (42).

Cuando murió la madre del presidente, Sarah Delano, el Washington Star publicó una crónica sobre las actividades de la familia Roosevelt desde su llegada a América que coincidía plenamente con los testimonios precitados. El New York Times del 4 de marzo de 1935, recogía unas manifestaciones de Roosevelt en las que reconocía su origen hebreo. A mayor abundancia de detalles, la esposa del presidente Eleanor Roosevelt prima suya, era igualmente judía y fervorosa sionista.


Roosevelt se rodeó desde el primer momento de una serie de personajes dudosos que, con el tiempo, llegarían a formar el verdadero Gobierno de las Estados Unidos; ellos constituyeron lo que se llamó el «Brains Trust», o "Trust de los Cerebros" que aconsejaba al presidente. Algunos de las miembros de dicho Brains Trust eran, al mismo, tiempo, secretarios de Estado (ministros).
El Brains Trust original fue fundado por el profesor Raymond Moley y el juez Samuel Rosenman, que organizaron los fundamentos legales del mismo. Con ellos, formaban parte de tal organización -que, recordémoslo, nunca fue votada por el pueblo norteamericano- Louis D. Brandeis, del Tribunal Supremo; Felix Frankfurter, ministro de Justicia; Jerome N. Frank; Mordekai Ezekiel; Donald Richberg, de la Comisión de Inmigración; Harold Ickes, ministro del Interior; Henry Morgenthau. Jr. secretario del Tesoro; Ben Cohen; David Lilienthal; Herbert Feis; el gobernador del Estado de Nueva York, y poderoso banquero, Herbert U. Lehmann; Nathan Margold; Isador Lubin; Gerard Swaape; E. A. Goldenweiser; el juez Cardozo, del Tribunal Supremo; David K. Niles; Joseph E. Davies y L. A. Strauss, todos ellos judíos. Entre los gentiles del Brains Trust formaban Miss Frances Perkins, criptocomunista (43) y ministro de Trabajo; el general Hugh S. Johnson; el secretario de Estado, Cordell Hull (44); George E. Warren y el vicepresidente Henry Wallace. Más adelante ingresarían los prominentes banqueros Warburg, de la casa bancaria Kuhn, Loeb & Co., Weinberg y Dillan (Lapawsky) y su correligionario Fiorello La Guardia, alcalde de Nueva York.

Por encima del Brains Trust estaba, sin duda, el todopoderoso Bernard Mannes Baruch, consejero, sucesivamente, de Wilson, Hoover, Roosevelt, Truman y Eisenhower y llamado "The Unofficial President of the United States".
Mención a parte merece Harry Hopkins, personaje que, sin ser jamás elegido ni votado para cargo alguno por el pueblo norteamericano ocupó, permanentemente, junto a Roosevelt, el lugar de «consejero adjunto». La reputación de Hopkins era tan mala que el historiador Sherwood califica su nombramiento coma «el acto más incomprensible de toda la gestión presidencial» (45). Hopkins llegó a tener más influencia y poderío que cualquier favorito real en la Edad Media. El mismo general de Estado Mayor George Cattlett Marshall confesó al historiador y panegirista rooseveltiano, Sherwood, que debía su nombramiento a Hopkins (46). Según una información del «James True Industrial Control Report» (47) «un persistente rumor señala que Hopkins y Tugwell tienen sangre judía (48). Sus actividades, aspecto físico y creencias así lo hacen suponer». También es bien sabido que Hopkins debía su formación política a las enseñanzas del profesor Steiner, judío vienés. Cuando, en 1935, y ante la sorpresa general, fue nombrado por Roosevelt secretario de Comercio, las relaciones económicas de los Estados Unidos con la U.R.S.S. experimentaron una gran mejora (49).

A propuesta de Hopkins ingresarán, más tarde, en el Brains Trust, Tom Corcoran, un aventurero irlandés; Maurice Karp, un multimillonario judío, cuñado del famoso comisario soviético Molotoff; el bien conocido sionista Samuel Untermeyer; Samuel Dickstein, un hebreo ruso que dirigía, prácticamente el Departamento de Inmigración, y James M. Landis, que, más tarde, llegaría a secretario de Agricultura, en tiempos de Kennedy (50).
No obstante Hopkins no pasaba de ser un eslabón, aunque muy importante. El auténtico poder radicaba en el triángulo Baruch - Frankfurter - Morgenthau, no sólo por la personalidad y méritos de sus tres componentes, sino por el hecho de estar relacionados o emparentados con las principales familias de la alta finanza internacional. Así, por ejemplo, Morgenthau, Sr., secretario del Tesoro de los Estados Unidos, estaba emparentado con Herbert U. Lebmann, gobernador del Estado de Nueva York y poderoso banquero; con los Seligmann, de la Banca «J. & W. Seligmann»; con los Warburg, de la «Kuhn, Loeb & Co.», del «Bank of Mannhattan» y del «International Acceptance Bank»; con los Strauss, propietarios de las almacenes «R. & U. Macys» y con los banqueros Lewissohn, controladores, con sus correligionarios Guggenheim, del mercado mundial del cobre. Morgenthau llevó al Departamento del Tesoro a una legión de correligionarios suyos, nombrando su primer secretario a Earl Beillie, antiguo alto empleado de la Banca J. & W. Seligmann».

Cuando Chamberlain acusaba al "mundo judío" de haber forzado a Inglaterra a declarar la guerra a Alemania, no solamente se refería a la talmúdica administración rooseveltiana, sino que aludía, igualmente, al clan belicista de Londres, cuya cabeza visible y líder indiscutido era Winston Churchill.
Churchill era hijo de una norteamericana. Su familia ha mantenido siempre, estrechísimas relaciones amistosas y económicas con judíos. El padre de Sir Winston, Lord Randolph, estaba asociado con Lord Rosebery, marido de una Rothschild. En cierta apurada ocasión, Lord Rosebery le hizo un préstamo de cinco mil libras esterlinas a Lord Randolph. Recibir dinero de los judíos es una vieja tradición en la familia Churchill. Uno de sus antepasados, Lord Marlborough, cobraba seis mil libras esterlinas anuales del financiero Salomon Medina, a cambio de información confidencial sobre la alta política inglesa y continental (51).

August Belmont, el agente de la dinastía Rothschild en Nueva York era íntimo amigo y asociado del abuelo materno de Sir Winston (52). Según Henry Coston (53). Winston Churchill debe su carrera política a Sir Ernest Cassel, el riquísimo israelita que fue confidente de Eduardo VII; Sir Ernest le ayudó no sólo políticamente, sino que incluso financió sus primeras campañas electorales. Un hermano de Churchill era alto empleado de la firma de agentes de Bolsa "Vickers Da Costa", empresa judía que trabaja para los Rothschild de Londres. Una hija de Churchill, Diana, se casó con el actor judío Vic Oliver. Su hijo, Randolph, fue secretario de la "Young Mens Comittee of the British Association of Maccabees", una entidad filojudía. Una nieta de Churchill se casó con el judío D'Erlanger, director de la empresa de navegación aérea, B.E.A. El mejor amigo de Sir Winston fue -de toda notoriedad- nada menos que Bernard Baruch.
Par otra parte, según el Boletín de la Sociedad Histórica del Estado de Wisconsin (septiembre de 1924), la familia de la madre de Churchill era parcialmente judía. En efecto, Pally Carpus van Schneidau, una dama sueca, se casó con el judío Fraecken Jacobson. El matrimonio emigró a los Estados Unidos, y una hija suya, Pauline, fue adoptada por el mayor Ogden. Pauline van Schneidau se casó con Leonard Jerome; su hija, Jennie Jerome, fue la madre de Churchill. Leonard Jerome, abuelo del futuro Sir Winston, tenía sangre india (54). La Prensa específicamente judía, ha mimado, más que nadie, a Sir Winston, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que durante todo el transcurso de su larga carrera política ha servido con celo los intereses de Sión, y se ha manifestado sionista en diversas ocasiones.

Pero he aquí los miembros componentes del Gabinete Chamberlain que declaró la guerra, el 3 de septiembre de 1939:
Lord Halifax, ministro de Asuntos Exteriores. Masón de alta graduación. Su hija y heredera estaba casada con una nieta de los Rothschild.
Sir John Simon, canciller del "Exchequer". Intimo amigo y protegido político del financiero Sir Philip Sassoon, uno de los prohombres del sionismo británico. Estaba casado con una judía.
Sir Samuel Hoare, ministro del Interior. Masón.
Lord Hore Belisha, ministro de la Guerra. Judío. Llevó infinidad de correligionarios suyos a su Ministerio, siendo de destacar Sir Isador Salmon, consejero adjunto, y Sir E. Bovenschen, subsecretario, así como Humbert Wolfe, que se encargó del Departamento de Reclutamiento.
Lord Stanhope. Primer Lord del Almirantazgo, judío.
Runciman. "Lord presidente del Consejo." Uno de los pocos partidarios auténticos de Chamberlain. Pacifista. Un hijo suyo estaba casado con una Glass, judía.
Sir Malcolm McDonald. Secretario de Colonias. Asociado con el prominente industrial y financiero judío. Israel M. Sieff (55).
El duque de Devonshire. Subsecretario de los Dominios. En el Consejo de Administración de la "Alliance Assurance Co." tenía como asociados a los judíos Rothschild, Rosebery y Bearsted.
El marqués de Zetland. Secretario de Estado para la India. Francmasón prominente, tenía lazos familiares con judíos a través de su matrimonio. Su adjunto era Sir Cecil Kisch, y su consejero financiero, Sir Henry Strakosch, ambos judíos.

El consejero económico del llamado "Gobierno indio" era T. E. Gregory, un israelita cuya verdadero nombre era Guggenheim.
Sir Kingsly Wood, secretario del Aire, y el conde De la Warr, ministro de Educación, eran asociados del P.E.P., entidad definida coma «vivero de marxistas» por el propio Churchill.
Oswald Stanley. Ministro de Comercio. Emparentado, por su matrimonio, con los Rothschild de Londres.
Lord Maugham. Presidente de la Cámara de los Lores. Casado con una judía. Su secretario permanente era el israelita Sir Claude Schuster.
E. L. Burgin. Ministro de Transportes y Comunicaciones. Director de una empresa de abogados, que defendía los intereses de la poderosa Banca judía «Lazard Bros».

H. H. Ramsbotham. Ministro de Obras Públicas. Casado con una judía De Stein, cuyo padre es uno de los prohombres de la City.
Lord Woolton. Ministro de Abastecimientos. Ex director general y miembro del Consejo de Administración de la firma judía Lewis Ltd.
Sir Adair Hore. Secretario de Pensiones Sociales. Judío. Padrastro del ministro de la Guerra, Hore-Belisha.
Sir J. Reith. Ministro de Información. Casado con una judía de la familia Oldhams, propietarios del importante rotativo laborista Daily Herald.
Lord Hankey. Ministro sin Cartera. Judío.
Según Henry Coston (56) en el momento de estallar la guerra, 181 de los 415 diputados de la Cámara de las Comunes eran directores, accionistas, notarios o administradores de sociedades financieras o comerciales. Estos 181 "padres de la Patria" ocupaban, en total, 775 lugares de miembros de los consejos de administración y de dirección en los 700 Bancos, grandes empresas industriales, sociedades navieras, compañías aseguradoras y casas exportadoras más importantes del imperio británico. Al menos, las tres cuartas partes de tales empresas eran judías (57).

No es, pues, de extrañar, que Chamberlain, a pesar de su voluntad de oponerse a la guerra -voluntad que, de todos modos, cedió notablemente al consumarse los tratados comerciales de Alemania con Yugoslavia, Turquía, Bulgaria y México, clientes tradicionales de Inglaterra- fuera progresivamente arrastrada a la misma, dada la calidad del clan belicista que le hacía frente, con Churchill a la cabeza. El pueblo inglés había dado sus votos al Partido conservador, y a Chamberlain, es decir, a la política que éste representaba, pero, tal como suele suceder muy frecuentemente en las democracias, la voluntad del pueblo fue suplantada por la de una minoría de políticos profesionales e intrigantes.
El almirante Sir Barry Domvile, héroe de la Primera Guerra Mundial cuenta que "en el Hotel Savoy se reunían a menudo, en un cuarto reservado, Lord Southwood (né Elias, de la Oldbams Press), Lord Bearsted (né Samuel, del Oil Trust), Sir John Ellerman (asociado de Lord Rothschild), Israel Moses Sieff (del "Political & Economical Planning" y de los almacenes "Marks & Spencer") y Sir Winston Churchill. Posiblemente, una gran parte de la intrahistoria de estos azarosos tiempos se ha escrito en esas cordiales reuniones de prohombres británicos» (58). A pesar del oro y la influencia judías, del belicismo declarado de toda la masonería continental, del malestar de la City por la creciente competencia comercial alemana, y de la presión de Wall Street, vía Casa Blanca.

Chamberlain aún intentó un último esfuerzo para salvar la paz, enviando, extraoficialmente, cerca de Hitler, a Sir Oswald Piraw, ministro de Defensa de la Unión Sudafricana y uno de los más prestigiosas políticos del imperio británico. La misión de Piraw consistía en arreglar una nueva entrevista entre Chamberlain y Hitler, con objeto de tratar de hallar una nueva solución a la cuestión polaca, artificialmente envenenada por unos y otros. Piraw escribió la siguiente a este propósito:
«Chamberlain estaba animado de los mejores deseos, pues había hecho depender el futuro de su carrera política de un entendimiento duradero entre el imperio británico y el Reich. Pero entre la buena voluntad de Chamberlain y la realidad positiva se erguía, firme como una roca, la cuestión judía. El Premier británico debía batallar con un Partido -su propio Partido conservador- y con un electorado que la propaganda mundial israelita había influenciado al máximo... Los factores que hicieron fracasar la política pacifista de Chamberlain y, en consecuencia, mi misión de paz en Berlín fueron: la propaganda judaica, llevada a escala mundial y concebida de manera inconmensurablemente odiosa; el egoísmo político de Churchill y sus secuaces; las tendencias semicomunistas del Partido laborista y el belicismo de los "chauvinistas" británicos, apoyados por ciertos traidores alemanes» (59).


Piraw hacía ciertamente alusión a algunos grupos antinazis, polarizados en torno al general Beck, a Von Witzleben, al almirante Canaris y a otros militares de alto rango que conspiraron activamente contra Hitler antes y después de estallar la guerra. Estos grupos, de escasa importancia por sí mismos, consiguieron hacer creer a los viejos imperialistas británicos que ellos representaban una fuerza decisiva en Alemania, y que, en caso de guerra, Hitler y su régimen se desmoronarían.

Para todo aquél que conserve intactas sus facultades de análisis y no se deje engatusar por la engañosa propaganda sostenida a escala mundial por la Gran Prensa, la Radio, el Cine y la Televisión, ha de resultar forzosamente evidente que la Segunda Guerra Mundial fue provocada esencialmente, sino exclusivamente, por el movimiento político judío y las fuerzas a él tradicionalmente infeudadas, y que Dantzig no fue más que un burdo pretexto; un capotazo dado al toro alemán para impedir su embestida contra la U.R.S.S. a costa de lanzarlo, por fuerza, contra Occidente y causar el suicidio de Europa. Así se salvaba al bolchevismo y se le brindaba en bandeja una ubérrima cosecha.

Kaganovich. el secretario general del Partido comunista de la U.R.S.S. y cuñado de Stalin había dicho, en 1934:
«Un conflicto entre Alemania y los anglofranceses mejoraría extraordinariamente nuestra situación en Europa, y daría un renovado impulso a la Revolución mundial» (60).
Que la apreciación de Kaganovich era exacta resulta incontestable. Para comprobarlo, basta con echar una ojeada al mapa mundial de 1939 y compararlo con el de hoy.

* * *
El papel jugado por los judíos alemanes en la «Revolución social» de Alemania y Austria en 1918, causa del hundimiento de las potencias centrales, fue decisivo. No lo dijo solamente Hitler; docenas de testimonios de calidad dieron fe de ello. Los mismos judíos se ufanarán, vanagloriándose, de tal hecho históricamente indiscutible. Como también es indiscutible que el papel jugado, individualmente, por ciertos judíos, en la ignominia de Versalles, fue importantísimo.

Hitler fue repetida y democráticamente votado por el pueblo alemán, habiéndose siempre presentado a la arena electoral con un mismo programa en la que se refiere a la cuestión judía. Se proponía acabar con las actividades del judaísmo políticamente organizado y de sus «instrumentos», comunismo y masonería. Quería romper las cadenas de la alta finanza, que esclavizan a los pueblos. Y además, y como medida de seguridad, se proponía prohibir el acceso de los hebreos a determinadas profesiones y cargos públicos. [/B]El 15 de septiembre de 1935, el Reichstag sancionó la "Ley de Ciudadanía del Reich", según la cual sólo serían considerados súbditos alemanes los hijos de padres arios. El 21 de diciembre de 1935 fue promulgado un decreto reglamentando la Ley de Ciudadanía. Los funcionarios públicos de raza judía eran separados de sus cargos, pasando a la situación de retiro y cobrando íntegramente sus pensiones. Los judíos que pudieran acreditar que habían combatido en la pasada guerra encuadrados en la Wehrmacht tenían asignada una pensión especial. Más tarde se prohibiría a los judíos el ejercicio de ciertas profesiones: empleados de Banca, médicos, abogados y periodistas.
La Gran Prensa mundial gritó, inmediatamente, que los judíos eran objeto de persecuciones en Alemania, cuando lo cierto es que éstas aún no habían empezado.
El hecho de prohibir ciertas actividades a una comunidad residente en Alemania, que acumulaba, ella sola, una cuarta parte de la renta nacional cuando representaba, numéricamente, el 0,9 % de la población del país fue presentado por las grandes agencias informativas mundiales como una terrible persecución.[/B]

Resulta por demás curioso que hablara de persecuciones el talmúdico New York Times o el arzobispo católico Mundelein, de Chicago, que, entonces, silenciaban cuidadosamente la discriminación racial contra los negros y los indios americanos. Que en la remota Europa, a siete mil kilómetros de distancia, un Estado soberano dictara ciertas medidas interiores que afectaban a seiscientos mil miembros de una riquísima comunidad, y esa era una cruel persecución. Pero que en la democrática América, en la cristiana América de los arzobispos Mundelein y Spellman, seiscientos mil indios expoliados, supervivientes del mayor genocidio que registra la Historia Universal fueran aparcados en «reservas» y quince millones de negros no pudieran mandar a sus hijos a la Universidad, ni votar ni ser elegidos, eso era, entonces, perfectamente normal y moral.

También era sorprendente que protestara contra las medidas tomadas por el Gobierno alemán contra los judíos alemanes el muy oficioso The Times londinense que, en cambio, guardaba distraído silencio a propósito de ciertas medidas discriminatorias de la nunca bien ponderada democracia británica que, como es bien sabido, es el «non plus ultra» de todas las democracias habidas y por haber. Rarísimo era que, en vez de preocuparse tanto por las medidas tomadas por un país extranjero contra sus propios ciudadanos, el Times no hubiera dedicado, al menos, uno de sus sesudos editoriales a criticar la discriminación religiosa existente en tan calificada democracia como es Inglaterra, donde un católico no puede ser coronado rey ni investido del cargo de Primer Ministro.

La maquinaria propagandística mundial presentó las medidas «antisemitas» de la Alemania nacionalsocialista como una rareza, bestial y fanática, de sus dirigentes. Soslayó el hecho innegable de que el llamado «antisemitismo» existe desde hace seis mil años, es decir, desde que el pueblo judío aparece entre las primeras brumas de la Historia, y que su causa es la idiosincrasia especial y la conducta de los propios judíos hacia los demás pueblos, según reconoce el padre del sionismo moderno, Theodor Herzl:
«La cuestión judía sigue en pie; sería necio negarlo. Existe prácticamente doquiera existen judíos en número perceptible. Donde aún no existiera, es impuesta por los propios judíos a causa de sus peculiares actividades. Naturalmente, nos trasladamos a sitios donde no se nos persigue pero, una vez allí instalados, nuestra presencia provoca inmediatamente nuevas persecuciones. El infausto judaísmo... introduce ahora en Inglaterra y los Estados Unidos el antisemitismo» (61).

Medidas tanto más drásticas que las adoptadas por Hitler contra los judíos fueron tomadas por San Luis y Napoleón Bonaparte, en Francia, por los Reyes Católicos en España, y por el rey Eduardo el confesor en Inglaterra. Hojéese la Biblia y se comprobará que el pueblo judío ha sido «perseguido» - o, en otros términos, los demás pueblos se han visto obligados a tomar medidas de autodefensa en contra suya- desde los albores de la Historia.
Hombres de todas razas y religiones han debido tomar medidas especiales contra los judíos. Los Papas no han sido una excepción a esta regla, antes al contrario. Nada menas que veintiocho Soberanos Pontífices dictaron cincuenta y siete bulas y edictos (62) que la conciencia universal calificaría, hoy, de racistas, antisemitas y neonazis. Algunas de tales bulas obligaban a los judíos residentes en países cristianos a lucir un distintivo especial (63); otras, les prohibían el ejercicio de cargos públicos (64); de la industria, de vivir cerca de los cristianos (65), de poseer tierras (66), o de dedicarse a la venta de objetos nuevos (67). El Papa Pía V ordenó la expulsión de los judíos de los Estados Pontificios (68) exceptuando los residentes en las ciudades de Roma y Ancona.

Si bien es históricamente irrefutable que sólo gracias a la protección especial de las Sumos Pontífices no fue el pueblo judío exterminado de la faz de la tierra, no es menos cierto que la Iglesia Católica, en general, ha considerado siempre a los judíos como individuos especiales, estableciendo a su intención una serie de medidas discriminatorias que no somos quien para calificar. Muchas de esas medidas fueron, posteriormente, adoptadas por diversos estadistas (69), entre ellos, Hitler (70). El mal llamado «antisemitismo» no es una creación hitleriana, sino judía.

La Gran Prensa Mundial no se contentó con denigrar sistemáticamente a Alemania y a su régimen político de entonces sino que, además, silenció con sospechoso pudor una serie de hechos que, de haber sido divulgados, hubieran permitido a los pueblos europeos comprender mejor el problema. Por ejemplo, cuando el 4 de febrero de 1936, Wilhem Gustloff, jefe del grupo Nacionalsocialista de alemanes residentes en Suiza fue asesinado por el hebreo Frankfurter, sólo dos de los diecisiete diarios parisinos publicaron la noticia, y aún sin mencionar la extracción racial del autor del crimen.
El 7 de noviembre de 1938, un incidente aparentemente inesperado, pero de hecho cuidadosamente preparado de antemano, motivó la ansiada reacción popular alemana-. El agregado consular alemán en París, Von Rath, fue asesinado por un joven hebreo, emigrado de Alemania, Herschel Grynzspan. Esta clásica provocación fue seguida de un clamor de indignación que conmovió todo el III Reich; algunos de los líderes más exaltados de las unidades de combate del Partido nacionalsocialista organizaron, la noche del 8 al 9 de noviembre, bajo la dirección del doctor Goebbels, una verdadera orgía de antisemitismo, que sería conocida con el nombre de- «Kristallnacht» (la noche de cristal): escaparates de tiendas judías apedreados, quema de sinagogas y algún que otro puntapié. Ninguna persona en su sano juicio podrá encontrar loables los excesos de la Kristallnacht. Pera tampoco pueden olvidarse las constantes provocaciones judías; después de la campaña mundial propagandística y del boicot económico empezaban los asesinatos de funcionarios alemanes en el extranjero esto fue la gota de agua que hizo derramar el vaso.

Se sabe que la mayoría de altas jerarquías nazis criticaron acerbamente a Goebbels por haber apadrinado la idea de las represalias antijudías (71). Pero la campaña antialemana que siguió en toda Europa y América hizo aún más difícil la situación de los judíos alemanes.
En efecto, manifestaciones antialemanas fueron organizadas en varias ciudades europeas, sobre todo en Francia. No obstante, no era la primera vez en la Historia que el asesinato de un alto funcionarioó en este caso de dos altos funcionarios, Gustloff y Von Rath, a manos de un extranjero provocaba enérgicas represalias contra los compatriotas del asesino (72). Pero si en los otros casos la Prensa Mundial se había limitado a mencionar el incidente, en esta ocasión se cargaron de tal manera las tintas, que el lector de periódicos de juicio imparcial debió admitir implícitamente que una cosa es ejercer represalias contra italianos, españoles o chinos y otra cosa muy diferente apedrear el escaparate de un judío berlinés.

El caso fue que a consciencia -o a pretexto- de la Kristallnacht las relaciones angloalemanas empeoraron ostensiblemente. El embajador británico en Berlín fue llamado a Londres para "informar sobre los acontecimientos del 8 de noviembre". El presidente Roosevelt por su parte, rompió las relaciones diplomáticas con Alemania el 13 de noviembre Pocos días después. aquél siniestro personaje declaraba, en un discurso radiado a todo el país. que "apenas podía creer que tales cosas" -es decir, apedrear escaparates y quemar unas cuantas sinagogas- "puedan suceder en el siglo XX".
Cosas mas graves estaban sucediendo entonces, en pleno siglo XX, en España, donde tambien se quemaban templos, tambien se apedreaban escaparates e -incidentalmente- un millón de personas perecían. También en Rusia, en pleno siglo XX, el camarada Stalin se libraba a una auténtica cacería humana de la que eran víctimas no sólo muchos rusos decentes, sino hasta la flor y nata de la vieja guardia bolchevique, todo ello aliñado con refinamientos de asiática crueldad.

Todas estas cosas sucedían también en pleno siglo XX, pero ni la Gran Bretaña llamó a Londres a sus embajadores en Madrid y Moscú, para informar sobre los acontecimientos , ni Roosevelt rompió las relaciones con España ni con la U.R.S.S. Para Roosevelt. Churchill y todo clan belicista, evidentemente era mas grave arrasar las tiendas de unos cuantos judíos de Berlín, que asesinar a dos funcionarios alemanes, a unos de miles de españoles o a una cifra indeterminable de rusos.

Cruz gamada y estrella judía: he aquí los dos símbolos que se enfrentan. Los términos del problema eran sencillos. Alemania esquilmada en Versalles sin colonias y con un territorio insuficiente para su población estaba decidida a aumentar espacio vital. No pedía nada ni a Francia, ni a la Gran Bretaña, ni, menos aún, a los Estados Unidos de Roosevelt y su Brains Trust. Pero se disponía a crecer territorialmente a costa de la U.R.SS., a la que se eliminaría como peligro mundial contando, si no con la ayuda de las democracias occidentales si, al menos, con su benévola neutralidad. Una vez eliminado el "portaaviones", checoslovaco, sólo Polonia se interponía entre Hitler y Stalin.
La maniobra concebida inicialmente por aquél, consistente en sortear el obstáculo polaco por Ucrania y los Países Bálticos, fue hecha imposible por Beck, que se negó a continuar la política del viejo Pilsudski, partidario de una alianza de Alemania contra la U.R.S.S. Polonia se convirtió, así en barrera entre los dos colosos y en excusa para lanzar a Occidente a una guerra con Alemania, perjudicial para sus propios intereses.


