Se conoce que estaba yo el otro día rebuscando en la bolsa de la ropa sucia -no me quedaban calzoncillos limpios- cuando quiso el Destino que viera, acurrucada entre la ropa, a quien tanto tiempo había esperado. Desde ese instante supe que nuestro amor sería sincero.
Salimos a tomar algo, y luego me dijo que hiciera las maletas rápidamente (se llamaba "Flopi"), que viajaríamos a París.

Y así fue cómo la primera noche en que nos conocimos ya estábamos de viaje de novios. En la foto la he plasmado sobrevolando el Sena al amanecer, tras hartanos de champán en el hotel.
Lo nuestro seguía con la normalidad del amor fortuito; tan natural era -apenas se peinaba las alas- que tenía como afición acudir a playas nudistas, donde me habló de su extrema promiscuidad

Cuando sus negros ojos miraban a los hombres en la playa supe que ella quería algo más, y le dije:
-Flopi de mi corazón, sé lo que necesitas.
-No, ahora no, estoy con la regla...
-No, no sólo conmigo me refiero, y no tiene porqué ser ahora, pero vayamos a un clú de intercambio.
Y así dio rienda suelta a sus sentimientos mezclándose en el ambiente más orgiástico de la ciudad

A la semana siguiente tuvo que partir por motivos de negocios, pero nos las arreglamos para practicar cibersexo (ni siquiera una buena puta habría podido igualar el placer que sentía con ella, aunque el amor que nos diéramos fuera a distancia)

Pero eso no satisfizo a la ardiente Flopi: lo siguiente fue comprarse un tanga rojo de cuero e iniciarse en el masoquismo. Le gustaba que le pisara las antenas y pusiera miel en sus alas para que no pudiera volar. Sus gritos mientras le golpeaba eran de placer sincero.

Aquí la podemos apreciar con pinzas en los pezones a los dos meses de relación:

Pero Flopi ya no podía contentarse con nada. Me dijo que comenzara a trabajar para pagar sus vicios, entre ellos una gran dependencia por comer zapatillas de estar por casa del Carrefour. Yo me levantaba por las mañanas porque la quería, pero al llegar a casa una jornada como cualquier tuvo a bien Dios depararme con una funesta imagen:

Flopi se estaba bañando en la sangre de niñas vírgenes para, según ella, "tener una piel suave y tersa, como cuando era larva".
Mi horror no podía contenerse: quería a Flopi pero sabía que nuestro amor ya nunca más iba a ser posible. Me fui al bar a beber, bebí mucho, y cuando volví a casa tenía memorizadas las palabras que iba a decirle: "mi amor, mi pichurrín, sabes que te quiero pero...", sin embargo no tuve ocasión.
Al entrar en casa me llegó un profundo hedor que no era de tubería, sugería algo más podrido que cualquier cosa urbana: eran sus sesos. Flopi se había suicidado en su éxtasis masturbante:

Las lágrimas me saltaron copiosamente, comencé a besar su cuerpo desmembrado, y observé cómo seguía moviendo, levemente, las antenas: ¡estaba viva!
Moribunda me transmitió su último deseo: que me corriera encima de ella para completar su ciclo sexual.
Dolido, triste y enamorado, me pelé el manubrio sobre su cuerpo mutilado:

Sigo estando enamorado y ella sigue conmigo, de algún modo.
Allá donde estés, Flopi, quiero que sepas que nunca te olvidaré.
Salimos a tomar algo, y luego me dijo que hiciera las maletas rápidamente (se llamaba "Flopi"), que viajaríamos a París.

Y así fue cómo la primera noche en que nos conocimos ya estábamos de viaje de novios. En la foto la he plasmado sobrevolando el Sena al amanecer, tras hartanos de champán en el hotel.
Lo nuestro seguía con la normalidad del amor fortuito; tan natural era -apenas se peinaba las alas- que tenía como afición acudir a playas nudistas, donde me habló de su extrema promiscuidad

Cuando sus negros ojos miraban a los hombres en la playa supe que ella quería algo más, y le dije:
-Flopi de mi corazón, sé lo que necesitas.
-No, ahora no, estoy con la regla...
-No, no sólo conmigo me refiero, y no tiene porqué ser ahora, pero vayamos a un clú de intercambio.
Y así dio rienda suelta a sus sentimientos mezclándose en el ambiente más orgiástico de la ciudad

A la semana siguiente tuvo que partir por motivos de negocios, pero nos las arreglamos para practicar cibersexo (ni siquiera una buena puta habría podido igualar el placer que sentía con ella, aunque el amor que nos diéramos fuera a distancia)

Pero eso no satisfizo a la ardiente Flopi: lo siguiente fue comprarse un tanga rojo de cuero e iniciarse en el masoquismo. Le gustaba que le pisara las antenas y pusiera miel en sus alas para que no pudiera volar. Sus gritos mientras le golpeaba eran de placer sincero.

Aquí la podemos apreciar con pinzas en los pezones a los dos meses de relación:

Pero Flopi ya no podía contentarse con nada. Me dijo que comenzara a trabajar para pagar sus vicios, entre ellos una gran dependencia por comer zapatillas de estar por casa del Carrefour. Yo me levantaba por las mañanas porque la quería, pero al llegar a casa una jornada como cualquier tuvo a bien Dios depararme con una funesta imagen:

Flopi se estaba bañando en la sangre de niñas vírgenes para, según ella, "tener una piel suave y tersa, como cuando era larva".
Mi horror no podía contenerse: quería a Flopi pero sabía que nuestro amor ya nunca más iba a ser posible. Me fui al bar a beber, bebí mucho, y cuando volví a casa tenía memorizadas las palabras que iba a decirle: "mi amor, mi pichurrín, sabes que te quiero pero...", sin embargo no tuve ocasión.
Al entrar en casa me llegó un profundo hedor que no era de tubería, sugería algo más podrido que cualquier cosa urbana: eran sus sesos. Flopi se había suicidado en su éxtasis masturbante:

Las lágrimas me saltaron copiosamente, comencé a besar su cuerpo desmembrado, y observé cómo seguía moviendo, levemente, las antenas: ¡estaba viva!
Moribunda me transmitió su último deseo: que me corriera encima de ella para completar su ciclo sexual.
Dolido, triste y enamorado, me pelé el manubrio sobre su cuerpo mutilado:

Sigo estando enamorado y ella sigue conmigo, de algún modo.
Allá donde estés, Flopi, quiero que sepas que nunca te olvidaré.