Mongüiver
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Leyendo a Chico Normal se explica uno la razón de los nacionalismos centrífugos.
España (y no es única hegemonía en esto), no concibe que haya territorios en sus fronteras que no compartan las mismas referencias socioculturales.
No me voy a molestar en desgañitarme, si os interesa ésto de los procesos nacionalistas y de conformación de Estados leed, comprended y sed libres:
Artículo completo aquí:
La calle del ritmo: Menos mal que nos queda Portugal
España (y no es única hegemonía en esto), no concibe que haya territorios en sus fronteras que no compartan las mismas referencias socioculturales.
No me voy a molestar en desgañitarme, si os interesa ésto de los procesos nacionalistas y de conformación de Estados leed, comprended y sed libres:
Antes de empezar, como siempre que hablamos de algo tan visceral como las naciones y los movimientos que las defienden o critican, conviene hacer una serie de puntualizaciones.
En primer lugar, todas las naciones son una construcción humana. Todas. Dicho de otro modo, un invento. No son consustanciales al ser humano; de hecho no todos nos agrupamos en naciones. Existen otros tipos de sociedades: tribus, clanes, etc. Lo que sí es consustancial al ser humano es su carácter social, pero a la hora de formar grupos y delimitar la pertenencia a ellos, los criterios son establecidos artificialmente por los humanos.
Ahora bien, que sean artificiales no significa que sean arbitrarios, ni que dicha condición les reste validez o importancia. Quiero decir que fijarse en el color de la piel a la hora de determinar la pertenencia a un grupo es artificial, pero tiene cierta lógica. Al ser humano le gustan sus semejantes, y aunque blancos y negros podemos convivir perfectamente, no es descabellado que nos agrupemos separadamente; y no hay nada malo en ello a no ser que exista discriminación.
En segundo lugar, todas las naciones tienen un origen más o menos identificable, una evolución y, casi con seguridad, un final. Pensemos en el ejemplo de los egipcios. Conocemos de manera más o menos fiable cómo viven los habitantes del entorno del Nilo desde hace 5 mil años. A ese pueblo lo denominamos Egipto. Sin embargo, no hace falta ser un experto en historia para darse cuenta de que poco tienen que ver los antiguos egipcios que caminaban de lado y construían pirámides con los de la época de una Cleopatra de origen griego e influencia romana; por no hablar del presente, dominado por la influencia del Islam.
Si algún gobernante egipcio actual se considerase heredero de los faraones, no nos lo tomaríamos en serio. Egipto y su gente han recibido demasiadas influencias, muchas de ellas incluso excluyentes entre sí. Por lo tanto, si somos capaces de ver las diferencias y la evolución en casa del vecino, hagamos lo mismo en la nuestra.
No os creais a aquellos que os hablen de pasados milenarios. En Historia no existe la teleología. No estamos abocados de antemano a nada, ni tenemos un destino que cumplir. Los pueblos de la Península Ibérica no están predestinados a estar unidos bajo una misma autoridad. Efectivamente, esto ocurrió en varias ocasiones a lo largo de los siglos, pero no por que estuviese así escrito en alguna parte, sino porque tiene cierta lógica que alguien quiera dominar un territorio tan fácil de delimitar; y no es raro que en algún momento lo consiga. Es más lógico pretender dominar todo lo que te rodea partiendo de la Península Ibérica o de Inglaterra que hacer lo propio empezando en Asia Central.
Así pues, ni visigodos, ni Reconquista, ni gaitas. Si los visigodos llegaron a dominar la península fue, en primer lugar, porque su presencia aquí se debía a que los francos los pusieron de patitas al otro lado de los Pirineos. Una vez aquí, conquistaron todo, pero os aseguro que hubiesen seguido de haber podido, y si encontrasen un sitio más rico sobre el que mandar, hubiesen mandado Toledo a freír espárragos.
Con los suevos, tan mitificados por el nacionalismo gallego, pasa otro tanto. A éstos se la soplaban Braga, Lugo y todos los galaicos que aquí se dedicaban a comer castañas. Se quedaron con esto porque fue lo que les tocó en el reparto, pero bien que intentaron conquistar Andalucía, aunque con escaso éxito.
