BAILARÉ SOBRE TU TUMBA
Conspirotaggeanoico
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Ha llegado el momento de presentarme ante vosotros, mi nombre es Jesse Ventura, me presento en este video de rabiosa actualidad acerca del proyecto HAARP, si os interesa el tema seguid los enlaces subsecuentes:
Ahora os presentaré algunas partes de Endgame para que vayais abriendo vuestras mentes, pero antes, una B.S.O. adecuada a nuestras necesidades:
EndGame-Megadeth
Despues de esta terapia de electroshock estoy sudando balas.
Sweating Bullets-megadeth
Me he saltado algunas partes que me parecían redundantes, o simples ejercicios paparazzi-amarillistas.
No se trata de aceptarlo como un todo de verdad absoluta, ni rechazarlo como lo contrario, sino de extraer pequeñas conclusiones por separado.
Es obvio que no estoy de acuerdo con todo lo expuesto; si yo considero al comunismo como una pantomima, fabricada en occidente para jugar al juego de las multinacionales, que sacan marcas alternativas a sus productos para ser su propia competencia y quedarse con todo el negocio, aquí consideran al NacionalSocialismo parte del juego. Si así fuera, no se le habría atacado desde todos los frentes con tanta virulencia. Me inclino a pensar que no basandome, sobre todo, en las novedades del sistema económico NS, que desechaba el interés y la usura, creaba el dinero basándose en el potencial de trabajo del pueblo, y pretendía basar su comercio internacional en el trueque, dejando de lado a los grandes financistas y banqueros mundiales.
Segun Otto Von Bismarck (entre otros), Abraham Lincoln habría pretendido algo similar, y por ello, habría sido asesinado.
Ayer fue el día conmemorativo de EL Holocausto
No lo voy a negar, pero daré una pista de por donde van los tiros:
https://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/4901/La_industria_del_Holocausto
This was my life-Megadeth
Lo que pretendo con este hilo, es debatir hechos históricos controvertidos, o extrañamente incontrovertibles, para intentar arrojar algo de luz sobre una de las disciplinas más manoseadas y prostituidas: La Historia.
Por último, vuelvo a formular la pregunta que hice en otro hilo:
Acabo de leer esto y me interesa mucho que lo leas y me digas si te ha hecho cambiar, aunque sea parcialmente, tu opinión con respecto al asunto de Checoslovaquia en concreto.
EL PROBLEMA CHECOSLOVACO
http://www.youtube.com/watch?v=tX1sbLiCL_g
Ahora os presentaré algunas partes de Endgame para que vayais abriendo vuestras mentes, pero antes, una B.S.O. adecuada a nuestras necesidades:
EndGame-Megadeth
http://www.youtube.com/watch?v=hgk33tsv5ns
http://www.youtube.com/watch?v=TNygn7aQDkI
http://www.youtube.com/watch?v=9oWe_K-Y7e8
Interesante tu teoría conspiratoria, solo te queda demostrarla.
En todo caso puestos a suponer, supongo que eso es un experimento muy arriesgado: Por el lado Soviético, casi les cuesta una guerra nuclear con la garantía de la destrucción mutua, y del chino ni te digo, como si 1/5 de la población mundial no fuera a suponer una amenaza en el futuro.
http://www.youtube.com/watch?v=kwt32KOtaqM
http://www.youtube.com/watch?v=AQYNBZDbysI
http://www.youtube.com/watch?v=vF9z2w04BQ8
http://www.youtube.com/watch?v=hvH7APkaA_8
Despues de esta terapia de electroshock estoy sudando balas.
Sweating Bullets-megadeth
http://www.youtube.com/watch?v=hrJ-v3fPSC4
Me he saltado algunas partes que me parecían redundantes, o simples ejercicios paparazzi-amarillistas.
No se trata de aceptarlo como un todo de verdad absoluta, ni rechazarlo como lo contrario, sino de extraer pequeñas conclusiones por separado.
Es obvio que no estoy de acuerdo con todo lo expuesto; si yo considero al comunismo como una pantomima, fabricada en occidente para jugar al juego de las multinacionales, que sacan marcas alternativas a sus productos para ser su propia competencia y quedarse con todo el negocio, aquí consideran al NacionalSocialismo parte del juego. Si así fuera, no se le habría atacado desde todos los frentes con tanta virulencia. Me inclino a pensar que no basandome, sobre todo, en las novedades del sistema económico NS, que desechaba el interés y la usura, creaba el dinero basándose en el potencial de trabajo del pueblo, y pretendía basar su comercio internacional en el trueque, dejando de lado a los grandes financistas y banqueros mundiales.
Segun Otto Von Bismarck (entre otros), Abraham Lincoln habría pretendido algo similar, y por ello, habría sido asesinado.
Ayer fue el día conmemorativo de EL Holocausto
No lo voy a negar, pero daré una pista de por donde van los tiros:
https://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/4901/La_industria_del_Holocausto
This was my life-Megadeth
http://www.youtube.com/watch?v=crHjTiLq5FU
Lo que pretendo con este hilo, es debatir hechos históricos controvertidos, o extrañamente incontrovertibles, para intentar arrojar algo de luz sobre una de las disciplinas más manoseadas y prostituidas: La Historia.
Por último, vuelvo a formular la pregunta que hice en otro hilo:
condrossam rebuznó:Croacia y eslovaquia eran estados títeres más que otra cosa...Praga no era una ciudad alemana y tampoco lo era Varsovia...
Tus argumentos son de un cinismo y una endeblez asombrosas. A los nancys no les gustaba invadir países, pero se creían con derecho a destrozar Checoslovaquia,
Tópicazos de la propaganda nazi. Si tan mal estaban los alemanes en Polonia que se hubieran ido a Alemania. Sería por lo bien que siempre habían tratado los teutones a los polacos y demás pueblos eslavos. Los alemanes usaron la misma excusa para apoderarse de los Sudetes y seis meses después de firmar el pacto de munich invadieon lo que quedaba de Checoslovaquia. Ahora dirás que como los checos y los eslovacos no se llevaban del todo bien los nancys tenían derecho a invadir Chequia si les salía de los cojones... Curiosamente no se acordó de ese "derecho" hasta después de haber firmado y roto el pacto de Munich.
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Acabo de leer esto y me interesa mucho que lo leas y me digas si te ha hecho cambiar, aunque sea parcialmente, tu opinión con respecto al asunto de Checoslovaquia en concreto.
EL PROBLEMA CHECOSLOVACO
EL PROBLEMA CHECOSLOVACO
Desde la creación del N.S.D.A.P. y la publicación de «Mein Kampf», Hitler había siempre reiterado que no tenía ninguna reclamación que presentar a los países occidentales por parte de Alemania, todas las diferencias existentes con Francia habían quedado zanjadas con la reincorporación del Sarre(democráticamente), la remilitarización de Renania y el renunciamiento definitivo a Alsacia y Lorena. Una vez concluidos esos ajustes en sus fronteras occidentales y conseguido el Anschluss con su provincia natal de Austria, Hitler inició resueltamente «el viraje de todos sus dispositivos hacia el gran encuentro con la URSS».
Para ello, el Führer debía asegurar su flanco Sur. Allí se hallaba Checoslovaquia, creación «ex nihilo» de Versalles. Para formar el extraño «salchichón» checoslovaco fue necesario colocar a 3.600.000 alemanes, 800.000 húngaros, 500.000 ucranianos, 806.000 polacos y 2.500.000 eslovacos bajo la despótica soberanía de 6.000.000 de checos, que representaban aproximadamente el 43% de la población del artificial Estado y ocupaban un territorio equivalente al 40 % del área total del mismo.
Checoslovaquia había sido creada con una única finalidad: servir de portaaviones contra Alemania. No se trata de una simple frase de propaganda alemana: en la Memoria 1ª de la delegación Checa en Versalles, se decía, sin tapujos: «La situación especial de Checoslovaquia convierte a esta, necesariamente, en la enemiga mortal de Alemania». Clemenceau, Poincaré, Briand y Pierre Cot, ministro francés del Aire, habían en diversas ocasiones manifestado que Checoslovaquia estaba destinada, en caso de guerra, a servir de base desde la que se podría bombardear, con toda facilidad, a Alemania.
Lloyd George fue el primer político en reconocer (41) que "toda la documentación que nos fue proporcionada por ciertos aliados nuestros en Versalles, era falsa y tendenciosa. Sobre todo, en los casos checoslovaco y polaco, dictaminamos basándonos en flagrantes falsificaciones".
Alemania y Austria, así como Hungría, se habían negado siempre a reconocer las fronteras checoslovacas, y el Consejo Nacional de Ucrania había reclamado, repetidamente, a Benes, que reconociera el derecho de autodeterminación a la Rutenia Transcarpática. Polonia, por su parte, presentó varias reclamaciones a propósito de la comarca de Téscheno. En cuanto a los eslovacos, cordiales enemigos históricos de los checos, reclamaban igualmente su autonomía interna y hasta su separación pura y simple del artificial Estado en que habían sido integrados por la fuerza. El mismo Massaryk reconocía (42) que, mientras una minoría de eslovacos deseaban ser incorporados a Rusia o a Hungría, la gran mayoría aspiraba a la independencia nacional, pero que, de hecho, el eslovaco partidario de una unión con Chequia (Bohemia y Moravia) era una especie muy rara.