(1) Los belicistas franceses recordaban que el Mein Kampf contenía diversas alusiones poco amables para Francia. Pero olvidaban que tal obra fue escrita en plena ocupación francesa de Renania. (N. del A.)
(2) Recordemos que Francia ya había suscrito un Pacto de Amistad con la U.R.S.S., en 1934. valedero por diez años, y que Londres y París estaban ligados, asimismo, por un pacto de ayuda mutua. (N. del A.)
(3) G. Champeaux: Ibid. íd.
(4) Es curioso que ese nuevo defensor de la ideología democrática sea, igual que su predecesor Benes. el portavoz de un Estado construido sobre el principio de la opresión de las minorías. Según el periódico londinense Jewish Daily Post, de 28 de julio de 1935: «... El ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, coronel Joseph Beck, es de origen parcialmente judío... Su padre es un judío converso de Galitzia.. (N. del A.)
(5) Paul Rassinier: Les Responsables de la Seconde Guerre Mondiale.
(6) Jacques Rainville: Les conséquences politiques de la Paix.
(7) Friedrich Grimm: Francia y el Corredor Polaco.
(8) Jacques Baioville: Op. cit., pág. 80.
(9) Alcide Ebray: La Paix Malprope págs. 137-138.
(10) Georges Michon: Clemenceau, pág. 234.
(11) La misma mala fe se advierte en los convenios de París a propósito del acceso de la Prusia Oriental al Vístula. Los diques de ese río, que protegen las tierras bajas de Prusia Oriental, habían sido colocados bajo control polaco. Ello equivalía a dejar la seguridad de miles de familias alemanas en manos de un vecino agresivo y rencoroso.En el Tratado de Versalles se había prometido a la Prusia Oriental un acceso al Vístula, pero al llevar a la práctica esa promesa de los Aliados y los polacos parecieron mofarse del pueblo alemán. Ese «acceso al Vístula» se situó cerca del pueblecito de Kurzebrack: se trataba de un caminito de cuatro metros de anchura. Por esos cuatro metros debían circular las mercancías de toda la Prusia Oriental para llegar al Vístula. Ese camino estaba, además, interceptado por una barrera aduanera polaca, que ponía toda clase de obstáculos burocráticos al tráfico. El comercio de la Prusia Oriental bajó, a consecuencia de la incomunicación con el resto de Alemania, provocada por el «Corredor», en un 35 %, y más de la mitad de las industrias de la región debieron cerrar sus puertas. (Vide J. Tourly: Le Conflit de dèmain, París, 1928, págs. 118-119.)
(12) Friedereich Grimm: Op. Cit.
(13) Un primer ministro inglés comunica a la Cámara de loa Comunes que lnglaterra y FRANCIA han dado una garantía a un tercer país, cuando el francés de la calle aún no ha sido informado de nada... ¡Oh, manes de Juana de Arco! (N. del A.)
(14) Según Henry Ford (en The International Jew), todas las grandes agencias de noticias mundiales son judías. (N. del A.)
(15) A. H. M. Ramsay: The Nameless War, pág. 60.
(16) Wladimir díOrmesson: A propros du Corridor de Dantzig.
(17) Report del conde Potocki a su Gobierno, el 16-I-1939. Reproducido en docu-mento l-F-10. febrero 1939, del embajador Lukasiewicz, en París, a su Gobierno.
(18) Report 3/SZ tjn 4, 16-1-1939, despachado por la Embajada polaca en Washington.
(19) Ibid. Id.
(20) Ibid. Íd.
(21) J. von Ribbentrop: Zwischen London und Moskau, págs. 155-156.
(22) Ibid. Íd. págs. 162-163.
(23) El 30 de noviembre de 1938. el ministro de Economía del Reich. Walter Funk sale de Berlín para emprender, viaje sucesivamente a Belgrado, Sofía y Ankara. Yugosla-via, Bulgaria y Turquía concluyen tratados comerciales con el Reich, que se compromete a absorber toda su producción, pagándola a precios superiores a los que pueda ofrecer cualquier concurrente. Un acuerdo similar se concluye con el nuevo estado eslovaco. El ministro inglés Robert Spears Hudson declara la guerra económica a Alemania: «... u os comprometéis a vender vuestros productos a precios razonables (sic) u os aplastaremos con vuestras propias armas». Pero la irritación de la City llegará a su colmo el 10 de diciembre. cuando Berlín firma un acuerdo comercial con México, en virtud del cual, y por el sistema del trueque - tan odiado por la City - Alemania absorberá todo el petróleo mexicano a cambio de maquinaria agrícola y aparatos de irrigación. Así, no sólo Alemania tendrá su petróleo sin necesidad de pasar por la Royal Dutch, sino que la City no percibirá ni un chelín sobre operaciones de crédito, fletes o seguros. Esa ofensa no será perdonada por la plutocracia londinense. (N. del A.)
(24) Benjamin Disraeli: Life of Lord George Bentick, Londres, 1852. pág. 496.
(25) Benjamin Disraeli: Conníngsby. Nueva York. Ed. Century, págs. 231-252.
(28) Efectivamente, al cabo de un mes, el Gobierno de Octavian Goga, en Rumania cayó a causa de una crisis económica causada por el boicot exterior. (N. del A.)
(27) citado por Louis Marschalsko en The World Conquerors pág. 104.
(28) Según el Portland Journal (12-11-1933).
(29) Robert Edward Edmondsson: I Testify.
(30) Arnold S. Leese: «The Jewish war of Survival?»
(31) L.l.C.A.: Ligue International Contre le Racisme et l´Antisemitisme, con sede en París. La mayor parte de sus dirigentes son comunistas, criptocomunistas o socialistas de extrema izquierda. (N. del A.)
(32) El Congreso Judío Americano y el Congreso Mundial Judío que se adhirió, decían representar, juntos, a siete millones de israelitas diseminados en treinta y tres países. (Nota del Autor.)
(33) Pavés de París, 3-11-1939,
(34 Le Porc Epic, 3-Xll-1938. Citado por Henry Coston en Les Financiers qui menent le monde.
(35) Henry Coston: Op. cit.
(36) Chaim Weizzmann famoso sionista que sería el primer presidente del Estado de Israel, declaró, en nombre del Pueblo judío, la guerra a Alemania. (Robert H. Ket-tels: Révision... des Idées. Souvenits. pág. 69.)
(37) Toronto Evening Telegram, 26-11-1940.
(38) Stephen Wise: Defense for América, Nueva York 1940, pág. 135.
(39) Subrayado por el autor. Jewish Chronicle, 22-1-1943.
(40) Padre del futuro presidente.
(41)Henry Coston: La haute banque et les trusts.
(42) Robert Edward Edmmondsson: I Testify.
(43) Según A. N. Field en All these things.
(44) Hall estaba casado con la hermana del millonario judío Julius Witz. (N. del A.)
(45) John C. Sherwood: Roosevelt & Hopkins.
(46) Ibid. Id. Op. cit.
(47) National Press Bdg., 21-XII-1935.
(48) Rexford Tugwell había escrito diversos libros filocomunistas y era miembro in-fluyente del A.C.L.U. (American Civil Liberties Union), entidad especializada en la protección legal de los bolcheviques americanos. (N. del A.)
(49) John C. Sherwood: Roosevelt & Hopkíns.
(50) Louis Marschalsko: World Conquerors.
(51) Leonard Young: Deadlier than the H Bomb.
(52) Arnold Leese: The Jewish War of Survival, pág. 92.
(53) Henry Coston: Les Financiera qui ménent le monde.
(54) «Nationalist News», Dublín, enero 1965.
(55) Israel Mosca Sieff era el fundador y «alma mater» del P.E.P. (Political aid Eco-nomical Planning), entidad cuyo objetivo era la creación de un racket gigantesco de monopolios y trusts que, bajo la egida de la «planificación», ahoguen toda iniciativa - y toda propiedad privada. A. N. Field ha definido el P.E.P. como «la implantación del bolchevismo desde arriba». (N. del A.)
(56) Henry Castan: Les financien qui ménent le monde, págs. 292-293.
(57 Gitshelher Wirsing escribió que «los banqueros son las verdaderas dueños y gobernantes del Imperio británico». (Vide Cien Familias dominan el Imperio.) Las grandes dinastías políticas de los Dominios estaban igualmente Infeudadas al gran capital. (N. del A.)
(58) Barry Domvile: From Admiral to Cabin Boy. Londres, 1948, pág. 39.
(59) Oswald Pirow: Was the Second World War Unavoidable?
(60) Izvestia, 24-1-1934.
(61) Theodor Herzl: A Jewish State, pág. 4.
(62) Desde la "Sicut Judaeis non esset licentia", de Honorio III (I-XI-1217) hasta la «Beatus Andreu», de Benedicto XIV (22-11-1755). Los Soberanos Pontífices que dic-taron bulas relativas al judaísmo fueron: Honorio III, Gregorio IX, Inocencio IV, Clemente IV, Gregorio X, Nicolás III, Nicolás IV. Juan XXII, Urbano V. Martín V, Euge-nio IV, Calixto III, Pablo III, Julio III, Pablo IV, Pío V, Gregorio XIII, Sixto V, Cle-mente VIII, Pablo V, Urbano VIII, Alejandro VII, Alejandro VIII, Inocencio XII. Cle-mente XI, Inocencio XIII. Benedicto XIII y Benedicto XIV.
(63) Honorio III: «Ad nostram noveritis audientiam», 29-IV-1291. Martín V: «Sedaes Apostólica», 3-VI-1425.
(64) Eugenio IV: «Dudum ad noatram audientiam», 8-VIII-I442. Calixto III: «Si ad reprimendos», 28-V-1456.
(66) Pablo IV: «Cum nimis absurdum». Pío V: «Cum nos nuper», 19-1-1567.
(65) Paulo IV: «Cum nimis absurdum. 8-VIII-1555. Calixto III». Si ad reprimendos 28-V-1456,
(67) Clemente VIII: «Cum saepe accidere», 28-11-1592.
(68) Pío V: «Hebraeorum Gens», 26-11-1569. Clemente VIII: «Caece et obdurata», 25-11-1593.
(69) Por ejemplo, la tan criticada medida hitleriana prohibiendo a los no judíos de servir como domésticos a los judíos tuvo su precedente en la Encíclica «Impia Judaeorum Perfidia», del Papa Inocencio IV (9-V-1244). Diversos Papas recordaron a los cristianos tal prohibición, Eugenio IV con especial severidad. («Dudum ad nostram audientiam», 8-VIII-1442). (N. del A).
(70) Nos estamos refiriendo, ahora, a las medidas tomadas en tiempos de paz, entre 1933 y 1939. Una vez en marcha la guerra empezaron las deportaciones, campos de concentración, etc. De todo ello, así como de la fábula de los «seis millones de gaseados» hablamos en el capitulo VIII. (N. del A.)
(71) Según K. Hierl (In Dienst für Deutschland, pag. 138), los excesos de la Kristallnacht indignaron profundamente al Führer que dijo abruptamente a Goebbels: "Con esta necedad, con esta inútil violencia, habéis estropeado un trabajo de muchos años".
(72)Por los abusos cometidos contra los italianos de Lyon y Marsella, después de que un italiano, Casserio, asesinara al presidente Carnot, en 1905. (N. del A.)


CAPITULO V. EL SUICIDIO EUROPEO.
Montag, 1. Oktober 2007

Estoy seguro de que existe cierta escondida presión detrás de todas los problemas de Europa, Asia y América.
Mariscal Smuts(citado por J. Creagh-Scott en Hidden Government, pág. 9).

Desde finales de 1938 el Kremlin inicia un cambio en su política exterior, hasta entonces incondicionalmente hostil a la Alemania nacionalsocialista. En enero de 1939 el cambio aparecerá aún más evidente. El embajador soviético en Berlín, Merekaloff - un ruso que ha sustituido muy oportunamente al judío Suritz - propone a Von Ribbentrop la apertura de relaciones comerciales, pero éste se niega en redondo a discutir, siquiera. el asunto.
Seeds, el embajador británico en Moscú, propone a Molotoff la conclusión de un pacto anglosoviético de ayuda mutua. En el Kremlin acogen esta propuesta con frialdad; no entra en sus cálculos «sacarles las castañas del fuego a los capitalistas occidentales, molestos por la competencia comercial alemana» según declara, sin eufemismos, Stalin. En cambio, "la Unión Soviética no considera las diferencias ideológicas con Alemania como un obstáculo insalvable para una mejor cooperación política entre ambos países", según manifiesta Merekaloff en Berlín. Durante seis largos meses, las insinuaciones de Moscú a Berlín se multiplicarán. En un discurso pronunciado el 10 de marzo ante el Comité Central del Partido, Stalin lanza sus filípicas de rigor contra los capitalistas de Occidente pero, por primera vez en seis años, se abstiene de atacar al nacionalsocialismo y al fascismo. Pero en Berlín no se dan por aludidos. Antes al contrario, en un violento discurso antibolchevique, Hitler manifiesta que el comunismo no es más que un grosero disfraz del judaísmo, enumerando diversos altos personajes soviéticos pertenecientes a la raza judía.
Después del discurso de Hitler (28 de abril de 1939 una serie de sorprendentes cambios tienen lugar en las altas esferas gubernamentales soviéticas. Stalin y su ministro del Interior, Beria, un criptojudío al que se tiene en Europa por georgiano, colocan a todos los trotskystas el sambenito de cosmopolitas y lo traducen, sotto voce, por sionistas. Litvinoff, el polifacético hebreo, es sustituido por un ruso de pura raza -y hasta de sangre azul- como Molotoff. Se le da, al "presidente" Vorochiloff una inusitada beligerancia y se recalca cuidadosamente su origen eslavo. Sven Hedin dice que «la Rusia soviética mostró una nueva faz a la Alemania hitleriana; una faz de trazos fríos, estoicos, eslavos o asiáticos, pero sin un sólo rasgo semítico. El mayor error cometido por los líderes del nacionalsocialismo fue creer que ese cambio era auténtico» (1).


En mayo de 1939, el embajador alemán en Berlín, conde Von der Schulenburg visita a Molotoff para aceptar la propuesta de éste relativa al establecimiento de relaciones comerciales entre Alemania y la U.R.S.S. Molotov pone como condición que previamente se pongan las bases políticas «necesarias para la reanudación de conversaciones comerciales». En la Wilhelmstrasse no aceptan esa sugerencia soviética.

Entre tanto, en Londres intentan, a todo trance, llegar a un acuerdo político con la U.R.S.S. Sir Archibald Sinclair, líder del Partido liberal, declara en la Cámara de los Comunes que «Inglaterra no puede ganar una eventual guerra contra Alemania sin la cooperación soviética». Eden y Attlee, líder de los laboristas, abundan en la misma tesis. En cuanto a Churchill que sólo unos años atrás, era ferviente anticomunista, manifiesta, sin ambages, que "no sólo debemos llegar a una colaboración estrecha con Rusia, sino que los otros Estados del Báltico, Letonia, Lituania, Estonia y Finlandia, deben unirse al pacto. No existen otros medios para mantener el frente oriental contra Alemania que la colaboración activa de la Rusia soviética" (2).

El propio Churchill, punta de lanza del clan belicista inglés, creía que «... la trágica resolución del caso checoslovaco nos demostraba que era preciso buscar una alianza con la Unión Soviética» (3). Esa alianza se buscó, pero Moscú no quiso saber nada de pactos con las democracias occidentales, entonces. La negativa del Kremlin se hizo en la forma de unas peticiones tan desorbitadas que ningún Gobierno inglés pudiera aceptarlas sin quedar vitaliciamente desconsiderado a los ojos de la opinión pública. Así, Stalin exigió, como condición previa para la firma del proyectado pacto anglosoviético, el que se permitiera a la Unión Soviética ocupar Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Besarabia, Bukovina, los Dardanelos y, además, una expansión colonial en el Extremo Oriente.

Insólitamente, los Partidos laborista y liberal presionaron al Gobierno para que éste aceptara las desorbitadas pretensiones soviéticas. Por otra parte, no hay que olvidar que Francia tenía en vigor una alianza con Polonia a su vez aliada de la U.R.S.S.; que la misma Francia estaba aliada, desde 1934, con la U.R.S.S., y que Inglaterra estaba a su vez firmemente ligada con Francia y Polonia.
«Simultáneamente, el Kremlin tendía la mano hacia Berlín. Los historiadores antinazis Hinsley y Bullitt -éste último, además, diplomático de primera fila y miembro del Brains Trust de Roosevelt- concuerdan en afirmar que las negociaciones germanosoviéticas empezaron a iniciativa de Moscú y que, si sólo de Hitler hubiera dependido, las negociaciones hubieran terminado en un fracaso total» (4).
De hecho, en la circunstancia dada, lo único que podía hacer Hitler para evitar el cerco completo de Alemania era volverse hacia Rusia. A pesar de las profundas diferencias de orden ideológico existentes entre ambos países. No tenía otra solución. La tortuosa política del eje Londres-Washington-París no le dejaba otra salida. En realidad, el pacto germano-soviético firmado por Von Ribbentrop y Molotoff, en presencia de Stalin, el 23 de agosto de 1939, hubiera representado, de haberse tratado la U.R.S.S. de un Estado soberano y «normal», una magnífica ocasión para evitar un conflicto generalizado. Con aquel pacto de no-agresión entre Alemania y la U.R.S.S., Hitler intentaba demostrar a las democracias occidentales que si Stalin había firmado alianzas y pactos con Francia, Polonia, Checoslovaquia, Lituania y la Austria de Dollfuss, y tratados comerciales y de amistad con los Estados Unidos y se disponía a dejarse querer por los británicos, de la misma manera era capaz de firmar un pacto con Alemania, o sea que los pactos y tratados firmados por el ex seminarista georgiano eran papeles mojados. Podrá objetarse que el pacto firmado por Ribbentrop con Molotoff fue, igualmente, un papel mojado (5); esto es, con ciertos matices a considerar más tarde, incuestionablemente cierto. Puede acusarse a Hitler de haber sido desleal con Stalin, y a éste de haberlo sido con aquél.
En cambio, las democracias occidentales fueron siempre extremamente leales con el comunismo soviético. Pero dudamos de que los ochocientos millones de esclavos ganados por el marxismo gracias a esa lealtad democrática la aprecien mucho.
Es evidente que las democracias occidentales buscaban el cerco político, diplomático y militar de Alemania, restableciendo la situación prebélica de 1914. Como también es evidente, y nadie ha podido jamás negarlo, que lo que Hitler buscaba era enfrentarse con la U.R.S.S. Pero, naturalmente, enfrentarse con ella a solas. Cuando Hitler y sus ministros se apercibieron de que Londres y París, empujados por Washington, convirtiendo Dantzig en un "casus belli", ponían la barrera polaca entre Alemania y la U.R.S.S., quisieron romper la maniobra de cerco con aquella medida transitoria - ¡y bien demostraron los hechos posteriores cuán transitoria era! - de firmar un pacto con Stalin, anticipándose a los anglofranceses, iniciadores, antes que nadie, de la «carrera hacia el Kremlin».

La idea de Hitler era políticamente correcta. Francia e Inglaterra, con la ayuda activa de sus satélites europeos y la «no beligerante de sus instigadores estadounidenses eran incapaces de batir a la Wehrmacht. Esto sería cumplidamente demostrado por los hechos. Por lo tanto, rompiendo, mediante el Pacto Ribbentrop-Molotoff el cerco militar y diplomático de Alemania, Hitler esperaba ganar tiempo, forzar una decisión favorable a propósito de Dantzig y el «Corredor» y unir, así, las dos porciones de Alemania separadas por el Tratado de Versalles. Entonces llegaría el momento de continuar la política hitleriana de la «Drang nach Osten».

Teóricamente, el pacto germanosoviético debía obligar a los anglofranceses a levantar la barrera erigida en Dantzig.
Pero todo ello -lógicamente correcto- resultó, en la práctica, un monumental error político; el más grande y definitivo de los errores políticos nazis. A él fueron inducidos Hitler y Ribbentrop, más que por la sagacidad de Stalin y Molotoff, por la secular pericia de la camarilla que, detrás de los señores del Kremlin, movía los hilos. Hitler esperaba que, al encontrarse sin la esperada ayuda del aliado soviético -no olvidemos que la U.R.S.S. tenía un pacto con Francia y otro con Polonia- franceses e ingleses se abstendrían de intervenir en Dantzig. Pero ni la U.R.S.S. era un Estado soberano y «normal» que pudiera tener en cuenta los imperativos de las constantes nacionales o del viejo imperialismo zarista «ruso», ni las viejas democracias occidentales eran otra cosa que imperios caducos manejados por los intereses cosmopolitas de Wall Street y de la City.

Ni el mismo Hitler podía sospechar(¿'?) que las fuerzas combinadas de la alta finanza y del judaísmo, aliadas circunstancialmente a los pequeños intereses de los no menos pequeños «patriotismos, inglés, francés y polaco, tendrían tanta fuerza como para obligar a los Gobiernos de Londres y París a lanzarse a una guerra tan impopular como innecesaria, para desviar, sabiéndolo o no, el rayo de la guerra alemán y atraérselo sobre sí mismos.


Los espectaculares cambios y reajustes realizados por el bolchevismo y la súbita ascensión táctica de ciertos rusos y ucranianos de raza eslava a puestos de mando y responsabilidad hicieron creer a la Wilhelmstrasse que un cambio profundo se había operado en las altas esferas moscovitas. Pero todo había sido una hábil maniobra y nada más. Según William C. Bullit «desde 1934, Roosevelt fue informado de que Stalin deseaba concertar un pacto con el dictador nazi, y de que Hitler podía tener un pacto con Stalin cuando lo deseara. Roosevelt fue informado con precisión, día tras día, paso a paso, de las negociaciones secretas entre Alemania y la U.R.S.S. en la primavera de 1939... En verdad, nuestra información sobre las relaciones entre Hitler y Stalin era tan excelente, que habíamos notificado al Kremlin que esperase un ataque alemán a principios del verano de 1941, y habíamos comunicado a Stalin los puntos principales del plan estratégico de Hitler, (6). A Stalin le quedaban, pues, dos años de tiempo para prepararse; y para contribuir a desviar el golpe alemán, obligar a la Wehrmacht a enzarzarse en una lucha con Occidente e impedir un choque prematuro entre Alemania y la U.R.S.S., se planteó el pacto contra Natura, firmado el 23 de agosto de 1939 en Moscú.

En dicho pacto se estatuía el mantenimiento del statu quo ante en el Este de Europa. Es absolutamente falso que Alemania y la U.R.S.S. pactaran para repartirse Polonia. El reparto de Polonia resultó del pacto Molotoff-Ribbentrop. Es cierto que, implícitamente, Alemania reconocía ciertos territorios como «zonas de influencia» (7) soviéticas y que, en caso de que la U.R.S.S. decidiera apoderarse de la Galitzia o de otros territorios arrebatados a Rusia en Versalles, en beneficio de Polonia, Berlín aceptaría el «fait accompli». Tal vez esto no sea muy agradable para un patriota polaco, pero, objetivamente, cabe preguntarse por qué razón iba Alemania a arriesgarse a una guerra prematura contra el Kremlin por salir en defensa de los polacos que, aparte de tener, también, su pacto con la URSS, habían estado durante largos años, haciendo la vida imposible a sus minorías germánicas, y se negaban a toda concesión en el caso de Dantzig y el "Corredor".

La U.R.S.S. violaría, un año más tarde, su pacto con Alemania, al ocupar, los días 3, 5 y 6 de agosto de 1940, los Estados bálticos -Letonia, Estonia y Lituania- e incorporarlos como «repúblicas autónomas». Esto era contrario a los acuerdos Molotoff-Ribbentrop, según los cuales Alemania y la U.R.S.S. se comprometían a respetar la estructura interna de aquéllos Estados. Poco más tarde, los rusos invadían Besarabia y Bukovina, y casi simultáneamente, atacaban a Finlandia, todo lo cual incumplía nuevamente el Pacto de Moscú. Hasta que un día, en plena guerra, el 10 de noviembre de 1940, Molotoff se presentaba en Berlín con una serie de demandas exorbitantes: manos libres en Finlandia, ocupación de los Dardanelos, y expansión colonial en Asia. Alemania se daba ahora de bruces con la realidad de un bolchevismo afincando en la U.R.S.S., que se presentaba amenazador cuando la Wehrmacht debía enfrentarse a los Ejércitos francés e inglés y a sus numerosos satélites continentales.

El pacto germanosoviético -única solución diplomática dejada a Hitler, jugada forzada en el tablero europeo en la situación dada - fue, a la postre, fatal para Berlín.
Es cierto que le permitió ganar algún tiempo -y, aún, bastante menos del necesario y esperado - pero no es menos cierto que puso en manos de Stalin la posibilidad de escoger el momento de la ruptura de hostilidades y permitió la realización, ya forzosa, de la alianza anglofrancosoviética.

LA MISIÓN DE DOUMENC
Dos días antes de la conclusión del pacto germanosoviético, el 21 de agosto de 1939, el encargado militar de la Embajada de Francia en Moscú, general Doumenc, recibió la orden de firmar un acuerdo militar con la U.RS.S., según el cual los soviéticos ocuparían Rumania y Polonia -la «amada» Polonia de las democracias- tras permanecer neutrales en la futura lucha entre alemanes y anglofranceses, durante algún tiempo. Paralelo al pacto «público» entre Berlín y Moscú, existía otro secreto -y escrupulosamente cumplido por ambas partes- entre Moscú, Londres y París (8). La doble maniobra no fue totalmente coronada por el éxito por haberse anticipado Hitler al proyectado ataque de Stalin.


INTERVENCIÓN DIPLOMÁTICA DE ROOSEVELT
Chamberlain había conseguido mantener al presidente Roosevelt alejado de los problemas europeos. En vísperas de los acuerdos de Munich, aún intentó Roosevelt proponer su mediación, que fue rechazada.
Pero a medida que perdía firmeza la posición de Chamberlain al frente del Gobierno británico y, paralelamente, la iban ganando sus oponentes Churchill, Eden, Halifax y Vansittart, lograba Roosevelt intervenir con mayor frecuencia en los asuntos de Europa.


En plena discusión germanopolaca, el presidente norteamericano tomó la iniciativa de dirigir una insólita carta a Hitler y a Mussolini, en la que, tras constatar «ciertos rumores que esperamos sean infundados, según los cuales nuevas agresiones se preparan contra otras naciones independientes», preguntaba sin ambages a ambos estadistas: «¿Están ustedes dispuestos a prometerme que sus ejércitos no atacarán los territorios ni las posesiones de las naciones mencionadas?» A continuación, citaba una lista de treinta y un países y terminaba expresando la esperanza de que el cumplimiento de tal promesa pudiera asegurar, al menos, medio siglo de paz, afirmando que «los Estados Unidos, en ese caso, estarían dispuestos a participar en negociaciones tendentes a aliviar al mundo de la pesada carga de los armamentos».

Como hace notar monseñor Giovanetti (9), al dirigirse únicamente a las potencias del Eje, el presidente Roosevelt parecía querer colocarlas a priori en el banquillo de los acusados. Esa desgraciada carta, más que una torpeza y una violación de los usos diplomáticos, era una grosería y una provocación.
Mussolini se encontraba en plena conferencia con Goering y Ciano en Roma cuando le entregaron esa carta, y fue entonces cuando pronunció su célebre diagnóstico: «Efectos de la parálisis progresiva...», haciéndole eco Goering: «Principios de enfermedad mental» (10).

