Siempre que asocio el asunto de la cópula a Alemania me vienen a la cabeza los consejos de mi tío Antonio, que estuvo trabajando en el país del señor Adolfo allá por finales de los años 60 y se hartó de follar. Cuando llegó tuvo que dormir en unas barracas, donde se relacionó con turcos e italianos, los cuales eran unos mierdos, y ayudado por su aspecto germánico, nórdico-ario si se me permite el concepto rosemberguiano, junto con su corpulencia y su carácter de alfa, pudo chapotear en multitud de papos germanos mientras su mujer, estrábica y pueblerina, criaba a sus dos desechos genéticos (mis primos) sin enterarse del reparto de lefa de mi tío por las tierras del Norte.
Ya en aquella época eran bastante desinhibidas, tendían a fumar y estaban influenciadas por todas esas mierdas de la contracultura, con lo cual tenían un papel bastante activo en temas de folleteo. Así daba fe mi tío antes de su triste amoñecamiento en 2005.
Yo conocí a una alemana en el conocido "treno leonardo" camino de Roma hace bastantes años, recuerdo que se llamaba Lena, y era poca cosa, rubia y de ojos azules. Hablaba nuestra imperial lengua porque había estado de Erasmus en Málaga, y nos conocimos porque mi camiseta, con algo en castellano, motivó su interés, y de ahí acabamos retozando como gorrinos en la habitación alquilada que tenía en el barrio de la Romagnina, donde tenía que convivir con un italiano del Sur y un portugués que hablaba como si se le hubieran multiplicado incontroladamente los cromosomas.
Otra experiencia que tuve con una alemana fue bastante grotesca, era una de esas alemanas étnicas del Volga cuyos antepasados llegaron al Reich como consecuencia de las políticas pangermanistas del citado señor del comienzo, una gorda ultrarreligiosa que jamás sonreía, y que cuando nos conocimos por una página de contactos me envió una foto de cuando aún tenía un físico decente. Obviamente, la cita no llegó a nada y tras un encuentro incómodo y extraño perdí al cachalote comesalchichas de vista. Fin.