Preciso es rendirse a la evidencia de que, de entre las muchas arbitrariedades cometidas en Versalles, la invención del Estado checoslovaco ocupaba, al lado del «Corredor» de Dantzig, el lugar de honor. El mismo Tardieu, el más acérrimo defensor de las secuelas de Versalles reconocerá (43):
«Los Aliados no crearon a Checoslovaquia por sí misma, sino para levantar una barrera contra el germanismo.»
Y Lansing, secretario de Estado norteamericano, dirá, el 1º de abril de 1919, en Versalles:
«La delimitación de las fronteras en función de su valor estratégico y bélico, como se ha hecho en los casos checoslovaco y polaco, se opone al espíritu esencial de la Sociedad de Naciones y de la política de los Estados Unidos, según ha sido expresada por boca del presidente Wilson».
La propaganda de Benes y Massaryk, apoyados por la Prensa anglofrancesa pretendió demostrar que las reivindicaciones alemanas sobre los Sudetes no tenían otro fundamento que las invenciones hitlerianas. Nada más falso. Ya en 1880, los alemanes sudetes, entonces bajo soberanía austrohúngara, habían reclamado su Anschluss con el Reich, molestos por la política proeslava del emperador Francisco-José. En 1931, Conrad von Heinlein, organizó el frente nacional de los Sudetes, que reclamaban el cumplimiento de las promesas hechas por Benes cuando, en 1919, garantizaba la autonomía interna a las minorías nacionales de Checoslovaquia (recordemos que tales minorías representan, juntas, el 57% de la población y ocupan las dos terceras partes del territorio), promesa ratificada legalmente en la Constitución del Estado checoslovaco.
Heinlein que, al igual que su contemporáneo en Austria, Seyss-Inquart, no era miembro del N.S.D.A.P., había logrado constituir un Partido político que, con sus 57 diputados y más de 200.000 afiliados era, con mucho, el primer Partido político de Checoslovaquia. Esa fuerza política se había constituido a pesar de las medidas arbitrarias e ilegales de los señores Benes y Massaryk y de las represiones de la soldadesca checa. El 4 de marzo de 1919, por orden personal de Benes, las tropas ametrallaron a las manifestantes alemanes que reclamaban su derecho a estar legalmente representados en el Parlamento (Praga había invalidado las elecciones, que habían representado un triunfo para Heinlein). Cincuenta y dos alemanes sudetes fueron asesinados, sin que la conciencia universal encontrara motivo suficiente para sus llantos de plañidera. ¡Paradójica situación en verdad! Los alemanes sudetes, amparándose en la Constitución del Estado checoslovaco, solicitan la autonomía interna. El tal Estado se niega. Se celebran las elecciones generales, y el frente nacional de los Sudetes logra una mayoría aplastante en su región -el 93% de los votos emitidos- y la mayoría relativa en todo el territorio del Estado. A Conrad von Heinlein le corresponde presidir el nuevo Gobierno, los alemanes de Checoslovaquia deben administrarse a sí mismos. Esto es pura democracia. Pues bien: el democrático Benes anula las elecciones, y cuando los alemanes se manifiestan en protesta pacífica, la soldadesca checa dispara contra la multitud.
El dictador Hitler pide que se respeten los resultados de las elecciones, y los políticos democráticos de Londres, París y Moscú, apoyan a Benes. Los alemanes de los Sudetes envían veintidós notas de protesta a la Sociedad de Naciones, que se limita a archivarlas sin tomar resolución alguna.
En Praga «reina», el déspota absoluto, Votja Benes, el artífice de la pequeña Entente. Su historia política está jalonada de favores al bolchevismo, En 1920, en ocasión del ataque de la U.R.S.S. contra Polonia, Benes que, por otra parte, suministraba armamentos a los soviéticos, prohibió el paso a través de Checoslovaquia de los convoyes de armas y municiones enviados por el almirante Horthy desde Hungría: si Rumania no hubiera permitido el tránsito y contribuido con su propia ayuda, la contraofensiva de Pilsudski a las puertas de Varsovia hubiera fracasado, y Polonia hubiera sido bolchevizada ya entonces. Más adelante, Benes es, con Titulesco, el artífice de la admisión de la U.R.S.S. en la Sociedad de Naciones... Después, ayudará a limar aristas entre Litvinoff y el ministro francés Alexis Léger, facilitando la firma del pacto francosoviético. El 16 de mayo de 1935, firmará con el judío Alexandrowski, embajador soviético en Praga, un tratado de asistencia mutua entre Checoslovaquia y la U.R.S.S., calcado del pacto suscrito entre Léger y Litvinoff unos meses atrás. Finalmente, Benes morirá a manos de los verdugos soviéticos, que él más que nadie contribuyó a instalar en Praga. ¡Así paga Moscú!
El 24 de abril de 1938, Conrad Heinlein anunció, en Carlsbad, las reivindicaciones de los alemanes sudetes, las cuales, por otra parte, no contenían nada que no estuviese garantizado por la Constitución checa. Benes, que debe afrontar las demandas de las minorías húngara y ucraniana, aparte de la presión exterior de Polonia sobre Téscheno y el malhumor de los eslovacos quiere salvar la situación, aplazando las elecciones hasta el 22 de mayo. Pretende, durante este tiempo ganado, obtener garantías formales por parte de Francia, Inglaterra y la U.R.S.S. Stalin es formal en su respuesta: ayudará a Checoslovaquia si los Estados occidentales lo hacen a su vez. El zar rojo no quiere la guerra con Alemania, y menos si debe hacerla sólo, pero no le desagrada la idea de que Inglaterra y Francia se metan en el avispero checo y se enzarcen en una lucha a muerte con el Reich.
Massaryk y Benes declaran al Times de Londres -que, aún en el caso de que el 100 % de los alemanes sudetes pidan, democráticamente, el Anschluss con Alemania, Checoslovaquia se opondrá a ello, con las armas, si es preciso. La respuesta de Hitler es inmediata. Invita a los Gobiernos británico, francés e italiano a hacer de árbitros en la cuestión. Significativamente, Hitler deja fuera de tal arbitraje a Moscú.
Chamberlain, Primer Ministro británico, acepta en el acto la propues-ta del Führer. Chamberlain es, probablemente, el último Premier auténticamente británico que tendrá Inglaterra, en el sentido de que para él sólo cuenta el interés de las Islas. Político realista, siente el máximo desprecio por las transitorias ideologías; no tiene ningún interés en organizar «cruzadas antifascistas», de las que entrevé que el único beneficiario será el comunismo. Hablando en los Comunes de la cuestión checa, Chamberlain dirá que, en buena lógica democrática, no puede negarse a los alemanes de los Sudetes el derecho a disponer de sí mismos de la manera que mejor les plazca. Lord Lothian, que forma parte del equipo gubernamental de Chamberlain, declarará en la Cámara de los Lores:
«Si el principio de autodeterminación hubiera sido aplicado en Versalles en un plano de igualdad para todos, los Sudetes, una buena parte de Bohemia, grandes porciones de Polonia y el «Corredor» de Dantzig hubieran debido ser atribuidos al Reich. Las demandas de Hitler se basan no sólo en una razonable lógica y en principios absolutamente democráticos, sino incluso en los términos del propio Tratado de Versalles, cuyo articulo 19 prevé la solución de los conflictos que se planteen mediante el recurso de los plebiscitos populares".
Hitler y Chamberlain se entrevistan en Berchtesgaden. El Premier británico recibe, días más tarde, en Londres, al presidente del Consejo de Ministros francés, Daladier, y a su ministro de Asuntos Exteriores, Bonnet, para estudiar en común el caso checo. Chamberlain y Daladier publican un comunicado conjunto, en el que, entre otras cosas, se manifiesta que «...estamos de acuerdo en que, después de los recientes acontecimientos, se ha llegado a un punto en el cual... ya no puede continuar efectivamente la permanencia de los territorios Sudetes dentro del Estado Checoslovaco, sin poner en serio peligro la paz de Europa. Ambos Gobiernos han llegado a la consideración final de que el mantenimiento de la paz y la seguridad de los intereses vitales de Checoslovaquia no pueden ser garantizados a no ser que la región de los Sudetes sea incorporada al Reich».
Al día siguiente, estas proposiciones francobritánicas se transmiten a Praga, que las acepta «con el corazón dolorido».