La reacción de Hitler fue inmediata. Ordenó a Von Ribbentrop que sus servicios hicieran las siguientes preguntas a los países citados por Roosevelt:
1. ¿Tenían la impresión de que Alemania les amenazaba?
2. ¿Habían pedido a Roosevelt que les sirviera de portavoz? (Naturalmente, esa consulta no fue hecha a Polonia, Francia y Gran Bretaña, que se encontraban en pleno forcejeo con el Reich a propósito de Dantzig.)
Los 28 países consultados respondieron con una doble negativa. Hitler dio lectura, una a una, a las respuestas de los Estados consultados, es decir, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Noruega, Suiza, Letonia, Estonia, Lituania, Rumania Bulgaria, Hungría, Yugoslavia, Turquía, Portugal, Irlanda, Irán, Liberia, Ecuador, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú, Panamá, Guatemala Venezuela, Uruguay y Cuba.

Fue un discurso de una rara elocuencia interrumpido con frecuencia por torrentes de aplausos y por las carcajadas de los asistentes. Hitler afirmó:
«Declaró solemnemente que las alegaciones sobre un ataque de Alemania contra territorios americanos no son más que imposturas y groseras mentiras, sin contar con que tales alegaciones no pueden salir más que de la imaginación de un loco.»

¡BROMBERG!
Después de la firma del pacto germanosoviético, los acontecimientos se precipitan dramáticamente. El 25 de agosto, Hitler se entrevista con Henderson, embajador británico, y le manifiesta estar resuelto a llegar a una solución que ponga fin a las diferencias con Polonia. El Führer propone una alianza germanobritánica "que no sólo garantice, por parte alemana, la existencia del imperio colonial británico, sino que también si necesario, ofrezca al imperio británico la ayuda del Reich". Hitler reitera, por enésima vez, que no tiene ninguna reclamación que hacerle a Inglaterra ni a ningún otro país occidental.
Mientras Henderson se desplaza en avión a Londres para discutir con Chamberlain y Halifax el ofrecimiento de Hitler, éste se entrevista con el embajador sueco, Birger Dahlerus, que se ha ofrecido a actuar como mediador. El Führer propone que el caso de Dantzig y el "Corredor" se solucione mediante negociaciones directas entre Berlín y Varsovia.

Dahlerus dice (14) que, el 27 de agosto, es recibido en Downing Street por Chamberlain, Lord Halifax y Sir Alexander Cadogan, secretario del Foreign Office; en el curso de la conversación se da cuenta de que Henderson, la víspera, no ha transmitido íntegramente las propuestas de Hitler a Chamberlain (15). Los ingleses, evidentemente, hacen más caso a Henderson que a Dahlerus, pero todavía Chamberlain ve una posibilidad de salvar la paz y comunica al intermediario sueco que sugiera al Führer trate de entenderse directamente con Varsovia.

A pesar de que las negociaciones germanopolacas quedaron interrumpidas a mediados de julio por la movilización general del Ejército polaco; de que todas las propuestas alemanas de arreglo habían sido desoídas; y, sobre todo, a pesar de las violencias sufridas por las minorías germánicas en Polonia que alcanzaron su punto culminante con las masacres del 21 de agosto (16), Alemania se mostraba dispuesta a iniciar nuevas conversaciones con Polonia, bajo arbitraje británico, y proponía oficialmente a Varsovia de enviar un plenipotenciario polaco calificado para negociar. Se emplazaba al representante polaco para presentarse en Berlín el miércoles, 30 de agosto de 1939.

Varsovia da, al principio, su consentimiento. Lipsky, el embajador polaco en Berlín, vuela a Varsovia para recibir instrucciones, y presentarse, con plenos poderes para negociar, el 30 de agosto, a las 4.30 de la tarde, en la Wilhelmstrasse. Pero, al día siguiente, nuevo cambio de decoración. Beck y Rydz-Smigly manifiestan que "Polonia no tiene nada que discutir con Alemania".
A las 16.30 del 30 de agosto, en vez del esperado negociador polaco, llegó la noticia de que el Ejército polaco tomaba posiciones junto a la frontera occidental del país. Media hora más tarde, llegaba otra noticia insólita: Inglaterra se retractaba de su ofrecimiento de mediadora pero confirmaba, oficialmente, su "garantía" a Polonia. Chamberlain había sido definitivamente barrido por Halifax y el clan de Churchill, Eden y Vansittart.
En estos momentos en que la situación ha llegado a su momento más critico, surge el incidente de Bromberg, matanza salvaje, de indefensos civiles que hará ya imposible, entre Alemania y Polonia, todo entendimiento pacifico.
La encuesta de la Cruz Roja Internacional, el Libro Blanco publicado por el Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich y las revelaciones de la Prensa internacional, hablan de mujeres con los pechos seccionados, ancianos castrados, criaturas de cinco y seis años de edad empaladas, públicas violaciones de muchachas. Más de diez mil inocentes sacrificados por la chusma -seis mil quinientos, según la encuesta de la Cruz Roja-; se trataba de alemanes residentes en la Polonia inventada en Versalles. Un político neutral tan objetivo como Dahlerus, al que ni con la más desenfrenada fantasía podrá calificarse de nazi, había aconsejado a Varsovia que pusiera coto a las campañas tendenciosas de Prensa y Radio, que impidiera a sus turbas incontroladas que cometieran más actos de violencia contra los alemanes de Polonia y que no tratara de interceptar por la fuerza la huida de los fugitivos (17). Los políticos de Varsovia, creyéndose invencibles con la «garantía» francobritánica, las promesas de ayuda de Roosevelt y su «pacto de amistad y no-agresión» con la U.R.S.S., habían cometido un típico acto de provocación (18). Ya no se trataba del «Corredor»; un abismo insondable se había abierto entre Polonia y Alemania.

Difícil es saber quién fue el instigador del populacho polaco, autor de aquél espantoso crimen colectivo. ¿El propio Gobierno de Beck, creyéndose que con las garantías de Occidente y la «amistad» de la U.R.S.S., la victoria polaca sobre Alemania llegaría tan segura como rápidamente? ¿La influencia judía, tan fuerte en Polonia? ¿El Intelligence Service, viejo especialista en esa clase de menesteres? ¿El Partido comunista polaco? O, tal vez, ¿todos, consciente o inconscientemente, a la vez? Poder responder a esa pregunta sería vital para establecer una buena parte de la responsabilidad en el estallido de la Segunda Guerra Mundial.


UNA ULTIMA PROPOSICIÓN DE BERLIN
El 30 de agosto, en vista de la incomparecencia del representante polaco, Hitler hace una última proposición a Varsovia, Londres y París, consistente en la celebración de un plebiscito en Dantzig, en el plazo de un año y bajo control internacional. En caso de victoria electoral alemana, Dantzig será devuelto al Reich aunque, en todo caso, Polonia conservará el puerto de Gdynia y se le autorizará a construir una carretera y una vía férrea extraterritorial a través de la Prusia Occidental hasta aquél puerto. En el caso de resultar el plebiscito en favor de Polonia, Alemania reconocerá como definitivas sus fronteras con ese Estado, si bien será autorizada a construir una vía de comunicación extraterritorial hasta la Prusia Oriental. Estas proposiciones debían haber sido notificadas oficialmente al plenipotenciario polaco citado para ese mismo día, y que no se presentó. Jurídicamente, son inatacables. El carácter alemán de Dantzig es unánimemente reconocido, incluso por los polacos, y es perfectamente absurdo que los campeones de la democracia se nieguen a aceptar unas propuestas que, al fin y al cabo, se basan en el derecho de autodeterminación de los pueblos. Políticamente, son realistas, e, incluso, generosas, y, en cualquier caso, no lesionan para nada el pacto germanopolaco de 1934, según el cual se reconocería el statu quo ante de las fronteras entre ambos países durante diez años.

En efecto, el Reich no le pide a Polonia la cesión de un sólo metro cuadrado de territorio polaco; únicamente pretende que se le permita la construcción de un ferrocarril y una autorruta extraterritorial y aún ello condicionado a la aprobación, por plebiscito democrático, de las poblaciones de las regiones interesadas. En cuanto a la posesión de la ciudad de Dantzig, preciso es recordar que, oficialmente, tal ciudad y su zona anexa eran «libres» y no dependían, políticamente, de Varsovia.

El embajador inglés, Henderson, que, como mediador parece haber hecho todo lo posible para torpedear las negociaciones aconseja, no obstante, a Lipski, embajador polaco en Berlín, que se presente en la Wilhelmstrasse para ver a Ribbentrop. Es preciso cubrir las apariencias para poder presentarse ante la opinión pública como pulcros gentlemen; el eje democrático Varsovia-Londres-París no debe, jamás, romper las negociaciones. Ahora bien, lo que puede hacer -y hace- es boicotearlas. Así, la tarde del 31 de agosto, Lipski recibe instrucciones de Varsovia para entrevistarse con Von Ribbentrop y discutir, con él, las proposiciones alemanas. Pero el texto de esas instrucciones es captado por los Servidos de Contraespionaje alemanes. Uno de los párrafos dice: «En ningún caso entrará usted en discusiones concretas; si se le hacen proposiciones verbales o por escrito, escúdese en que no posee plenos poderes para aceptar o discutir tales proposiciones».

Ribbentrop, que tiene ya en su poder las instrucciones de Varsovia a Lipski, le recibe con fría cortesía, a las 18.30 horas del día 31 de agosto, deplorando el retraso de su interlocutor (19). A continuación le pregunta si tiene plenos poderes para negociar. Lipski. naturalmente, recita la lección que trae aprendida. Ribbentrop, que sabe que ya nada puede esperarse de Polonia, le comunica que informará al Führer de su visita.
A las 21.30 llegan noticias de nuevos incidentes en Dantzig. Miles de paisanos alemanes cruzan la frontera polaca en dirección al Reich, en la Alta Silesia y Prusia Occidental.

Se recuerda que a las doce de la noche de aquél mismo día vence el plazo del ultimátum alemán a Varsovia para, al menos, iniciar conversaciones tendentes a solucionar el problema del «Corredor». Mussolini ofrece a Alemania, Polonia, Inglaterra y Francia sus servicios como intermediario. Pero ya es demasiado tarde. Ni en Varsovia ni en Berlín quieren saber nada de nuevas negociaciones. A últimas horas de la noche, el Gobierno del Reich informa por radio del curso de los últimos acontecimientos, se recuerda que Alemania ha aceptado la mediación de Inglaterra y Francia. Que la respuesta del Gobierno polaco ha sido la movilización general. Que los malos tratos dados por los polacos a los alemanes del «Corredor», Alta Silesia y Sudaneu, han culminado con el salvaje crimen colectivo de Bromberg, y que, en tales circunstancias, el Gobierno del Reich se ve obligado a reconocer el fracaso de todos sus esfuerzos para llegar a una solución amistosa de la situación, que todos -incluso en Varsovia - reconocen es insostenible. Y se concluye recordando, por última vez, a los gobernantes de Varsovia que aún tienen tiempo, hasta las doce de la noche de evitar lo peor.
 
¿Alguno de los tarados conspiracionistas que por aquí pululan y defecan sus ideas puede explicar como fue posible que un partido antisemita y anticapitalista como el NSDAP no fuera aplastado tras el Pustch de 1923, y la pena de cárcel de su líder de varios años fuera conmutada a unos meses, si el mundo estaba gobernado y dirigido en las sombras por sionistas y élites financieras apátridas?
 
Aquí la opinión de David Duke sobre la revolución egipcia, se parece más a la opinión de Arisgo que a la mía, por algo será.

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Y aquí un art culo sobre las implicaciones de la CIA en Libia, no demasiado profundo, pero suficientemente conspiranoico.

Kadafi abortó el golpe de la CIA y ahora sufre un aislamiento internacional

Este artículo es bastante interesante y esquematiza bastante bien la situación de Bahrein:

LO DE BAHREIN - Mundo - 25 de febrero de 2011

Una visión bastante realista de la actualidad egipcia, por adrian salbuchi:
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Y aquí el video estrella de este mensaje del que extraeré mi próxima firma:
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en fin, lee, lee:

Montag, 1. Oktober 2007
CAPITULO IV. LA BARRERA POLACA.
"La mayoría de los ingleses no se dan cuenta de que, habiendo hecho su trabajo para el círculo gobernante judío, deben ahora desaparecer como poder mundial". General Luddendorff: The Coming War.

El Pacto de Munich era, en cierto modo, la prolongación del Tratado de Locarno, y tenía por principio fundamental el revisionismo y por método la colaboración organizada y permanente de las cuatro grandes potencias europeas: Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania. Deliberadamente, se dejaba al margen de los asuntos europeos a la U.R.S.S. y se sustraían las decisiones y los movimientos de las grandes potencias responsables a las peligrosas presiones de los pequeños intereses irresponsables. Munich consagraba, de hecho, la división del mundo en zonas de influencia, con su centro geopolítico en Europa. Reconocía, también, la legitimidad de la expansión alemana hacia el Este y el Sudeste de Europa; expansión marcada por la Naturaleza: el Danubio corre en dirección Oeste-Este. El III Reich emprendía el camino tomado cinco siglos atrás por los caballeros teutónicos de la Orden Hanseática; dos siglos atrás por los Habsburgos austríacos y treinta años antes por el káiser Guillermo II.

Ya en Locarno, el canciller Stressemann, que había aceptado como definitivas las fronteras Occidentales del Reich, rehusaba hacer lo mismo con las Orientales. En "Mein Kampf", Hitler hablaba de detener, definitivamente, la marcha de los germanos hacia Occidente, para dirigirse hacia el Oriente, hacia la Rusia soviética y los pueblos colocados bajo su dependencia. Alemania buscaría su espacio vital en el Este, engrandeciendo a Europa, y liquidando la amenaza bolchevique. Éste era el espíritu de Munich, que sólo beneficios podía reportar a los pueblos europeos, incluyendo a Inglaterra y a la propia Rusia, que sería liberada de la tiranía soviética y volvería a formar parte del concierto de los países libres.

Los acuerdos de Munich, fueron, pues, algo infinitamente más importante que la solución del problema de las minorías nacionales en Checoslovaquia. Significaba la ruptura de los Cuatro Grandes del Continente con la URSS y por consiguiente, la desaprobación del pacto francosoviético. Europa, para los europeos, y el bolchevismo en cuarentena.

Ilya Ehrenbourg acusó, en un violento editorial de la Pravda, a «ciertos miembros del Gabinete inglés, incluyendo a su presidente, Chamberlain de haber dado carta blanca a Alemania para que atacara a la U.R.S.S.

EL PARTIDO DE LA GUERRA
Pero las fuerzas que, desde Occidente, habían contribuido a instaurar el bolchevismo en Rusia no podían permitir que los acuerdos de Munich y, sobre todo, su espíritu, prevalecieran. En Inglaterra, una importante fracción del Partido conservador, encabezada por Churchill, secundado a su vez por Eden, Halifax, Lord Vansittart, Duff Cooper y Hore Belisha, más el pleno de los Partidos laborista y liberal; todos los Partidos de extrema izquierda, la mayoría de los socialistas, y una buena parte de los «chauvins» girondinos y de la extrema derecha de Maurras, convencidos de que la misión histórica de Francia consiste en poner trabas al germanismo; toda la masonería continental y la mayoría de las casas reales, fuertemente infiltradas por la masonería y enlazadas con la familia real británica...

Y, por encima de todas estas fuerzas e influencias, encauzándolas o dirigiéndolas abiertamente en muchos casos, el judaísmo -sionista o no-. Éstos fueron los abanderados del Partido de la guerra, que disponía de formidables recursos financieros y políticos, y estaba respaldado por Wall Street y su «fondé de pouvoirs», Roosevelt.

Ese «Partido de la guerra» consiguió sembrar el nerviosismo y la confusión entre las masas desorientadas agitando ante los ojos de éstas el espantajo de un Hitler traicionero que se preparaba a reconquistar la Alsacia-Lorena (1) y a arrebatarle a Inglaterra su inmenso imperio colonial. Dos días después de firmados los acuerdos de Munich, Duff Cooper, ministro de la Guerra del Gabinete Chamberlain atacaba, violentisimamente, en los Comunes, a su Primer Ministro, acusándole de haber sufrido la mayor derrota diplomática de toda la historia del imperio.

Chamberlain, atacado por toda una ala de su propio Partido, se vio obligado a ceder terreno y a recomendar el rearme intensivo. Poco después, Runciman, el pacifista que acompañó a Chamberlain en Munich, era «dimitido». El Partido de la guerra marcaba punto tras punto, no sólo en Inglaterra, sino también en Francia. Una formidable campaña de Prensa o, más exactamente, de noticias tergiversadas, contribuyó a envenenar el ambiente entre la opinión publica. El conservador The Daily Telegraph, de Londres, que pasa habitualmente por un periódico serio, informó, el 17 de septiembre de 1938 que Hitler financiaba la carrera política de Georges Bonnet, el líder de los "munichois". Tres días después, el Daily Telegraph publicaba una minúscula rectificación en un rincón de la última página, pero el efecto de la calumnia ya se había conseguido. A partir de entonces, todo ministro pacifista será tratado de «agente de Hitler».

El 4 de octubre, Daladier sustituirá a François-Poncet, embajador en Berlín, por Coulondre. Esto es un deliberado bofetón diplomático a Hitler. Coulondre es un marxista público y notorio que, antes de ser enviado al Reich, había sido embajador en Moscú. Su adjunto, Dejean, es un francmasón de alto rango que hará cuanto estará de su mano para envenenar las relaciones francogermanas.
Del otro lado del Canal de la Mancha, el desarrollo de los acontecimientos es singularmente idéntico. Chamberlain, atacado desde todas partes y boicoteado por su propio Partido, si bien defiende en los Comunes no sólo el Pacto de Munich sino también su espíritu, por otra parte ha proclamado la necesidad de acelerar la cadencia del rearme. La respuesta de Hitler llega casi de inmediato. En un discurso pronunciado en Saarbrucken, manifiesta que si hombres como Churchill, Eden, o los judíos Cooper y Belisha suceden en el poder a Chamberlain, «una nueva guerra mundial puede venir en cualquier momento». Y añade:
«Nosotros queremos la paz. Estamos prestos a mejorar nuestras relaciones con Inglaterra pero sería conveniente que Inglaterra abandone ciertas actitudes del pasado. Alemania no necesita una institutriz inglesa.»

El Führer afirma, así, netamente, su intención de «arreglar los problemas del Este de Europa», o, mas concretamente, de llegar a su ansiado choque con la U.R.S.S., y que, en tal circunstancia, Inglaterra no tiene ninguna razón de intervenir. Quince días después de firmado el Pacto de Munich, su espíritu había muerto. El Partido de la guerra había conseguido hacer aceptar la tesis de que para Occidente era imprescindible exterminar a la Alemania Nacionalsocialista, y que dejarle manos libres para que atacara a la U.R.S.S. era contrario a los intereses europeos. El propósito evidente era colocar a Occidente entre Hitler y Stalin, aún a riesgo de atraer sobre aquél el formidable rayo de la guerra alemán. Francia e Inglaterra, según confiesa el propio Sir Winston Churchill, en sus «Memorias», intentaron, a finales de 1938, concluir una alianza ofensiva-defensiva con la U.R.S.S. (2). Esa tentativa no cristalizó porque desde el mismo Kremlin la torpedearon. En efecto, Stalin presentó unas demandas calculadamente desmesuradas (carta blanca para la anexión de los países bálticos, Finlandia, Besarabia, media Polonia, Irán y control de los estrechos del mar Negro) con la idea de que Londres y París se vieran obligados a rechazarlas. El zar rojo tenía un doble motivo para obrar así:
a) Sabía que el potencial bélico con que contaban, entonces, los anglofranceses. era notoriamente insuficiente para enfrentarse con la Wehrmacht, y le constaba que la moral bélica de las democracias occidentales dejaba mucho que desear.
b) Le constaba que se estaba tramando una conjura para lanzar a Inglaterra, Francia y sus satélites europeos contra Alemania. Una vez mutuamente debilitadas democracias y fascismo, el Ejército rojo intervendría para "restablecer el orden".

En Berlín están al corriente de que desde Londres y París se está resucitando la política del cerco diplomático de Alemania, tal como ocurrió en los años anteriores al estallido de 1914. Hitler hace una nueva tentativa el 24 de noviembre de 1938, fecha de la redacción de un documento por el que Alemania se compromete a «trabajar para el desarrollo de relaciones pacificas con Francia», reconoce, solemnemente, como definitivas las fronteras francoalemanas trazadas en Versalles, y se declara resuelta a «consultar con Francia en el caso de que la evolución de las cuestiones interesando a ambos países amenazaran ser causa de dificultades internacionales». Ese pacto francoalemán había sido ya ideado en Munich, y fue firmado por Ribbentrop y Bonnet el 6 de diciembre en Paris. No era sólo Alemania la que se comprometía a consultar sus diferencias con Francia sino ésta, también, las suyas con Alemania. Tácitamente, pues, a cambio de la renuncia definitiva del Reich a Alsacia-Lorena, Francia daba un paso hacia el abandono de su política con respecto a Alemania desde los tiempos de Richelieu. Tener las espaldas libres para su ataque contra la URSS. Hitler no pedía ni había pedido jamás otra cosa a Francia.

El Pacto de París, que hubiera podido ser el preludio de un franco entendimiento entre los países civilizados y el punto de partida de la exterminación del bolchevismo, fue boicoteado por el cada día más poderoso clan belicista. Al día siguiente de la firma del pacto, y en el mismo momento en que Ribbentrop era agasajado por el «Comité Francia-Alemania», Duff Cooper, del Gabinete británico y germanófobo empedernido, se dirigía, en un banquete dado en su honor en París, a una asistencia entre la que se contaban los principales hombres políticos franceses, que le ovacionaban clamorosamente. Cooper denunció la política de Munich, rindió vibrante homenaje «a la raza que había traído el Cristianismo al Mundo» y calificó de «papelucho sin valor» el pacto firmado la víspera en el Quai d'Orsay. El judío Cooper, después de echarse incienso sobre su propia cabeza con lo de «la raza que trajo el Cristianismo al Mundo», califica un pacto firmado libremente por Francia de «papelucho sin valor», pero en el curso del mismo Parlamento criticará violentamente a Hitler por haber violado el Tratado de Versalles, que Alemania fue forzada a firmar, bajo chantaje. ¡Admirable lógica talmúdica!

Entre tanto, la estrella de Paul Reynaud, el campeón de Moscú y de los grandes trusts sube tanto en Francia como la de Churchill en Inglaterra. El belicismo va viento en popa.

EL CASO DE UCRANIA Y LA «DRANG NACH OSTEN»
Después de Munich, el problema ucraniano se convierte en el problema capital de la política europea. Preciso será, antes de seguir adelante, examinar, someramente al menos, en qué consiste tal problema.
Ucrania es una realidad étnica y nacional: es el país de los rutenos, que hablan el idioma ruteno, llamado también «pequeño ruso». Limita, al Norte, por una línea que va de Brest-Litovsk a Nowo-Khopersk, extendiéndose, por Oriente, desde Nowo-Khopersk a Rostov; por el Sur, sigue las costas del mar de Azov y del mar Negro, hasta llegar al delta del Danubio; al Oeste, sigue una línea que, partiendo del delta del Danubio, sigue el curso del Dniester, cruza los Cárpatos al Sur de Czernovitz y llega a Brest-Litovsk. Es uno de los países más ricos del mundo; no es solamente el granero de Europa; posee también minas de carbón y yacimientos petrolíferos en Galitzia, mineral de hierro en Poltawa, aluminio y manganeso en Yekaterinoslaw y, sobre todo, la inmensa riqueza de la cuenca hullera del Donetz.

Los ucranianos poseen una literatura abundante y una rica música folklórica; su cultura nacional está netamente diferenciada con relación a la rusa. Constituidos como nación independiente desde mediados del siglo IX, los ucranianos fueron, hasta la mitad del siglo XIII el baluarte del Sudeste europeo contra las hordas del Asia. La invasión de Gengis-Khan arrasó el país, pero al cabo de unos cincuenta años los ucranianos recobraron su independencia para convenirse en vasallos, primero del rey de Lituania, y luego del de Polonia, a principios del siglo XV. Una parte de Ucrania, no obstante -la zona oriental que se extendía desde Czernikow hasta Braclaw, con capital en Kiev- había conseguido mantenerse independiente. Esa independencia sería reconocida por el zar Alexis y el rey Juan-Casimiro de Polonia, en 1654. Pero, en 1667, polacos y rusos incumplían su palabra y se repartían ese territorio. Durante un siglo, tres grandes insurrecciones ucranianas -las de Steppa, Pougatchew y Stenka Razine- provocarán otras tantas brutales represiones rusopolacas.
En el siglo XVIII, el primer reparto de Polonia hace pasar la Galitzia (Ucrania Occidental) bajo soberanía austrohúngara. Los repartos segundo y tercero aumentarán el territorio ucraniano sometido a Rusia con las provincias de Polonia y Volynia. Los zares poseen, entonces, más de las tres cuartas partes de Ucrania, de la que desaparece hasta el nombre; para transformarse, por decreto zarista, en "pequeña Rusia".

Durante un siglo y medio, numerosas sublevaciones contra la dominación rusa y polaca estallarán a ambos lados de la frontera. En febrero de 1917, inmediatamente después de la abdicación de Nicolás II los ucranianos reclaman la autonomía -que les garantiza, verbalmente, al menos, la propaganda bolchevique que busca, en aquellos momentos, debilitar al Gobierno provisional de Kerensky- y reúnen en Kiev la Rada, o Asamblea Nacional de Ucrania. El 7 de noviembre, la Rada anuncia la creación de la República de Ucrania, que es inmediatamente reconocida por Inglaterra y Francia, que acreditan sendos embajadores en Kiev, confiando en que los ucranianos combatirán a su lado contra los imperios centrales. Pero el martirizado pueblo ucraniano prefiere conservar su neutralidad, lo que motiva el cese de la ayuda francobritánica. El 9 de febrero de 1918, las tropas rojas se apoderan de Kiev, y cuando todo parece perdido para los nacionalistas ucranianos, la intervención de las tropas alemanas y austrohúngaras estabiliza nuevamente la situación. Por el Tratado de Paz de Brest-Litovsk, la Rusia soviética debe reconocer, bajo presión alemana, la independencia de Ucrania, la cual es inmediatamente reconocida por Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía.

En diciembre de 1918, los rutenos proclaman, en Lwow, la República Occidental de Ucrania, y el 22 de enero de 1919, con la unión de ambas porciones, la Rada proclama en Kiev la unificación nacional ucraniana. El Estado ucraniano, ese sueño de cuarenta y tres millones de personas, se ha convertido en una realidad. Pero poco tiempo durará la independencia ucraniana. Después de la derrota de los imperios centrales, y abandonada por la Entente, será atacada, a la vez, por los rusos blancos de Denikin -cuya estupidez política es proverbial- los rojos de Trotsky y Gamarnik, y los polacos de Pilsudski, que reclaman la Ucrania Occidental. Los anarquistas ucranianos, a las órdenes de Mahkno, combatirán con la misma energía a los rojos, a los blancos, a los nacionalistas ucranianos y a los polacos de Pilsudski. Durante dos años y medio, Ucrania será pasto de unos y otros, mientras la Sociedad de Naciones hará el poco airoso papel de Poncio Pilatos.

