Todos los que hemos vivido la experiencia de ser receptores de miradas de pasión, lágrimas de despedida, abrazos al cuello, regalos inesperados, conversaciones eternas, polvos de pasión desesperada, cenas preparadas con amor, deseos satisfechos al instante y carcajadas cómplices sabemos que cuando la vida nos coloca a las puertas del lupanar no somos más que exiliados de nosotros mismos, galeotes sin indulto, exploradores polares con gangrena, niños del hospicio sin visitas de sábado, perros abandonados de suburbio, trastos viejos cubiertos de polvo, mendigos en día de feria, baratijas de usar y tirar, animales de granja hacinados en el camión del matadero...
Uno no siempre puede vivir en las alturas, las visitas al infierno curten el espíritu, los lupanares favorecen nuestro pragmatismo sexual...
Pero el fondo siempre tendremos clavado el aguijón del paraíso perdido.
Decía aquél que la verdad os hará libres, de vez en cuando tengo que leer a algún maleante insinuar que las putas son un recurso para aquellos que no saben tratar con las mujeres, para los que no las conocen y no han disfrutado del amour.
Las cosas siempre son más complicadas. A menudo no se es lo bastante fuerte como para convertir el conocimiento en libertad, y hay el peligro de que cuando abras la puerta y salgas fuera te de asco lo que ves, o que el camino que tendrías que recorrer para llegar a dar sentido al trayecto sea interminable, y que entonces, cuando quieres volver atrás, la puerta de tu casa se haya cerrado. Las llaves se han quedado dentro.
Siempre habrá quien sea partidario de ese simulacro de los labios pintados y las minifaldas cortas, en el fondo por qué habría que estar en contra, al fin y al cabo sabes lo que vas a pagar de antemano, ¿no? ¿Y si eso te sirve para afrontar con más serenidad tu trato con las mujeres (las amateur,
guiño)? ¿Y si te entusiasmas con el trato femenino? Ya sabéis a lo que me refiero, ya me entendéis. ¿Y si sirve para quitarse de manías? ¿Y si entonces resulta que necesitas buscar una situación mejor y fracasas? Y si terminas incomunicado, aprisionado entre centenares de voces lloronas, lamentables, insultantes, almas en pena inquietas, venenosas, abejorros que vuelan de un cliente a otro para chuparles la comprensión (la
comprensión) que se da inútilmente por media hora y que sólo sirve para terminar descubriendo que la propia soledad no es una imaginación, que es un mal que ha afectado a los más capaces, que si han llegado a ser nuestros referentes ha sido justamente al precio de una soledad encerrada en sí misma con mil candados, que ni siquiera ellos, los más grandes, no han podido evitarla. Y que dos soledades no hacen una compañía, al contrario, hacen una doble incomunicación, y que entonces sólo hemos conseguido ampliar otro quilómetro el radio yermo que nos rodea y va creciendo como una onda expansiva que lo mata todo, el yermo de nuestra soledad solitaria, canina...
Llega un momento en el que sales a la calle con la sensación de que, al final de esa fuga cotidiana, encontrarás una nueva discusión, nuevas palabras amargas, y te preguntas como cada día por qué no conviertes esa fuga en definitiva, una fuga de verdad, otra casa, otra gente, una nueva identidad extracomunitaria y huellas digitales borradas, te preguntas por qué no abandonas de una puta vez la mujer que has dejado durmiendo esa mañana, y te sientes traidor e hijo de puta por tener ese tipo de pensamientos, y te esfuerzas en recordar el amor que hicísteis ayer y que debe justificarlo todo. Y te sientes mucho más traidor e hijo de puta aún en recordarlo en esas circunstancias, bajo las farolas de la calle ancha que hay entre el estadio y el cementerio, escogiendo una puta vampira random de la larga hilera de vampiras que esperan una oferta. En eso no puede engañarse ni Cristo.
Pero la felicidad no existe, ni la infelicidad tampoco. O eso me parece, vaya.