Hitler y Chamberlain celebran una segunda entrevista en Godesberg. Chamberlain propone unos plazos de entrega muy largos. La región de los Sudetes deberá ser cedida a Alemania al cabo de varios meses. Hitler no acepta. Teme que Benes utilice a los civiles de los Sudetes como rehenes; en los últimos días se han producido violentos choques entre el Ejército y la policía checos y la población civil en Carlsbad. Más de cincuenta mil alemanes han abandonado sus hogares. Hitler, acusa a Benes de tergiversar, una vez ha dado su acuerdo para la devolución de los Sudetes al Reich. El Führer escribe a Chamberlain:
«Su Excelencia me confirma que la base del acuerdo de la cesión de los territorios de los Sudetes alemanes ha sido débilmente aceptada. Lamento tener que recordar a Su Excelencia que el reconocimiento teórico de derechos, a nosotros, los alemanes, se nos ha efectuado en numerosas ocasiones anteriores a ésta. En 1918 se firmó el Armisticio sobre la base de la aceptación de los catorce puntos del presidente Wilson que fueron reconocidos fundamentalmente por todos. Pero más tarde fueron violados de un modo humillante al llevarlos a la práctica. Lo que a mí, me interesa, Excelencia, no es el reconocimiento de unos derechos y de que estas regiones sean cedidas al Reich, sino solamente la puesta en práctica del acuerdo que ponga fin a los sufrimientos de las desgraciadas víctimas de la tiranía checa, que esto se haga lo más pronto posible y que, por otra parte, se cumpla con la dignidad de una gran potencia.»
Chamberlain se entrevista nuevamente con Hitler. Cuando se hallan en plena discusión, llega un telegrama anunciando que Benes acaba de dar, por radio, la orden de movilización general del Ejército checoslovaco. El Consulado británico en Praga interviene, y es retirada la orden de movilización, pero esto no anula los efectos de la «gaffe» de Benes. Éste intenta un nuevo aplazamiento de las elecciones generales, pero Chamberlain le aconseja desistir, pues, de lo contrario, no puede asegurar que logrará frenar la impaciencia de Hitler.
Las elecciones tienen lugar en los días fijados: el éxito de los alemanes sudetes es total. A pesar de las medidas coercitivas empleadas por el Gobierno checo, logran el 91,5 % de los votos alemanes. El 70 % de la población eslovaca ha votado por los nacionalistas del padre Tisso; en Rutenia y Teschen, donde las minorías ucraniana, húngara y polaca no presentaban candidaturas propias, las abstenciones son del orden del 60%. A pesar de que la importante minoría israelita ha votado en bloque por el Partido gubernamental, el fracaso del dúo Benes-Massaryk es absoluto.
Benes se muestra, ahora, dispuesto a entrevistarse con Chamberlain y su ministro de Asuntos Exteriores, Runciman, que, primero, visitan a Hitler en Berchtesgaden. El Führer se limita a pedir que los demócratas de Praga cumplan con su propio credo político y apliquen los resultados de los sacrosantos comicios populares. Afirma que ya ha tenido demasiada paciencia con los señores Benes y Massaryk y que no piensa seguir tolerando que los checos continúen asesinando indefensos civiles alemanes. No obstante, acepta los buenos oficios de Inglaterra para que ésta convenza al Gobierno checo de la necesidad de devolver, de una vez, los Sudetes a Alemania.
Simultáneamente, Polonia y Hungría presentan sus reivindicaciones a Praga. El Consejo Nacional de Ucrania pide la autonomía interna para la Rutenia Transcarpática El artificial Estado inventado en Versalles hace aguas por todas partes. Pero Benes, hombre de recursos inagotables, pretende todavía ganar tiempo. Ahora propone a Hitler y a Chamberlain que la cuestión de los Sudetes sea llevada ante el Tribunal Permanente de Justicia Internacional de La Haya. El embajador británico, Sir Basil Newton, visita a Benes en su domicilio y le notifica que, si a consecuencia de la actitud equívoca de su Gobierno estalla un conflicto europeo, Inglaterra considerará que no se halla obligada a asistir a Checoslovaquia, a pesar del Tratado de mutua ayuda que las une.
Benes recibe, a continuación, a los jefes del Ejército checoslovaco, que le traen malas noticias. Hitler se ha entrevistado con el presidente del Consejo de Hungría, Bela Imredy, mientras Goering y el regente Horthy se encontraban en Raminden. El gobierno polaco ha enviado una nota a Londres, París, Roma Y Berlín. haciendo saber que reivindica la posesión de la Silesia de Tescheno. En caso de conflicto, Checoslovaquia sería atacada desde tres lados diferentes, mientras, en el interior, la actitud de los ucranianos de Rutenia y de los propios eslovacos es cada vez más hostil. Los militares aconsejan pues la aceptación del plan anglofrancés que ya ha sido aprobado por Hitler. Checoslovaquia perderá los Sudetes y concederá amplia autonomía interna a las zonas fronterizas con Hungría y Polonia. Benes accede. Mejor dicho, lo hace ver.
Una vez aceptado el principio de la devolución del territorio de los montes Sudetes a Alemania, Chamberlain y Hitler se entrevistan de nuevo, en Godesberg, con objeto de fijar los límites exactos de la nueva frontera. El Führer propone que se celebre un nuevo plebiscito y que sea éste quien decida. Una vez celebrados los comicios, la Wehrmacht procederá a ocupar los territorios que se hayan pronunciado por el Anschluss con Alemania.
Chamberlain propone en Godesberg, que la ocupación de los territorios en litigio no se realice inmediatamente, para dar tiempo a la minoría checa de los Sudetes y a los funcionarios del Estado checoslovaco a partir, si así lo desean. Pero cuando Hitler y Chamberlain parecen a punto de llegar a un acuerdo, surge una nueva maniobra de Praga. El Gabinete Hodza dimite y Benes asume legalmente, los plenos poderes.
La primera medida de Benes desde su nuevo cargo consiste en rechazar el proyecto Chamberlain, que ya había sido aceptado por todos los interesados. incluyendo el anterior Gobierno de Praga. He aquí un nuevo motivo para que Hitler insista en sus pretensiones de ocupación inmediata. Si se pierde más tiempo, Benes y su Gobierno complicarán aún más la situación y sin duda utilizarán como rehenes a los civiles alemanes de Checoslovaquia. En vano protesta Chamberlain de su buena fe, «Su buena fe es una cosa, y su influencia sobre Benes es otra, mi querido Primer Ministro», le responde Hitler.
Ante la estupefacción de la delegación británica que acompaña a Chamberlain, Hitler hace oír a sus huéspedes los discos en que se han registrado las conversaciones habidas entre Benes y el embajador soviético en París, Rossenberg. Resulta que la política exterior de Praga es dirigida telefónicamente, por los señores del Kremlin, vía París. He aquí por qué Hitler quiere terminar de una vez el «affaire» checoslovaco. Chamberlain acepta. ahora, «casi» todo. Pero existe una discrepancia: Hitler exige un plebiscito en todo el territorio checo, y no solamente en la región de los montes Sudetes. Como los checos sólo representan el 43% de la población de «su» Estado, el plebiscito en todo el territorio significa el fin de Checoslovaquia. Pero significa también la estricta aplicación de los principios democráticos. Chamberlain pregunta a Hitler qué porcentaje de votos consideraría él necesarios para adjudicar un territorio checoslovaco a uno de los Estados reclamantes, es decir, Alemania, Polonia y Hungría. Sin contar a los nacionalistas ucranianos y eslovacos. El Führer responde que se halla muy sorprendido de que tal pregunta se la formule un estadista democrático. Para él, de toda evidencia la mitad más uno de los votos son suficientes. Aparece, así, como muy probable, que los partidarios de la intangibilidad del Estado checoslovaco serán puestos en minoría incluso en Praga, la capital del Estado, donde residen muchos alemanes, ucranianos y eslovacos.
Pero la desaparición de Checoslovaquia, que sería una catástrofe para Moscú, representada, igualmente, un durisimo golpe para la City, muy interesada en las grandes fábricas de armamento checas y en el complejo industrial Skoda. Por eso Chamberlain intenta ahora poner en práctica el viejo sistema político inglés consistente en alternar las zalamerías con las amenazas. Pero Hitler le responde:
«Lo que me interesa a mí, Excelencia, no es el reconocimiento del principio que concede a Alemania la devolución de ese territorio, sino únicamente la realización de ese principio... Yo no pido un favor a nadie, yo pido a unos gobernantes que se dicen demócratas que apliquen su propio credo político y a los gobernantes de Checoslovaquia que apliquen los principios de su propia Constitución referente a sus minorías nacionales... Yo, querido Primer Ministro, no regateo unos kilómetros cuadrados de territorios; tampoco sugiero que tres millones y medio de ingleses sean arbitrariamente colocados bajo la tiranía del señor Benes; únicamente exijo que tres millones y medio de alemanes vuelvan a la soberanía alemana».
Georges Champeaux, en el tomo II de La Croisade des Démocraties, comenta:
"El Chamberlain que, el 22 de septiembre se encaminaba al Hotel Dreesen para entrevistarse con Hitler era un árbitro soberano -o creía ser-lo - en razón de un derecho hasta entonces indiscutido para Inglaterra. Era el digno sucesor de Lord Palmerston, aquél Primer Ministro que envío un ultimátum al rey de Grecia, culpable de haber dejado saquear, en Atenas, la tienda del judío Pacifico; de aquél Disraelí que le comunicaba a Rusia que el Tratado de San Stéfano, impuesto por aquélla a Turquía, no era del agrado del Gobierno británico; de aquél Lloyd-George que, en 1919, obligaba al Japón abandonar sus conquistas en el Chang-Tung. Pero Hitler le hizo notar desde el principio, que el tiempo de Palmerston, Disraelí y Lloyd-George había pasado, y que Alemania se consideraba con derecho a tratarla de igual a igual. Por primera vez desde Waterloo, un jefe de Estado europeo rehusaba inclinarse ante el dogma de la supremacía política de Londres".