He aquí los principales episodios que se irán sucediendo paulatinamente:
a) Conquista de la Galitzia por Polonia, y ejecución de la élite nacional oesteucraniana a manos de los verdugos de Pilsudski.
b) Aplastamiento del Ejército ucraniano de Petliura por los rusos blancos de Denikin, instrumento inconsciente del bolchevismo al que tanto pretendía combatir.
c) Derrota de Denikin y de su sucesor, Wrangel, a manos de los comunistas soviéticos y de los anarquistas de Mahkno.
d) Guerra rusopolaca por la posesión de Ucrania Occidental, finalizada por el Tratado de Riga 18 de mayo de 1921 que consagra el reparto de esos territorios, otorgando la Galitzia a Polonia y el resto de la Ucrania del Oeste a la Rusia soviética.
e) Aplastamiento de las bandas anarquistas de Mahkno por el Ejército rojo.
f) Entrada en vigor de dos cláusulas de los Tratados de Versalles y Saint-Germain, que adjudican la Bukovina a Rumania, y la Rutenia Transcarpática a Checoslovaquia.

El resultado final de todas esas guerras, «tratados» y celestineos es el reparto de Ucrania entre cuatro potencias: la U.R.S.S., que reina despóticamente sobre 35.000000 de ucranianos habitantes de la llamada «pequeña Rusia». Polonia, que se queda con la Galitzia, poblada por 6.500.000 de ucranianos. Rumania, con la Bukovina, cuya población es de 1.300.000 habitantes, y Checoslovaquia, con la Rutenia Transcarpática, poblada por 500.000 ucranianos y 100.000 alemanes, húngaros, eslovacos y polacos.
No puede decirse que el caso ucraniano fuera menospreciado en las discusiones de Versalles y Saint-Germain. Una activa delegación rutena había, incluso, obtenido ciertas no negligibles satisfacciones de principio. Por ejemplo, el Tratado de Saint-Germain estipulaba (articulo 10.º):

«Checoslovaquia se compromete a organizar el territorio de los rutenos al Sur de los Cárpatos en las fronteras fijadas por las potencias aliadas y asociadas, bajo la forma de una unidad autónoma en el interior del Estado de Checoslovaquia.» El mismo Tratado, que atribuía la Bukovina a Rumania, imponía a los gobernantes de Bucarest idénticas obligaciones. Con referencia a Polonia, el Consejo Supremo de la Sociedad de Naciones la autorizaba a ocupar militarmente la Galitzia... «con objeto de garantizar la protección de las personas y los bienes de la población contra los peligros a que les someten las bandas bolcheviques... » La Sociedad de Naciones, además, estipulaba que esa autorización no prejuzgaba en absoluto las decisiones que el Consejo tomaría ulteriormente a propósito de esos territorios. El 27 de septiembre de 1921, la Asamblea de Ginebra votaba la resolución siguiente:
«Polonia es solamente el ocupante militar y provisional de Galitzia, cuya soberanía es reservada a la Entente.»

Si las disposiciones del Tratado de Saint-Germain relativas a Ucrania Occidental hubieran sido respetadas, los ucranianos sometidos al dominio centralista de Varsovia, Praga y Bucarest hubieran conocido una sensible mejora de sus condiciones de vida y de su dignidad nacional. Pero ni Polonia, Checoslovaquia, ni Rumania respetaron sus compromisos, y las platónicas recomendaciones de la Sociedad de Naciones no surtieron el menor efecto. Al contrario, checos, polacos y rumanos hicieron cuanto estuvo de su mano para impedir cualquier manifestación de la personalidad ucraniana. Sin duda alguna, Polonia fue la más brutal en su represión: campesinos expropiados, maestros ucranianos apaleados, bibliotecas incendiadas deportaciones masivas de la población; centros de estudios ucranianos dispersados por agentes provocadores a sueldo de la policía polaca, etc.

Y eso no es nada, comparado con lo que deben sufrir los ucranianos del Este: disolución de todos los organismos locales; ejecuciones de kulaks por decenas de millares, requisas de pequeñas propiedades rurales. Cuando, en 1932, «el año del hambre», miles de familias ucranianas intentan huir a Rumania, Stalin coloca la frontera en Estado de sitio; durante meses el Dniester acarreará cadáveres de fugitivos abatidos por las patrullas del Ejército rojo. Georges Champeaux reproduce (3) ciertas cifras y datos facilitados en el VIII Congreso del Partido comunista. Según ellos, de los 5.618.000 kulaks que existían en 1928, no quedaban el 1º de enero de 1934, más que 149.000 individuos despojados de todos sus derechos y propiedades. De los 5.469.000 que faltaban, 1.500.000 habían muerto de hambre o habían sido sumariamente ejecutados. Los otros, habían sido deportados, a Siberia o trabajaban en condiciones infrahumanas, en la construcción del Canal Moscú-Volga. Una última prueba les reserva Stalin a los ucranianos en 1935: en previsión de un ataque alemán, y desconfiando de la lealtad a los soviéticos de los habitantes de Ucrania, hace arrasar cuatrocientos pueblos de las cercanías de las fronteras de Ucrania con Polonia y Rumania, y ordena la deportación al interior de Rusia, de trescientas mil personas.

Lejos de descorazonar al patriotismo ucraniano las persecuciones polaca y soviética no hacen más que exasperarlo. El coronel Konovaletz, que dirigía la «Organización militar ucraniana» que combatía, en lucha de guerrillas contra polacos y soviéticos a la vez, se convirtió en un personaje de leyenda. En 1929, Konovaletz crea otra organización, la «Liga de nacionalistas ucranianos». Estos movimientos actúan sobre la masa del pueblo ruteno, llegando a constituir un serio problema para Moscú. La G.P.U. consigue infiltrar a uno de sus elementos el judío Wallach, dentro de la organización de Konovaletz hasta conseguir ganarse la confianza de éste. Wallach asesinará a Konovaletz en abril de 1938.
Otro judío, Schwartz-Bart, había asesinado, en París, en mayo de 1926, al predecesor de Konovaletz y héroe de la independencia ucraniana. Petliura.

* * *

Todos los patriotas ucranianos siguieron la crisis germanocheca a propósito de los Sudetes con apasionada atención.
Lógicamente. la sacudida que conmovía a la creación artificial de Benes y Massaryk debía repercutir en beneficio de las aspiraciones nacionales de los ucranianos de la Rutenia Transcarpática.
Como sabemos una parte de los territorios ucranianos sometidos a Praga, la comarca de Téscheno, fue reivindicada por Polonia. Daladier aconsejó a Benes de no oponerse a la invasión de ese territorio por las tropas polacas. Benes obedecerá. A las fuerzas que mandan en Benes les interesa conservar y si es posible, fortalecer, la barrera polaca, que preserva a Stalin del ataque frontal alemán.

Hitler y Mussolini intentaron en Munich hacer reconocer el derecho de los ucranianos de Checoslovaquia a su autogobierno. La idea maestra del Führer era crear una Ucrania autónoma, bajo soberanía alemana, que serviría de canal para la invasión de la Rusia soviética. El núcleo de esa nueva Ucrania lo constituirla la Rutenia Transcarpática. Pero esa idea hitleriana será ferozmente combatida, no solamente por Londres y París, sino por Beck, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia y sucesor de Benes como campeón de las pequeñas naciones» (4).

Beck prometió al conde Csaki, jefe del Gabinete del Ministerio de Asuntos Exteriores de Hungría, todo su apoyo para las reivindicaciones húngaras a Checoslovaquia. El Gobierno de Imredy, como sabemos, se limitó a pedir, en una nota conjunta enviada a Londres, Paris, Roma, Praga y Berlín, la devolución de los territorios húngaros colocados bajo soberanía checoslovaca en 1919, pero Beck insistió en que Hungría se anexionara todo el territorio ruteno. De esta manera, Polonia y Hungría tendrían una frontera común. Los motivos de Beck para mostrarse tan sospechosamente generoso hacia Budapest eran:
a) Constituir entre Alemania y la U.R.SS. una especie de Osten-Europa de la que él hubiera sido el líder.
b) Hacer salir a Hungría de la zona de influencia alemana.
c) Impedir la liberación de los ucranianos de la Rutenia Transcarpática, lo que no hubiera dejado de excitar el irredentismo de los ucranianos de Galitzia.

Estos tres objetivos coincidían plenamente con el interés del "Partido de la guerra" afincado en Occidente, del que ya hemos hablado, y de cuya composición y objetivos hablamos al final del presente capitulo. Dicho Partido de la guerra buscaba apuntalar la barrera polaca, que impedía el choque, que quería evitarse a toda costa, entre Hitler y Stalin. El interés del Nacionalsocialismo alemán y de Hitler, apóstol de la «Drang Nach Osten» -la marcha hacia el Este- consistían en ganarse el favor del pueblo ucraniano. Si Alemania conseguía liberar a los rutenos, suscitaba entre los demás ucranianos una doble esperanza: el fin de la tiranía soviética y la posterior creación de una Ucrania autónoma bajo soberanía del Reich. La independencia, o, cuando menos, la autonomía de Rutenia, significaba ganar las simpatías de cuarenta y tres millones de ucranianos. Por otra parte, la importancia estratégica de la Rutenia Transcarpática la convierte en el centro de la política europea de aquel momento. Rutenia es el camino ideal para un ejército que, partiendo de Viena, y a través de Eslovaquia, bajo influencia alemana, se dirigiera hacia la Ucrania dominada por los soviéticos. Su extremo oriental está a sólo 135 kilómetros de los puestos fronterizos avanzados de la U.R.S.S. Por lo tanto, el llamado "Plan Beck", consistente en establecer una frontera polacomagiar, equivalía a cerrar el paso natural de la «Drang Nach Osten».

Como hemos visto en el precedente capitulo, Hungría se negará a entrar en las combinaciones de Beck, y someterá su caso a una Comisión de Arbitraje germanoitaliana. Evidentemente, las decisiones del arbitraje de Viena son acogidas con satisfacción por el pueblo ucraniano. Una parte de la patria ha logrado la autonomía; los militantes de la Gran Ucrania podrán organizarse legalmente desde allí. Un Partido de tendencia nacionalsocialista, el «Partido Nacional Ucraniano» se constituye en Chust, capital de Rutenia. Entre tanto, la agitación irredentista estalla no sólo en Galitzia, sino en Kiev. Medio centenar de oficiales ucranianos del Ejército rojo son deportados a Siberia bajo la inculpación de complot contra la unidad de la patria soviética.

LAS MANIOBRAS DE BECK
El arbitraje de Viena causa gran decepción en Varsovia. La autonomía de Rutenia ha redoblado las esperanzas de los ucranianos de Galitzia, y estudiantes ucranianos y polacos han llegado a las manos en Lwow. La ley marcial es declarada en Lemberg. La Prensa anglofrancesa acusa a Alemania de sostener a los «separatistas» ucranianos.

Desde Nueva York, se azuza a Beck y a su presidente, Moscicki, contra Alemania. El 19 de noviembre, el conde Potocki, embajador polaco en Washington, se entrevista con William C. Bullitt, ex embajador de Roosevelt en Moscú y miembro del poderoso «Brains Trust» que gobierna en la Casa Blanca. Bullit asegura a Potocki que, en caso de guerra entre Alemania y Polonia, los Estados Unidos estarán al lado de Varsovia. Como Potocki objetara que Alemania no ha presentado, aún, ninguna reclamación a Polonia, Bullitt, habló de la cuestión ucraniana y de las tentativas alemanas en Ucrania. Confirmó que Alemania dispone de un personal ucraniano completo, preparado para la futura administración de Ucrania, donde los alemanes pensaban fundar un Estado autónomo, bajo dependencia alemana. Una tal Ucrania sería muy peligrosa para Polonia, pues haría sentir necesariamente su influencia sobre los ucranianos de Galitzia... Por esta razón la propaganda del doctor Goebbels se orienta en el sentido del nacionalismo ucraniano, y Rutenia Transcarpática, cuya existencia es vital para Alemania por razones de orden estratégico, debe servir de punto de partida de esa futura empresa.
Por mediación de Potocki, Beck responde a Bullitt, asegurándole que Polonia está dispuesta a oponerse por todos los medios a la expansión alemana hacia el Este.

El 26 de noviembre de 1938, un comunicado oficial, publicado simultáneamente en Moscú y Varsovia confirma, con toda solemnidad, el pacto de no agresión polacosoviético (5). Todas las convenciones polacosoviéticas existentes, incluyendo el pacto de amistad y no agresión de 1932 continúan siendo, en toda su extensión, la base de las relaciones entre Polonia y la U.R.S.S.» Beck ha sido el artífice de esa nueva maniobra. Dos días después, en una entrevista concedida a un reportero del Times, el ministro de Asuntos Exteriores polaco confirmará que, con tal de impedir la realización de los planes alemanes en Ucrania, Polonia se aliará con quien sea. «Tenemos intereses comunes con la U.R.S.S.», dirá Beck.
Los gobernantes de Varsovia tienen mala memoria; una mala memoria que corre parejas, en el caso ucraniano, con la mala fe.
Han pretendido olvidar que, en noviembre de 1919, el héroe nacional de Ucrania, Petliura, refugiado en Polonia, había concluido un acuerdo con Pilsudski, tendente a la liberación de la Ucrania Oriental del yugo bolchevique, a cambio de lo cual, los ucranianos renunciaban a Galitzia en favor de Polonia, y que, a pesar de esos acuerdos, Polonia firmó con la U.R.S.S., el 18 de marzo de 1921, el Tratado de Riga, por el cual ambos países se repartían Ucrania. La declaración conjunta polacosoviética del 26 de noviembre de 1938 es una repetición del Tratado de Riga el cual, a su vez, es la moderna versión del Tratado de Andrusovo.

En Andrusovo, Juan-Casimiro de Polonia y el zar Alejandro traicionaron sus acuerdos con los cosacos para repartirse Ucrania. En Riga, Pilsudski traicionaría sus acuerdos con Petliura para hacerse confirmar por Lenin la posesión de Galitzia. En noviembre de 1938, Beck se entiende con Stalin contra los nacionalistas ucranianos y su campeón del momento, Hitler. Es una ley de la Historia: para mantener a Ucrania bajo su dominación común, Polonia y Rusia siempre han estado y siempre estarán de acuerdo. Pero lo que olvidan los megalómanos de Varsovia es que existe otra ley histórica, según la cual, Rusia, blanca o roja, siempre estará de acuerdo con Alemania, con Austria-Hungría, con Lituania, con Suecia o con quien sea, para presidir el reparto de Polonia...

EL POLVORIN POLACO
La «Drang Nacho Osten» había conseguido, con la liberación de Rutenia Transcarpática, una vía de acceso. Pero tal vía de acceso era insuficiente para la campaña de Rusia que Hitler y el Alto Estado Mayor de la Wehrmacht preparaban. La Alemania de 1938 no tenía fronteras comunes con la U.R.S.S. Prusia Oriental se hallaba cerca de la Unión Soviética y era, juntamente con la Rutenia recientemente liberada, otro camino natural de la marcha hacia el Este, pero se encontraba artificialmente separaba del resto de Alemania por el titulado «Corredor» polaco, que los nefastos estadistas de Versalles adjudicaron a Polonia contra toda noción de derecho. El ataque a Rusia sólo podía realizarse en la zona del Báltico, si se atendían las demandas de Hitler a Polonia. El Führer pedía:
a) Que Dantzig, ciudad indiscutiblemente alemana y, teóricamente, libre, fuera devuelta al Reich.
b) Que se permitiera construir a Alemania, a través del «Corredor», un ferrocarril y una carretera que permitiera unas comunicaciones normales con su provincia de Prusia Oriental.

A cambio de la devolución de Dantzig y su puerto, y la autorización a construir un ferrocarril y una autopista -condiciones sine qua non para la organización del ataque contra la U.R.S.S.- Alemania ofrecía renunciar a los territorios alemanes que en Versalles habían sido adjudicados a Polonia y reconocer las fronteras de 1919 y, además, garantizar el libre acceso de Polonia al báltico. Pero antes de seguir adelante, consideramos necesario un análisis del caso del «Corredor» y la nueva Polonia, creada en Versalles como un «contrapeso contra la influencia y el poderío germánicos» (6).

El nuevo Estado polaco, después de casi un siglo y medio de eclipse, reaparece a consecuencia del Punto XIII de Wilson, redactado así:
«Se formará un Estado polaco independiente, englobando todos los territorios indiscutiblemente polacos, que tendrá asegurado su libre acceso al mar, y cuya independencia política, así como su integridad nacional, deberán ser garantizadas por un tratado internacional.»

A pesar de que los mismos vencedores acordaron en Versalles que por «territorios indiscutiblemente polacos» se entendían las comarcas donde la población fuera polaca al menos en un 51 %, se adjudicaron al nuevo Estado inmensas regiones donde la población era mayoritariamente alemana, rusa, ucraniana, lituana, bielorrusa y hebrea. La llamada «Polonia» reconstruida en Versalles, abarcaba una población de unos 32.000.000 de habitantes que, atendiendo a su origen étnico, se distribuían así:
Polacos 18.000.000 Ucranianos 6.500.000 Alemanes 4.500.000 Judíos 1.500.000 Lituanos 800.000 Rusos 700.000

Es decir, que los polacos representaban aproximadamente el 56% de la población total del Estado. Añadiéndoles los judíos, apenas el 61%.
El Punto XIII de Wilson aseguraba a Polonia el «libre acceso al mar». Exceptuando a Clemenceau, obsesionado con la idea de fortalecer al máximo al gendarme polaco, cuya misión era vigilar a Alemania, todos los estadistas de Versalles estuvieron de acuerdo en que el acceso al mar debía proporcionarse a Polonia, bien mediante la internacionalización del Vístula, bien mediante la creación de un puerto franco internacional en Dantzig, Koenigsberg o Stettin. Así lograría Polonia su salida al Báltico sin atropellar ninguna ley natural o historica.

El mariscal Foch dijo, en cierta ocasión, que el «Corredor» de Dantzig, creado en Versalles, sería motivo de una Segunda Guerra Mundial, propósito recogido por el historiador francés Bainville en la obra citada anteriormente. A la luz de los acontecimientos posteriores creemos que, de hecho Dantzig fue el polvorín colocado adrede por la «fuerza secreta e inidentificable» en uno, de los caminos naturales de Alemania hacia Rusia. Esa «fuerza» a que se refería Wilson utilizó, en su provecho, la germanofobia enfermiza de Clemenceau, la ignorancia supina de la delegación americana en Versalles y la xenofobia patriotera de los polacos. Así se creó, despreciando el «derecho de los pueblos a disponer de sí mismos», el «Corredor» que convertía a la Prusia Oriental, con Koenigsberg, en un islote separado del resto de Alemania.

Que la célebre «salida al mar» no era más que un pretexto cómodo para dividir a Alemania, fortalecer a Polonia y crear una psicosis de guerra permanente, y no una necesidad vital polaca, como pretendían Dmowski y demás líderes del nuevo Estado lo demuestra el hecho de que, en 1939, el comercio marítimo de Polonia representaba, sólo, el 6% del comercio exterior del país, y estaba casi exclusivamente alimentado por la exportación del carbón de la Alta Silesia; es decir que provenía de un territorio que el Tratado de Versalles arrebató a Alemania.

El derecho de plebiscito no se aplicó en Dantzig, a pesar de haberse comprometido a ello, los vencedores, pues es evidente que, de haberse consultado a la población, jamás ésta hubiera aceptado ser puesta bajo la soberanía polaca. Dantzig es una ciudad alemana desde su fundación -fue construida por los caballeros teutónicos en el siglo XI- y su población, en 1919, era alemana en un 96,5%, contando solamente con un 3,5% de polacos y judíos. La Prusia Occidental del «Corredor» estaba, así mismo, habitada por una mayoría de alemanes -903.000- y una relativamente importante minoría de polacos, judíos y cachubes (eslavos oriundos de Pomerania y feroces rivales de los polacos) cuyo total se acercaba al medio millón de personas. El 11 de julio de 1920 se celebraron plebiscitos en las ciudades de Allenstein y Marienwerder, en la Prusia Occidental adjudicada a Polonia, consultando a la población si deseaban la anexión a Polonia o formar parte del Reich. De 475.925 votos emitidos, 460.054, o sea un 96,6% votaron a favor de Alemania, pero las autoridades locales impidieron la celebración de nuevos plebiscitos (7).


Jacques Bainville explicaba así la inviabilidad del «Corredor» polaco:
«Imaginemos, por un momento, que Francia ha sido vencida y que, por una razón cualquiera, el vencedor ha considerado necesario ceder a España un corredor que llega hasta Burdeos, dejándonos el departamento de los Bajos Pirineos y Bayona. ¿Cuánto tiempo soportaría Francia una tal situación?»
Y el mismo Bainville responde:
«La soportaría todo el tiempo que el vencedor conservara su superioridad militar y España pudiera conservar el «Corredor». Lo mismo sucederá, fatalmente, con el «Corredor» de Dantzig y la Prusia Occidental. Sería un milagro que Alemania consintiera en considerar sus fronteras del Este como definitivas» (8).

Otro historiador francés, Alcide Ebray, comentaba así el peligro que representaba para la paz el creciente apetito de Polonia:
«Si quiere justipreciarse exactamente lo que representa la solución dada al problema del acceso polaco al mar, hay que pensar, sobre todo, en el futuro. Es preciso contemplar el mapa de esas regiones y reflexionar. Se comprenderá entonces que la Ciudad Libre de Dantzig y la Prusia Oriental forman, ahora, un enclave en territorio polaco, y que Polonia, con el paso del tiempo, tendrá, necesariamente, una tendencia a apoderarse del mismo» (9).

Una verdadera legión de historiadores y publicistas no alemanes reconocieron, en su día, que, no ya la artificiosa solución del «Corredor», sino la misma resurrección de Polonia -al menos en la forma que se había hecho en Versalles- era un error y un verdadero crimen político. «Se ha creado una Polonia artificial que, con su «Corredor» cortando en dos a Prusia, y su frontera de Silesia para favorecer los intereses polacos; con sus treinta y dos millones de habitantes, de los cuales casi el cuarenta y cinco por ciento son alógenos hostiles, no es viable. Esa importante minoría de ucranianos, alemanes, rusos blancos y lituanos, está siendo salvajemente oprimida... Los ucranianos de Galitzia han perdido todos los derechos de que gozaban cuando dependían de la soberanía austrohúngara, bajo cuyo régimen poseían sus propias escuelas y varías cátedras en la Universidad de Lemberg. Toda protesta cerca de la Sociedad de Naciones provoca la persecución de la policía polaca. Un verdadero terrorismo organizado reina en el país» (10).

La ciudad de Dantzig había sido declarada "libre" en el Tratado de Paris (15 de noviembre de 1920) pero, en la práctica, se concedían al Gobierno polaco todos los resortes del mando y de la administración. Las relaciones de Dantzig con el exterior eran aseguradas por Varsovia, de la que dependían también el puerto, los ferrocarriles, los servicios postales, telegráficos y telefónicos, la emisora de radio, los servicios de Aduanas, los canales, el uso del río Vístula dentro de los limites de la ciudad, y las carreteras. En realidad, pues, Dantzig no era «libre» más que en teoría. Huelga decir que los habitantes de Dantzig no tenían, tampoco, derecho a la libre determinación es decir, no podían renunciar a su pretendida «libertad» optando, democráticamente, por el retorno a la soberanía alemana (11).

Pero a Polonia no le bastaba con la «colonia» de Dantzig ni con oprimir a sus minorías; quería forzar a los alemanes de la ciudad «libre» a emigrar, para repoblarla con polacos. Para ello, el Gobierno de Varsovia tomó una serie de medidas que contravenían el espíritu y la letra del Tratado de París; desvió su tráfico naval hacia el puerto de Gdynia, cuya construcción fue encomendada a un consorcio francés, destinado a arruinar Dantzig y obligar a sus moradores a emigrar a Alemania. Toda clase de trabas burocráticas, impuestos «especiales» y medidas discriminatorias arbitradas por Varsovia hicieron descender las actividades de Dantzig y su puerto en un 84% con relación a 1914 (12).

Las relaciones entre Polonia y Alemania, como ya hemos visto en los capítulos I y III, debían resentirse, lógicamente, de la creación del «Corredor»; agravando la situación las incursiones de Korfanty en Silesia, el intento de invasión de la Prusia Oriental por Pilsudski y el Tratado polacosoviético de 1932.

Sólo después de la elección de Hitler como canciller del Reich se apaciguaron los ánimos. El Führer había comprendido que una discusión constante sobre la cuestión germanopolaca significaría una permanente inquietud para Europa. Él dio, pues, el primer paso hacia Polonia y se esforzó en encontrar con Pilsudski un arreglo entre los dos países, un status quo temporal que, así lo esperaba Hitler, crearía relaciones más amistosas y confiantes entre Polonia y Alemania, y finalmente conduciría a una solución pacífica de las cuestiones territoriales. Así se concluyó la Convención germanopolaca de 1934, que dejaba los límites fronterizos entre ambos países tal como estaban, durante diez años, al cabo de los cuales se volvería a estudiar la cuestión.

Las proposiciones de Hitler a finales de 1938, pidiendo la libre determinación para Dantzig que, al fin y al cabo, era una ciudad «libre», y la construcción de un ferrocarril y una autorruta extraterritorial, no afectaban para nada a las fronteras de Polonia. Pero el realista Pilsudski había muerto sin poder terminar su obra -consolidar la nueva Polonia y aliarse con Alemania contra la U.R.S.S.- y en su lugar se encontraban ahora políticos como Beck, Smigly-Ridz y Moscicki, cuya orientación era más «democrática» que polaca. Y las propuestas de Hitler, que incluso en Inglaterra y Francia fueron consideradas moderadas fueron rechazadas por Varsovia bajo el pretexto de que «las dificultades políticas interiores impedían tomarlas en consideración».

En febrero de 1939, las relaciones entre los dos países empeoraron aún más, a causa de las manifestaciones antialemanas ocurridas en Varsovia. Berlín acusó a Varsovia de haber fomentado discretamente tales «manifestaciones espontáneas». Un mes más tarde, Polonia movilizaba a cuatro reemplazos. Y, el 31 de marzo, Inglaterra le da un cheque en blanco a Polonia. No le promete una simple ayuda militar o económica: le promete, por boca de Chamberlain -ya definitivamente arrastrado por el clan belicista- nada menos que:
«En el caso de una acción que amenazara claramente la independencia polaca y que el Gobierno polaco consideran necesario combatir con sus fuerzas armadas, Inglaterra y Francia les prestarán toda la ayuda que permitan sus fuerzas».
Es decir que, según esa «garantía» anglofrancesa. Polonia tiene toda latitud para interpretar a su conveniencia cualquier actitud alemana o no alemana; y puede responder a toda acción «agresiva» (sin molestarse en precisar, exactamente, qué se entiende, exactamente, por «acción agresiva») contra sí misma o contra terceros que directa o indirectamente puedan afectarla -o crea ella que puedan afectarla-, con el uso de sus fuerzas armadas, las cuales serán inmediatamente asistidas «por toda la ayuda que permitan las fuerzas de Inglaterra y Francia» (13).

