Hace una semana me encontraba debatiendo con otros lectores el polémico discurso del teniente general José Mena Aguado acerca de una posible intervención militar en caso de que el nuevo Estatut vulnerase la Constitución española (¿desde cuándo el estamento castrense ha velado por la integridad de la Carta Magna?), cuando un grupo indeterminado de sujetos, no conformes con mi parecer y reacios al diálogo civilizado, dedicó una tarde entera a hacer escarnio de mi aspecto físico, concretamente de mis prominentes incisivos superiores, tras haber visitado el álbum de fotos de El Vagabundillo Hablador.
Esta entrada está dirigida a quienes recurren al insulto fácil, obvio y poco original cuando carecen de argumentos sólidos y coherentes para rebatir los razonamientos de personas que procuramos respetar al prójimo (por lo menos servidora). Por ustedes, que se otorgan el derecho de juzgarme con aires de pretendida superioridad y se complacen en intentar – intentar, repito – humillarme y menoscabar mi dignidad como ser humano (lean a Giovanni Pico della Mirandola), sólo puedo sentir una cosa: lástima.