Tú abre el hilo, Terry, luego que se lo lea quien quiera, y quien no pues él se lo pierde.
El problema de fondo hamigos, es que actualmente los gimnasios ya no se ven como sitios donde uno va a MEJORAR o a entrenar para lograr algo sino como franquicias de clubs dedicados a la interacción social (donde la actividad deportiva es una excusa para socializar con los demás usuarios, si hay gente que incluso va al gimnasio a ligar, no digo moar).
Cuando era un crío me pasaba las tardes en el gimnasio donde entrenaba mi padre, hacía los deberes en un banco mientras él hacía press de banca en otro, o leía la Flex Magazine en la recepción, o hacía flexiones y dominadas porque es lo único que de pequeño me dejaban hacer. En aquella época al gimnasio solamente acudían tíos con una única razón, rebentarse la carótida haciendo mamadas a mi vecino hasta que otro colega consideraba que corría riesgo de desmayarse. Y recalco lo de tíos porque en aquella época el aerobic tenía solo 10 años de implantación en el país, el único público potencial al que se dirigían los gimnasios eran los culturistas y powerlifters, los porteros de discoteca y los canis que sólo duraban seis meses. Era un círculo de gente muy cerrado, siempre iban a entrenar los mismos y a las mismas horas, todo el mundo se conocía mayoritariamente por motes y de vez en cuando se organizaban piques amistosos, ya fueran entre los del mismo gimnasio o contra los del barrio vecino. Era una sala pequeña con la pintura de la pared desgastada donde no había máquinas de musculación, sólo barras de hierro, mancuernas y discos de los antiguos, de los de fundición de acero con el peso grabado en relieve y un espejo que no servía para nada porque no había aire acondicionado y estaba constantemente empañado. Como mucho una estructura de poleas pero de las antiguas, de hierro colado y con la pintura mellada. La mitad de las duchas no funcionaban, muchas puertas estaban rotas, no había nada prescindible o que no tuviera una utilidad concreta, en fin era lo que podríamos llamar un averno de la cutrez, un sitio realmente cojonudo.
Cuando te apuntabas al gimnasio nadie te pedía un reconocimiento médico, ni te regalaban una bolsa de merchandising ni te hacían miembro de un club con un nombre gilipollas, ni siquiera te daban un candado para la taquilla porque solían estar todas rotas. Entrabas por la puerta y si en ocho semanas no eras capaz de hacer diez dominadas eras la risa de la parroquia.
Han pasado muchos años desde entonces y ahora me noto desplazado de mi propio mundo. Me encuentro con un universo pasteurizado, plastificado y flowerpower donde me veo rodeado de conceptos detestables como fitness, singles, personal trainer o wellness. Se ve que la gente ya no va al gimnasio para sufrir y mejorar en algo. Ahora van a hacer amigos, a pasar el rato en la sauna, a tomar el sol, darse masajes y hacer yoga o taichí para entrar en harmonía con su cuerpo mediocre. También van a hacer aquaGYM, body pump, spinning o cualquier otro anglicismo que suene lo bastante sofisticado, a las órdenes de una monitora hiperactiva muy bronceada y con sonrisa de contractura maxilofacial.
Y el panorama es aún peor en la sala de pesos. Lo que antes era lo único que había ahora es un espacio marginal dentro del gimnasio. He llegado a ver sitios donde las barras de hierro están marginadas dentro de un recinto aparte dentro de lo que se llama "sala de musculación", que es como un circuito hecho de máquinas de láminas. La gente ya no va a entrenar con camisetas de "20 ANYS AMB SPAR" y unos pantalones cortos, se gastan auténticas fortunas para comprar la ropa con la que sudan. He visto menopáusicas mejor equipadas para hacer 10 minutos de bici estática leyendo el Hola que la delegación andorrana a los juegos olímpicos de Pequín. Los preplayas ya ni siquiera van al gimnasio a trabajar un cuerpo para lucirlo en la calle sino a lucirse directamente, porque allí se liga y se hacen amigos. O eso se encargan de difundir las mentes pensantes de la franquicia masiva de turno, aprovechándose se gente realmente desesperada por conseguir una vida social digna de ser inmortalizada por Jordi Labanda o por lo menos presentable en el Facebook.
Ya no es un puto infierno de dolor y sufrimiento, ahora es una actividad lúdica, un estilo de vida de los triunfadores, y cuando entra un novato en vez de enseñarle lo que merece ser sabido le dan una puta fotocopia y ahí te espaviles con una split routine de mierda. Da puto asco.