Jamás, en todo el transcurso de la historia de los hombres, un Estado soberano se ha atado de tal manera a otro. Jamás un Estado realmente soberano ha ido a la guerra por defender los intereses de otro. Y menos que nadie, Inglaterra.
Posteriormente se sabría que Chamberlain -constitucionalmente, ya que no realmente- la primera autoridad política del imperio británico, se avino a otorgar la famosa «garantía» a Polonia basándose en una falsa información de las agencias de noticias internacionales (14) según la cual los alemanes habían enviado un ultimátum de 48 horas a Varsovia. Una vez dada su «garantía», Chamberlain no podía volverse atrás sin firmar el decreto de su muerte política (15). El clan belicista, con Churchill y Eden a la cabeza, había ido ganando posiciones hasta llegar a imponerse totalmente a un Chamberlain engañado, traicionado por su propio Partido, y enfermo.

El cheque en blanco dado a Varsovia representaba, jurídicamente hablando, una violación anglofrancesa al espíritu y a la letra de los acuerdos de Munich, donde se había decidido que las futuras diferencias entre los cuatro firmantes o que afectaran a la paz de Europa, serían discutidas en conferencias internacionales. Hitler hizo una propuesta concreta, a propósito del «Corredor», a Polonia e, ipso facto, sugirió a Inglaterra, Francia e Italia, que intervinieran como mediadores. La respuesta anglofrancesa consistió, prácticamente, en aconsejar a los belicistas de Varsovia una política de intransigencia que hacía inútil todo diálogo.

Es una tragedia que un conflicto mundial hubiera de estallar, nominalmente al menos, a pretexto de un caso tan diáfano como el del «Corredor». Wladimir d'Ormesson, escritor y critico francés, que no puede ser calificado de «nazi» escribía, en 1932:
«La verdad es que el «Corredor» representa una mancha sobre el mapa de Alemania, y que tal mancha corta en dos al territorio nacional; algo que un párvulo de cinco años, en la escuela de su pueblo, es capaz de comprender. Esa es, justamente, la única cosa que él puede comprender en política extranjera. En suma, se trata de una simple «cuestión visual». De una mancha de color sobre un mapa. He aquí el prototipo de una clásica cuestión de prestigio, con todo lo que esa palabra comporta de peligroso» (16).

La garantía francobritánica, en realidad, sólo tendía a consagrar a Polonia como barrera que impedía el mortal ataque de Hitler a Stalin. Y prueba de ello es que, unos meses más tarde, cuando la U.R.S.S. apuñalaría por la espalda a Polonia, la famosa garantía de Londres y París no sería aplicada. El curioso redactado de la misma, demás, no sólo cortaba el paso hacia Rusia por el sector Norte utilizando Dantzig como base de tránsito hacia la Prusia Oriental, sino que establecía otra barrera en el Sur, donde la cuña rutena quedaba definitivamente bloqueada, toda vez que Polonia no dejaría de aplicar la garantía en el caso de Ucrania.

Pero el chauvinismo polaco recibiría todavía, nuevos alientos esta vez desde Washington. El embajador conde Jerzy Potocki informó a Beck, por aquél entonces, de que «...el ambiente que reina en los Estados Unidos se caracteriza por el odio contra el fascismo y el nacionalsocialismo, especialmente contra el canciller Hitler... La propaganda se halla en manos de los judíos, los cuales controlan casi totalmente el Cine, la Radio y la Prensa. A pesar de que esta propaganda se hace muy groseramente, tiene muy profundos efectos, ya que el público de este país no tiene la menor idea de la situación real de Europa» (17).
En el mismo informe, el conde Potocki citaba a los intelectuales judíos que estaban al frente de la campaña antialemana y propugnaban la mayor ayuda posible a Polonia: Bernard M. Baruch, Felix Frankfurter, Louis D. Brandeis, Herbert H. Lehmann, el secretario de Estado Morgenthau, el alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia, Harold Ickes, Harry Hopkins y otros amigos íntimos del presidente Roosevelt.

Ya a principios de 1939, Roosevelt había iniciado los preparativos para una futura guerra contra Alemania, si bien con la idea de «no tomar parte en la misma al principio, sino bastante tiempo después de que Inglaterra y Francia la hubieran iniciado» (18). La razón es obvia: Roosevelt no intervendrá al principio por que prefiere dejar que los europeos se despedacen entre sí; luego ya vendrá él a «salvarlos». William C. Bullitt, embajador en Moscú y su colega Joseph P. Kennedy en Londres, recibieron instrucciones en el sentido de presionar a los Gobiernos francés e inglés para que «pusieran fin a toda política de compromiso con los estados totalitarios y no admitir con ellos ninguna discusión tendente a provocar modificaciones fronterizas ni cambios territoriales» (19). Bullit y Kennedy, además informaron a París y Londres de que «los Estados Unidos abandonaban definitivamente su política aislacionista y estaban preparados, en caso de guerra, a sostener a Inglaterra y Francia poniendo todo su dinero y materias primas a su disposición» (20).
La tensión entre Alemania y Polonia hubiera sido fácilmente eliminada de no haber intervenido Inglaterra y Francia, empujadas por los Estados Unidos. Es un hecho corrientemente admitido, hoy en día, que Varsovia estaba dispuesta a permitir la construcción de la autorruta y del ferrocarril extraterritorial y a no poner obstáculos a la libre disposición de los habitantes de la «Ciudad Libre» de Dantzig (21). En un report enviado por Raczynski, embajador polaco en Londres, a su Gobierno, el 29 de marzo de 1939 el Gobierno británico le dio, verbalmente, una garantía de ayuda en caso de ataque alemán a Polonia, garantía que sería confirmada y ampliada oficialmente, unos días después. Amparándose en la garantía anglo-francesa, en las promesas de Washington y en su pacto de amistad con la U.R.S.S., el Gobierno de Varsovia creyó llegado el momento de pasar a la contraofensiva diplomática.
En un memorándum entregado por Lipski, embajador polaco en Berlín, a Von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Polonia rehusaba todas las sugerencias de Alemania con respecto al «Corredor» Dantzig, y la participación o, al menos, la benévola neutralidad de Polonia con relación al proyectado ataque alemán contra la U.R.S.S. «Cualquier intento de llevar a la práctica los planes alemanes y, especialmente incorporar Dantzig al Reich, significará la guerra con Polonia» añadió Lipski (22).
En Varsovia y Cracovia se organizan manifestaciones espontáneas» contra Alemania. Resuenan gritos de «¡A Dantzig!» y «¡A Berlín!» Violando su propia constitución -que le obliga a respetar las instituciones docentes de sus minorías nacionales-, el Gobierno polaco confisca docenas de asociaciones culturales alemanas; de las 500 escuelas alemanas que hay en Polonia 320 son cerradas. Se producen detenciones arbitrarias de alemanes residentes en Polonia, y la opresión alcanza su punto álgido precisamente en Dantzig. Paisanos de Silesia cruzan todos los días la frontera con dirección a Alemania pues nadie les protege contra las vejaciones de que les hacen objeto los polacos.
La situación internacional ha llegado a su punto culminante. Ya no se trata de Dantzig, ni del «Corredor»; se trata de la consolidación de una política de fuerza dirigida contra el núcleo principal de Europa; política alimentada por la xenofobia francesa, el imperialismo yanki que ve en el suicidio europeo la premisa para su posterior hegemonía mundial, el deseo de Stalin de desviar la amenaza alemana sobre la U.R.S.S., el miedo inglés a perder sus mercados tradicionales en el continente (23) ante la formidable expansión comercial de Alemania, y, sobre todo, el furor racial del judaísmo internacional. Sobre la influencia capital de este último factor convendrá hacer un inciso.

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De donde saca usted la mierda BBST? :121

Y el regimen nazi, no era consciente de ser unos titeres en el juego de los juden? de todas formas, yo me queria referir a aquellas lineas que apuntan que fue directamente financiado por judios, o auspiciado por ellos, no que los nazis nacieran como una respuesta calculada por ellos. Yo no lo veo viable, y ustedes que opinan?
 
general cobarde rebuznó:
Y el regimen nazi, no era consciente de ser unos titeres en el juego de los juden? de todas formas, yo me queria referir a aquellas lineas que apuntan que fue directamente financiado por judios, o auspiciado por ellos, no que los nazis nacieran como una respuesta calculada por ellos. Yo no lo veo viable, y ustedes que opinan?

Ya lo he puesto anteriormente, pero queda mejor en este hilo:

¿Corría sangre judía por las venas de Hitler?


Se ha apuntado, con fundamento, que el doctor Walter C. Langer, un psicólogo al servicio, simultáneamente, del Tercer Reich y la OSS estadounidense (organización precursora de la CIA), comunicó la existencia de un informe secreto policial anterior a la guerra en el que se decía que el padre de Hitler era hijo ilegítimo de Maria Anna Schicklgruber, cocinera al servicio del barón Rothschild en Viena. Al conocer su embarazo, en 1837, abandonó Viena dando a luz a Alois, el nombre registrado para el padre de Hitler. Al parecer cinco años después se casaría con un panadero de nombre Johann Georg Hiedler. Sin embargo, Alois conservó el apellido de su madre, Schicklgruber, casi hasta los cuarenta años, momento en que su tío Johann le ofreció legitimar su apellido. A merced de la escritura ilegible del párroco encargado del registro de nacimientos, Hiedler, se convirtió, intencionadamente o no, en Hitler.

En relación con la posibilidad de que un Rothschild tuviera relaciones con alguna criada, el autor de Rules by Secrecy (Gobernar mediante los secretos), Jim Marrs, escribe: «Es significativo que el biógrafo de los Rothschild, Ferguson, afirmara que el hijo de uno de los administradores mayores de Salomon “recordó” que antes de los años cuarenta del siglo XIX, el Rothschild de Viena a desarrollado una afición, algo insensata, hacia las chicas jóvenes. En 1984 el fallecido Philippe Rothschild, descendiente de Nathan, publicó unas memorias que revelaron su “escandalosa vida amorosa”. En particular, decía: "Fue una existencia tremenda..., saltando de una cama a otra como una cabra montesa... Siempre convencido de que mi padre se hizo hombre al montar criadas de mi abuelo”».
Es posible que Hitler descubriera sus antecedentes judíos y su relación los Rothschild, restableciendo el contacto con la «familia». Esto explica el enorme apoyo económico que recibió de la banca internacional vinculada la familia Rothschild durante su ascenso al poder. También, por otra parte,, que la familia de banqueros no sufriera durante el Holocausto. La nueva Enciclopedia Británica lo define así: «Los Rothschild, sobre todo los Viena y París, mantuvieron la unidad familiar necesaria para hacer frente y las grandes tragedias durante el periodo nazi».




Con o sin la influencia de los Róthschild, no hay duda de que el ascenso de Hitler al poder dependía del gran apoyo prestado por los principales bancos alemanes —la banca Schroeder de Colonia, el Deutsche Bank, el Deutsche Kredit Gesellschaft y la firma de seguros Allianz—. Concretamente, parece ser que, en 1943, el Deutsche Bank concedió a Hitler distintos créditos, a saber: 150 millones de marcos para la industria aeronáutica; 22 millones a la BMW; 10 millones a Daimler-Benz (Mercedes). Es muy probable que Hitler rompiera sus vínculos con las sociedades de Vril y Thule porque no quería comprometer los préstamos que recibía vía Rothschild, familia que no estaría conforme con las teorías y afirmaciones raciales de los nuevos años.

A pesar de las claras intenciones de nacionalizar y limitar el poder de los negocios y finanzas internacionales, Hitler tuvo pocos problemas para conseguir financiación de empresas que veían al nacionalsocialismo como alternativa al comunismo. De hecho, poderosos empresarios de los círculos industriales y bancarios de occidente aseguraron el éxito de Hitler. Es más, cuando en 1932 perdió las elecciones en favor del veterano héroe de guerra, el mariscal de campo Paul von Hindenburg, treinta y nueve empresarios, entre los que estaban los Krupp, Siemens, Thyssen y Bosch, firmaron una solicitud dirigida a aquél pidiéndole que diera a Hitler el cargo de canciller de Alemania. Este «arreglo», que colocó a Hitler en el Gobierno, fue elaborado en casa del banquero Kurt von Schroeder, el 4 de enero de 1933. Según un tal Eustace Mullins, a dicho encuentro acudieron los estadounidenses John Foster y Allen Dulles, del gabinete de abogados neoyorquino Sullivan y Cromwell —representante del Banco Schroeder—. Un año después, Rosenberg —que representaba los intereses de Hitler en Inglaterra— se reunió con el gerente del Banco Schroeder en Londres, T. C. Tiarks, a su vez director del Banco de Inglaterra. Este banco alemán actuaría como agente financiero de Alemania, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos.

Hitler, por su parte, había prometido a la familia de banqueros que erradicaría el comunismo en el país. Con el beneplácito de aquellos, el 30 de enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller por el ya senil presidente Hindenburg. Una semana después, sobrevino el incendio del Reichstag (Parlamento alemán), en Berlín. La provocación del siniestro fue atribuida a los comunistas, justificación necesaria para que Hitler fuera investido de poderes absolutos gracias al decreto llamado «Ley para eliminar la ansiedad del pueblo y del Estado». Tras la muerte de Hindenburg, el 2 de agosto de 1934, Hitler fusionó la Presidencia y la Cancillería y se autoproclamó comandante en jefe de las fuerzas armadas y líder absoluto —Führer— de toda Alemania.

A pesar de su antisemitismo declarado, los nazis encontraron apoyos en Gran Bretaña, incluso en el Banco de Inglaterra, controlado por los Rothschild. El día de Año Nuevo de 1924, el destino económico de Alemania fue decidido en Londres en el transcurso de una reunión celebrada entre Hjálmar Schacht, el nuevo comisionado del Reich para las finanzas internacionales y Montagu Norman, gobernador del Banco de Inglaterra. Schacht reveló la dramática situación económica del país y propuso abrir un banco de crédito, el segundo después del Reichsbank, que emitiría billetes de banco en libras esterlinas. El astuto Schacht pidió a Norman la mitad del capital de este nuevo banco. En este sentido, es sorprendente imaginar el alcance de esta medida, que permitiría la colaboración entre el Imperio Británico y Alemania.

Antes de cuarenta y ocho horas, Norman no sólo aprobó el préstamo a tipo fijo muy bajo (del 5 %), sino que convenció a un grupo de banqueros londinenses para que aceptaran esas libras esterlinas procedentes de Alemania por un valor muy superior al préstamo.

No se puede olvidar la ayuda que la familia Bush prestó al dictador, y en concreto el abuelo del presidente George W. Bush, Prescoft Bush, miembro también de Skull & Bones, la sociedad secreta de los Illuminati. Según algunas investigaciones recientes, Prescott y el abuelo materno de George W. Bush, George Herbert Walker, financiaron a Adolph Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Walker era presidente de Union Banking Corporation, una firma que comerciaba con Alemania y que ayudó a los empresarios alemanes a consolidar el poder político de Hitler. Finalmente, la Union Banking se convirtió en una máquina de blanquear dinero.

Walker ayudó también a controlar las operaciones estadounidenses de la línea naviera Hamburgo-Estados Unidos, una tapadera para la unidad de espionaje nazi de la 1. G. Farben en Estados Unidos. Parece ser que esta línea transportaba agentes alemanes a Estados Unidos y dinero para convencer a algunos políticos de que prestaran su apoyo a Hitler. Una investigación del Congreso realizada en 1934 demostró que esta compañía subvencionó campañas de propaganda nazi en Estados Unidos.

Por su parte, Prescott Bush era miembro del Consejo de Union Banking, cuyas acciones fueron embargadas como consecuencia de una investigación que el Congreso realizó sobre Bush y Walker, según la Ley de Comercio con el Enemigo. El Gobierno declaró que una buena parte del imperio Prescoft había beneficiado a la Alemania nazi y contribuido a sus esfuerzos bélicos.

Otra muestra de que para el dinero y el poder no hay amigos ni enemigos, sólo clientes. La posibilidad de que sangre de la familia Rothschild corriera por las venas de Hitler pudo haberle franqueado las puertas de los inversores internacionales que colaboraron en su particular concepto de Nuevo Orden Mundial, el «Reich de los Mil Años».
 
Temblad, perras:

Gadafi, el judío

Por una de esas paradojas que crean los pueblos que respetan la historia de sus linajes, Muammar el Gadafi, uno de los mayores enemigos de Israel, podía ser ciudadano israelí, tener derecho a refugiarse en ese país, y ser protegido allí si sus súbditos se libran de él.
Hasta es posible que los responsables del levantamiento faciliten su derrocamiento haciendo correr la idea, fácilmente creíble, sobre el origen étnico del dictador, lo que facilitaría su derrocamiento.
Se basa especialmente, según el Israel Today Magazine, en las declaraciones de dos israelíes, judías de origen libio, abuela y nieta, parientes lejanas de Gadafi. Guita Brown, la abuela, asegura que es prima segunda de Gadafi porque las abuelas maternas de ella misma y del dictador eran hermanas y judías libias.
La abuela de Gadafi estaba casada con un judío que la maltrataba y del que se divorció. Seguidamente se convirtió al islam para casarse con un musulmán, y ambos tuvieron una hija que fue la madre de Gadafi, el dictador que lleva en el poder desde 1969.
Llegados aquí, y para entender este retruécano, debe recordarse que la legitimidad judía se transmite de madres a hijas, y que el cambio de religión no supone perder automáticamente el ser judía.
Como varón, el dictador no puede transferirle a sus hijos el mismo derecho, pero él puede ser legalmente judío para Israel, aunque ni los israelíes lo deseen, ni el él lo quiera.
Esta historia ha creado expectación en el país de los judíos porque su gran enemigo todavía puede considerarse hermano étnico suyo.
Y si él lo pide, debe ser acogido en virtud de la Ley del Retorno, por la que todo judío en la diáspora tiene derecho a vivir en Israel.
Por tanto, si huye y lo rechazan en cualquier parte del mundo, Gadafi tendrá su hogar en Israel, lo que no deja de ser una posibilidad sorprendente.
 
Artículo que afirma que Adolf Hitler era homosexual.

Cómo Hitler ocultó su homosexualidad
Hitler hizo asesinar entre el 30 de junio y el 3 de julio de 1934 a unos 150 «opositores al régimen». Durante el transcurso de la acción, Hermann Göring ordenó la destrucción o requisa de todos los documentos hallados en los correspondientes registros, e inmediatamente después el gobierno del Reich aprobó la Ley sobre medidas del estado de emergencia, que daba simplemente por «buenos» los asesinatos. Con ello se había privado a la justicia del fundamento para cualquier investigación.

La estremecida opinión pública pedía naturalmente explicación y justificación, por lo que el mayor demagogo nacionalsocialista después de Hitler tuvo que «aclarar» al pueblo alemán el trasfondo de aquel hecho sangriento. El 1 de julio, esto es, mientras todavía se estaban cometiendo los asesinatos, pronunció un discurso transmitido por radio. Su alcance permite concluir que todo estaba ya decidido en lo esencial antes del 30 de junio. La rapidez con la que se llevó a cabo el asalto por sorpresa fue presentada por Goebbels como una refinada táctica: «El führer se ha atenido de nuevo a su viejo principio de decir únicamente lo que hay que decir, a quien lo debe saber y cuando lo debe saber». Se trataba de derrotar a «grandes traidores». Pero en lugar de revelar los planes conspirativos de golpe de estado, Goebbels se perdió en reproches estereotipados contra una «pequeña camarilla de saboteadores profesionales» que no querían «comprender nuestra paciencia indulgente».Ahora «el führer los había llamado al orden con la severidad de su rigor». Todo quedaba así claro: «Ahora haremos tabla rasa.[...] Las pústulas, los reductos de corrupción, la proliferación de síntomas de enfermedad moral que se manifestaban en la vida pública serán extirpados hasta la raíz».

Pero el motivo principal por el que se había atizado deliberadamente esa escalada era otro, al que Goebbels se había referido de pasada, pero con notable claridad, cuando dijo: los jefes de las SA «estaban a punto de hacer caer sobre toda la dirección del partido la sospecha de una insultante y asquerosa anormalidad sexual». No se puede pasar por alto alegremente esta afirmación. En primer lugar, de una «sospecha» de que «toda» la dirección del NSDAP fuera homosexual no había hablado nadie hasta entonces en el Tercer Reich. ¿Quién habría podido difundirla, si ni siquiera los socialdemócratas lo habían conseguido cuando todavía existía la libertad de opinión? ¿Y qué quiere decir «estaban a punto»? ¿Maliciosamente? ¿Por negligencia? ¿Involuntariamente? No, esa afirmación no era una argucia ni una gracia demagógica, sino el reflejo de una amenaza real, frente a la que Hitler supo reaccionar en el verano de 1934 con la ley de Lynch.

Un ejemplo muy parecido de revelación involuntaria es el que ofreció el primer comunicado del departamento de prensa del Reich, que afirmaba: «Su [de Röhm] desdichada inclinación llevaba a tan desagradables imputaciones que el propio führer del movimiento y jefe supremo de las SA se había visto envuelto en difíciles conflictos de conciencia». Y en la rendición de cuentas que presentó el 3 de julio a su gobierno resuenan igualmente los verdaderos motivos para la acción criminal de los días anteriores: la «camarilla encabezada por Röhm, vinculada por sus especiales inclinaciones», le había «atacado con calumnias», y él «reprocha al antiguo jefe de estado mayor su insinceridad y deslealtad». Röhm le había amenazado, al parecer, con su dimisión, y esa amenaza no era «otra cosa que una desvergonzada extorsión».

Con otras palabras, Hitler sólo podía defenderse recurriendo a los medios más extremos. Por eso tenían que ser asesinados o amedrentados con la mayor severidad todos cuantos sabían que no sólo Röhm, sino también Hitler, era homosexual. Eso es lo que confirma un examen más atento de cada una de las víctimas.Fueron asesinados o encarcelados: los jefes homosexuales de las SA, Röhm, Ernst y Heines, todos ellos relacionados personalmente con Hitler; Gregor Strasser, quien hasta entonces había sido un «íntimo amigo» del Führer y que había elegido a Hitler como «padrino de sus hijos»; los respectivos amigos de esos antiguos hombres de confianza, aunque se hubiesen alejado desde hacía tiempo de «Röhm y su camarilla», como el doctor Heimsoth o Paul Röhrbein. Altos funcionarios del Estado, que conocían material documental escandaloso sobre Hitler, como Erich Klausener, jefe del departamento de policía del Ministerio del Interior prusiano y su asesor Eugen von Kessel; el ministro de Defensa y ex canciller Kurt von Schleicher y su mano derecha Ferdinand von Bredow; el jefe de la policía de Munich, August Schneidhuber, y también al anterior primer ministro de Baviera, Gustav von Kahr, del que Hitler sospechaba lo que Lossow efectivamente había conseguido.Abogados de Röhm, Strasser, Lüdecke y otros destacados dirigentes nacionalsocialistas, que a partir de sus defendidos y de los documentos investigados en los respectivos procesos habían entrado en conocimiento de cuestiones explosivas, como Walter Luetgebrune, Gerd Voss, Robert Sack o Alexander Glaser. Finalmente, el escritor muniqués Fritz Gerlich, que sabía más sobre Hitler y su círculo íntimo que cualquier otro periodista de la época.

Hitler quería evitar a toda costa que su persona quedara comprometida.Se vengó de un modo verdaderamente despiadado de la «camarilla de conjurados» que la habían tomado con su «vida» e intentó desmantelar por adelantado cualquier eventual intriga posterior. Se deshizo sin consideración alguna de potenciales testigos de cargo. Algunos ejemplos ilustran su forma de proceder: El hotelero totalmente apolítico Karl Zehnter, de 34 años y arrendatario del Nürnberger Bratwurstglöckl, junto a la catedral de Nuestra Señora en Munich, pertenecía al círculo de amigos homosexuales de Röhm, con los que a veces salía de viaje; pero también le unía una estrecha y antigua amistad con Edmund Heines. Ambos jefes de las SA solían acudir a su local y hasta Hitler estuvo en él en alguna ocasión.En el primer piso del Bratwurstglöckl había siempre una habitación libre para conversaciones reservadas entre destacados dirigentes nacionalsocialistas. Zehnter se ocupaba de servir personalmente a sus huéspedes, con lo que tuvo necesariamente que darse cuenta de los lazos que les unían, en particular con Hitler. Eso, y sólo eso, es lo que le llevó a la muerte.

También el pintor muniqués Martin Schätzl, de sólo 25 años de edad, que había acompañado a Ernst Röhm a Bolivia, fue asesinado.Aunque allí no se llegó a establecer la relación amorosa que Röhm esperaba, fue durante dos años su compañero más próximo en una tierra extraña y su mutua amistad no se rompió luego.Schätzl entró en las SA cuando Röhm retomó su mando, y el 1 de febrero de 1934 éste le incorporó a su estado mayor, por lo que ambos debieron de hablar sobre muchas cosas, en particular sobre la amistad de Röhm con Hitler. Y precisamente por eso no podía de ningún modo seguir con vida.


CLARAS INCLINACIONES
El general Ferdinand von Bredow, quien desde el nombramiento de Hitler como canciller vivía retirado en su domicilio berlinés, fue asesinado literalmente en un vehículo policial, siendo arrojado a continuación su cadáver a una cuneta. Lo que causó su perdición fue al parecer su actividad como jefe del servicio secreto militar durante el mandato de Heinrich Brüning como canciller. Bredow, que era uno de los colaboradores más fieles de Schleicher, se había ocupado en el último medio año antes de la toma del poder por Hitler de la dirección administrativa del ministerio de Defensa, puesto que le dio acceso a ciertos documentos como por ejemplo un informe sobre el encuentro de la Orden de la Joven Alemania el 3 4 de julio de 1932, en el que se decía que el contenido principal de las conversaciones allí mantenidas había sido del siguiente tenor: «El ministro de Defensa Schleicher apoya al NSDAP, movimiento cuyos principales líderes son homosexuales, y según el material que nos ha hecho llegar Otto Strasser [...] el ministro de Defensa es también de ese mismo talante. Las pruebas provienen de la época de cadete del ministro de Defensa. El Sr.Otto Strasser visitó a Mahraun [el Alto Maestre de la Orden] con objeto de hacerle partícipe de estos datos. También le comunicó que con ocasión de una larga estancia del Sr. Hitler en su casa observó en él una conducta que induce a pensar en el mismo tipo de inclinación. También hay que incluir en ese círculo al canciller del Reich von Papen.[...] Asimismo, el club de caballeros próximos al Canciller consta en su mayor parte de individuos de tendencias anormales».[...]

Como se deduce fácilmente de estos pocos ejemplos, la acción que se desarrolló en los días en torno al 30 de junio de 1934 fue algo más que un golpe de mano de Hitler contra la dirección de las SA y algunos cómplices reaccionarios de aquellos putschistas.Más de 1.100 personas fueron detenidas durante la acción de limpieza, de las que en otoño quedaban todavía 34 en prisión.

