A la tierna edad en la que la inocencia todavía predomina en las intenciones de un preadolescente, empezó a despertar en mí el interés por la cópula como vicio, como deseo. Más allá de los libros de Conocimiento del Medio, quería descubrir si existía algo más que el acto mecánico del sieso mete-saca.
En casa de mis padres, junto a la tele, convivía un antiguo mueble de madera con diferentes estanterías.
Como era habitual en la época dorada del VHS, había una estantería encargada del albergar las distintas películas compradas en mercadillos a precio de gitano, de las cuales, el grueso de ellas estaba destinado a mantener mi atención sobre el televisor observando "En busca del valle encantado" o " Los Gremlins".
Una tarde mi madre se fue al pabellón municipal a hacer gimnasia mientras mi padre trabajaba. Era la hora y media que teníamos los chavales de nuestro barrio para dar tienda suelta a nuestra imaginación, libertad absoluta aprovechando la ausencia de autoridad.
Como era habitual, la madre de mi único amigo lanzó a su hijo contra mi sofá para salir pitando con mi madre a poner sus posaderas en pompa sobre una esterilla y nosotros nos dispusimos a visionar algún VHS de interés.
Tras buscar y rebuscar para encontrar algún film de acción, vimos en la segunda fila estratégicamente colocada una cinta llamada "Taxi Girls". La metimos en el vídeo, nos acomodamos en el sillón y comenzamos en visionado.
Un montón de preguntas comenzaron a surgir cuando tras comprobar que era una película porno, comenzamos a ver a aquellas señoritas en un taxi meter sus dedos con unas enormes uñas por el culo y vagina. Gargantas profundas por todos los lados eran el centro de una humillación de la mujer que ambientaba toda la película.
A un paso del más absoluto del mariconismo por fin tuvimos claro la mecánica a seguir ante una disputa de índole sexual.
Un par de años más tarde ya con nuestras respectivas novietas llegó el momento de aplicar lo aprendido en Taxi Girls. Era como si dos tontos muy tontos fueran a perder la virginidad con la chica de napoleón dynamite y su gemela.
En el mismo escenario de nuestro descubrimiento y en el mismo horario del pseudoyoga materno, cogimos a nuestras gemelas y comenzó la acción.
Tras los pertinentes torpes besos haciendo la batidora con la lengua, me encontraba en pelotas frente a mi enemiga. Como tal, la tumbé boca arriba y la introducí mi flácido pene en su boca mientras hacía los guturales sonidos de aquellos machos ochenteros con una alfombra de pelo en el pecho.
UUUAAGAGGGGHHH... BBBUUAAAHAHHH.... AAHHHHH...
Ella horrorizada se levantó de inmediato y me dijo que para nada iba a realizar ese despropósito. La respondí que porque no se había dejado crecer las uñas de la mano, ya que al introducirlas en su ano o vagina llegaría más lejos con el dedo dándose más placer.
Extrañada accedió a colocarse a cuatro patas mientras que un servidor, decidió introducir su dedo pulgar en aquel reluciente culo. La chica dio un brinco horrorizada para comenzar a gruñir y a quejarse al mismo tiempo que su gemela salía de la habitación despavorida para marcharse ambas como alma que lleva el diablo.
Y allí nos quedamos los dos desnudos con el estigma de fracaso para siempre.
A día de hoy, sigo sin saber follar pero los gruñidos guturales de aquellos machos son mi sello de identidad.