Hace ya un par de años se me ocurrió visitar una afamada güiskería de Zaragoza poblada por señoritas sudamericanas de buen ver, poca moral y con ganas de tener leuros abundantes.
Se me acercó una colombiana jovencita, de buen cuerpo y disfrazada de policía, la cual me cayó en gracia y me dijo que si me quería caer yo encima de ella, a lo cual como era sábado, estaba caliente y tenía una erección poderosa dije que sí.
Pagué lo que tenía que pagar y para mi sorpresa y tras bajarmne los calzoncillos, procedió a hacerme una de las más maravillosas felaciones que me habían efectuado en mi vida, su sabiduría oral era de tal calibre que no tardé demasiado en llenar su boca de mis calientes semillas esperrmáticas.
Una vez evacuado el semen sobrante, me invitó a lavarme en el bidet, prorcionandome un gel especial para hombres comprado por ella, pues según me comentó, no me recomendaba el gel proporcionado por la güiskería por ser comprado a los chinos y no fiarse de los hijos de Mao por experiencias que tuvo con ellos y que no me quiso contar.
Procedí a lavarme siguiendo sus consejos, lo cual tuvo fatales consecuencias, pues esa noche dormí feliz (y sin erección), pero el lunes, empecé a notar un picor horrible en el capullo que fué en aumento. Yo tonto de mí, y como soy muy macho, me pensé que unos microbios de mierda no me iban a derrotar y que con una buena alimentación y con duchas de gel con aloe vera, conseguiría el triunfo.
Para el martes por la tarde, mi desesperación era palpable y estaba deseando acabar mi jornada laboral para entrar en un punto de urgencias que tenía la seguridad social en el Paseo de Sagasta y que poca gente conocía.
Cuando llegué no había pacientes, y me hicieron entrar en el acto en la consulta. Le explique mi problema a un medico jovencito, el cual me hizo tumbar en una camilla con el "pimiento" muy hinchado y de color rojo expuesto a su vista. Lo que vió le horrorizó o no tenía experiencia, porque se fué a buscar a otro médico más mayor que dijo: "Balanitis".
Pasó a recetarme unas pastillas y una crema para calmar el dolor.
Ahora viene lo bueno, se supone que me debía curar rápidamente, pero después de más de dos semanas, aunque aliviado, persistía el problema y no me quedó más remedio que acudir al médico de familia a contarle mi vida "chechual", y enseñarle el rabo, cosa que nunca quise hacer por ser casi vecino mío, encontrarmelo a menudo por la calle y conocer a toda mi familia.
Al final me curé, pero me costó un mes sin visitar casas de tolerancia.
Benedicto XVI estuvo ese mes orgulloso de mí.
NOTA: Al médico me lo sigo encontrando por la calle, pero ahora cuando le saludo, me pongo colorado.
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