En tercer y último lugar, aunque las naciones, entendidas como pueblos con ciertos rasgos comunes (lengua, raza, etc) han existido siempre; el nacionalismo es un movimiento mucho más reciente, y no se puede hablar de él hasta el s.XVIII. Así que no adelantemos acontecimientos: cuando hablemos de Galicia, Portugal o Castilla tenemos qe tener claro que eran simples parcelas que se disputaban los candidatos a rey. Por tanto, las guerras civiles medievales no eran ni más ni menos que disputas por herencias, no guerras entre naciones. No cabe duda de que un portugués aceptaría mejor el dominio de uno de los suyos que de un foráneo, pero repito que en esta época las guerras las empezaban los reyes y nobles por motivos de herencia, y sólo de manera muy secundaria era el pueblo el que apoyaba antes a uno de los suyos que a un extranjero.
Así pues, una vez que nos ha quedado claro que las naciones nacen, crecen, a veces se reporducen y mueren; y que las guerras medievales eran disputas por herencias, pasemos a analizar como surge el Reino de Portugal en un contexto como este. Preparáos, porque al lado de la historia medieval, hasta Falcon Crest parece un chiste de Jaimito.
Portugal nace como reino independiente en 1139, aunque no sería reconocido como tal por la Santa Sede y por Castilla hasta 1143. Hasta entonces, el Condado Portucalense era una especie de provincia sureña del Reino de Galicia. No es que los gallegos dominasen a los portugueses, ojo, sino que la zona del norte de Portugal pertenecía a la antigua Gallaecia romana. A medida que avanzó la Reconquista, dicho condado fue ampliando sus fronteras hacia el sur, de modo que en el s.XI llegaba ya desde el Miño hasta el Tajo. Este desplazamiento de la frontera provocó que los territorios más septentrionales adquiriesen un carácter periférico que hasta entonces no tenían. Es así como lo que hoy es Galicia fue perdiendo valor estratégico y económico, de modo que los nobles del Condado Portucalense reclamaron la separación de sus vecinos del lado norte del Miño.
En este sentido resultó clave el reinado de Fernando I de León, a mediados del s.X. Éste gobernaba todo el tercio noroeste de la península, es decir: Asturias, Galicia, León y Castilla. Todas estas posesiones se denominaban Reino de León, pues esta era la principal ciudad, ya que Asturias o Galicia, origen de la lucha contra los moros, eran ya zonas alejadas del avance de la Reconquista. Cuando Fernando I muere en 1065, divide el reino entre sus hijos, y cada parte queda establecida como un reino independiente.
Al mayor, Sancho II, le tocó Castilla, hasta entonces un pequeño condado. Al segundo y favorito, Alfonso VI, le toco la parte buena, el Reino de León, que incluía Asturias. El tercero, García, se convirtió en rey de Galicia (Portugal incluído); mientras que las hermanas, Urraca y Elvira, tuvieron que conformarse con las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente.
Al primogénito, Sancho, no le hizo ninguna gracia que Alfonso se quedase con León (Castilla entonces era una birria), y se lo hizo saber por las malas. En medio metieron al pobre García, que antes de darse cuenta fue hecho prisionero y destronado.
Empeñados en implicar al resto de los hermanos, Alfonso consiguió que Zamora y su hermana Urraca le diesen su apoyo. Allí se dirigió Sancho para evitarlo, pero un supuesto desertor zamorano lo engañó y aprovechó que el rey iba a cagar para asesinarlo. Indecorosa muerte para un rey de Castilla, que sin embargo, simplificó mucho las cosas: Alfonso VI se quedó con todo, (Asturias, Galicia, León y Castilla) y debió de darle tal alegría que incluso se tituló Emperador.
