Amsterdam rebuznó:
Ilovezorras rebuznó:
Me encantan las mujeres que odian las normas sociales, no tienen prejuicios de ningún tipo, y odian protocolos, desprecian lo común, sólo piensan en transgredir normas y que tienden a ser elitistas.
No existe y si te han dado a entender que sí, mienten. Lo aparentan un cierto tiempo, transcurrido éste todo vuelve a la normalidad.
Una entre 100. Existen, y son así de por vida. Muy pocas, una entre 100 o 200. Pero las hay. Como mi mujer, por ejemplo.
Esto me recuerda a una anécdota cutre de mi pasado. No es para ejemplificar las cosas, pero me hace gracia recordarlo.
Una vez estuve con una tía que odiaba las convenciones de todo tipo. No era perroflauta, ni estudiaba filosofía, ni hostias de esas de las punkarretas nuevas. No, era una chica de dinero, y con mucho estilo, buena estudiante, y excelente trabajo a tiempo parcial. Nada indicaba que fuera tan 'extraña' en su pensamiento.
Estábamos un día en un parque comiendo pipas y empezó:
- '....porque es por ejemplo, el ir desnudos por la calle. Eso no se puede hacer evidentemente, porque está mal, y la gente se asustaría. Pero antes íbamos desnudos, antes del Pecado original, y nadie lo veía mal. Sin embargo, pecamos, y un día, lo que era normal y natural se ve como algo indecente, y todos a ponernos ropa. Y ahora ves a alguien en pelotas y te da vergüenza, aunque tú estés orgulloso de tu cuerpo, porque supuestamente es la moralidad. Pues a mí eso me da igual...'
Acto seguido, se bajó las bragas en medio del parque y se quedó con el culo y el coño al aire. Tan tranquila, sin mirar a nadie, me dice:
'¿Ves? Yo no siento ningún tipo de vergüenza. Y la gente fíjate como mira. Asustados. Ovejas borregas. Gente que no piensa que yo esté haciendo esto por romper una convención arraigada en nuestro subconsciente desde el Génesis, sino que piensan que estoy loca. Esa es la mente vacía, la odio'
Todo ello, cruzada de brazos. Yo no sabía si reirme, si llorar, si taparla, si salir corriendo. Del pánico inicial, de repente, pasé a su lado, y me quedé tan tranquilo comiendo pipas y diciéndole: 'Tienes toda la razón. Pero no cambies las cosas en un parque de Málaga, que nos van a denunciar o algo'.
Evidentemente la gente miraba escandalizada, las madres pasaban de largo con los niños, unos cuantos viejos detrás decían algunas guarrerías entre ellos, pero yo me dediqué más a fijarme detenidamente en la reacción de la gente que en ella.
Después, se subió las bragas, y se sentó tan tranquila como si nada hubiera pasado a seguir comiendo pipas conmigo, con una sonrisa de satisfacción en la boca.