Hitler envía un ultimátum a Benes. El 1º de octubre de 1938, los Sudetes deben haber sido devueltos a Alemania. En caso contrario, la Wehrmacht entrará en acción. Praga responde con la movilización general. Y, el 28 de septiembre, Hitler ordena, a su vez, la concentración del grueso de sus tropas ante las fronteras checas. Un día antes, en Inglaterra, Su Majestad Jorge V decreta el estado de excepción, el Ministerio de la Marina anuncia la movilización de la Armada, que se encuentra ya en estado de alerta. El día 28, se anuncia la movilización de las reales fuerzas aéreas y de la milicia territorial femenina. Por su parte, Mussolini publica un comunicado anunciando que sostendrá a Alemania pase lo que pase y coloca a sus fuerzas armadas en pie de guerra. Hungría llama a filas a tres reemplazos y concentra tropas ante las fronteras checas. Desde Varsovia informan que se han producido incidentes antipolacos en la región de Téscheno y se rumorea que Polonia va a romper sus relaciones diplomáticas con Checoslovaquia.
En Francia, el generalísimo Gamelin y el almirante Darlan, comunican a Daladier Primer Ministro, que el Ejército y la flota están preparados.
No así el general Vuillemin, jefe del Estado Mayor de las fuerzas aéreas, que afirma que sería ridículo pretender enfrentar a la aviación francesa con la Luftwaffe. Inmediatamente, se acusa a Vuillemin de ser un agente de Hitler. LíHumanité es el portaestandarte de esta acusación absurda.
La psicosis de guerra se ha apoderado de todas las Cancillerías. Su Santidad el Papa dirige un llamamiento a los estadistas para que eviten una guerra que será fatal para todos los que en ella tomen parte.
En tan dramática situación, una iniciativa de Mussolini salva la paz. Propone a Chamberlain, Daladier y Hitler, una reunión, en Munich, para decidir, de una vez, el problema checo. Mussolini asistirá también, pero no así Benes. Sin asistir el principal interesado, se decidirá de la suene del artificial Estado checoslovaco. Hitler cede en varios puntos. Renuncia a un proceder unilateral por parte de Alemania y se muestra de acuerdo en que una organización internacional, por ejemplo, la Sociedad de Naciones, controle la ejecución de los acuerdos. Checoslovaquia cederá a Alemania toda población donde el frente nacional sudete haya obtenido la mayoría absoluta de votos en las últimas elecciones. Así mismo, se firma un acuerdo naval germanobritánico, cuyas cláusulas aseguraban a Inglaterra su hegemonía marítima. Hitler pretende demostrar, así, su voluntad de dirigirse hacia el Este, hacia la Rusia soviética, voluntad ya impresa en el «Mein Kampf». Para una tal contienda no se precisaba una gran flota. Eso debía tranquilizar a los belicistas ingleses, con Churchill, Eden y Attlee a la cabeza.
Chamberlain y Daladier fueron entusiásticamente recibidos a su retorno a Londres y París. La paz había sido salvada, y no existía ningún inglés ni ningún francés que deseara ir a la guerra por defender a un pequeño tirano, como Benes. Churchill refiere, en sus Memorias que «... turbas vociferantes aplaudieron a Chamberlain y a Daladier a su regreso de Munich».
La pérdida de los Sudetes representaba, para Checoslovaquia, prácticamente, el fin de su existencia como Estado soberano. El cuarenta por ciento de la industria se hallaba concentrado allí, lo mismo que un tercio -el mas activo- de la población. En cuanto a Benes, demolido por la pérdida de los territorios alemanes de «su» Estado, había caído en el ostracismo político.
Inmediatamente, Polonia se ponía en movimiento y, sin previa declaración de guerra, ocupaba «manu militari», la región de Téscheno donde, si es cierto que habitaban ochenta mil polacos, no es menos cierto que con ellos convivían ciento cincuenta mil ucranianos, alemanes, eslovacos, húngaros y checos. En París esto causa un disgusto mayúsculo. Y, en seguida, se acusa a los gobernantes de Varsovia -que las exigencias de la alta coyuntura política exigirán sean presentados como demócratas y como mártires unos meses más tarde- de ser unos reaccionarios fascistas, sobre todo, unos fanáticos antisemitas.
Hungría procede de modo menos violento que Polonia, y deja al arbitraje de Mussolini y Hitler, representados por sus ministros de Asuntos Exteriores Ciano y Ribbentrop, la decisión de la delimitación exacta de sus fronteras con Checoslovaquia.
El 6 de octubre, Eslovaquia proclama su autonomía, dentro del Estado checoslovaco. Praga reconoce al Gobierno eslovaco, presidido por el padre Tisso. Días después se forma, en Uzhorod, un Gobierno autónomo cárpato-ucraniano, presidido por Andrej Brody, que también es reconocido, de momento, por Praga. Pero al cabo de una semana Brody es detenido por la policía checa. El doctor Hacha, que ha sustituido a Benes al frente del Gobierno checoslovaco, envía a un general checo, Leo Prchala, a Bratislava, nombrándole miembro del Gobierno autónomo eslovaco. Esta medida es anticonstitucional.
El 10 de marzo, Praga descarga otro golpe contra Ucrania Transcarpática, anulando su régimen autónomo. Simultáneamente, el padre Tisso y sus ministros Adalbert Tuka y Alexander Mach, son detenidos por la policía checa. Estalla la crisis política. Praga libera a Tisso, encargándole que forme Gobierno en Bratislava, pero éste se niega a actuar bajo la presión policiaca. Tres gobiernos constituidos por Hacha se derrumban en el espacio de unas semanas. A pesar de representar a un importante núcleo de población, el secretario de Estado, Karmassin, representante de la minoría alemana en Eslovaquia, no es llamado para ocupar ningún cargo en los tres gobiernos.
Hitler interpreta todas estas medidas de Praga como una violación de los acuerdos de Munich, donde él reconoció las nuevas fronteras checas bajo la condición expresa de que «los checos solucionaran la cuestión de sus minorías nacionales por vías pacificas y legales, y sin opresión». Por eso, con el apoyo político de Berlín, el 14 de mano, las tropas húngaras entran en la región Cárpatoucraniana. También Eslovaquia proclama su independencia estatal. Y Polonia vuelve a concentrar sus tropas en Téscheno.
Monseñor Volozin, acompañado de los miembros de su Gobierno, visita al cónsul de Alemania en Chust y le informa de que «Ucrania Transcarpática (Rutenia) ha proclamado su independencia, colocándose bajo la protección del Reich». Unas horas después, la Dieta de Bratislava autoriza a monseñor Tisso para que mande a Goering un telegrama redactado así:
«Le ruego ponga en conocimiento del Führer lo siguiente: El Estado eslovaco se coloca bajo vuestra protección, y os ruega que os dignéis asumir el papel de protector.» Hitler acepta en el acto.
En vista de la agravación de la situación, el doctor Hacha y su ministro de Asuntos Exteriores, Chavlkovski, solicitan ser recibidos en la Cancillería del Reich.
Hitler le expone todas las incorrecciones y faltas a su palabra cometidas por el Gobierno de Praga con relación a sus minorías nacionales y le anuncia que, a las primeras horas de la mañana siguiente, las tropas alemanas entrarán en Bohemia-Moravia. Hacha se desmaya al oír estas palabras. El propio médico de Hitler le atiende. Al volver en sí, su primera medida es ponerse al habla con Praga para ordenar que no se ofrezca resistencia a la Wehrmacht.
El mismo día, el doctor Hacha firma un documento según el cual «pone en las manos del Führer de Alemania, el destino de la nación y del pueblo checo». Hitler se compromete a «acoger al pueblo checo bajo la protección del Reich y garantizar un desarrollo autónomo inherente a sus peculiaridades nacionales» (44).
Unas horas después, las tropas alemanas, al mando de los generales Von Blaskowitz y List cruzan la frontera checa. No se dispara un solo tiro. Bohemia y Moravia, que durante más de mil años formaron parte integrante de estados alemanes, entra a formar parte del Reich en calidad de «Protectorado». La Wehrmacht se apodera de una fabulosa cantidad de armamento. Dos mil cañones y cuarenta y cinco mil ametralladoras -que nunca fueron poseídas por el «Ejército de cien mil hombres» autorizado a la Alemania prehitleriana-, pasan a ser propiedad de los arsenales del Reich (45).
André François Poncet, al que es imposible calificar de germanófilo, ha escrito: «Los eslovacos y los rutenos habían obtenido la autonomía que les permitía la propia Constitución del Estado checoslovaco. Pero los checos rehusaron considerarles como entidades autónomas. A Hitler, para borrar del mapa a Checoslovaquia, le bastaba con tomar partido por los eslovacos, y cuando el padre Tisso y monseñor Volozin -representando a los rutenos- se pusieron bajo la protección de Berlín, los checos se encontraron, legal y efectivamente, solos. «Es pues evidente que los acuerdos de Munich fueron violados, en primer lugar, por Praga, y no por Berlín» (46).