Este rey fue bastante chungo y le dió mucha caña a los moros. Es famoso porque es el que destierra al Cid Campeador, que a partir de ahí se convierte en mercenario. El supuesto motivo del desencuetro, reflejado en el célebre Poema de Mío Cid, es que Rodrigo Díaz de Vivar le hace jurar en una iglesia que no tuvo nada que ver en la muerte de su hermano mientras cagaba. Esta afrenta, o jura de Santa Gadea, no está documentada históricamente, pero es más famosa que si lo estuviera, así que no le demos más vueltas.
Sea como fuere, aunque este despectivo verso del poema del Cid se refiere a él ("que buen vasallo si hubiere buen señor"), Alfonso VI fue un rey fuerte que supo defender bien sus intereses.
Cuando Alfonso VI muere en 1109, le deja el trono a su hija Urraca (no la de Zamora, esa era su hermana), madre de Alfonso VII. El futuro rey nace en la localidad pontevedresa de Caldas, denominada desde entonces Caldas de Reis. El encargado de su educación será el arzobispo compostelano Diego Xelmírez. Ambos, Alfonso VII y Xelmírez, dan nombre a sendos institutos en Caldas y Santiago, respectivamente; y en ellos trabajó el que esto escribe hace ya unos cuantos años. Sé que es un dato perfectamente prescindible y carente de interés, pero este blog es mío y escribo en él lo que me sale... ya sabeis.
Además de Urraca, Alfonso VI tenía otra hija, Teresa. A ésta su padre le había dejado en herencia el Condado Portucalense. Pues bien, su hijo Afonso Henriques decidió que no quería ser menos que su primo Alfonso VII de León y lideró una revuelta para separar a Portugal de sus vínculos con una Galicia englobada en el reino leonés.
Aunque su madre se enfrentó a él en defensa de la unidad del reino, y su primo invadió el Condado Portucalense, ambos fueron derrotados. De este modo, tras años de disputas, Afonso Henríques logró que los nobles que lo apoyaban lo proclamasen rey a él, e independiente a Portugal.
Resumiendo, Portugal era un condado meridional del Reino de Galicia. A medida que la Reconquista fue avanzando hacia el sur, dicho reino perdió importancia estratégica y pasó a ser dominado por el reino de León. En ese contexto, parte de la nobleza de un Portugal cada vez más extenso y mejor situado decidió que era el momento de comenzar una andadura en solitario. Ni una Galicia ya periférica ni León, pujante pero con una lengua y cultura distintas, le iban a decir lo que tenían que hacer.
Estamos en 1139. Nace el Reino de Portugal con Afonso I a la cabeza.
En primer lugar, todas las naciones son una construcción humana. Todas. Dicho de otro modo, un invento. No son consustanciales al ser humano; de hecho no todos nos agrupamos en naciones. Existen otros tipos de sociedades: tribus, clanes, etc. Lo que sí es consustancial al ser humano es su carácter social, pero a la hora de formar grupos y delimitar la pertenencia a ellos, los criterios son establecidos artificialmente por los humanos.
Ahora bien, que sean artificiales no significa que sean arbitrarios, ni que dicha condición les reste validez o importancia. Quiero decir que fijarse en el color de la piel a la hora de determinar la pertenencia a un grupo es artificial, pero tiene cierta lógica. Al ser humano le gustan sus semejantes, y aunque blancos y negros podemos convivir perfectamente, no es descabellado que nos agrupemos separadamente; y no hay nada malo en ello a no ser que exista discriminación.
En segundo lugar, todas las naciones tienen un origen más o menos identificable, una evolución y, casi con seguridad, un final. Pensemos en el ejemplo de los egipcios. Conocemos de manera más o menos fiable cómo viven los habitantes del entorno del Nilo desde hace 5 mil años. A ese pueblo lo denominamos Egipto. Sin embargo, no hace falta ser un experto en historia para darse cuenta de que poco tienen que ver los antiguos egipcios que caminaban de lado y construían pirámides con los de la época de una Cleopatra de origen griego e influencia romana; por no hablar del presente, dominado por la influencia del Islam.
