No se sorprenda ILG, es el signo de los tiempos. El rodillo propagandístico feminista, desde su más liviano grado al feminazismo radical y militante ha convertido estos asuntos en moneda corriente, ha logrado que eso resulte moderno, reivindicativo, cool, gracioso, liberado,... por tanto hay que aplaudirlo, corearlo y pedir que se repita.
Resulta que lo que, en condiciones normales, sería un mero desfile de comentarios más o menos gruesos ahora viene rodeado de toda la parafernalia al estilo Sexo en NY. Le cuentan a uno que las niñas hablan de las pollas que se han comido, de las notas que ponen como si se tratase de un concurso de saltos de trampolin, y uno involuntariamente se las imagina radiantes, fragantes, recien depiladas y tomando infusiones o combinados exóticos en un local de moda donde suena Hooverphonic y en el que te clavan hasta por respirar; todo en voz baja pero con algún gritito histérico, con miraditas cómplices. Y si todo tiene lugar durante una reunión de tuppersex es literalmente la polla, lo más de lo más, tope de urbano y avant garde cuando resulta que el asunto no pasa de ser una chamarilera a domicilio que vende cosas para frotarse el coño con ellas o metérselas por él. Ése es el gran triunfo del asunto.
Y además está la otra parte del asunto, la degradación por comparación porque, claro. Si los tíos están hablando de sexo entre ellos será porque son impotentes, o fracasados, o puteros, o porque no se comen una rosca, o todo ello a la vez. Y además el ambiente que uno alcanza a imaginarse, por otra de esas trampas del inconsciente hacia las que nos condiciona el pensamiento oficial, será de fritanga, vino peleón y suelo cubierto de serrín con cáscaras de gamba (congelada).
Para mear y no echar gota.