Pero, como indica muy bien Paul Rassinier, «los acuerdos de Munich habían sido complementados por un pacto angloalemán (30 de septiembre de 1938 ) y otro francoalemán (16 de noviembre de 1938 ), por el que las tres potencias se comprometían a consultarse para la solución de cuestiones de interés común. Hitler debía, pues, antes de admitir bajo su protección a eslovacos y rutenos, consultar con Inglaterra y Francia. Cuando se apercibió - y luego quedaría plenamente demostrado -que la violación de los acuerdos de Munich era teledirigida desde Londres por Benes, y desde Moscú por Gottwald, debió convocar a los primeros ministros inglés y francés. Y cuando eslovacos y rutenos se colocaron bajo su protección, debió hacerles patente que tenían que colocarse bajo la protección de ingleses y franceses también, y no solamente la suya» (47).
¿Qué hubiera sucedido entonces? Creemos que hubiese sido difícil para los Gobiernos inglés y francés dejar que la situación se eternizara, e ignorar las quejas de Hitler, Tisso y Volozin sin «perder la cara» ante el mundo.
En vez de ello, Hitler solucionó el problema a su manera: las tropas alemanas penetraron en Checoslovaquia y ocuparon Bohemia y Moravia, sin resistencia. Eslovaquia fue proclamada independiente bajo la protección del Reich. Rutenia pasó, como región autónoma, bajo soberanía húngara; al doctor Hacha se le obligó a declarar que «colocaba al pueblo y al territorio checo bajo la protección del Reich alemán», dotándose a Bohemia y Moravia de un «staathalter» (protector, residente en Praga (Herr von Neurath). Creemos, con Rassinier, que el «salto a Praga» fue un error. Hitler recordó - y era verdad - que en Praga vivían muchos alemanes y que allí se había creado la más antigua Universidad germánica, pero ello no soslayaba el problema de que Bohemia y Moravia ya no podían considerarse territorios alemanes. Más que una injusticia para con los checos, el salto a Praga fue un error, pues ya, a partir de entonces, no pudo Hitler presentarse como un defensor de la libre determinación de los pueblos.
Chamberlain declaró en los Comunes que «el Estado cuyas fronteras tratamos de garantizar se ha desmoronado desde dentro». En consecuencia, el Gobierno de Su Majestad «no se considera por más tiempo obligado con respecto a Praga».
En Moscú, Stalin ordenó la movilización de tres reemplazos.
Con la eliminación de la cuña checoslovaca, el comunismo se sentía en cuarentena. Y Chamberlain fue quemado en efigie en la Plaza Roja (48 ).
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(41) Discurso pronunciado en el Guildhall, de Londres, el 7 de octubre de 1928.
(42) Jan Massaryk: La résurreetion d´un état.
(43) Gringoire, 23 noviembre 1938.
(44) Arnold Toynbee: Hitler´s Europe.
(45) Ya en Munich, Inglaterra intentó comprar el material de guerra sobrante a Praga. Pero los regateos de Benes demoraron las negociaciones. (N. del A.)
(46) André François Poncet: De Versailles a Potsdam.
(47) Paul Rassinier: Les Responsables de la Seconde Guerre Mondiale.
(48 ) Archibald M. Ramsay: The Nameless War.
Desde la creación del N.S.D.A.P. y la publicación de «Mein Kampf», Hitler había siempre reiterado que no tenía ninguna reclamación que presentar a los países occidentales por parte de Alemania, todas las diferencias existentes con Francia habían quedado zanjadas con la reincorporación del Sarre(democráticamente), la remilitarización de Renania y el renunciamiento definitivo a Alsacia y Lorena. Una vez concluidos esos ajustes en sus fronteras occidentales y conseguido el Anschluss con su provincia natal de Austria, Hitler inició resueltamente «el viraje de todos sus dispositivos hacia el gran encuentro con la URSS».
Para ello, el Führer debía asegurar su flanco Sur. Allí se hallaba Checoslovaquia, creación «ex nihilo» de Versalles. Para formar el extraño «salchichón» checoslovaco fue necesario colocar a 3.600.000 alemanes, 800.000 húngaros, 500.000 ucranianos, 806.000 polacos y 2.500.000 eslovacos bajo la despótica soberanía de 6.000.000 de checos, que representaban aproximadamente el 43% de la población del artificial Estado y ocupaban un territorio equivalente al 40 % del área total del mismo.
Checoslovaquia había sido creada con una única finalidad: servir de portaaviones contra Alemania. No se trata de una simple frase de propaganda alemana: en la Memoria 1ª de la delegación Checa en Versalles, se decía, sin tapujos: «La situación especial de Checoslovaquia convierte a esta, necesariamente, en la enemiga mortal de Alemania». Clemenceau, Poincaré, Briand y Pierre Cot, ministro francés del Aire, habían en diversas ocasiones manifestado que Checoslovaquia estaba destinada, en caso de guerra, a servir de base desde la que se podría bombardear, con toda facilidad, a Alemania.
Lloyd George fue el primer político en reconocer (41) que "toda la documentación que nos fue proporcionada por ciertos aliados nuestros en Versalles, era falsa y tendenciosa. Sobre todo, en los casos checoslovaco y polaco, dictaminamos basándonos en flagrantes falsificaciones".
Alemania y Austria, así como Hungría, se habían negado siempre a reconocer las fronteras checoslovacas, y el Consejo Nacional de Ucrania había reclamado, repetidamente, a Benes, que reconociera el derecho de autodeterminación a la Rutenia Transcarpática. Polonia, por su parte, presentó varias reclamaciones a propósito de la comarca de Téscheno. En cuanto a los eslovacos, cordiales enemigos históricos de los checos, reclamaban igualmente su autonomía interna y hasta su separación pura y simple del artificial Estado en que habían sido integrados por la fuerza. El mismo Massaryk reconocía (42) que, mientras una minoría de eslovacos deseaban ser incorporados a Rusia o a Hungría, la gran mayoría aspiraba a la independencia nacional, pero que, de hecho, el eslovaco partidario de una unión con Chequia (Bohemia y Moravia) era una especie muy rara.
Preciso es rendirse a la evidencia de que, de entre las muchas arbitrariedades cometidas en Versalles, la invención del Estado checoslovaco ocupaba, al lado del «Corredor» de Dantzig, el lugar de honor. El mismo Tardieu, el más acérrimo defensor de las secuelas de Versalles reconocerá (43):
«Los Aliados no crearon a Checoslovaquia por sí misma, sino para levantar una barrera contra el germanismo.»
Y Lansing, secretario de Estado norteamericano, dirá, el 1º de abril de 1919, en Versalles:
«La delimitación de las fronteras en función de su valor estratégico y bélico, como se ha hecho en los casos checoslovaco y polaco, se opone al espíritu esencial de la Sociedad de Naciones y de la política de los Estados Unidos, según ha sido expresada por boca del presidente Wilson».
La propaganda de Benes y Massaryk, apoyados por la Prensa anglofrancesa pretendió demostrar que las reivindicaciones alemanas sobre los Sudetes no tenían otro fundamento que las invenciones hitlerianas. Nada más falso. Ya en 1880, los alemanes sudetes, entonces bajo soberanía austrohúngara, habían reclamado su Anschluss con el Reich, molestos por la política proeslava del emperador Francisco-José. En 1931, Conrad von Heinlein, organizó el frente nacional de los Sudetes, que reclamaban el cumplimiento de las promesas hechas por Benes cuando, en 1919, garantizaba la autonomía interna a las minorías nacionales de Checoslovaquia (recordemos que tales minorías representan, juntas, el 57% de la población y ocupan las dos terceras partes del territorio), promesa ratificada legalmente en la Constitución del Estado checoslovaco.
Heinlein que, al igual que su contemporáneo en Austria, Seyss-Inquart, no era miembro del N.S.D.A.P., había logrado constituir un Partido político que, con sus 57 diputados y más de 200.000 afiliados era, con mucho, el primer Partido político de Checoslovaquia. Esa fuerza política se había constituido a pesar de las medidas arbitrarias e ilegales de los señores Benes y Massaryk y de las represiones de la soldadesca checa. El 4 de marzo de 1919, por orden personal de Benes, las tropas ametrallaron a las manifestantes alemanes que reclamaban su derecho a estar legalmente representados en el Parlamento (Praga había invalidado las elecciones, que habían representado un triunfo para Heinlein). Cincuenta y dos alemanes sudetes fueron asesinados, sin que la conciencia universal encontrara motivo suficiente para sus llantos de plañidera. ¡Paradójica situación en verdad! Los alemanes sudetes, amparándose en la Constitución del Estado checoslovaco, solicitan la autonomía interna. El tal Estado se niega. Se celebran las elecciones generales, y el frente nacional de los Sudetes logra una mayoría aplastante en su región -el 93% de los votos emitidos- y la mayoría relativa en todo el territorio del Estado. A Conrad von Heinlein le corresponde presidir el nuevo Gobierno, los alemanes de Checoslovaquia deben administrarse a sí mismos. Esto es pura democracia. Pues bien: el democrático Benes anula las elecciones, y cuando los alemanes se manifiestan en protesta pacífica, la soldadesca checa dispara contra la multitud.
