Werther rebuznó:
Seamos sinceros, el mayor placer sensual es el que proporciona el sexo, no sólo porque procura placer en sí, sino porque satisface una necesidad que puede convertirse en un tormento si no queda saciada. No creo ni que comer, ni que beber, ni que poseer un gran coche, etc., dé mayor bienestar que una noche con una mujer hermosa. Por eso, no es creíble que alguien que desee tener todo tipo de bienes materiales, ignore a las mujeres por felicidad en un alarde de estoicismo, a no ser que sea asexual u otra cosa.
Sí que es creíble que una persona, hastiada de todos los bienes materiales, deseosa de otros espirituales, termine por aborrecer el mundo cotidiano y con él a la mujer. Aquí, al producirse una renuncia de todo placer material, se elimina el que lo es por antonomasia, esto es el sexual, porque eliminada la raíz (el deseo), se elimina la planta completa (los placeres).
Lo demás creo que es engañarse. Porque si la mujer es el ser que mayor placer proporciona al hombre, su ausencia es el que más tristeza le produce. Y siempre será mejor creer que no se la necesita a aceptar que deseándola nunca se la tendrá o no como a uno le gustaría poseerla.
El sexo bien podría definirse como el compendio de los sentidos, la cumbre de la sensualidad, pero ¿qué son todas esas sensaciones?. Son el efecto mental inmediato de la actividad cerebral que resulta de la excitación de un órgano sensorial por estímulo externo.
Las sensaciones son, pues, objetos mentales privados separados del objeto externo, están en el ojo y cerebro, polla y cerebro, etc. Las propiedades del objeto externo nos llegan en forma de onda electromagnética (color y forma), de onda en el aire (sonido), de molécula en el aire (olor), de presión y temperatura en la piel (tacto), y de moléculas en las papilas (gusto).
Todo esto queda traducido, por medio de cada uno de los órganos de contacto con el exterior, a un lenguaje corporal interior propio de los nervios que lo envían al cerebro y de las neuronas de éste. Los sentidos traducen el estímulo exterior a corriente eléctricas en los nervios transmisores y a reacciones químicas en las sinapsis neuronales. Y con estas señales eléctricas y químicas el cerebro recompone la Mona Lisa o un buen polvo.
La percepción es la interpretación de la sensación, la síntesis de esta, su estructuración. Pero si las sensaciones son puras, la percepción, que sería el darnos cuenta de las sensaciones, no lo son. Ahí es donde se inmiscuye la mente, ahí el cerebro aporta sus manías, su talante, sus preocupaciones y las superpone a las sensaciones que llegan de fuera.
La teoría de Gestalt de la percepción lo ha demostrado sin lugar a dudas. No se percibe por átomos de sensación sino por estructuras globales. Una cara indistinguible se ve como la de un amigo, hasta que se acerca. Un letrero de nombre desconocido se lee equivocado unas letras para leerlo como palabra conocida. Un grupo de puntos luminosos en el cielo se agrupa como constelación conocida. Si la sensación es pura, química y eléctrica, la percepción ya no lo es porque al percibir, al hacerse conscientes, las sensaciones puras son mancilladas por engramas mentales, preconcepciones o presensaciones que agrupan estas sensaciones según estructuras preexistentes en la mente.
Pero la mente no se conforma con interpretar las sensaciones para hacernos percibir, sino que, además la evalúa, con lo cual provoca sentimientos. De la sensación al sentimiento hay dos intervenciones de la mente: interpretación y evaluación, por las cuales configura y valora, introduce un gestalt y un juicio. Cuando esto sucede, de la pura sensación pasamos al sentimiento que perturba el cuerpo. Cuando tal agitación perturba la concentración e interfiere el pensamiento se llama emoción, de modo que:
sensación + interpretación = percepción.
sensación + interpretación + evaluación = sentimiento.
sentimiento + perturbación corporal = emoción.
La evaluación se hace por preferencias personales de lo que es placentero o penoso, deseable o indeseado, que provocan sentimientos, difusos y controlables o emociones, intensas e incontroladas.
Anaxágoras introdujo una idea enigmática: la percepción entraña dolor. Campanella corrobora: sense is pasion (el sentido es pasión). Burke asegura que lo sublime sólo surge de un terror mantenido a distancia y Shelley habla de that faint shade of pleasure which is in pain (la tenue sombra de placer que hay en el dolor). Tocando aquí la ley de enantiodromía o retorno, que es el movimiento fundamental de la vida.
Las percepciones sensoriales están sujetas a la ley de saturación que Fechner determinó y expresó matemáticamente en esta relación: S = K log E; la sensación aumenta sólo con el logaritmo de la excitación, de modo que para pasar de la sensación de intensidad 1 a 2 es preciso aumentar la excitación de 10 a 100, y para llegar a S = 3 es necesario E = 1000. La sensación se paga muy cara, a 10 por 1, en la economía del cuerpo. Nuestro filtro interior divide por diez lo que nos llega de fuera, para mantener la paz interior. Y en el límite final del placer aparece el dolor y el embotamiento. La mezcla de los contrarios se da en el límite marcado por la saturación de los sentidos. El aumento de placer por estímulo sensual está así vetado por la Naturaleza, que ha metido el placer en el dolor y el dolor en el placer para que se cumplan los misterios del Uno, y sólo los revela a un alto riesgo.
Pero como en todo, el genio es durar. Se necesita una elección inteligente y no poca sabiduría práctica para evaluar el placer obtenido contra el precio de su dificultad.
Podemos distinguir placeres cinéticos, por ejemplo follar, y catastemáticos, por ejemplo no tener ganas de follar. Tanto la mente como el cuerpo pueden tener placeres cinéticos y catastemáticos, y, como al final es la mente la que prolonga o entorpece los placeres del cuerpo, es de la mayor importancia práctica aprender a dominarla.
El bienestar de la mente pasa por las sensaciones, condición necesaria pero no suficiente, y por la ataraxia, condición suficiente, que consistente en la eliminación de dolor y preocupaciones. Pero no se trata de todo o nada, la sabiduría consiste en suprimir los deseos que van más allá del punto de saturación de la sensación, en cultivar la amistad, y disfrutar de los placeres que no acarrean pesares. Cuando se vive en ataraxia, la mente colabora en el placer del cuerpo, que por sus capacidades inmateriales, es suprasensorial, y merced a la memoria acumula reservas de placer, recuerdos de buenos momentos y esperanzas de otros, para hacer llevadera la adversidad.
El cuerpo vive el presente envuelto en sensaciones, pero la mente recuerda y espera, y además puede seleccionar el objeto de su atención. En ese uso discriminador de la mente, como dice saca-al-tarado, consiste el arte de la buena vida.