Sí, creo que hace más o menos un mes, que me diste la bendita patada.
Confío en que creerás que mi comportamiento durante éste último mes no se ha debido a una estúpida patada. Tampoco puedo explicarte exactamente por qué empezó justamente entonces. Supongo que el globo se va hinchando poco a poco y explota en el momento que el azar estima oportuno. Sé que es una explicación vaga, pero no tengo otra.
¿Qué hinchaba el globo? La frustración, la rabia, la soledad, la esperanza falsa e injustificada pero persistente, la angustia, la impotencia, la necesidad, el desconsuelo, los coqueteos estériles... todas esas potencias que rigen los peores actos de las personas.Pero pensarás, con razón, que sólo los actos impulsivos, y un mes no se puede considerar fruto de un único impulso. En efecto, aproveché la ocasión para hacer aquello que si hubiera hecho hace unos meses me hubiera ahorrado tantos pesares: alejarme de ti.
Me hubiera ahorrado pesares porque hubiera permanecido en la ignorancia de todos tus matices, tus seductores y encantadroes matices que, como reza un famoso dicho castellano, me han traído por la calle de la amargura. Debí hacerlo antes y quizá ahora ya sea demasiado tarde. Sólo puedo decir que lo he intentado, con la egoista intención de ahorrarme el dolor y sin querer reparar, en que por el camino quedabas tú, sin explicaciones y sin certezas, preguntándote qué y por qué. Merecías una explicación, pero yo no podía dártela, porque hubiera sucumbido a tu mirada y le hubiera puesto un temprano fin a aquello que ni siquiera había comenzado.
Ahora después de un mes, me sigue doliendo, por todo cuanto ha quedado atrás, las risas, las confesiones, las charlas sobre la vida, las miradas cómplices, la chispa de encanto que iluminaba los días... y por ti, por tu expresión humilde y confusa, que se me clavaba recordándome que seguías ahí y que aún pretendías una explicación, que te conformabas con lo que quisiera darte sin quejarte, sin enfadarte, sin perder la paciencia. No sé si yo hubiera sido capaz de lo mismo.
Tengo miedo de lo que puede pasar a partir de ahora, de cómo reaccionarás ahora que has recibido una explicación. De si buscarás mi compañía o la repudiarás, de si mantendrás la opinión que hace un tiempo te merecía o la cambiarás ahora que has conocido otra de mis facetas. Temo por si vendrá un tiempo parecido al anterior, con grandes placeres y enormes frustraciones, o si vendrá otro de justificada ausencia y yerma soledad. Y aunque busco en mi interior, no sé qué preferiría, no sé qué puede traer más pesar. Como dice una canción: "Ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio, contigo porque me matas y sin ti porque me muero".
A modo de despedida y buscando otra manera menos racional de explicar las cosas te copio una carta que te escribí a finales de Diciembre y que preferí no enviar. Ya ves qué pronto se me acaba la voluntad:
Y cómo explicártelo...
Y cómo decirte que me vuelvo un niño envidioso y caprichoso cuando decides jugar con otros, cuando no me regalas todo tu tiempo. Y cómo conseguir que entiendas unos celos que no tienen razón de ser y menos aún cuando no se posee. Y cómo justificar mis deseos de herirte cuando me doy cuenta, una vez más, que quiero tus labios y no los puedo rozar siquiera. Y cómo hacerte ver que no puedo ser tu amigo y que la limitada intimidad entre nosotros siempre me acaba arrastrando a la tristeza. Y cómo contarte que me duele más oir tu voz arrepentida en el teléfono que cualquier patada.
Y cómo describirte mis noches aciagas de soledad y reproches, de ausencia y recuerdos, de sueños que nunca nacerán. Y cómo convencerte de que tus letras me enseñan un paraiso vedado al que una invitación de amistad es peor aún que nada. Y cómo mostrarte mi ser cuando sé que nunca podré contemplar la parte más profunda del tuyo.
Y cómo reprocharte tus alabanzas si me tocan el corazón pero me dejan aún más solo. Y cómo pretenderte si tu amor se vierte sin salpicarme siquiera. Y cómo disculparme por no saber ser amigo cuando no puedo ser amante. Y cómo negarte mis sonrisas si las tuyas iluminan mi alma. Y cómo pedirte que te apartes de mí si yo mismo no puedo pedírselo a mi mente. Y cómo pintarte una vida de amores frustrados y desencantos, ansiedades y desengaños, amigas que me hieren y se empeñan en la herida.
Y cómo contemplarte cada día sin desearte, cómo compartir momentos que sólo siembran insatisfacción y reproche por todo cuanto no soy.