El dictador Hitler pide que se respeten los resultados de las elecciones, y los políticos democráticos de Londres, París y Moscú, apoyan a Benes. Los alemanes de los Sudetes envían veintidós notas de protesta a la Sociedad de Naciones, que se limita a archivarlas sin tomar resolución alguna.
En Praga «reina», el déspota absoluto, Votja Benes, el artífice de la pequeña Entente. Su historia política está jalonada de favores al bolchevismo, En 1920, en ocasión del ataque de la U.R.S.S. contra Polonia, Benes que, por otra parte, suministraba armamentos a los soviéticos, prohibió el paso a través de Checoslovaquia de los convoyes de armas y municiones enviados por el almirante Horthy desde Hungría: si Rumania no hubiera permitido el tránsito y contribuido con su propia ayuda, la contraofensiva de Pilsudski a las puertas de Varsovia hubiera fracasado, y Polonia hubiera sido bolchevizada ya entonces. Más adelante, Benes es, con Titulesco, el artífice de la admisión de la U.R.S.S. en la Sociedad de Naciones... Después, ayudará a limar aristas entre Litvinoff y el ministro francés Alexis Léger, facilitando la firma del pacto francosoviético. El 16 de mayo de 1935, firmará con el judío Alexandrowski, embajador soviético en Praga, un tratado de asistencia mutua entre Checoslovaquia y la U.R.S.S., calcado del pacto suscrito entre Léger y Litvinoff unos meses atrás. Finalmente, Benes morirá a manos de los verdugos soviéticos, que él más que nadie contribuyó a instalar en Praga. ¡Así paga Moscú!
El 24 de abril de 1938, Conrad Heinlein anunció, en Carlsbad, las reivindicaciones de los alemanes sudetes, las cuales, por otra parte, no contenían nada que no estuviese garantizado por la Constitución checa. Benes, que debe afrontar las demandas de las minorías húngara y ucraniana, aparte de la presión exterior de Polonia sobre Téscheno y el malhumor de los eslovacos quiere salvar la situación, aplazando las elecciones hasta el 22 de mayo. Pretende, durante este tiempo ganado, obtener garantías formales por parte de Francia, Inglaterra y la U.R.S.S. Stalin es formal en su respuesta: ayudará a Checoslovaquia si los Estados occidentales lo hacen a su vez. El zar rojo no quiere la guerra con Alemania, y menos si debe hacerla sólo, pero no le desagrada la idea de que Inglaterra y Francia se metan en el avispero checo y se enzarcen en una lucha a muerte con el Reich.
Massaryk y Benes declaran al Times de Londres -que, aún en el caso de que el 100 % de los alemanes sudetes pidan, democráticamente, el Anschluss con Alemania, Checoslovaquia se opondrá a ello, con las armas, si es preciso. La respuesta de Hitler es inmediata. Invita a los Gobiernos británico, francés e italiano a hacer de árbitros en la cuestión. Significativamente, Hitler deja fuera de tal arbitraje a Moscú.
Chamberlain, Primer Ministro británico, acepta en el acto la propues-ta del Führer. Chamberlain es, probablemente, el último Premier auténticamente británico que tendrá Inglaterra, en el sentido de que para él sólo cuenta el interés de las Islas. Político realista, siente el máximo desprecio por las transitorias ideologías; no tiene ningún interés en organizar «cruzadas antifascistas», de las que entrevé que el único beneficiario será el comunismo. Hablando en los Comunes de la cuestión checa, Chamberlain dirá que, en buena lógica democrática, no puede negarse a los alemanes de los Sudetes el derecho a disponer de sí mismos de la manera que mejor les plazca. Lord Lothian, que forma parte del equipo gubernamental de Chamberlain, declarará en la Cámara de los Lores:
«Si el principio de autodeterminación hubiera sido aplicado en Versalles en un plano de igualdad para todos, los Sudetes, una buena parte de Bohemia, grandes porciones de Polonia y el «Corredor» de Dantzig hubieran debido ser atribuidos al Reich. Las demandas de Hitler se basan no sólo en una razonable lógica y en principios absolutamente democráticos, sino incluso en los términos del propio Tratado de Versalles, cuyo articulo 19 prevé la solución de los conflictos que se planteen mediante el recurso de los plebiscitos populares".
Hitler y Chamberlain se entrevistan en Berchtesgaden. El Premier británico recibe, días más tarde, en Londres, al presidente del Consejo de Ministros francés, Daladier, y a su ministro de Asuntos Exteriores, Bonnet, para estudiar en común el caso checo. Chamberlain y Daladier publican un comunicado conjunto, en el que, entre otras cosas, se manifiesta que «...estamos de acuerdo en que, después de los recientes acontecimientos, se ha llegado a un punto en el cual... ya no puede continuar efectivamente la permanencia de los territorios Sudetes dentro del Estado Checoslovaco, sin poner en serio peligro la paz de Europa. Ambos Gobiernos han llegado a la consideración final de que el mantenimiento de la paz y la seguridad de los intereses vitales de Checoslovaquia no pueden ser garantizados a no ser que la región de los Sudetes sea incorporada al Reich».
Al día siguiente, estas proposiciones francobritánicas se transmiten a Praga, que las acepta «con el corazón dolorido».
Hitler y Chamberlain celebran una segunda entrevista en Godesberg. Chamberlain propone unos plazos de entrega muy largos. La región de los Sudetes deberá ser cedida a Alemania al cabo de varios meses. Hitler no acepta. Teme que Benes utilice a los civiles de los Sudetes como rehenes; en los últimos días se han producido violentos choques entre el Ejército y la policía checos y la población civil en Carlsbad. Más de cincuenta mil alemanes han abandonado sus hogares. Hitler, acusa a Benes de tergiversar, una vez ha dado su acuerdo para la devolución de los Sudetes al Reich. El Führer escribe a Chamberlain:
«Su Excelencia me confirma que la base del acuerdo de la cesión de los territorios de los Sudetes alemanes ha sido débilmente aceptada. Lamento tener que recordar a Su Excelencia que el reconocimiento teórico de derechos, a nosotros, los alemanes, se nos ha efectuado en numerosas ocasiones anteriores a ésta. En 1918 se firmó el Armisticio sobre la base de la aceptación de los catorce puntos del presidente Wilson que fueron reconocidos fundamentalmente por todos. Pero más tarde fueron violados de un modo humillante al llevarlos a la práctica. Lo que a mí, me interesa, Excelencia, no es el reconocimiento de unos derechos y de que estas regiones sean cedidas al Reich, sino solamente la puesta en práctica del acuerdo que ponga fin a los sufrimientos de las desgraciadas víctimas de la tiranía checa, que esto se haga lo más pronto posible y que, por otra parte, se cumpla con la dignidad de una gran potencia.»
Chamberlain se entrevista nuevamente con Hitler. Cuando se hallan en plena discusión, llega un telegrama anunciando que Benes acaba de dar, por radio, la orden de movilización general del Ejército checoslovaco. El Consulado británico en Praga interviene, y es retirada la orden de movilización, pero esto no anula los efectos de la «gaffe» de Benes. Éste intenta un nuevo aplazamiento de las elecciones generales, pero Chamberlain le aconseja desistir, pues, de lo contrario, no puede asegurar que logrará frenar la impaciencia de Hitler.
Las elecciones tienen lugar en los días fijados: el éxito de los alemanes sudetes es total. A pesar de las medidas coercitivas empleadas por el Gobierno checo, logran el 91,5 % de los votos alemanes. El 70 % de la población eslovaca ha votado por los nacionalistas del padre Tisso; en Rutenia y Teschen, donde las minorías ucraniana, húngara y polaca no presentaban candidaturas propias, las abstenciones son del orden del 60%. A pesar de que la importante minoría israelita ha votado en bloque por el Partido gubernamental, el fracaso del dúo Benes-Massaryk es absoluto.
Benes se muestra, ahora, dispuesto a entrevistarse con Chamberlain y su ministro de Asuntos Exteriores, Runciman, que, primero, visitan a Hitler en Berchtesgaden. El Führer se limita a pedir que los demócratas de Praga cumplan con su propio credo político y apliquen los resultados de los sacrosantos comicios populares. Afirma que ya ha tenido demasiada paciencia con los señores Benes y Massaryk y que no piensa seguir tolerando que los checos continúen asesinando indefensos civiles alemanes. No obstante, acepta los buenos oficios de Inglaterra para que ésta convenza al Gobierno checo de la necesidad de devolver, de una vez, los Sudetes a Alemania.
Simultáneamente, Polonia y Hungría presentan sus reivindicaciones a Praga. El Consejo Nacional de Ucrania pide la autonomía interna para la Rutenia Transcarpática El artificial Estado inventado en Versalles hace aguas por todas partes. Pero Benes, hombre de recursos inagotables, pretende todavía ganar tiempo. Ahora propone a Hitler y a Chamberlain que la cuestión de los Sudetes sea llevada ante el Tribunal Permanente de Justicia Internacional de La Haya. El embajador británico, Sir Basil Newton, visita a Benes en su domicilio y le notifica que, si a consecuencia de la actitud equívoca de su Gobierno estalla un conflicto europeo, Inglaterra considerará que no se halla obligada a asistir a Checoslovaquia, a pesar del Tratado de mutua ayuda que las une.
