Der Führer Face rebuznó:
Acláreme este punto, ¿porque sucede esto? Yo pensaba que ocurría lo contrario : que el nuevo tio que se buscaban era de una categoría superior al anterior.
Esto me recuerda a la
paradoja del valor. Resumiendo mucho, es la contradicción del valor de mercado de algo tan esencial como el agua frente algo tan inútil a efectos de uso como un diamante.
Las mujeres se pasan la mayor parte de su vida buscando diamantes. Somos gilipollas y les damos mucho más que agua potable, tienen a hordas de judíos con maletines llenos de pedruscos llamando a su puerta cada puta mañana. Viven entre brillantes toda su juventud. Al imbécil que les ofrece un vaso de agua no se dignan ni a escupirle.
Porque ellas lo valen.
Porque alguien les repite cada día que su valor es el de su peso en diamantes. Y piensan que será así para siempre. Les pasa como a todos esos que decían que "los pisos nunca bajan de precio". Viven en un mercado burbujista pero, a diferencia del inmobiliario, ellas ven caer a otras a su alrededor, ven errores por doquier sin cesar y especulaciones llegar al peor término posible: la bancarrota. Sin embargo, como los más tontos inversores, piensan que son más listas que el resto y que a ellas no les va a pasar.
Un día se levantan y la marabunta de joyeros que luchaba por la oportunidad de llamar a su puerta ha disminuido, los más aclamados artesanos han decidido no madrugar hoy. Otro día, mucho después, cuando todo parecía estabilizarse de nuevo, no llama nadie. "Será que hoy es sabbat", se dicen algunas. A la mañana siguiente no caben más pies en el felpudo. Se les pasa el susto y ninguna se preocupa por ver el estado del mercado y la depreciación del oro que los judíos tanto anhelaban. Tampoco les interesa saber que anoche ninguno de los presentes vendió nada y hay stock que limpiar
(metáfora de sacar el veneno a la cobra).
Va pasando el tiempo y ellas no hacen más que probarse anillos, los rechazan todos, ninguno es perfecto, ninguno brilla más que el de la vecina y al mismo tiempo encaja en su dedo como un guante, siempre hay alguna pega.
Hasta que llega el fatídico día en el que se acaba el suministro de diamantes. Hay millones de ellos en el mundo, se siguen vendiendo como antes, pero ella ya no puede pagarlos, su dinero ya no vale. "No importa, ¿quién necesita un diamante?". Y razón no les falta, la tragedia empieza cuando el agua, ese lujo al que llamaron
derecho durante toda su vida, escasea. Los grifos de plata que instaló un fontanero muy apañado y voluntarioso ya no hacen más que decorar. El teléfono del fontanero lo contesta una señora malhumorada.
Es entonces cuando observan que comprender
la diferencia entre lo que se quiere y lo que se necesita resulta de importancia vital. Cuando la sed provoca labios agrietados y dolores de cabeza insoportables, hasta el agua del mar parece buena idea, hasta orín bebería quien huye de la muerte segura por deshidratación.
Es entonces cuando se hace justicia, cuando se añora al menospreciado aguador, que vive ahora de una presa que construyó con una astuta zíngara que no sabía qué cojones hacer con un diamante.