Jiří Procházka
Novato de mierda
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- 25 Dic 2021
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Me gustaría empezar este post diciendo que antes de mi cómodo trabajo actual estuve los veranos de mi juventud currando en la descarga del pescado. Un trabajo duro. Empezaba de madrugada: currabas una hora y descansabas otra, (por ley, debido al tiempo que pasa uno en los congeladores). Cargábamos atunes congelados de 100 kilos, con guantes, botas, mono; son pescados malos de coger, por lo que todos teníamos alguna cicatriz que lucíamos con cierto orgullo.
Mis compañeros eran pre-yonkis o catedráticos de la yonkicie, la mayoría gitanos. Normalmente empleaban la hora de descanso para fumar en plata o se metían unos tiros. No tenían muchos temas de conversación, el vocabulario se reducía a unos 15-20 gruñidos que expresaban emociones u órdenes básicas: GREE significaba “agárralo fuerte”, ÑAA significaba “no seguir por ahí o yo enfadar” y “AAGJ” significaba “la opinión de Schopenhauer sobre el materialismo dialéctico me resulta descabellada” Así íbamos tirando. Había que estar atento para que no se te resbalase el pescado, movías miles, millones, y al final olías tanto a lonja que creías que vivías en Innsmouth, al mirarte al espejo buscabas escamas, con cara de merluzo entre tanto atún te decías: eres un paria, un animal, eres como uno de esos gitanos.
Pero el trabajo se hacía: llega un barco lleno y se descarga, ¿cómo podía eso llenar el alma de ningún hombre? Recuerdo aquel párrafo de un libro de Sherlock Holmes: “¿Qué sentido tiene todo esto, Watson? ¿Qué objetivo persigue este círculo vicioso de sufrimiento, violencia y miedo? Tiene que existir alguna finalidad, pues de lo contrario significaría que el universo se rige por el azar, lo cual es inconcebible. Pero ¿cuál puede ser esa finalidad? He aquí el eterno gran problema que la razón humana se encuentra tan incapaz como siempre de resolver.”
Me gustaría acabar este post diciendo que antes de mi cómodo trabajo actual estuve los veranos de mi juventud currando en la descarga del pesado. Y que nunca en la vida tuve, ni creo que tenga, otro trabajo que tuviera tanto sentido. Era esa combinación de simpleza, esfuerzo físico y el ego diluyéndose entre la rudeza de los compañeros y las montañas de atunes… esa repetición absurda con ecos de mito Sísifo fue la única vez que sentí plenitud en el trabajo, el sentido que buscaba el detective se esconde en un túnido del Atlántico.
Ahora gano más, no cargo con cosas, tengo más responsabilidad, más respeto… pero echo de menos la veintena de gruñidos de los gitanos. Por ponerlo en perspectiva: mi mujer conoce más de mil palabras para agraviarme.
Mis compañeros eran pre-yonkis o catedráticos de la yonkicie, la mayoría gitanos. Normalmente empleaban la hora de descanso para fumar en plata o se metían unos tiros. No tenían muchos temas de conversación, el vocabulario se reducía a unos 15-20 gruñidos que expresaban emociones u órdenes básicas: GREE significaba “agárralo fuerte”, ÑAA significaba “no seguir por ahí o yo enfadar” y “AAGJ” significaba “la opinión de Schopenhauer sobre el materialismo dialéctico me resulta descabellada” Así íbamos tirando. Había que estar atento para que no se te resbalase el pescado, movías miles, millones, y al final olías tanto a lonja que creías que vivías en Innsmouth, al mirarte al espejo buscabas escamas, con cara de merluzo entre tanto atún te decías: eres un paria, un animal, eres como uno de esos gitanos.
Pero el trabajo se hacía: llega un barco lleno y se descarga, ¿cómo podía eso llenar el alma de ningún hombre? Recuerdo aquel párrafo de un libro de Sherlock Holmes: “¿Qué sentido tiene todo esto, Watson? ¿Qué objetivo persigue este círculo vicioso de sufrimiento, violencia y miedo? Tiene que existir alguna finalidad, pues de lo contrario significaría que el universo se rige por el azar, lo cual es inconcebible. Pero ¿cuál puede ser esa finalidad? He aquí el eterno gran problema que la razón humana se encuentra tan incapaz como siempre de resolver.”
Me gustaría acabar este post diciendo que antes de mi cómodo trabajo actual estuve los veranos de mi juventud currando en la descarga del pesado. Y que nunca en la vida tuve, ni creo que tenga, otro trabajo que tuviera tanto sentido. Era esa combinación de simpleza, esfuerzo físico y el ego diluyéndose entre la rudeza de los compañeros y las montañas de atunes… esa repetición absurda con ecos de mito Sísifo fue la única vez que sentí plenitud en el trabajo, el sentido que buscaba el detective se esconde en un túnido del Atlántico.
Ahora gano más, no cargo con cosas, tengo más responsabilidad, más respeto… pero echo de menos la veintena de gruñidos de los gitanos. Por ponerlo en perspectiva: mi mujer conoce más de mil palabras para agraviarme.