Benes recibe, a continuación, a los jefes del Ejército checoslovaco, que le traen malas noticias. Hitler se ha entrevistado con el presidente del Consejo de Hungría, Bela Imredy, mientras Goering y el regente Horthy se encontraban en Raminden. El gobierno polaco ha enviado una nota a Londres, París, Roma Y Berlín. haciendo saber que reivindica la posesión de la Silesia de Tescheno. En caso de conflicto, Checoslovaquia sería atacada desde tres lados diferentes, mientras, en el interior, la actitud de los ucranianos de Rutenia y de los propios eslovacos es cada vez más hostil. Los militares aconsejan pues la aceptación del plan anglofrancés que ya ha sido aprobado por Hitler. Checoslovaquia perderá los Sudetes y concederá amplia autonomía interna a las zonas fronterizas con Hungría y Polonia. Benes accede. Mejor dicho, lo hace ver.
Una vez aceptado el principio de la devolución del territorio de los montes Sudetes a Alemania, Chamberlain y Hitler se entrevistan de nuevo, en Godesberg, con objeto de fijar los límites exactos de la nueva frontera. El Führer propone que se celebre un nuevo plebiscito y que sea éste quien decida. Una vez celebrados los comicios, la Wehrmacht procederá a ocupar los territorios que se hayan pronunciado por el Anschluss con Alemania.
Chamberlain propone en Godesberg, que la ocupación de los territorios en litigio no se realice inmediatamente, para dar tiempo a la minoría checa de los Sudetes y a los funcionarios del Estado checoslovaco a partir, si así lo desean. Pero cuando Hitler y Chamberlain parecen a punto de llegar a un acuerdo, surge una nueva maniobra de Praga. El Gabinete Hodza dimite y Benes asume legalmente, los plenos poderes.
La primera medida de Benes desde su nuevo cargo consiste en rechazar el proyecto Chamberlain, que ya había sido aceptado por todos los interesados. incluyendo el anterior Gobierno de Praga. He aquí un nuevo motivo para que Hitler insista en sus pretensiones de ocupación inmediata. Si se pierde más tiempo, Benes y su Gobierno complicarán aún más la situación y sin duda utilizarán como rehenes a los civiles alemanes de Checoslovaquia. En vano protesta Chamberlain de su buena fe, «Su buena fe es una cosa, y su influencia sobre Benes es otra, mi querido Primer Ministro», le responde Hitler.
Ante la estupefacción de la delegación británica que acompaña a Chamberlain, Hitler hace oír a sus huéspedes los discos en que se han registrado las conversaciones habidas entre Benes y el embajador soviético en París, Rossenberg. Resulta que la política exterior de Praga es dirigida telefónicamente, por los señores del Kremlin, vía París. He aquí por qué Hitler quiere terminar de una vez el «affaire» checoslovaco. Chamberlain acepta. ahora, «casi» todo. Pero existe una discrepancia: Hitler exige un plebiscito en todo el territorio checo, y no solamente en la región de los montes Sudetes. Como los checos sólo representan el 43% de la población de «su» Estado, el plebiscito en todo el territorio significa el fin de Checoslovaquia. Pero significa también la estricta aplicación de los principios democráticos. Chamberlain pregunta a Hitler qué porcentaje de votos consideraría él necesarios para adjudicar un territorio checoslovaco a uno de los Estados reclamantes, es decir, Alemania, Polonia y Hungría. Sin contar a los nacionalistas ucranianos y eslovacos. El Führer responde que se halla muy sorprendido de que tal pregunta se la formule un estadista democrático. Para él, de toda evidencia la mitad más uno de los votos son suficientes. Aparece, así, como muy probable, que los partidarios de la intangibilidad del Estado checoslovaco serán puestos en minoría incluso en Praga, la capital del Estado, donde residen muchos alemanes, ucranianos y eslovacos.
Pero la desaparición de Checoslovaquia, que sería una catástrofe para Moscú, representada, igualmente, un durisimo golpe para la City, muy interesada en las grandes fábricas de armamento checas y en el complejo industrial Skoda. Por eso Chamberlain intenta ahora poner en práctica el viejo sistema político inglés consistente en alternar las zalamerías con las amenazas. Pero Hitler le responde:
«Lo que me interesa a mí, Excelencia, no es el reconocimiento del principio que concede a Alemania la devolución de ese territorio, sino únicamente la realización de ese principio... Yo no pido un favor a nadie, yo pido a unos gobernantes que se dicen demócratas que apliquen su propio credo político y a los gobernantes de Checoslovaquia que apliquen los principios de su propia Constitución referente a sus minorías nacionales... Yo, querido Primer Ministro, no regateo unos kilómetros cuadrados de territorios; tampoco sugiero que tres millones y medio de ingleses sean arbitrariamente colocados bajo la tiranía del señor Benes; únicamente exijo que tres millones y medio de alemanes vuelvan a la soberanía alemana».
Georges Champeaux, en el tomo II de La Croisade des Démocraties, comenta:
"El Chamberlain que, el 22 de septiembre se encaminaba al Hotel Dreesen para entrevistarse con Hitler era un árbitro soberano -o creía ser-lo - en razón de un derecho hasta entonces indiscutido para Inglaterra. Era el digno sucesor de Lord Palmerston, aquél Primer Ministro que envío un ultimátum al rey de Grecia, culpable de haber dejado saquear, en Atenas, la tienda del judío Pacifico; de aquél Disraelí que le comunicaba a Rusia que el Tratado de San Stéfano, impuesto por aquélla a Turquía, no era del agrado del Gobierno británico; de aquél Lloyd-George que, en 1919, obligaba al Japón abandonar sus conquistas en el Chang-Tung. Pero Hitler le hizo notar desde el principio, que el tiempo de Palmerston, Disraelí y Lloyd-George había pasado, y que Alemania se consideraba con derecho a tratarla de igual a igual. Por primera vez desde Waterloo, un jefe de Estado europeo rehusaba inclinarse ante el dogma de la supremacía política de Londres".
Hitler envía un ultimátum a Benes. El 1º de octubre de 1938, los Sudetes deben haber sido devueltos a Alemania. En caso contrario, la Wehrmacht entrará en acción. Praga responde con la movilización general. Y, el 28 de septiembre, Hitler ordena, a su vez, la concentración del grueso de sus tropas ante las fronteras checas. Un día antes, en Inglaterra, Su Majestad Jorge V decreta el estado de excepción, el Ministerio de la Marina anuncia la movilización de la Armada, que se encuentra ya en estado de alerta. El día 28, se anuncia la movilización de las reales fuerzas aéreas y de la milicia territorial femenina. Por su parte, Mussolini publica un comunicado anunciando que sostendrá a Alemania pase lo que pase y coloca a sus fuerzas armadas en pie de guerra. Hungría llama a filas a tres reemplazos y concentra tropas ante las fronteras checas. Desde Varsovia informan que se han producido incidentes antipolacos en la región de Téscheno y se rumorea que Polonia va a romper sus relaciones diplomáticas con Checoslovaquia.
En Francia, el generalísimo Gamelin y el almirante Darlan, comunican a Daladier Primer Ministro, que el Ejército y la flota están preparados.
No así el general Vuillemin, jefe del Estado Mayor de las fuerzas aéreas, que afirma que sería ridículo pretender enfrentar a la aviación francesa con la Luftwaffe. Inmediatamente, se acusa a Vuillemin de ser un agente de Hitler. LíHumanité es el portaestandarte de esta acusación absurda.
La psicosis de guerra se ha apoderado de todas las Cancillerías. Su Santidad el Papa dirige un llamamiento a los estadistas para que eviten una guerra que será fatal para todos los que en ella tomen parte.
En tan dramática situación, una iniciativa de Mussolini salva la paz. Propone a Chamberlain, Daladier y Hitler, una reunión, en Munich, para decidir, de una vez, el problema checo. Mussolini asistirá también, pero no así Benes. Sin asistir el principal interesado, se decidirá de la suene del artificial Estado checoslovaco. Hitler cede en varios puntos. Renuncia a un proceder unilateral por parte de Alemania y se muestra de acuerdo en que una organización internacional, por ejemplo, la Sociedad de Naciones, controle la ejecución de los acuerdos. Checoslovaquia cederá a Alemania toda población donde el frente nacional sudete haya obtenido la mayoría absoluta de votos en las últimas elecciones. Así mismo, se firma un acuerdo naval germanobritánico, cuyas cláusulas aseguraban a Inglaterra su hegemonía marítima. Hitler pretende demostrar, así, su voluntad de dirigirse hacia el Este, hacia la Rusia soviética, voluntad ya impresa en el «Mein Kampf». Para una tal contienda no se precisaba una gran flota. Eso debía tranquilizar a los belicistas ingleses, con Churchill, Eden y Attlee a la cabeza.
Chamberlain y Daladier fueron entusiásticamente recibidos a su retorno a Londres y París. La paz había sido salvada, y no existía ningún inglés ni ningún francés que deseara ir a la guerra por defender a un pequeño tirano, como Benes. Churchill refiere, en sus Memorias que «... turbas vociferantes aplaudieron a Chamberlain y a Daladier a su regreso de Munich».