El motivo central para la actuación contra «Röhm y sus amigos» fue el miedo del Führer a quedar al descubierto y a la extorsión.En favor de esta tesis habla también el hecho de que la montaña de documentos requisados no diera lugar a la instrucción de ningún proceso el propio Hitler había rechazado de antemano estrictamente ese procedimiento formal , sino que quedaran en poder de la Gestapo de Himmler y fueran entregados personalmente a Hitler. Eliminar a los testigos, ése era el verdadero objetivo de aquella acción terrorista, tras la que no estaba ninguna banda armada, sino las brigadas volantes de un Estado policial ya considerablemente centralizado [...].

Pero, a pesar o precisamente a causa de todas las amenazas y castigos, los rumores acerca de la orientación sexual del Führer no tenían fin. En 1937 se le escapó a un hombre de las SA la observación de que Hitler era, al igual que Röhm, «uno de los del Artículo 175» [del Código Penal, referido al delito de sodomía], lo que le costó dos años de encierro e inhabilitación. Otro ejemplo, de mayor relevancia, sucedido en Berlín en 1942: el adjunto personal de Hitler, Julius Schaub, denunció al escritor Hans Walter Aust, por aquel entonces miembro del gabinete de prensa del Reich y declarado «insustituible». Ese Aust le había dicho a una informante de Schaub «que el Führer hospedaba en Obersalzberg a una joven, de nombre Everl [se supone que se trata de Eva Braun], pero sólo con la finalidad de disimular su homosexualidad». Esa «calumnia [según la argumentación del juez en su sentencia] es tanto más grave, cuanto que con ella se atribuye al Führer la misma inclinación antinatural que él condenó de la forma más rotunda con ocasión del incidente Röhm en el año 1934». Pero ni siquiera ese retorcimiento de la justicia le era suficiente a Hitler: desde 1943 la pena con que se castigaba a quienes atribuyeran una orientación homosexual al führer era la muerte.


LA COARTADA DE EVA
Eva Braun quizá no cuente demasiado en el balance de la vida de Adolf Hitler [...]. Indicativo de la rara indeterminación de esa relación es la esquiva respuesta que dio Julius Schaub en un interrogatorio tras la guerra a la pregunta de por qué no se había casado antes el führer con su Fräulein Braun, en lugar de esperar al último momento en el búnker: «Era su forma de ser; nos preguntábamos a menudo por qué, y no lo entendíamos.Al fin y al cabo, nosotros también estábamos casados y no con nuestras mujeres. Él tenía, seguro, sus propias ideas [...]; aparte de eso no sé decir otra cosa.» Y a la pregunta de cuáles podían ser esas «ideas propias» de Hitler, respondió: «No se extendía sobre ellas. Nunca nos las contaba en detalle». «¿La quería mucho?» «Le gustaba mucho, sí» «¿Qué quiere decir que le gustaba mucho? ¿La quería o no?» «Sí, sí que la quería». Es decir, se gustaban.

Herbert Döring, gerente de Obersalzberg, recuerda igualmente una «tranquila y buena amistad, con momentos mejores y peores».Y a la pregunta de si aquella relación también era a su juicio de naturaleza sexual, respondía: «No, no llegaba tan lejos, seguro.De ningún modo». También lo confirma una declaración de Heinrich Hoffmann: «En el cotilleo constante que reinaba en el entorno de Hitler yo tendría que haber oído algo, aunque sólo fuera a la chica que les hacía las camas.» Toda una serie de testimonios parecidos refuerzan la sospecha de que probablemente Hitler ni siquiera se sentía encaprichado por ella. Eso no está en contradicción con que Eva Braun pretendiera hacer creer algo diferente al mundo, ya que cualquier otra cosa no sólo habría comprometido a Hitler, sino también herido su amor propio como mujer, agravando así su ya mutilado modo de vida.

Así pues, Hans Severus Ziegler caracterizó muy acertadamente esa relación cuando habló del «amistoso y casi paternal trato» de Hitler hacia ella. «Como suelen decir los hombres coloquial y caballerosamente observaba Ziegler , Eva Braun es un buen compañero, al que nadie podría querer mal.» Nada más; pero en cualquier caso un «compañero» femenino, y eso era decisivo. Cuando Hitler la necesitaba estaba a su disposición, como siempre había exigido a su sobrina. Probablemente, ella se acordaba mucho de Geli Raubal; ambas compartían la juvenil despreocupación y la afición a los deportes, y al igual que de Raubal se cuenta de Braun que era una «niña salvaje». Un conocido de la adolescencia opinaba que en ella «se había perdido a un chico»; nunca había coqueteado con jóvenes. Además se divertía mucho disfrazándose y prefería «los papeles con pantalones». También se esforzaba por parecerse a la sobrina de Hitler, tanto en el peinado como en sus trajes.

Como acompañante del Führer, se quejaba Christa Schroeder, tenía poca talla. «¡Pero a mí me basta!», respondía Hitler. Por otra parte, tras la semilegalización de su relación en 1936, Eva Braun se había apaciguado un tanto; había llegado a convencerse de que su situación tenía «su lado bueno y sus ventajas». «Imagínese usted lo cómodo que resulta para una mujer no tener que sentirse nunca celosa de otra».​

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RECUERDOS COMPROMETEDORES DE AMIGOS

Carta de Adolf Hitler a su amigo de juventud, el funcionario, mediocre músico y escritor ocasional August Kubizek: «Me gustaría mucho volver a recordar contigo cuando haya pasado el tiempo de mis luchas más duras los más bellos años de mi vida». En su hagiografía (no se puede calificar de otra forma), Adolf Hitler, mi amigo de juventud (1953), Kubizek recuerda así aquellos tiempos: «Nadie en el mundo me ha querido tan entrañablemente ni me ha tratado mejor [...]. [Hitler] no podía soportar que saliera o hablara con otros jóvenes. Para él, en ese sentido, se trataba de una exclusividad absoluta». En sus memorias, Kubizek relata una anécdota en la que ambos se perdieron bajo una tormenta en un paseo por el monte y acabaron en una cabaña: «Extendí uno de aquellos grandes trozos de tela sobre el heno y le dije que debía quitarse la camiseta y los calzoncillos. Se tumbó desnudo sobre el paño [...]. Le divertía enormemente aquel acontecimiento, cuyo final romántico le complacía gratamente. Ahora ya no sentíamos frío».

.

ERNST HANFSTAENGL , amigo del führer, al servicio secreto estadounidense, en 1942: «La residencia de Hitler tenía fama de ser un lugar al que acudían hombres mayores en busca de jóvenes con el propósito de mantener relaciones homosexuales».


FRIEDRICH ALFRED SCHMID-NOERR , opositor a Hitler, recogió en 1939 el testimonio de un compañero del futuro führer en el regimiento List, donde ambos sirvieron durante la Guerra del 14: «Entre nosotros se despertó desde un principio la sospecha de que era homosexual. En 1915, estábamos en la fábrica de cerveza Le Fébre de Fournes y dormíamos en yacijas de paja. Hitler dormía por las noches con Schmidl, su puta masculina. Oímos un crujido.Uno encendió su linterna eléctrica y refunfuñó: «ya está de nuevo la pareja de maricas haciendo de las suyas»».


JOHANNES MEND , autor del libro propagandístico pro nazi Adolf Hitler en el frente de 1914 a 1918, reveló a Eva Köning (después testigo contra el autor en un juicio por abusos sexuales) escenas de equívoca camaradería de aquella época: «Cuando se bañaban juntos [Hitler y otros soldados] solían saltar unos sobre otros desnudos. Hitler hacía entonces todo lo imaginable con ellos y por la noche se apartaba de allí con alguno».


ERNST RÖHM , homosexual declarado, comandante de la AS, donde instauró una filosofía homofílica muy basada en el movimiento Wandervogel (Pájaros errantes) ideado por el pensador Hans Blüher: «Sólo deciden los hombres. Los desertores políticos y las mujeres histéricas de ambos sexos deben abandonar el barco cuando de lo que se trata es de combatir». Röhm también es el probable autor del ensayo Nacionalismo e inversión, publicado en 1932, y en el que se exalta el homoerotismo y se hace una alusión explícita a Hitler que éste nunca desmintió: «No es tan sólo un punto de vista personal, sino la opinión hasta del führer». Ernst Hanfstaengl, en sus memorias, recuerda la relación que mantenían Hitler y el comandante de la AS : «La relación de amistad entre Hitler y Röhm se hizo más profunda [en 1923, tras un intento de golpe de Estado], lo que llevó desde el tuteo fraternal hasta rumores sobre supuestas relaciones íntimas entre ambos».


HANS BLÜHER: «Hitler, que había leído [mi libro] El papel del erotismo, reconocía también que tenía que existir algo así [el heroísmo masculino homoerótico]». «Naturalmente, Hitler conocía muy bien mis libros y sabía que su movimiento era un movimiento de hombres y que estaba basado en las mismas fuerzas primarias que los Wandervogel».

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general cobarde rebuznó:
gpv, no aproveche la coyuntura para meter toda la mierda que pueda sobre hitler :lol:

No es así: son teorías alternativas y revisionistas de hechos históricos, de cuya temática va el hilo, con la que se puede estar de acuerdo o no, pero que se cuelgan para que el que quiera los lea.
 
general cobarde rebuznó:
De donde saca usted la mierda BBST? :121

Hombre, la mierda la mierda, lo que se dice la mierda, por raro que pueda parecer por estos pagos, del culo:mrgreen:

Pero eso es parte de esto:

LA HISTORIA DE LOS VENCIDOS


general cobarde rebuznó:
Y el regimen nazi, no era consciente de ser unos titeres en el juego de los juden? de todas formas, yo me queria referir a aquellas lineas que apuntan que fue directamente financiado por judios, o auspiciado por ellos, no que los nazis nacieran como una respuesta calculada por ellos. Yo no lo veo viable, y ustedes que opinan?

Puede ser, de lo contrario serían la única excepción de la regla en por lo menos los últimos 2 siglos.

Esto es lo que dicen Gary Allen y Larry Abraham en "Nadie se atreve a llamarle conspiración":


Sabemos que un grupo de financistas americanos no sólo ayudó a
establecer el comunismo en Rusia, sino que se esforzó poderosamente para
mantenerlo vivo. Desde 1918 este grupo ha estado comprometido en transferir
dinero y, probablemente, lo que es más importante, en transferir información técnica a la Unión Soviética. Esto lo demuestra claramente el letrado Anthony Sutton, del Instituto Hoover sobre Guerra, Revolución y Paz, de la Universidad de ,Stanford, en su historia en tres tomos llamada Western Technology and Soviet Economie Development.

En su mayoría usando documentos del Departamento de Estado, Sutton
muestra terminantemente que todo lo que los soviéticos poseen ha sido virtualmente adquirido del Occidente. No es una exageración decir que la URSS fue hecha en USA.

Los pintores de paisajes, incapaces de refutar el monumental saber de Sutton,
sencillamente lo pintan fuera del cuadro.

En Versalles, este mismo grupo se dedicó a esculpir Europa y a preparar el escenario para la II Guerra Mundial. Como Lord Curzon comentó: "No es un tratado de paz, es un simple quiebre de hostilidades". En 1933, los mismos Privilegiados empujaron a FDR a reconocer a la Unión Soviética, salvándola de la ruina financiera, mientras que al mismo tiempo firmaban, bajo la mesa, enormes préstamos en ambos lados del Atlántico para el nuevo régimen de Adolfo Hitler. Haciendo esto, ellos ayudaban en gran parte a la preparación del escenario de la II Guerra Mundial y a los eventos que siguieron.

En 1941, los mismos Privilegiados corrieron a ayudar a nuestro "noble
aliado" Stalin, después de su ruptura con Hitler. En 1943, estos mismos
Privilegiados partieron a la Conferencia de Teherán y procedieron al inicio del
despedazamiento de Europa, después de la segunda gran "guerra para terminar con la guerra". De nuevo en Yalta y Potsdam, en 1945, establecieron la política de China..., después resumida por Owen Lattimore: "El problema estaba en cómo hacerla (a China) caer sin que se notara que los Estados Unidos la habían empujado".

Los hechos son ineludibles. El comunismo ha sido impuesto en un país detrás del otro, en la población local de arriba hacia abajo. Las fuerzas más sobresalientes en la imposición de esa tiranía vinieron de los Estados Unidos y Gran Bretaña. Este es un cargo que ningún americano formula gratuitamente, pero los hechos no llevan a otra conclusión posible. La idea que el Comunismo es un movimiento de las masas oprimidas es un fraude.

Nada de lo anterior tiene sentido si el comunismo es realmente lo que los comunistas y el Establishment nos dicen que es. Pero si el comunismo es un brazo de una conspiración mayor, que aspira a controlar el mundo a través de billonarios con poder desquiciado (y brillantes, pero despiadados académicos que les han mostrado cómo usar su poder), todo se vuelve perfectamente lógico.
Es en este punto cuando deberíamos nuevamente dejar en claro que esta
conspiración no está compuesta sólo de banqueros y capitalistas internacionales, sino que incluye a inteligencias representativas de los más diversos estratos de la sociedad. Empezando con Voltaire y Adam Weishaupt y pasando por John Ruskin, Sidney Webb, Nicholas Murray Butter, y siguiendo al presente con Henry Kissinger y John Kenneth Galbraith, siempre ha sido el erudito buscador de caminos de poder el que ha mostrado a los "hijos de los muy poderosos" el modo en que la riqueza puede ser usada para gobernar el mundo.

No podemos someter al lector a un esfuerzo demasiado grande, ya que es de
importancia que recuerde que este libro sólo está discutiendo un segmento de la
conspiración, la labor de ciertos banqueros internacionales. Otros segmentos
igualmente importantes, que trabajan para fomentar la lucha laboral, religiosa y
racial, para promover el socialismo, han sido descritos en numerosos otros libros.

Estas otras divisiones de la conspiración operan independientemente de los
banqueros internacionales, en la mayoría de los casos, y sería ciertamente desastroso ignorar el peligro que representan contra nuestra libertad.

Sería igualmente absurdo englobar a todos los hombres de negocio y banqueros en la conspiración. Uno debe distinguir entre la libre empresa competidora, el más moral y productivo sistema jamás ideado, y el capitalismo de cartel dominado por industriales monopolistas y banqueros internacionales. La diferencia está en que el empresario privado opera ofreciendo productos y servicios en un mercado de libre competencia, mientras que el capitalista de cartel usa al gobierno para obligar al público a hacer negocios con él. Estos socialistas corporativos son mortales enemigos de la empresa privada competidora.

Los Liberales están esperanzados de que estos "barones ladrones" fijarán precios, equiparán mercados, establecerán monopolios, comprarán políticos, explotarán a los empleados y los despedirán antes de jubilar, pero ellos no creen en absoluto que estos mismos hombres desean gobernar el mundo o usar el comunismo como el puñal de su conspiración. Cuando uno discute las maquinaciones de estos hombres, los Liberales generalmente responden diciendo: “¿Pero ¿no crees que tienen buenas intenciones?”

Sin embargo, si usted piensa con lógica, razón y precisión en este campo, y trata de descubrir a los buscadores de poder, la gran masa del Establishment lo acusará de ser un peligroso paranoico, que está "dividiendo" a nuestra gente. En todas las demás áreas, por supuesto, ellos alientan la disidencia, por ser saludable en una "democracia".

CAPITULO 5
ESTABLECIENDO EL ESTABLISHMENT
Una de las razones primarias por la cual los Privilegiados trabajaron entre bastidores para fomentar la I Guerra Mundial, fue para crear un gobierno mundial después del conflicto. Si se quiere establecer monopolios nacionales, se debe controlar gobiernos nacionales. Si se desea establecer monopolios internacionales o carteles, se debe controlar un gobierno mundial.

Después del ARMISTICIO del 11 de noviembre de 1918, Woodrow Wilson y su alter ego, “Corone” House (el hombre del primer plano, siempre presente por los
Privilegiados), fue a Europa con las esperanzas de establecer un gobierno mundial en la forma de Liga de Naciones. Cuando las negociaciones revelaron que un lado había sido tan culpable como el otro, y que el brillo -de la "cruzada moral" se evaporaba junto con los ostentosos, "Catorce Puntos" de Wilson, los “tropiezos en Main Street” empezaron a aparecer. La reacción y desilusión vieron la luz.

Los americanos, ciertamente, no querían entrar a un Gobierno Mundial con europeos de doble filo, cuya especialidad era el pacto secreto escondido detrás del pacto secreto. El invitado de honor, por así decirlo, salió caminando majestuosamente del banquete antes de que la comida envenenada fuera servida. Y sin la inclusión americana, no podía haber un Gobierno Mundial que tuviera sentido.

La excitada opinión pública hizo obvio el hecho de que el Senado de los Estados
Unidos no se atreviera a ratificar un pacto que echaría sobre el país tal compromiso internacionalista. En cierto modo, el público americano tuvo que ser vendido a la idea del internacionalismo y Gobierno Mundial. Nuevamente la llave fue el "Coronel" House.

House había puesto sus ideas políticas en su libro llamado Philip Dru: Administrator, en 1912. En su libro, House coloca un plan finamente simulado para la conquista de América, a través del establecimiento de "El Socialismo como fue soñado por Karl Marx". El describió una "conspiración" -la palabra es suya- que tiene éxito en la elección del Presidente de los Estados Unidos, por medio de la "decepción relacionada con sus verdaderas opiniones e intenciones". Entre otras cosas, House escribió que la conspiración era para "insinuarse en las primarias, para que ningún candidato, cuyos
puntos de vista no estaban de acuerdo con los de ellos, pudiera ser nominado".

Las elecciones debían ser meras charadas conducidas para el deslumbramiento de los distraídos. La idea era usar a los partidos Demócrata y Republicano como
instrumentos para promover el Gobierno Mundial.

En 1919, House se reunió en París con miembros de la “sociedad secreta” británica llamada "La Mesa Redonda", para formar una organización cuya labor sería popularizar entre los ciudadanos de América, Inglaterra y Europa Occidental la idea sobre las glorias del Gobierno Mundial. El leitmotiv a emplear era, por supuesto, la “paz”. La parte correspondiente a los Privilegiados, estableciendo una dictadura mundial, fue, por supuesto, dejada afuera.
La organización de la "La Mesa Redonda" en Inglaterra nació del sueño
de toda una vida del magnate de oro y diamante Cecil Rhodes, por un
"nuevo orden MUNDIAL".

La biógrafa de Rhodes , Sara Milfin, era un poco más directa. Como ella
lo escribió: "El gobierno del mundo era el elemental deseo de Rhodes".
Quigley hace notar:

"A mediados de 1890, Rhodes tenía una entrada personal
de por lo menos un millón de libras esterlinas al año
(después, cerca de cinco millones de dólares) que gastó tan
libremente para sus misteriosos propósitos, que por lo
general estaba sobregirado en su cuenta ... "

El compromiso de una conspiración de Cecil Rhodes para establecer un Gobierno
Mundial aparece en una serie de asignaciones testamentarias descritas por Frank
Aydelotte en su libro American Rhodes Scholarships. Aydelotte escribe:

"Las siete asignaciones que Cecil Rhodes hizo entre las
edades de 24 y 36 años (Rhodes murió a la edad de
cuarenta y ocho) constituyen una especie de autobiografía
espiritual... Las más conocidas son la primera (de la
Sociedad Secreta....) y la última, que establecieron las
Becas Rhodes... En su primera asignación, Rhodes
manifiesta su deseo aún más específicamente: 'La
extensión de la autoridad británica a través del mundo ...,
la fundación de un poder tan grande como para hacer las
guerras imposibles y promover los intereses de la
humanidad'.

“'La Confesión de Fe' se aumenta con estas ,ideas. El
modelo para esta propuesta sociedad secreta era la
Sociedad de Jesús, aunque él menciona sólo a los masones”
Debería recordarse que el inspirador de este tipo de sociedad secreta fue
Adam Weishaupt, el monstruo que fundó la Orden de los Illuminati, el 19
de mayo de 1776, con el propósito de conspirar para controlar el mundo.
El rol de los Illuminati de Weishaupt en tales horrores, como El Reino del
Terror, es incuestionable, y las técnicas de los Illuminati han sido
reconocidas desde hace tiempo como modelos para la metodología comunista.
Weishaupt también usó la estructura de la Sociedad de Jesús (los jesuitas) como su
modelo, y reescribió su Código en Términos Masánicos.

Aydelotte continúa:
"En 1888, Rhodes hizo su tercera asignación ... dejando
todo a Lord Rothschild (su financiero en empresas
mineras), acompañada por una carta que llevaba 'la
materia escrita discutida entre nosotros'. Esto, se supone,
consistía en la primera asignación y la Confesión de Fe, ya
que en la postdata Rhodes dice 'considerando los asuntos
sugeridos, tome la Constitución de los Jesuitas, si se puede
obtener ...' "

Aparentemente, por razones estratégicas, Lord Rothschild con posterioridad fue
removido del proyecto. El Profesor Quigley revela que Lord Rosebury "reemplazó a su
suegro, Lord Rothschild, en el grupo secreto de Rhodes y fue hecho Depositario en la
próxima (y última) asignación".
pág. 64 de 103 - Nadie se atreve a llamarlo conspiración -
La "sociedad secreta" fue organizada en el molde conspiracional de círculos dentro de
circulos. El Profesor Quigley nos informa que la parte central de la "sociedad secreta"
fue establecida en marzo de 1891, usando el dinero de Rhodes. La organización era
manejada para Rothschild por Lord Alfred Milner, discutido en el último capítulo como
financiero clave de la revolución bolchevique, La "Mesa Redonda" trabajó entre
bambalinas en los más altos niveles del gobierno británico, influyendo en la política
externa y en el desenvolvimiento y conducta de Inglaterra en la 1 Guerra Mundial. De
acuerdo al Profesor Quigley:

“Al final de la Guerra de 1914, se hizo claro que la
organización de este sistema (el Grupo de la Mesa
Redonda) tenía que ser vastamente extendido. Una vez
más, la labor fue confiada a Liones Curtis, quien estableció,
en Inglaterra y en cada dominio, una organización de
fachada al Grupo de la Mesa Redonda. Esta organización,
llamada Instituto Real de Asuntos Internacionales, tenía
como su núcleo, en cada área, al sumergido Grupo de la
Mesa Redonda. En Nueva York era conocido como el
Consejo de Relaciones Exteriores, y era un frente para J. P.
Morgan y Cía., en asociación con un muy pequeño Grupo
de la Mesa Redonda americana. Los organizadores
americanos fueron dominados por un gran número de
'expertos' de Morgan ...,que habían ido a la Conferencia de
Paz de París, y allí se hicieron amigos íntimos con un grupo
similar de 'expertos' ingleses, reclutados por el grupo de
Milner. De hecho, los planes originales para el Instituto
Real de Asuntos Internacionales y el Consejo de Relaciones
Exteriores (C. R. E.) fueron redactados en París ...”
Joseph Kraft (C. R. E.) nos cuenta, en Harper's de julio de 1958, que el promotor
principal en la fundación del Consejo de Relaciones Exteriores, fue el "Coronel"
House, apoyado por protegidos tales como Walter Lippmann, John Foster Dulles,
Allen Dulles, Chrístian Herter, entre otros. Fue House quien actuó como anfitrión para
el Grupo de la Mesa Redonda de ingleses y americanos en la reunión clave del 19 de
mayo de 1919, en el Hotel Majestic de París. En esa ocasión, se encargó a la
conspiración crear el C. R. E.
Aunque Quigley enfatiza la importancia de los hombres de Morgan en la creación de
la organización conocida como el Consejo de Relaciones Exteriores, los propios
materiales de la organización y las memorias del "Coronel" House revelan su función
como partero en el nacimiento de dicho organismo.
El vigésimo quinto Informe Anual del C. R. E. nos revela lo siguiente sobre su
fundación en Paris:

“ ... El Instituto de Asuntos Internacionales, creado en París
en 1919, comprendía, al comienzo, dos ramas: una en el
Reino Unido y otra en los Estados Unidos ...”
Posteriormente el plan fue alterado para producir una real autonomía, ya que " ... no
parecía ser lo más sabio el tener una institución única con secciones". Debía
elaborarse una institucionalidad de manera que el C. R. E., en América, y el IRAI, en
Inglaterra, aparecieran como verdaderas organizaciones independientes. Todo, a
menos que el público americano se diera cuenta que el C. R. E. era, de hecho, una
sucursal del Grupo de la Mesa Redonda, y reaccionara con patriótica furia.
Según Quigley, las dinastías financieras importantes en América, después de la I
Guerra Mundial, fueron (además de Morgan) la familia Rockefeller, Kuhn, Loeb y Cía., Dillon Read y Compañía y Brown Bros. Harriman. Todos ellos estaban representados
en el C. R. E., siendo Paul Warburg uno de los asociados. Muchos de los miembros
pertenecientes al clan de los Privilegiados —grupo que creó el Sistema de Reserva
Federal y financió, en gran parte, la revolución bolchevique— fueron de los primeros
en participar en el Consejo. Junto a Paul Warburg intervinieron corno fundadores del
C. R. E. financistas internacionales Privilegiados de la talla de Jacob Schiff, Averell
Harriman, Frank Vanderlip, Nelson Aldrich, Bernard Baruch, J. P. Morgan y John D. Rockefeller. Estos hombres no crearon el C. R. E. porque no tenían nada mejor que hacer con su tiempo y dinero; lo crearon como herramienta para el éxito de sus ambiciones.

El C. R. E. ha llegado a ser conocido como "El Establishment", "el Gobierno Invisible"
y "la Oficina de Relaciones Exteriores de Rockefeller". Esta organización semisecreta
ha llegado a ser, incuestionablemente, el grupo más influyente en América.
Uno de los rarísimos artículos que han aparecido en la prensa nacional, relacionado
con este Consejo, fue publicado en el Christian Science Monitor el 1º de septiembre de
1961. Empezaba así:

"En el lado oeste de la distinguida Park Avenue y la Calle
68 (en la ciudad de Nueva York) hay dos hermosos
edificios, uno frente al otro. Uno es la Embajada Soviética
ante las Naciones Unidas ... Justamente en el lado opuesto,
en la esquina suroeste, se encuentra el Consejo de
Relaciones Exteriores — probablemente una de las
organizaciones semipúblicas más influyentes en el terreno
de la política exterior."

Aunque la dotación formal del C. R. E. está compuesta por cerca de 1.500 personas,
pertenecientes a la élite del mundo del gobierno, de los negocios, de las finanzas, de
las comunicaciones, de las fundaciones y al sector académico —habiendo ocupado
casi todos ellos posiciones claves en todas las Administraciones, desde FDR—, es
dudoso que un americano entre mil reconozca el nombre del Consejo, y que uno
entre diez mil pueda decir algo sobre su estructura o propósitos. Decidor del poder
del C. R. E. para mantenerse anónimo es el hecho que, pese a haber operado en los
más altos niveles por casi cincuenta años y haber tenido desde el principio entre sus
miembros a los primeros leones de los medios de comunicaciones del Establishment,
descubrimos, luego de estudiar escrupulosamente muchos tomos del Reader's Guide To
Periodical Literature, que sólo ha aparecido un artículo sobre el C. R. E. en una revista
importante durante décadas. Y esta publicación apareció en el Harper's, que es un
periódíco de escasa circulación en ei público corriente. En forma similar, sólo unos
pocos artículos sobre el Consejo han aparecido en los grandes periódicos del país. Tal
anonimato —a ese nivel— no puede ser materia de mera casualidad.