Si algún gobernante egipcio actual se considerase heredero de los faraones, no nos lo tomaríamos en serio. Egipto y su gente han recibido demasiadas influencias, muchas de ellas incluso excluyentes entre sí. Por lo tanto, si somos capaces de ver las diferencias y la evolución en casa del vecino, hagamos lo mismo en la nuestra.
No os creais a aquellos que os hablen de pasados milenarios. En Historia no existe la teleología. No estamos abocados de antemano a nada, ni tenemos un destino que cumplir. Los pueblos de la Península Ibérica no están predestinados a estar unidos bajo una misma autoridad. Efectivamente, esto ocurrió en varias ocasiones a lo largo de los siglos, pero no por que estuviese así escrito en alguna parte, sino porque tiene cierta lógica que alguien quiera dominar un territorio tan fácil de delimitar; y no es raro que en algún momento lo consiga. Es más lógico pretender dominar todo lo que te rodea partiendo de la Península Ibérica o de Inglaterra que hacer lo propio empezando en Asia Central.
Así pues, ni visigodos, ni Reconquista, ni gaitas. Si los visigodos llegaron a dominar la península fue, en primer lugar, porque su presencia aquí se debía a que los francos los pusieron de patitas al otro lado de los Pirineos. Una vez aquí, conquistaron todo, pero os aseguro que hubiesen seguido de haber podido, y si encontrasen un sitio más rico sobre el que mandar, hubiesen mandado Toledo a freír espárragos.
Con los suevos, tan mitificados por el nacionalismo gallego, pasa otro tanto. A éstos se la soplaban Braga, Lugo y todos los galaicos que aquí se dedicaban a comer castañas. Se quedaron con esto porque fue lo que les tocó en el reparto, pero bien que intentaron conquistar Andalucía, aunque con escaso éxito.
En tercer y último lugar, aunque las naciones, entendidas como pueblos con ciertos rasgos comunes (lengua, raza, etc) han existido siempre; el nacionalismo es un movimiento mucho más reciente, y no se puede hablar de él hasta el s.XVIII. Así que no adelantemos acontecimientos: cuando hablemos de Galicia, Portugal o Castilla tenemos qe tener claro que eran simples parcelas que se disputaban los candidatos a rey. Por tanto, las guerras civiles medievales no eran ni más ni menos que disputas por herencias, no guerras entre naciones. No cabe duda de que un portugués aceptaría mejor el dominio de uno de los suyos que de un foráneo, pero repito que en esta época las guerras las empezaban los reyes y nobles por motivos de herencia, y sólo de manera muy secundaria era el pueblo el que apoyaba antes a uno de los suyos que a un extranjero.
Así pues, una vez que nos ha quedado claro que las naciones nacen, crecen, a veces se reporducen y mueren; y que las guerras medievales eran disputas por herencias, pasemos a analizar como surge el Reino de Portugal en un contexto como este. Preparáos, porque al lado de la historia medieval, hasta Falcon Crest parece un chiste de Jaimito.
Portugal nace como reino independiente en 1139, aunque no sería reconocido como tal por la Santa Sede y por Castilla hasta 1143. Hasta entonces, el Condado Portucalense era una especie de provincia sureña del Reino de Galicia. No es que los gallegos dominasen a los portugueses, ojo, sino que la zona del norte de Portugal pertenecía a la antigua Gallaecia romana. A medida que avanzó la Reconquista, dicho condado fue ampliando sus fronteras hacia el sur, de modo que en el s.XI llegaba ya desde el Miño hasta el Tajo. Este desplazamiento de la frontera provocó que los territorios más septentrionales adquiriesen un carácter periférico que hasta entonces no tenían. Es así como lo que hoy es Galicia fue perdiendo valor estratégico y económico, de modo que los nobles del Condado Portucalense reclamaron la separación de sus vecinos del lado norte del Miño.
En este sentido resultó clave el reinado de Fernando I de León, a mediados del s.X. Éste gobernaba todo el tercio noroeste de la península, es decir: Asturias, Galicia, León y Castilla. Todas estas posesiones se denominaban Reino de León, pues esta era la principal ciudad, ya que Asturias o Galicia, origen de la lucha contra los moros, eran ya zonas alejadas del avance de la Reconquista. Cuando Fernando I muere en 1065, divide el reino entre sus hijos, y cada parte queda establecida como un reino independiente.