La pérdida de los Sudetes representaba, para Checoslovaquia, prácticamente, el fin de su existencia como Estado soberano. El cuarenta por ciento de la industria se hallaba concentrado allí, lo mismo que un tercio -el mas activo- de la población. En cuanto a Benes, demolido por la pérdida de los territorios alemanes de «su» Estado, había caído en el ostracismo político.
Inmediatamente, Polonia se ponía en movimiento y, sin previa declaración de guerra, ocupaba «manu militari», la región de Téscheno donde, si es cierto que habitaban ochenta mil polacos, no es menos cierto que con ellos convivían ciento cincuenta mil ucranianos, alemanes, eslovacos, húngaros y checos. En París esto causa un disgusto mayúsculo. Y, en seguida, se acusa a los gobernantes de Varsovia -que las exigencias de la alta coyuntura política exigirán sean presentados como demócratas y como mártires unos meses más tarde- de ser unos reaccionarios fascistas, sobre todo, unos fanáticos antisemitas.
Hungría procede de modo menos violento que Polonia, y deja al arbitraje de Mussolini y Hitler, representados por sus ministros de Asuntos Exteriores Ciano y Ribbentrop, la decisión de la delimitación exacta de sus fronteras con Checoslovaquia.
El 6 de octubre, Eslovaquia proclama su autonomía, dentro del Estado checoslovaco. Praga reconoce al Gobierno eslovaco, presidido por el padre Tisso. Días después se forma, en Uzhorod, un Gobierno autónomo cárpato-ucraniano, presidido por Andrej Brody, que también es reconocido, de momento, por Praga. Pero al cabo de una semana Brody es detenido por la policía checa. El doctor Hacha, que ha sustituido a Benes al frente del Gobierno checoslovaco, envía a un general checo, Leo Prchala, a Bratislava, nombrándole miembro del Gobierno autónomo eslovaco. Esta medida es anticonstitucional.
El 10 de marzo, Praga descarga otro golpe contra Ucrania Transcarpática, anulando su régimen autónomo. Simultáneamente, el padre Tisso y sus ministros Adalbert Tuka y Alexander Mach, son detenidos por la policía checa. Estalla la crisis política. Praga libera a Tisso, encargándole que forme Gobierno en Bratislava, pero éste se niega a actuar bajo la presión policiaca. Tres gobiernos constituidos por Hacha se derrumban en el espacio de unas semanas. A pesar de representar a un importante núcleo de población, el secretario de Estado, Karmassin, representante de la minoría alemana en Eslovaquia, no es llamado para ocupar ningún cargo en los tres gobiernos.
Hitler interpreta todas estas medidas de Praga como una violación de los acuerdos de Munich, donde él reconoció las nuevas fronteras checas bajo la condición expresa de que «los checos solucionaran la cuestión de sus minorías nacionales por vías pacificas y legales, y sin opresión». Por eso, con el apoyo político de Berlín, el 14 de mano, las tropas húngaras entran en la región Cárpatoucraniana. También Eslovaquia proclama su independencia estatal. Y Polonia vuelve a concentrar sus tropas en Téscheno.
Monseñor Volozin, acompañado de los miembros de su Gobierno, visita al cónsul de Alemania en Chust y le informa de que «Ucrania Transcarpática (Rutenia) ha proclamado su independencia, colocándose bajo la protección del Reich». Unas horas después, la Dieta de Bratislava autoriza a monseñor Tisso para que mande a Goering un telegrama redactado así:
«Le ruego ponga en conocimiento del Führer lo siguiente: El Estado eslovaco se coloca bajo vuestra protección, y os ruega que os dignéis asumir el papel de protector.» Hitler acepta en el acto.
En vista de la agravación de la situación, el doctor Hacha y su ministro de Asuntos Exteriores, Chavlkovski, solicitan ser recibidos en la Cancillería del Reich.
Hitler le expone todas las incorrecciones y faltas a su palabra cometidas por el Gobierno de Praga con relación a sus minorías nacionales y le anuncia que, a las primeras horas de la mañana siguiente, las tropas alemanas entrarán en Bohemia-Moravia. Hacha se desmaya al oír estas palabras. El propio médico de Hitler le atiende. Al volver en sí, su primera medida es ponerse al habla con Praga para ordenar que no se ofrezca resistencia a la Wehrmacht.
El mismo día, el doctor Hacha firma un documento según el cual «pone en las manos del Führer de Alemania, el destino de la nación y del pueblo checo». Hitler se compromete a «acoger al pueblo checo bajo la protección del Reich y garantizar un desarrollo autónomo inherente a sus peculiaridades nacionales» (44).
Unas horas después, las tropas alemanas, al mando de los generales Von Blaskowitz y List cruzan la frontera checa. No se dispara un solo tiro. Bohemia y Moravia, que durante más de mil años formaron parte integrante de estados alemanes, entra a formar parte del Reich en calidad de «Protectorado». La Wehrmacht se apodera de una fabulosa cantidad de armamento. Dos mil cañones y cuarenta y cinco mil ametralladoras -que nunca fueron poseídas por el «Ejército de cien mil hombres» autorizado a la Alemania prehitleriana-, pasan a ser propiedad de los arsenales del Reich (45).
André François Poncet, al que es imposible calificar de germanófilo, ha escrito: «Los eslovacos y los rutenos habían obtenido la autonomía que les permitía la propia Constitución del Estado checoslovaco. Pero los checos rehusaron considerarles como entidades autónomas. A Hitler, para borrar del mapa a Checoslovaquia, le bastaba con tomar partido por los eslovacos, y cuando el padre Tisso y monseñor Volozin -representando a los rutenos- se pusieron bajo la protección de Berlín, los checos se encontraron, legal y efectivamente, solos. «Es pues evidente que los acuerdos de Munich fueron violados, en primer lugar, por Praga, y no por Berlín» (46).
Pero, como indica muy bien Paul Rassinier, «los acuerdos de Munich habían sido complementados por un pacto angloalemán (30 de septiembre de 1938 ) y otro francoalemán (16 de noviembre de 1938 ), por el que las tres potencias se comprometían a consultarse para la solución de cuestiones de interés común. Hitler debía, pues, antes de admitir bajo su protección a eslovacos y rutenos, consultar con Inglaterra y Francia. Cuando se apercibió - y luego quedaría plenamente demostrado -que la violación de los acuerdos de Munich era teledirigida desde Londres por Benes, y desde Moscú por Gottwald, debió convocar a los primeros ministros inglés y francés. Y cuando eslovacos y rutenos se colocaron bajo su protección, debió hacerles patente que tenían que colocarse bajo la protección de ingleses y franceses también, y no solamente la suya» (47).
¿Qué hubiera sucedido entonces? Creemos que hubiese sido difícil para los Gobiernos inglés y francés dejar que la situación se eternizara, e ignorar las quejas de Hitler, Tisso y Volozin sin «perder la cara» ante el mundo.
En vez de ello, Hitler solucionó el problema a su manera: las tropas alemanas penetraron en Checoslovaquia y ocuparon Bohemia y Moravia, sin resistencia. Eslovaquia fue proclamada independiente bajo la protección del Reich. Rutenia pasó, como región autónoma, bajo soberanía húngara; al doctor Hacha se le obligó a declarar que «colocaba al pueblo y al territorio checo bajo la protección del Reich alemán», dotándose a Bohemia y Moravia de un «staathalter» (protector, residente en Praga (Herr von Neurath). Creemos, con Rassinier, que el «salto a Praga» fue un error. Hitler recordó - y era verdad - que en Praga vivían muchos alemanes y que allí se había creado la más antigua Universidad germánica, pero ello no soslayaba el problema de que Bohemia y Moravia ya no podían considerarse territorios alemanes. Más que una injusticia para con los checos, el salto a Praga fue un error, pues ya, a partir de entonces, no pudo Hitler presentarse como un defensor de la libre determinación de los pueblos.
Chamberlain declaró en los Comunes que «el Estado cuyas fronteras tratamos de garantizar se ha desmoronado desde dentro». En consecuencia, el Gobierno de Su Majestad «no se considera por más tiempo obligado con respecto a Praga».
En Moscú, Stalin ordenó la movilización de tres reemplazos.
Con la eliminación de la cuña checoslovaca, el comunismo se sentía en cuarentena. Y Chamberlain fue quemado en efigie en la Plaza Roja (48 ).
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(41) Discurso pronunciado en el Guildhall, de Londres, el 7 de octubre de 1928.
(42) Jan Massaryk: La résurreetion d´un état.
(43) Gringoire, 23 noviembre 1938.
(44) Arnold Toynbee: Hitler´s Europe.
(45) Ya en Munich, Inglaterra intentó comprar el material de guerra sobrante a Praga. Pero los regateos de Benes demoraron las negociaciones. (N. del A.)
(46) André François Poncet: De Versailles a Potsdam.
(47) Paul Rassinier: Les Responsables de la Seconde Guerre Mondiale.
(48 ) Archibald M. Ramsay: The Nameless War.