¿Qué hace a esta. organización secreta tan influyente?
Nadie que lo sepa en forma segura lo dirá. El Christian
Science Monitor, que es editado por un miembro de la Mesa
Redonda Americana (una sección de la sociedad secreta
de Milner), hizo notar, en el artículo del 1.º de
septiembre de 1961, que "Su nómina ... contiene
nombres distinguidos en el terreno de la diplomacia,
gobierno, negocios, finanza, trabajo, periodismo, leyes y educación. Lo que permitió
la unión de socios de tan diversas gamas y desigualdades es una apasionante
preocupación por la dirección de la política exterior americana".
El Christian Science Monitor muestra el fantástico poder que el C. R. E. ha tenido durante
las últimas seis administraciones:

"Gracias a la exclusiva dedicación al estudio y deliberación
sobre la política exterior americana por parte del Consejo,
es que hay un constante flujo de sus miembros desde el
servicio privado al público. Casi la mitad de los Iniegrantes
del Consejo ha sido invitada a asumir posiciones oficiales de
gobierno o a actuar como consultores en un momento u
otro" (Sic).

Las Políticas promovidas por el C. R. E. en el terreno de las relaciones internacionales
y defensa se han convertido, con una regularidad que desafía las leyes de las
probabilidades, en las políticas oficiales del Gobierno de los Estados Unidos. Joseph
Kraft, columnista liberal y miembro del C. R. E., sobre 'este particular anota en un
artículo de Harper's: "(El C. R. E.) ha sido el lugar de algunas decisiones básicas de
gobierno, ha dado el contexto para muchas otras y, repetidas veces, ha servido como
terreno de reclutamiento para jerarquías superiores". Casualmente, Kraft titula su
artículo en forma muy apta para describir el C. R. E.: "Escuela para Hombres de
Estado" —una manera de reconocer que los miembros del Consejo son entrenados en
una "línea" de estrategia que será seguida en Washington.

A medida que se aproximaba la II Guerra Mundial, el Grupo de la Mesa Redonda fue
influyente al ver que Hitler no era detenido en Austria, Rhineland o Sudetenland, y,
por lo tanto, fue ampliamente responsable de la precipitación del holocausto. Una
segunda guerra mundial mejoraría mucho la oportunidad para establecer el Gobierno
Mundial. El financíamiento para el ascenso al poder de Adolfo Hitler estuvo en manos
del Mendelsohn Bank, de Amsterdam., controlado por Warburg y después por el J.
Henry Schroeder Bank, con sus sucursales en Frankfort, Londres y Nueva York. El
principal consejero legal del J. Henry Schroeder Bank era la firma de Sullivan y
Cromwell, cuyos socios más antiguos incluían a John Foster y Allen Dulles


(Ver All Honorable Men, de James Martin, Little Brown, Co. New York, 1950, p. 51. También ver Quigley, p. 433).

Con la Mesa Redonda haciendo su labor en Europa, el C. R. E. trasladó el asunto a los
Estados Unidos. La primera labor del Consejo era la de infiltrar y desarrollar un
control efectivo en el Departamento de Estado de Estados Unidos, para asegurarse
que no habría los resbalones que siguieron a la I Guerra Mundial. La historia de la
toma de posesión del C. R. E. sobre el Departamento de Estado está contenida en la
Publicación N.º 2.349 de este Departamento de Estado, Report to the President on the Results
of the San Francisco Conference. Es el informe del Secretario de Estado, Edward R.
Stettinius (C. R. E.), al Presidente Truman. En la página veintiuno encontramos:
"Al empezar la guerra en Europa, estuvo claro que los Estados Unidos se vería
enfrentado, después del conflicto, con problemas nuevos y excepcionales ... En
efecto, un Comité de Problemas de Postguerra fue puesto en marcha antes del
término de 1939 (dos años antes que los Estados Unidos entrara a la guerra), por
sugerencia del C. R. E. El comité estaba formado por altos oficiales del Departamento
de Estado (de los cuales sólo uno no era miembro del C. R. E.). Era asistido por un
comité de investigación (provisto, financiado y dirigido por el C. R. E.), que en
febrero de 1941 se convirtió en una División de Investigación Especial (saliendo de la
nómina del C. R. E. para entrar a la del Departamento de Estado).

"Después de Pearl Harbor, las facilidades de investigación rápidamente se
expandieron y el Comité Departamental en Problemas de Postguerra fue
reorganizado para formar un Comité Asesor en Política Exterior de Post-guerra
(completamente equipado por el C. R. E.)" (Ver, también, el libreto del C. R. E.,
Record of Twenty Years, 1921-1947).

Este es el grupo que designó las Naciones Unidas, el primer gran paso exitoso en vías
de un Superestado Mundial. Por lo menos cuarenta y siete miembros del C. R. E.

estaban entre los delegados americanos a la fundación de las Naciones Unidas, en
San Francisco, en 1945. Miembros del grupo del C. R. E. incluían a Harold Stassen,
John J. MeCloy, Owen Lattimore (llamado "instrumento conscientemente articulado
de la conspiración soviética" por el Subcomité de Seguridad Interna del Senado),
Alger Hiss (espía comunista), Nelson Rockefeller, John Foster Dulles, John Carter
Vincent (seguridad) y Dean Acheson. Para asegurarse que los miembros del Partido
Comunista entendían la importancia del establecimiento de las Naciones Unidas, el
Political Affairs, diario teórico oficial del Partido, en el número de abril de 1945, dio la
orden:

"Se debería vigorizar un gran apoyo popular y entusiasmo
por las políticas de las Naciones Unidas, bien organizados y
ampliamente articulados. Pero es necesario hacer aún más
que eso. Se debe hacer impotente a la oposición, de modo
que sea incapaz de reunir algún apoyo significativo en el
Senado contra la Carta de las Naciones Unidas y los
tratados que vendrán."

Uno cuestiona si los bobos a nivel de Partido alguna vez se preguntaron por qué
debían apoyar una organización dominada por las odiadas personalidades de "Wall Street". Los pintores de paisaje de la gran masa se han excedido a si mismos, pintando a las Naciones Unidas como una organización de paz, en lugar de ser un frente para los banqueros internacionales.

Los miembros del Consejo de Relaciones Exteriores no sólo imponían
mayoritariamente la idea de crear las Naciones Unidas, sino que también estaban al
lado del Presidente americano en Teherán, Potsdam y Yalta, donde cientos de
millones de seres humanos fueron entregados a las manos de Joseph Stalin,
extendiendo así vastamente el poder de la conspiración comunista internacional.
Asistente administrativo de FDR, durante este tiempo, era un miembro clave del C. R.
E., llamado Lauchlin Currie —después identificado por J. Edgar Hoover como un
agente soviético.

El C. R. E. ha dominado de tal manera el Departamento de Estado durante los últimos
treinta y ocho años, que cada Secretario de Estado, exceptuando a Cordell Hull,
James Byrnes y William Rogers, ha sido miembro del C. R. E. Mientras Rogers no es
miembro, el profesor Henry Kissinger, Secretario de Estado del Sr. Nixon, llegó a su
puesto desde la plana mayor del C. R. E., y los subsecretarios de Estado, hasta el
último hombre, son casi todos miembros del C. R. E.
Hoy el C. R. E. continúa trabajando activamente para llegar a su objetivo final de un
gobierno sobre todo el mundo, un gobierno que los Privilegiados y todos sus aliados
controlarán. El objetivo del C. R. E. es, sencillamente, neutralizar a los Estados
Unidos con sus garantias constitucionales de libertad. Y ni siquiera tratan de
ocultarlo. El Study N.º 7, publicado por el C. R. E. el 25 de noviembre de 1959,
abiertamente aboga por: “Construir un nuevo orden internacional, el cual debe
reflejar las aspiraciones mundiales por la paz, el cambio social y el económico..., un
orden internacional (palabra clave para gobierno mundial ..., incluyendo a los
Estados que se llaman a si mismos "socialistas" (comunistas)”.

La razón por la cual se denomina como "el Establishment" a esta poco conocida
organización semisecreta, es evidente para aquellos que hayan estudiado la lista de
sus miembros (Ver Cuadro 7). Las organizaciones bancarias internacionales que
actualmente tienen hombres en el C. R. E., incluyen la Kuhn, Loeb y Cía., Lazard
Fréres (directamente afiliado con Rothschild); Dillon Read; Leliman Bros.; Goldrnan,
Sachs; Chase Manhattafi Bank; Morgan Guaranty Bank; Brown Bros. Harriman; First
National City Bank; Chemical Bank and Trust- y Manufacturers Hanover Trust Bank.......

Nadie-se-atreve-a-llamarle-conspiración.pdf

En este libro se cita constantemente a Carroll Quigley y su libro "Tragedy and Hope" quien por lo visto fue profesor y gran influencia para Clinton como cuenta en su pagina wiki:

Carroll Quigley - Wikipedia, the free encyclopedia

Recomiendo su lectura a los que vivan en un país aun minimamente civilizado. Si estos libros que enlacé solo se consiguen en librerías de esas que luego destruyen o cierran y encarcelan a sus dueños, como es el caso de la librería europa en Barcelona. Este ni siquiera debe estar traducido al español, y yo, aquí, aun estoy esperando los 2 libros que compré en Amazon hace medio año. como para pedir este.
 
mecagoenSatán rebuznó:
¿Insinúas algo?:1 Explícame el chiste, anda, que no lo cojo.

No era chiste, era a ver si se aparecía Arisgo a curiosear. Pero es verdad que su cándida opinión era similar a la de Duke, claro que, que sea candida no quita que sea verdad; yo no lo sé.
 
Estaría bien que los tarados conspiracionistas explicaran como es posible que un país dominado y subyugado al dominio sionista como es EEUU, pactase en su momento con un país como España, que no mantenía relaciones ni reconocía el Estado de Israel, y denunciaba continuamente la existencia de una conspiración judeo-masónica.

Por aquello de seguir con el hilo.
 
BAILARÉ SOBRE TU TUMBA rebuznó:
No era chiste, era a ver si se aparecía Arisgo a curiosear. Pero es verdad que su cándida opinión era similar a la de Duke, claro que, que sea candida no quita que sea verdad; yo no lo sé.
¿Arisgo no había muerto?:1
 
1984 reload rebuznó:
¿Ser gueil no era bueno?
Yo pensaba que, al menos, era una opción tan respetable como las demás. Pero ya veo que dependiendo de quién es gay, es bueno o es malo.

Relativismo, que se llama.
 
1984 reload rebuznó:
¿Ser gueil no era bueno?

MarXito rebuznó:
Yo pensaba que, al menos, era una opción tan respetable como las demás. Pero ya veo que dependiendo de quién es gay, es bueno o es malo.

Relativismo, que se llama.

cuando el presunto gueil se dedica a gasear a sus anteriores ligues el relativismo se termina.
 
1984 reload rebuznó:
¿Ser gueil no era bueno?
Sí, lo es siempre que seas un Zerolo de la vida. Pero como ya dije cuando puse el caso de Galiano, en el momento en que te desvías de la línea correcta, ni por muy marica que seas te vas a salvar.

Por otro lado, tampoco entenderé nunca qué pretenden todos estos juntaletras que se empeñan siempre en encontrar la "prueba definitiva" de que Hitler era guein, judío, o que le metía a las anfetas, cuando precisamente así lo único que hacen es tirar piedras contra su própio tejado: ¿dices que Hitler era judío? ¡Felicidades! Acabas de demostrar que el Asesino namber uan de la Historia-Encarnación del Mal en estado puro tm pertenecía al Pueblo Judío, esa gente tan entrañable. Pues hombre, digo yo que tendrían que ser los própios judíos los que más ofendidos se sitiesen ante semejantes declaraciones, no?:53
lo Cartanyà rebuznó:
paleto.jpg

cuando el presunto gueil se dedica a gasear a sus anteriores ligues el relativismo se termina.
Como no, ya salió el payés Ceregumil a soltar la gracieta que oyó el otro día por Tevetrés, la teva. Otro día si eso hablamos de los que se dedican a soltar eslóganes como "la burguesía, al gulag, gñé", mientras viven en su cómodo chalet de la zona alta, ¿te parece?:1
 
1984 reload rebuznó:
¿Ser gueil no era bueno?

MarXito rebuznó:
Yo pensaba que, al menos, era una opción tan respetable como las demás. Pero ya veo que dependiendo de quién es gay, es bueno o es malo.

Relativismo, que se llama.

Os iba a responder vuestra demagogia con la simple lógica, pero ya no la hecho cerebruil, así que hago mías sus palabras, si me lo permite.

mecagoenSatán rebuznó:
Por otro lado, tampoco entenderé nunca qué pretenden todos estos juntaletras que se empeñan siempre en encontrar la "prueba definitiva" de que Hitler era guein, judío, o que le metía a las anfetas, cuando precisamente así lo único que hacen es tirar piedras contra su própio tejado: ¿dices que Hitler era judío? ¡Felicidades! Acabas de demostrar que el Asesino namber uan de la Historia-Encarnación del Mal en estado puro tm pertenecía al Pueblo Judío, esa gente tan entrañable. Pues hombre, digo yo que tendrían que ser los própios judíos los que más ofendidos se sitiesen ante semejantes declaraciones, no?:53

La respuesta va en el mismo sentido: precisamente, si Hitler fuera judío, el ridículo sería vuestro, pues estaríais alabando la labor de un judío, cuándo vosotros mismo abobinais de los judíos. En lo que sería la enésima muestra de subnormalidad e incoherencia neonazi.
 
LA ATLANTIDA, LO QUE LA CIENCIA OCULTA

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Habiendo leído así por encima algunos post de la última página creo que viene a colación de lo que estais hablando, hay más vídeos de este tipo por youtube, sabiendo quien es y qué representa de Mahieu se comprenden mejor los otros vídeos.

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No sé si en algún post se trató ya la posible locura de
Adolf Hitler:

Sucesos inexplicables en Hitler

La noche y el duro invierno dejaban caer una copiosa nieve sobre el nido de águilas, un gran refugio alpino situado en la cresta de una alta montaña en Bertchsgaden. Se podía adivinar la figura de un hombre asomado a unas interminables e infinitas cristaleras. Instantes después se alejó del ventanal, para seguir compartiendo la velada con sus importantes amistades. Una de ellas le hizo un extraño comentario y de inmediato, el hombre, respondió enérgicamente: "Si cree usted que nuestro movimiento se reduce solo a un partido político... ¡Es que no ha entendido nada!".

No era la primera vez, ni sería la última en que Hermann Rauschning, jefe nazi del gobierno de Danzig, vio a Adolf Hitler expresarse en esos crípticos términos. Lo cierto es que han pasado ya muchos años, y muchos enigmas sobre el III Reich perduran. Probablemente para siempre. Como también lo hacen varios millones, no exageramos, de documentos técnicos, militares, políticos, e incluso esotéricos sobre el régimen de Hitler. La mayor parte de la documentación científica se encuentra en EE.UU. mientras que una gran parte del bagaje documental místico y esotérico, se encuentra celosamente guardado en viejos estantes, cajas y armarios del desvencijado archivo histórico ruso, y de sus numerosos servicios secretos.

En los acontecimientos históricos que estuvieron tras el intento de acceder al control mundial por parte del catastrófico régimen nazi, hay una trastienda donde la irracionalidad y la religión son las protagonistas. En esa visión del mundo, el ocultismo, la magia, antiguas sociedades secretas, las creencias en mitos ancestrales e incluso objetos, que según las más antiguas leyendas, están revestidos de extraños poderes sobrenaturales, jugaron un papel importantísimo.

Tal fue la importancia y la influencia de esas creencias que determinaron el resultado de la contienda e incluso afectaron, en el caso nazi, a campos tan racionales como el de la investigación científica. Lamentablemente, todo ello provoco una espiral de locura y horror como nunca se ha visto, que barrió de la faz del planeta a 50 millones de seres humanos, y sumió en la hoguera de los crematorios a 6 millones de almas.

Sin embargo, muchos historiadores perspicaces han buscado en la trastienda y rascado bajo esa superficie aparente, y lo que se han encontrado es totalmente anómalo e increíble. La conclusión final, es que el análisis que hacen los historiadores ortodoxos basados en argumentos político-sociales o económicos, no son suficientes para explicar el fenómeno nazi. Desgraciadamente, nadie puede explicar completamente cómo fue posible que un grupo de "vagabundos" sin oficio ni futuro fueran capaces de fundar un partido político que en 22 años casi hizo tambalear las estructuras del sistema europeo y mundial. Y por supuesto, aun no es posible calibrar del todo hasta que punto el esoterismo jugo un papel primordial en ese cataclismo mundial sin precedentes. Al igual que tampoco es posible saber fuera de las informaciones clásicas y ya viciadas por el paso de las décadas, cuanto del increíble avance científico y técnico nazi se debe a ese "ambiente heterodoxo". En definitiva, el enigma permanece.


Las voces de Hitler

Pero como toda historia real, esta tiene un comienzo primitivo, enigmático e inquietante allá por el invierno de 1908. En esa época el joven Hitler vivía en Linz, un pueblo austríaco cercano a la frontera alemana. Ya desde su temprana juventud se había sentido atraído por las narraciones de las viejas leyendas alemanas. Por supuesto, las operas del compositor alemán Richard Wagner y el grandioso universo musical que generaba, totalmente asociado a antiguas leyendas nórdicas sobre el santo grial y otros temas mitológicos, como el anillo de los Nibelungos, no pasaban desapercibidos para el oscuro hijo del aduanero, aspirante entonces a arquitecto o pintor reconocido.

Su único amigo entonces, August Kubizek, recordaría años después una fecha concreta de una desapacible tarde de Noviembre. Esa noche representaban Rienzi una opera wagneriana donde se narraba como el pueblo de Roma era subyugado por la altiva y cínica nobleza; los hombres son obligados por ésta a la servidumbre, las mujeres y doncellas son deshonradas y ultrajadas por los altivos nobles. Pero en un momento concreto, de entre la multitud surge Rienzi, un hombre del pueblo, sencillo y desconocido, el liberador de su torturada nación.

La escena generó una honda impresión en los dos jóvenes y la tensión siguió en aumento cuando Rienzi, tras llegar al poder en Roma, es traicionado por sus propios seguidores que acaban asesinándolo. Conmovidos presenciaron la caída de Rienzi. Al final, abandonaron en silencio el teatro siendo ya medianoche. Kubizek recuerda: "Mi amigo caminaba por las calles, serio y encerrado en sí mismo, las manos profundamente hundidas en los bolsillos del abrigo, hacia las afueras de la ciudad. Esto me asombró". Le preguntó su parecer sobre la obra. "Entonces Adolf me miró extrañado, casi con hostilidad".

La húmeda y helada niebla se extendía densa sobre las estrechas y desiertas callejuelas en medio de la noche. Los acelerados pasos resonaban extrañamente sobre el adoquinado. Tomaron un camino que pasaba por delante de las pequeñas casitas de los arrabales de la ciudad. "Ensimismado, mi amigo caminaba delante mí. Todo esto me parecía casi inquietante. Adolf estaba más pálido que de costumbre. El cuello del abrigo levantado reforzaba aún más esta impresión. No había ya nadie a nuestro alrededor. La ciudad estaba sumida en la niebla... Como impulsado por un poder invisible, ascendió hasta la cumbre del Freinberg (la cumbre mas alta de la zona). Y ahora pude ver que no estábamos en la oscuridad, pues sobre nuestras cabezas brillaban las estrellas".

"Adolf estaba frente a mí. Tomó mis dos manos y las sostuvo firmemente. Era éste un gesto que no había conocido hasta entonces en él. En la presión de sus manos pude darme cuenta de lo profundo de su emoción. Sus ojos resplandecían de excitación. Las palabras no salían con la fluidez acostumbrada de su boca, sino que sonaban rudas y roncas... Nunca hasta entonces, ni tampoco después, oí hablar a Adolf Hitler como en esta hora en la que estábamos tan solos bajo las estrellas, como si fuéramos las únicas criaturas de este mundo. Me es imposible reproducir exactamente las palabras que mi amigo dijo".

"En estos momentos me llamó la atención algo extraordinario que no había observado jamás en él, cuando me hablaba lleno de excitación: parecía como si fuera otro. Pero no era, como suele decirse, que un orador es arrastrado por sus propias palabras. ¡Por el contrario! Y tenía más bien la sensación como si él mismo viviera con asombro, con emoción incluso, lo que con fuerza elemental surgía de su interior. No me atrevo a ofrecer ningún juicio sobre esta obsesión pero era como un estado de éxtasis, un estado de total arrobamiento... En imágenes geniales, arrebatadoras, desarrolló ante mí su futuro y el de su pueblo... hablaba de una misión, que recibiría un día del pueblo, para liberarlo de su servidumbre y llevarlo hasta las alturas de la libertad... El silencio siguió a sus palabras".

Treinta años después Kubizek, su amigo de juventud, quedó asombrado cuando Hitler recordó a la señora Wagner en cuya casa habían sido invitados, la escena que había tenido lugar después de la representación del Rienzi en Linz. Tras el relato, Hitler le dijo seriamente: En aquella hora empezó.

No fue la única ocasión en que sucedieron ese tipo de fenómenos. En las cartas que enviaba desde la trinchera el cabo Hitler en la primera guerra mundial, se advierte con toda claridad la creencia de que debe la vida a un milagro, o mejor dicho, a una cadena de milagros; que los escudos le protegieron una y otra vez; que mientras la mayor parte del regimiento era sacrificada en un baño de sangre, él gozaba de la protección especial de la Providencia.

En ese sentido, es interesante una experiencia ocurrida en la primera guerra mundial que relataría a la periodista Janet Flanner. Según relataría Hitler a la periodista: "me encontraba cenando en una trinchera con varios compañeros de milicia y de pronto sucedió lo impredecible. Repentinamente pareció que una voz me decía ¡levántate y vete allí! La voz era tan clara e insistente que automáticamente obedecí, como si se tratase de una orden militar. De inmediato me puse en pie y caminé unos veinte metros por la trinchera. Después me senté para seguir comiendo, con la mente otra vez tranquila. Apenas lo había hecho cuando, desde el lugar de la trinchera que acababa de abandonar, llego un destello y un estampido ensordecedor. Acababa de estallar un obús perdido en medio del grupo donde había estado sentado. Todos sus miembros murieron".

Independientemente de que todo obedeciera a una personalidad psicopatológica, o que realmente intervinieran agentes externos al personaje, lo históricamente cierto es que se acabo fundando un sistema político donde el esoterismo se reflejaba muchas veces en la sociedad. Hasta tal punto que muchos círculos hasta entonces secretos se institucionalizaron, como pasó con la agrupación estatal Ahnenerbe. Y muchos de los capitostes de la cúpula nazi como Hess, Rosenberg, Himmler, etc., habían formado parte de sociedades iniciaticas como el grupo Thule, o bien habían estado influenciados fuertemente por el esoterismo.
 
Encontré esto por ahí, da paso a un interesante debate sobre el particular, para el que le interese.
https://mundosgm.com/smf/index.php/topic,227.0/wap2.html


Los planes secretos de Stalin para la invasión de Alemania en octubre de 1941

Se ha dicho y recalcado incontable número de veces que atacar en el Este, según el plan Barbarroja, fue el gran error de Hitler. Pues bien, él nunca hubiera atacado a la URSS de haber podido creer en algún momento en la buena fe de Stalin. Hitler sabía lo que se cocía en su despacho del Kremlin, en los campamentos soviéticos, en las escuelas de adiestramiento, en los pueblos rusos... una guerra de exterminio, una guerra contra Europa, pero sobre todo para acabar con la Alemania nacionalsocialista. Stalin dispondría de todo el material en octubre de 1941. Como ya he podido demostrar, todos los planes para invadir Alemania estaban preparados en junio de aquel mismo año.

Desde 1936, la URSS se convertía en un gigantesco almacén de armas. El presupuesto de guerra, que era de 6.000 millones de rublos en 1935, al año siguiente fue de 27.000 millones, a 40.000 en 1939 y a 57.000 en 1940. Tampoco olvidemos que Stalin recibía ayudas militares de Estados Unidos desde febrero de 1941.

Pocos suelen recordar que las exigencias de Stalin aumentaban de día en día. En agosto de 1940, Estonia, Letonia y Lituania, las tres extremadamente anticomunistas, habían sido anexionadas sin más, pura y llanamente a la URSS. ¿Quién condenó esta acción? Alemania no pudo hacer más que apretar los puños, mientras aquellos estados eran inundados por la marea roja, además quiero insistir en que Lituania formaba parte de la esfera de influencia germana y dichas esferas fueron acordadas nada más y nada menos que en el pacto germano - soviético. A finales de octubre de 1940, la URSS se quitó la máscara e impuso su voluntad en la Conferencia Danubiana de Bucarest; esta vez los británicos sí protestaron, pero a Stalin, le entraba por un oído y por el otro le salía. En apenas veinticuatro horas, Stalin le arrancó a Rumania la región de la Besarabia. Se dispuso a atacar Finlandia, pues según le dijo a Hitler amenazaba a Rusia. Es sorprendente oír algo así. Pero además pretendía tener las manos libres, según había hecho saber al Führer, en Rumania, Bulgaria y los Balcanes. Como podrán imaginar, Hitler se negó, pues aceptando esta proposición, Europa y Alemania quedaban a merced de la URSS. Creo recordar, que por motivos menos serios, Francia y Gran Bretaña declararon la guerra a Alemania. ¿Dónde estaba la “Gran” Bretaña para dar garantías a los indefensos estados balcánicos? A partir de aquel momento, Stalin le imponía una carrera hacia la guerra, que ambos pretendían ganar.

En abril de 1941, el Ministro de Asuntos Exteriores del Japón, olvidando el pacto Anti – Komintern, firmó con la URSS un tratado de amistad y neutralidad (todo fue una falta de entendimiento entre Hitler y el Japón), pero no dejó de ser un acto similar al de Ribbentrop dos años antes, simplemente pretendían asegurarse las espaldas para atacar en dirección al sudeste. Y como toque final, tras su pacto con Yugoslavia, Moscú prometió “liberar Belgrado”. Era imposible seguir confiando en Stalin.

Si como se afirma, Stalin no hubiera efectuado preparativo alguno contra el Reich, sus ejércitos, a pesar de las seis semanas de retraso por parte de los alemanes, hubieran sucumbido inevitablemente en cinco meses. Pero Stalin estaba preparado, bastante mejor de lo que nadie creyó. Lo que a continuación voy a exponer, va en contra de todo lo que se ha dicho, pero el mariscal Manstein dijo la verdad en el juicio de Nuremberg, en la jornada doscientos de la vista: “Testigo mariscal Von Manstein – Consideré la guerra contra Rusia como una guerra preventiva por nuestra parte. No había otro medio, a mi entender, de librar a Alemania de la situación en que se encontraba, al no querer arriesgarse a efectuar un desembarco en Inglaterra en el otoño de 1940. En mi opinión, nos encontrábamos en la obligación de considerar a la Unión Soviética en 1940 – 1941 como un riesgo excesivamente amenazador, que hubiera alcanzado toda su agudeza a partir del momento en que hubiéramos empleado todas nuestras fuerzas en una lucha contra Inglaterra. La única oportunidad de escapar a ello hubiera sido intentar un desembarco a partir de otoño de 1940 y es lo que Hitler no se atrevió a hacer.”