Al mayor, Sancho II, le tocó Castilla, hasta entonces un pequeño condado. Al segundo y favorito, Alfonso VI, le toco la parte buena, el Reino de León, que incluía Asturias. El tercero, García, se convirtió en rey de Galicia (Portugal incluído); mientras que las hermanas, Urraca y Elvira, tuvieron que conformarse con las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente.
Al primogénito, Sancho, no le hizo ninguna gracia que Alfonso se quedase con León (Castilla entonces era una birria), y se lo hizo saber por las malas. En medio metieron al pobre García, que antes de darse cuenta fue hecho prisionero y destronado.
Empeñados en implicar al resto de los hermanos, Alfonso consiguió que Zamora y su hermana Urraca le diesen su apoyo. Allí se dirigió Sancho para evitarlo, pero un supuesto desertor zamorano lo engañó y aprovechó que el rey iba a cagar para asesinarlo. Indecorosa muerte para un rey de Castilla, que sin embargo, simplificó mucho las cosas: Alfonso VI se quedó con todo, (Asturias, Galicia, León y Castilla) y debió de darle tal alegría que incluso se tituló Emperador.
Este rey fue bastante chungo y le dió mucha caña a los moros. Es famoso porque es el que destierra al Cid Campeador, que a partir de ahí se convierte en mercenario. El supuesto motivo del desencuetro, reflejado en el célebre Poema de Mío Cid, es que Rodrigo Díaz de Vivar le hace jurar en una iglesia que no tuvo nada que ver en la muerte de su hermano mientras cagaba. Esta afrenta, o jura de Santa Gadea, no está documentada históricamente, pero es más famosa que si lo estuviera, así que no le demos más vueltas.
Sea como fuere, aunque este despectivo verso del poema del Cid se refiere a él ("que buen vasallo si hubiere buen señor"), Alfonso VI fue un rey fuerte que supo defender bien sus intereses.
Cuando Alfonso VI muere en 1109, le deja el trono a su hija Urraca (no la de Zamora, esa era su hermana), madre de Alfonso VII. El futuro rey nace en la localidad pontevedresa de Caldas, denominada desde entonces Caldas de Reis. El encargado de su educación será el arzobispo compostelano Diego Xelmírez. Ambos, Alfonso VII y Xelmírez, dan nombre a sendos institutos en Caldas y Santiago, respectivamente; y en ellos trabajó el que esto escribe hace ya unos cuantos años. Sé que es un dato perfectamente prescindible y carente de interés, pero este blog es mío y escribo en él lo que me sale... ya sabeis.
Además de Urraca, Alfonso VI tenía otra hija, Teresa. A ésta su padre le había dejado en herencia el Condado Portucalense. Pues bien, su hijo Afonso Henriques decidió que no quería ser menos que su primo Alfonso VII de León y lideró una revuelta para separar a Portugal de sus vínculos con una Galicia englobada en el reino leonés.
Aunque su madre se enfrentó a él en defensa de la unidad del reino, y su primo invadió el Condado Portucalense, ambos fueron derrotados. De este modo, tras años de disputas, Afonso Henríques logró que los nobles que lo apoyaban lo proclamasen rey a él, e independiente a Portugal.
Resumiendo, Portugal era un condado meridional del Reino de Galicia. A medida que la Reconquista fue avanzando hacia el sur, dicho reino perdió importancia estratégica y pasó a ser dominado por el reino de León. En ese contexto, parte de la nobleza de un Portugal cada vez más extenso y mejor situado decidió que era el momento de comenzar una andadura en solitario. Ni una Galicia ya periférica ni León, pujante pero con una lengua y cultura distintas, le iban a decir lo que tenían que hacer.
Estamos en 1139. Nace el Reino de Portugal con Afonso I a la cabeza.
Artículo completo aquí:
La calle del ritmo: Menos mal que nos queda Portugal