Un verano la playa, en la puta playa, estaba servidor en el centro de la misma aprovechando varias horas muertas entre visita y visita comercial.
Todo paz y tranquilidad siendo cuatro paisanos con piel de caimán y un par de grupitos de jovenzuelos los únicos presentes en toda la extensión de arena.
A los pocos minutos llegó toda una estirpe familiar comandados por la matriarca ubicándose a escasos centímetros frente a mí. El despliegue fue de escándalo, sombrillas de San Miguel, sillas plegables, una aradio gigante, toallas a gogo, cortavientos, minineveras repletas de frituras, frutas y sangría Don Simón y demás complementos veraniegos.
Viendo el percal me senté en la toalla y le comenté a la matriarca antes de que finalizará la construcción del campo base
- Disculpe, ¿Podrían colocarse un poquito más lejos? La playa está vacía y bueno...
- No no mira siempre nos ponemos aquí
- Ya pero... yo vine primero..
- Me da igual sabes, que llevamos viniendo años y siempre nos ponemos aquí, muévete tú que llevas sólo una toalla.
Acabaron el montaje, aparcaron a los seniles con las gorras del Banesto en las sillas plegables, pusieron una cinta de Café Quijano y se pusieron a jugar al Chinchón gritando.
Me quedé ahí sentado aprovechando las ráfagas de viento para leventar los dos pies a la vez y provocar tímidos ataques de arena sin que se dieran cuenta, a mí no me tocan los cojones.