A pesar de la opinión de Schulenburg, embajador alemán en Moscú, que aseguraba que Stalin era un “ángel”, Hitler tenía toda la razón al pensar en una triple ofensiva soviética: en el norte sobre el Báltico y Finlandia; en el centro en dirección a los yacimientos de petróleo rumanos, y al sur hacia los Balcanes. También diré, que Schulenburg participó en la conjura del 20 de julio de 1944 contra la vida de Hitler. Su objetivo era llevar a buen término una paz con Stalin en nombre de un gobierno fantasma, y él hubiera sido ministro de Asuntos Exteriores.

Hitler advirtió por última vez a los soviéticos que no aceptaba sus métodos el día 12 de noviembre. La entrevista con el ruso fue bestial. Molotov habló secamente de los intereses soviéticos en el Báltico y Finlandia.

-No quiero guerra alguna con Finlandia – dijo Hitler intentando ser cortés.

El intérprete, tradujo. El ministro ruso pestañeó.

-Ha dado usted a Rumania una garantía que no nos place – prosiguió - . ¿Debemos considerar que tal garantía es contra la URSS?

-Es contra cualquiera que ataque Rumania.

Molotov pareció muy deseoso de conocer “el nuevo orden en Asia”. ¿No entraba la India en la esfera de influencia soviética por razones naturales? ¿Qué cara hubiera puesto Churchill si hubiera escuchado esa conversación? Además, la URSS quería ofrecer una garantía a Bulgaria, similar a la alemana con Rumania.

-Rumania ha solicitado la garantía a Alemania – dijo Hitler - ¿Acaso ha solicitado Bulgaria una garantía a la URSS?

Molotov pestañeó de nuevo y respondió negativamente. Era demasiado, no podía ceder en el Báltico, Finlandia, el Danubio, Bulgaria y los Balcanes, además de reforzar el pacto con los soviéticos. Era un crimen. Ningún hombre de buena fe podía tolerar semejante osadía. Stalin era insaciable posiblemente Hitler también. Quería todo, y en dos años podría tomarlo. Ahí supo Hitler que tendrían guerra, en las peores condiciones. No era posible una solución diplomática en aquel entonces, y el tiempo corría a favor de la Unión Soviética. Así fue como Hitler vio necesaria una ofensiva lo suficientemente aplastante y rápida como para acabar con los soviéticos en el menor espacio de tiempo.
Churchill no lo comprendió así hasta el final de la guerra. Lo reconoció en 23 de noviembre de 1954, ante sus electores de Woodford, tomó la palabra con motivo de ochenta cumpleaños y declaró: “Antes de que terminara la guerra, cuando los alemanes se rendían por centenares de millares, telegrafié a lord Montgomery para que recogiera con cuidado las armas alemanas y las almacenara, con el fin de ser devueltas con facilidad a los soldados alemanes en el caso que tuviéramos que trabajar con ellos si continuaba el avance soviético en Europa. Mi desconfianza hacia Stalin era grande, puesto que todas sus acciones parecían destinadas a asegurar a Rusia y al comunismo la dominación del mundo.” Hitler no hizo nada más que repetir lo mismo durante toda su vida; al final, lo comprendió hasta el viejo y obstinado Buldog.

Es cierto que Hitler cometió un terrible error atacando al Este, puesto que fueron derrotados y Alemania ha sufrido amargamente durante 45 años. Pero de no haberlo hecho, ¿quién nos asegura que Occidente seguiría existiendo? No supo valorar el valor del comunismo de guerra en 1941. Pero ni Stalin hubiera dejado de acrecentar su poder militar, ni se hubiera vuelto pacifista. Nadie sabe todavía lo que la gente sufrió al otro lado del Telón de Acero, ni lo que ocurrió después de la guerra. Hay quien dice, y no son pocos, que Hitler no concordaba los hechos con la realidad, pero él fue el primero en reconocer al Ejército Rojo como un hecho nada desdeñable. Hoy no existe pero todavía existe el US Army.
Stalin, patriota ruso allá donde los hubiera, sacó máximo provecho de la situación que generó el pacto germano - soviético. No tardó Churchill en intentar ganarse a Stalin, ya que sin más tardar en julio de 1940, recién caída Francia, le envió una carta al dictador soviético en la que decía que los triunfos alemanes en el Oeste “eran tan peligrosos para Gran Bretaña como para la URSS.” Stalin hizo llegar una copia de esa carta a Hitler, pero no por amistad, sino como chantaje. Él quería repartirse el mundo con Alemania y luego quería también a ésta. Deseaba y así lo manifestó, un pacto cuatripartito URSS – Japón – Alemania – Italia en diciembre de 1940, a condición de que la URSS se instalase en Bulgaria, que el Japón abandonase sus derechos sobre las concesiones de petróleo y carbón en SajalÍn y que la zona petrolífera situada al sur de Batumi y de Bakú (se refería a Irak, Irán...) fuese reconocida como “zona de aspiración soviética”. También hablaba de Finlandia en secreto. Pero Stalin estaba a la vez muy contento de pensar que en 1940 y principios de 1941 Alemania lanzaría la operación Felix y que ésta se extendería a las Canarias, Azores, Cabo Verde, Fernando Poo (como estaba planeado) o que atravesarían el Bósforo, toda Turquía y Oriente Próximo y tomarían Suez. Por eso enviaba las materias primas convenidas en el tratado sin falta.

Sus sueños más secretos, en los que guardaba todas sus esperanzas eran que Alemania buscara la rendición de Inglaterra con extrañas y complicadas campañas, y que Estados Unidos rompiera con todo. Así era como pasaba el tiempo, tiempo que iba en su favor, esperando que llegara el momento de entrar en la guerra mundial y ganarla (aunque mucho tiempo hacía que estaba en estado beligerante). No se encontraba en condiciones de recurrir a medidas militares más espectaculares, por el simple motivo que éstas hubieran revelado sus inmensas reservas de hombres y las materias primas que disponía lo que hubiera hecho a Hitler lanzarse a un acuerdo con el Oeste de cualquier manera.
Stalin esperaba que la guerra en Francia durara meses, quizás años, y al final establecer un buen gobierno comunista al otro lado del Rin. La victoria de la Werhmacht le dejó pasmado y que hubiera salido indemne aún más; pero que Francia hubiera quedado aniquilada, aquello le provocaba ataques de nervios. Su decepción era gigantesca. En aquel momento se le podría presentar un problema de mucha gravedad si Hitler firmara una paz con el Oeste. Sabía que de aquel entendimiento surgiría el fin del Imperio soviético, el fin del comunismo, su propio fin.

De haber sabido Stalin la rapidez de la victoria de Alemania sobre Francia, jamás hubiera firmado el pacto germano soviético. Pero en lo que respecta a Hitler, a nadie le podía sorprender un ataque a la URSS, dado lo escrito en Mein Kampf: “Nosotros los nacionalsocialistas... queremos partir del punto donde nos paramos seiscientos años antes. Queremos detener la marcha de los germanos hacia el Sur y el Oeste de Europa y volver nuestras miradas hacia el Este... Cuando hablamos hoy de nuevos territorios en Europa, no podemos dejar de pensar ante todo en Rusia y en los países limítrofes que dependen de ella.”

A finales de 1940 y principios de 1941, Hitler aceptaba todos los informes que le llegaban con credulidad, o al menos gran parte de ellos. Uno de ellos, el de su agregado militar en Estados Unidos, aseguraba que esta nación no podían emprender una gran guerra en Europa y en el Pacífico antes de marzo de 1942. Hitler estaba convencido que entonces la URSS estaría vencida. Lo habría sido sin duda alguna de no haberle retrasado las campañas de los Balcanes y la guerra en el desierto. La operación aerotransportada sobre Creta es digna de homenaje, fue un ejemplo para las que después vendrían, ya que fue la primera de la historia, pero la Luftwaffe se dejo sus plumas en esta operación y perdió a la única y valiosísima división aerotransportada que tenía Alemania, que en octubre de 1941 podía haberle dado a Alemania Moscú, o en agosto de 1942 los pozos petrolíferos de Maikop y Grozny intactos. Fue un duro golpe. Pero todos siguen sin entender que aquella operación estaba destinada a impresionar a Churchill y a los Comunes.

Todo el mundo reprocha a Hitler no haberle dado a Rommel los medios, ni la orden para tomar Suez, el Golfo Pérsico con sus petróleos y Chipre. La gente cree que Roosevelt y Stalin se habrían quedado de brazos cruzados. Creer que la conquista de Suez hubiera sido un mazazo para el Imperio británico era imaginar que el tiempo y el Ejército Rojo no existían. Expulsar a los ingleses de Oriente Próximo era posible, pero no hubiera solucionado nada. Churchill se hubiera seguido negando a negociar y Stalin hubiera lanzado su golpe de gracia, aunque el inglés, probablemente hubiera sido echado del poder por otro gabinete. La única solución era la toma de Gibraltar, auténtico punto de apoyo donde se sostenía todo el Imperio británico. Una vez tomado, problema resuelto. Pero no fue así. Churchill reconoció el 24 de mayo de 1943, que la neutralidad española le había ayudado en el desembarco de África del Norte. ¿Cuántas veces se arrepentiría Hitler de no haber firmado una paz con Francia? Al fin y al cabo Francia y Alemania son el motor de Europa. El trabajo conjunto francoaleman es el que hace caminar a Europa, aunque los británicos quieran decir lo contrario.

Indiscutiblemente, el mayor peligro para Alemania y para Europa era el Ejército Rojo. Por una vez en toda la guerra, todos los miembros del Estado Mayor de Hitler, coincidían en que se podía vencer a la URSS. Los generales Halder, Paulus, Marcks o Wagner confeccionaron Barbarroja. Cada uno tenía opiniones diferentes, estrategias y tácticas variadas, pero todos coincidían unánimemente en que 130 o 140 divisiones alemanas bastarían para acabar con el Ejército Rojo. Tanto el mariscal Keitel, jefe del OKW (Alto Mando de la Werhmacht) y el mariscal Von Brauchitsch, comandante en jefe del Ejército, como los generales Jodl y Halder, jefes del Estado Mayor, no objetaron cuando el 3 de febrero Hitler les propuso su intención de atacar al Este con los siguientes argumentos: “Stalin por el instante no actuará directamente contra Alemania; pero podemos estar seguros de que acumulará las dificultades cada vez que la ocasión se presente. Lo que quiere es recoger la herencia de una Europa agotada; pero necesita el triunfo y sueña cada vez más con esa marcha hacia el Oeste.”

“Los ingleses se consuelan con la esperanza de una intervención del ejército de los soviéticos en la guerra: no perderán la confianza más que cuando esta última esperanza se desvanezca. Sólo entonces comprenderán que la guerra está perdida y harán tratos para salvar su Imperio. Sin embargo, si llegan a resistir y consiguen reorganizar 40 o 50 divisiones con ayuda de los Estados Unidos y la URSS, el Reich se encontrará entonces en una situación comprometida. Precisamente es lo que hay que evitar, aniquilando a los rusos lo más pronto posible; después, si los ingleses pierden esta baza, nos encontraríamos en las condiciones más favorables para continuar esta guerra. Por otra parte, el fin de la URSS, permitiría al Japón volver todas sus fuerzas contra los Estados Unidos.”

“Para acabar definitivamente con la URSS, el factor tiempo tiene una importancia extrema. El ejército soviético es un coloso de barro sin cabeza; cuyo comportamiento en el futuro es muy difícil de prever. Por ello, hay que atacarlo en seguida, mientras éste falto de jefes y equipo. No hay por ello que infravalorar al Ejército Rojo y el ataque tiene que llevarse a cabo con todas nuestras fuerzas concentradas, dando la preferencia a penetraciones frontales. Se objetará que las distancias son considerables en Rusia. A decir verdad, no mucho mayores que las que la Werhmacht ha cubierto ya”.
“Nuestros objetivos principales deben ser: el aniquilamiento del Ejército Rojo, la conquista de los centros industriales más importantes, hasta el sector de Ekaterimburgo y la ocupación de la zona de Bakú... Entonces Alemania será inatacable. Dueña de inmensas riquezas, tendrá todas las facilidades para proseguir una guerra en la que ya no podrá ser vencida. En cuanto la campaña del Este comience, Europa y el mundo entero, callarán y contendrán el aliento.”

Es fácil decir ahora que algo así sólo podía pretenderlo un loco. Pero Hitler no se equivocó en el objetivo, sino en los medios que le hubieran permitido alcanzarlo. Estaba persuadido que obtendrían inmediatas y grandes victorias en el Este, no se equivocó. Creyó que el gobierno comunista no resistiría estas derrotas y se equivocó. Pero simplemente porque no puso los medios para hacer que el comunismo cayera por su propio peso. El 8 de enero de 1940, los soldados rusos del istmo de Carelia, en la frontera ruso - finesa se revelaron contra sus comisarios políticos, había habido motines. El Ejército Rojo carecía de líderes carismáticos. Todos murieron en las purgas, de ellos quedaron los peores, Timochenko, Wassilevsky, Vorochilov... Pero Hitler no tenía ni idea de lo que podía llegar a ser un soldado ruso frente a la muerte; tampoco era consciente del clima, así como de la naturaleza del país, pero por encima de todo, desconocía a la NKVD (policía Militar del Estado) y al servicio de espionaje de los soviéticos.

Hitler declaró el 22 de junio: “Si con gran disgusto, aconsejé al gobierno rumano ceder a la URSS la Besarabia, garanticé inmediatamente que nadie tocaría lo que quedaba de Rumania, actualmente de nuevo amenazada... Una nueva guerra de Rusia contra el pequeño pueblo finlandés, no sería tolerada por Alemania, que tampoco está dispuesta a aprobar la ocupación por Rusia de las bases de los estrechos. Moscú no sólo ha violado las disposiciones de nuestro pacto de amistad, sino que lo ha traicionado lamentablemente... El propósito de esta entrada en campaña no es tan sólo proteger algunas naciones sino asegurar la seguridad de Europa y proteger el mundo civilizado.”

Nadie comprendió la acción que acababan de emprender Hitler y sus soldados, pero no tardarían mucho en darse cuenta de su insolencia los angloamericanos. Tras la derrota del Reich, la expansión del imperialismo comunista alcanzó cotas insospechadas para todos menos para Hitler y la mayoría de los generales alemanes. Nadie le comprendió y todos pagaron las consecuencias con la Guerra Fría.

Hitler tenía la profunda conciencia de actuar en beneficio de los europeos. Pero los intereses alemanes tenían primacía. Tenía un amplio proyecto de colonización. Pero para realizar estos proyectos se tenía que contar con el beneplácito de las potencias occidentales europeas. Con esto quiero decir que ellas también sacarían beneficio. Occidente es una superposición de intereses, además de una asociación de culturas. Hitler le propuso esto al almirante Darland, una asociación a todas las escalas... pero sin dar a Francia los medios para hacerlo. De buena fe le ofreció una garantía al Imperio británico. Ningún imperio europeo (francés, británico, belga, holandés) sobreviviría si no ganaba Hitler aquella guerra en el Este y el apoyo del III Reich. Así pues, Hitler no fue el único que cometió errores de gran escala. No ganó la guerra en 1941, sólo algunas batallas importantes. Pero las cartas alemanas eran malas. Rudolf Hess falló en Inglaterra. Hitler fracasó en Hendaya con Franco y en Montoire con Petain. Pero sin embargo se lanzó solo a la aventura, todo por Alemania. De nuevo la guerra daría su veredicto.

Había algo que le atormentaba, la afirmación de Guderian de que la URSS disponía de 20.000 carros con toda seguridad. Buscó las fuentes de aquella información y le confirmaron sus peores presagios. Pero reclutó esperanzas en el pasado, cuando 2.800 carros alemanas ganaron a 3.500 franceses. No tardaría en caer en la cuenta que tan sólo 1.800 podían combatir con eficacia, ya que los otros eran modelos antiguos. Buscó algún recuerdo más en su mente. Consiguió tranquilizarse con las fotos de los blindados soviéticos destruidos en la guerra ruso – finesa, todos ellos viejos. Se dejó caer en la trampa de Stalin.

Stalin supo eliminar toda la oposición política y militar antes de que estallara la guerra. Efectuó una política exterior de enorme eficacia y obtuvo el apoyo máximo de todos los comunistas del mundo, de los estadounidenses y los ingleses. Gracias a su acción, el imperio francés comenzó a disgregarse. Aunque sabía sobradamente que occidente no se aliaría con Hitler para luchar contra él. Tenía la certeza, que una vez Alemania le atacara, los aliados le apoyarían de manera incondicional, y así fue. Se llegó incluso a rezar por él en la catedral de Westminster. En su calidad de jefe de la guerra, decidió todo por sí mismo; no permitió que nadie le hiciera la más mínima observación. El número de soldados, desde los oficiales a la tropa, que fueron fusilados entre 1941 y 1945, quizás se conozca algún día, nadie sabra nunca la gran cantidad de desgraciados que corrieron esa suerte. Era consciente de sus recursos inagotables, no tenía preocupación alguna por las bajas.

Sólo a partir de 1956 se supo en Rusia lo monstruoso que fue Stalin, pero había salvado a la URSS y a la internacional comunista.

Hitler quiso hacer un juego sutil con él, sin conocer el verdadero poder mental, de simulación y astucia de este “extraordinario hombre”.El führer, mantenido al corriente por sus expertos de las principales batallas de la guerra ruso – finesa de 1939 a 1940, y tras haber examinado el material soviético destruido por los valientes finlandeses del mariscal Mannerheim, llegó a la conclusión que la URSS, no tenía una capacidad militar tan asombrosa como en un principio cabía pensarse y disponía de tiempo suficiente para preparar la guerra en el este. Lo que Hitler no sabía era que Stalin había enviado a Finlandia un material viejo, especialmente en carros blindados y artillería. En aquellos momentos, la industria soviética trabajaba a pleno rendimiento y Stalin preparaba una guerra que habría sido ofensiva contra Alemania en 1941, de no haber tomado antes la iniciativa los germanos.

El plan “0 20” firmado por el mariscal Timochenko en febrero de 1940 tuvo una aplicación acelerada a partir de mayo siguiente. Maniobras de tiro real se sucedían sin cesar. Aparecieron los T-34 y los Klim, así como los lanzacohetes Katiusha, desconocidos por todo el mundo hasta entonces. Desde el mes de junio de 1940 (cuando a Hitler no le pasaba por la cabeza un ataque en el Este, ni por asomo) los almacenes y centros movilizadores fueron trasladados al Oeste y la línea táctica de los aeródromos militares desplazada en la misma dirección. Se construyeron de manera incansable decenas de aeródromos a una distancia media de ochenta kilómetros de la frontera occidental de la URSS. A partir de febrero de 1941 fueron equipados con bombarderos ligeros y cazas. La mayor parte de las divisiones en activo del Ejército Rojo, acantonadas en el centro de la URSS, instalaron sus cuarteles de invierno en el oeste en septiembre de 1940.

A partir de julio de 1940, la población soviética fue entrenada psicológicamente de manera intensiva, a maniobras de caza de paracaidistas y ejercicios de alerta aérea. Grandes cuerpos de tropas especiales y tropas aerotransportadas se formaron y adiestraron en el mes de abril de 1940. Adiestramiento intensificado a partir de junio con vistas a acciones claramente ofensivas.

Más tarde, los alemanes supieron que el 10º Cuerpo aerotransportado soviético, al mando del general Bezugly tenía como objetivo la toma de Königsberg, capityal de la Prusia oriental. Fueron duramente adiestrados. El material pesado, los carros y la artillería, asi como parte del contingente hubieran tenido que ser transportados por aviones que habrían aterrizado en la autopista Berlín - Königsberg. Cada sección del 10º Cuerpo tenía un preciso objetivo. Se supo asimismo que desde febrero de 1941, tres brigadas aerotransportadas, encuadradas por los infantes de sección de la 208ª División de Infantería estaban siendo adiestradas con vista a operaciones ofensivas contra el Reich.

Desde los primeros días de junio de 1941, unas 175 divisiones en activo (30 blindadas y 25 de caballería), sin contar con las reservas (75 divisiones), estaban ante Alemania.

No se trataba, pues, de una masa defensiva, sino ofensiva, tal como comprendieron los alemanes al comenzar la operación Barbarroja, el mariscal Von Manstein tenía razón. En septiembre de 1941 se identificaron 360 divisiones soviéticas. Los servicios de contraespionaje del almirante Canaris le afirmaron a Hitler que como máximo eran 210 divisiones. ¿Por qué todos se resisten a ignorar esto? Quisiera añadir que estos preparativos fueron revelados por un antiguo oficial del Estado Mayor del Ejército Rojo, el coronel V. Khemeliov, el 21 de junio de 1951 en la revista Possiev, que prueba que no me estoy inventando nada. El mariscal Von Manstein declara en sus memorias que las concentraciones soviéticas podían ser tanto ofensivas como defensivas, pero hace constar: “Las masas blindadas soviéticas de los sectores de Bialystock y Lemberg (hoy día Lvov) eran netamente ofensivas”. Tal era también la opinión del general alemán Hoth: “Los rusos habían acumulado en las bocas de Bialystock fuerzas motorizadas de una potencia sorprendente y número superior de la que habrían exigido una misión puramente defensiva”. Hay que atender a razones y ser realistas, estos hechos ocurrieron y están verificados. No podemos ignorar la verdad; en mi opinión, la gente tiene derecho a conocer la historia tal como fue.
Hitler lanzó 146 divisiones al ataque, es decir, tres millones de hombres; ante sí se encontraron con cinco millones. Los soviéticos disponían de 6.000 aviones, de los que 1.500 eran de tipo reciente. Por su parte, Alemania sólo pudo oponerles 1.800 aparatos. La calidad de los pilotos alemanes y del material no podía compensar semejante inferioridad numérica. Hitler no fue informado de esta abismal diferencia numérica hasta el comienzo de las hostilidades. Nadie dice nunca, que el 30 de junio, es decir seis días después de que comenzara la ofensiva, las pérdidas aéreas fueron tan numerosas que no había operativos nada más que 960 aparatos. El obstinado Göring no quiso darse cuenta, como de costumbre, de la verdadera gravedad de los hechos.

También ignoraba Hitler, que Stalin sabía desde el 25 de abril de 1941 la fecha exacta del comienzo de la operación Barbarroja; desde el comienzo de las hostilidades y durante todo su transcurso, fue informado de los objetivos más secretos y conoció los detalles de todas las ofensivas alemanas, a través de Suiza y con apenas cuarenta y ocho horas de retraso. Las filtraciones procedían directamente del OKW o la OKH (los Estados Mayores de las Fuerzas Armadas y el Ejército de Tierra respectivamente). Por el contrario, los alemanes no tenían ni la más menor idea de los preparativos soviéticos, y lo poco que sabían era de forma muy inexacta. Cuando Guderian aseguró antes de la guerra, en su libro Achtung, Panzer! Que los soviéticos podían disponer de una masa de veinte mil carros de asalto, el Estado Mayor se burló de el. Pero en 1942 se horrorizó, cuando le dijeron que Stalin había lanzado ya 35.000 carros a la batalla.
 
Phestival del umhor:

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livhertac dijital rebuznó:
Los nazis planearon una campaña de envenenamientos y sabotajes contra los aliados al final de la Segunda Guerra Mundial para causar situaciones de pánico y posibilitar la llegada de un Cuarto Reich, según documentos hasta ahora secretos del MI5 británico.

Agentes alemanes estaban equipados con píldoras tóxicas, con aspecto de aspirinas, y mecheros que, al encenderse, desprendían gases letales y las espías de ese país llevaban armas "microbianas" ocultas en los espejitos de sus bolsos para utilizarlas contra los oficiales aliados en los países ocupados.

Los jefes militares británicos estaban tan preocupados por el peligro de envenenamiento con todo tipo de objetos cotidianos que recomendaron a sus tropas que se abstuviesen de probar alimentos o fumar cigarrillos alemanes en su avance por ese país al final de la guerra.

Los nazis también planeaban colocar a sus agentes en todo el mundo para, pasado algún tiempo, utilizarlos en una campaña global destinada a crear el pánico en las poblaciones de los países aliados, señalan esos documentos, que han visto la luz pública por primera vez.

Un colaboracionista francés detenido en Italia en 1945 reveló a quienes le interrogaron que se habían transferido "cuantiosos fondos" a Suramérica y se había enviado a "gente de confianza" a España y Suiza.

Olivier Mordrelle, líder del movimiento separatista de la Bretaña francesa, fue condenado a muerte en ausencia en 1940 después de que se descubriese que estaba a sueldo de los alemanes.

Regresó a su país tras la invasión de Hitler y llegó a ser nombrado representante francés para las actividades posbélicas por los servicios de inteligencia del partido nazi, el llamado Sicherheitsdienst.

Morderelle era uno de los quince delegados de países de Europa Occidental que asistieron a una reunión secreta en Deisenhofen, cerca de Munich, en abril de 1945, en la que se discutieron los planes nazis para la resistencia después de acabado el conflicto.

Un alto funcionario de las SS alemanas les dijo que tenían que pasar a la clandestinidad hasta que acabase la guerra y que debían organizar entonces movimientos antibolcheviques en sus países y "fomentar disturbios que pudieran culminar en guerras civiles".

"El objetivo principal era dificultar en la medida de lo posible el trabajo de los aliados para que los nazis pudieran, pasado cierto tiempo, reaparecer bajo un nuevo disfraz y construir el Cuarto Reich", reveló Morderelle a los aliados, según esos documentos británicos.

Los documentos del MI5 ahora publicados indican lo ingenioso de los artefactos y venenos desarrollados por científicos alemanes y encontrados en agentes de ese país detenidos en el norte de Francia en marzo de 1945 después de que se lanzaran en paracaídas.

Entre ellos había cigarrillos que daban dolores de cabeza al fumador, algo que aprovecharía el agente para ofrecer una aspirina que era en realidad un veneno que acabaría con la vida de aquél en cuestión de minutos.

También llevaban polvos impregnados de un veneno con los que espolvorear manijas de puertas, libros, mesas y otras superficies.

Había asimismo una pildorita que se depositaba en un cenicero y que, en contacto con el fuego de un cigarrillo, desprendía un vapor que podía acabar con las personas que se encontraban cerca.

El espionaje alemán introdujo también substancias venenosas en barritas de chocolate, azúcar y cigarrillos.

Uno de los potenciales saboteadores contó que un comandante nazi le había dicho que si las cosas iban mal para ellos en la guerra, Alemania recurriría a otros métodos como"la guerra bacteriológica".

Los documentos incluyen también advertencias sobre una hebilla de cinturón en forma de esvástica que llevaba una pistola minúscula capaz de hacer dos disparos.

Ese tipo de métodos no se limitaron sin embargo a los nazis sino que un documento alemán confiscado con fecha de febrero de 1944 indicaba que la resistencia polaca había intentado envenenar a civiles y militares germanos con latitas de crema Nivea que contenían una pasta impregnada de gas mostaza.

Los nazis planearon una campaña de envenenamientos a aliados tras la Guerra - Libertad Digital


Ay que me lol.

Ahora tocaría desclasificar el plan Morgenthau y airearlo en livhertac digital, Público y El Jueves.
 
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