Imagino que en estas materias siempre he ido contra corriente, pero lo cierto es que discotecas y similares nunca me han divertido en exceso, en primer lugar por tratarse de lugares en los que hay demasiado ruido, pues pocas veces se puede hablar de música, y en segundo porque cuentan con una atmósfera poco respirable desde todo punto de vista.
Por lo demás, ¿qué queréis que os cuente que ya no sepáis? ir a una discoteca, ir de ligue o pretenderlo, posar y hacerse el gracioso no son más que expedientes para salir del paso y si hay gente a la que le sirve de puente para soportar la semana nada tengo que decir siempre que no me den la lata en exceso.
De cuando en cuanto me permito ir a tomar una copa y observar. Lo hago solo, eso de las salidas gregarias no me motivó jamás y ahora cada vez menos. Me siento en un local cualquier de esos que se ponen de moda y al cabo de un tiempo se olvidan y dedico buenos ratos a observar la fauna y sus comportamientos.
Lo que más me llama la atención y al tiempo más perturbador resulta es ver cómo año tras año se renuevan los rostros pero las actitudes persisten. Confieso que ello en ocasiones me hace sentir viejo; tal vez sea un síndrome parejo al del profesor, que cada curso topa con una nueva porción de alumnos nuevos, todos siempre en la misma franja de edad mientras él cada vez es mayor, luchando con una horda que permanentemente se renueva a diferencia de su avance hacia la decrepitud.
Veo cómo se desarrollan los rituales de cortejo, me sonrío pensando en las promesas imposibles de cumplir y al tiempo tan fáciles de creer que contiene el murmullo de fondo de decenas de conversaciones, imagino que mucha de esa gente obtendrá esa noche el premio de consolación que es refugiarse brevemente en los brazos de alguien.
Sin embargo prefiero mantenerme al margen porque siento cierta identidad con el iniciador del hilo. Ese tipo de ejercicios sólo me los puedo permitir de cuando en cuando porque me agotan, del mismo modo que a la larga minan tu salud, arruinan tu bolsillo y hacen que malgastes tu tiempo.
Desde hace mucho decidí hacer un ejercicio de racionalidad que me condujo a recurrir al nunca bien ponderado servicio social que supone la prostitución. No soy putero habitual, creo que ser algo así me desagradaría, pero cuando la compulsión sexual se impone resulta más económico, desde cualquier análisis que podamos aplicar, elegir compañía efímera bajo contrato.
De todos modos hasta la más radiante princesa que pudiera conocer cualquier noche acabaría siendo, como sin duda lo sería yo también para ella, alguien de quien esté deseando separarme física y mentalmente al cabo de unas horas, y no sólo porque al impulso inicial haya ido dejando paso esa sensación un tanto fecal del sexo saciado.
Y por cierto, abrazarse a una puta, siquiera brevemente, no es triste, puede ser en un momento dado una necesidad a satisfacer. Lo que en realidad resulta desolador es engañarse, y eso es algo que se puede hacer tanto pretendiendo creer que ese abrazo tiene un contenido verdadero, al menos para ella, como creyendo encontrar ese calor en otros sitios, con otras personas y por diferentes medios.