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Uno llega a putalocura y, si está lo bastante tocado de la azotea, quizás decida quedarse. La razón suele ser que aquí, como en ningún otro sitio del multiverso, te caen hostias como panes sin que las hayas buscado, o sí. Cuentas un poco tu vida y aparecen varios desconocidos a justificar, sesudamente, que eres un soplagaitas y te merecías todos tus males. Subnormal.
Pero a Cenobita el balance le salió positivo. Este chico no escribe mal, se expresa con un lenguaje culto y agradable para el lector asiduo a este lodazal. El club de caballeros estaba necesitado de nuevos miembros, nuevos camaradas entre los que curarse las heridas. De nada sirven los lamentos si no hay quien los escuche, así funciona esto.
Nadie reparó en que no se puede tener un día de la lona si no se sube uno al ring. Sí, se puede quejar de lo duro que es no dar la talla ni el peso para calzarse unos guantes, pero no es lo mismo, no conoces el sabor a hierro de tu propia sangre.
Dice Punset en uno de sus libros (en los que sólo repite cosas que otros han dicho, pero no por ello carecen de interés) que nuestra personalidad se forja hasta los 5 años, nuestras decisiones, cuyo origen es meramente emocional, se sustentan en ese código impreso a fuego a tan temprana edad. Todo lo que viene después es trabajo duro a base de martillazos, sólo con golpes muy duros se puede cambiar, y los cabezazos que nos damos con la pared suelen ser demasiado comedidos.
Cenobita es un clarísimo exponente de uno de los males más preocupantes de la sociedad moderna, un mal que tiene su origen en una generación de hombres criados por mujeres. Una generación que ha sido premiada por sus debilidades y no por sus esfuerzos, todo esto acentuado en esa edad tan crítica donde tu personalidad es aún maleable.
No, eso está feo. Al niño hay que darle besos cuando tropieza, hay que premiarle cuando llora, con atenciones, carantoñas y consuelo, que para eso llora la gente, para que le hagan caso.
Y ahí sigue Cenobita, redactando sus magníficos textos.
Un latigazo te daba yo con cada queja, ibas a espabilar bien pronto. O eso o te sacaba el tocino en lonchas a cuerazo limpio.
Pero a Cenobita el balance le salió positivo. Este chico no escribe mal, se expresa con un lenguaje culto y agradable para el lector asiduo a este lodazal. El club de caballeros estaba necesitado de nuevos miembros, nuevos camaradas entre los que curarse las heridas. De nada sirven los lamentos si no hay quien los escuche, así funciona esto.
Varios señores con bigote que fumaban en pipa discutieron la cuestión:
-¡Albricias! Este zagal parece desenvuelto.
-Cierto, dejémosle sacar lustre a nuestras pollas con su inmaculada lengua.
-Ajá.
Y Cenobita fue acogido con los brazos abiertos, se sentó en su sillón orejero y se puso a lamentarse de sus cosas. Como uno más.-Cierto, dejémosle sacar lustre a nuestras pollas con su inmaculada lengua.
-Ajá.
Nadie reparó en que no se puede tener un día de la lona si no se sube uno al ring. Sí, se puede quejar de lo duro que es no dar la talla ni el peso para calzarse unos guantes, pero no es lo mismo, no conoces el sabor a hierro de tu propia sangre.
Dice Punset en uno de sus libros (en los que sólo repite cosas que otros han dicho, pero no por ello carecen de interés) que nuestra personalidad se forja hasta los 5 años, nuestras decisiones, cuyo origen es meramente emocional, se sustentan en ese código impreso a fuego a tan temprana edad. Todo lo que viene después es trabajo duro a base de martillazos, sólo con golpes muy duros se puede cambiar, y los cabezazos que nos damos con la pared suelen ser demasiado comedidos.
Cenobita es un clarísimo exponente de uno de los males más preocupantes de la sociedad moderna, un mal que tiene su origen en una generación de hombres criados por mujeres. Una generación que ha sido premiada por sus debilidades y no por sus esfuerzos, todo esto acentuado en esa edad tan crítica donde tu personalidad es aún maleable.
-¿Por qué lloras?
-¡Porque me duele!
-Como me quite el cinturón vas a llorar con razón.
[Se abre el cielo y sucede el milagro de la sanación]
Esto ya no se lleva, creo que es delito y todo, poco nos ha faltado para que se condenase a muerte al padre opresor y machista que se atreviese a querer hacer de su hijo un hombre hecho y derecho.-¡Porque me duele!
-Como me quite el cinturón vas a llorar con razón.
[Se abre el cielo y sucede el milagro de la sanación]
No, eso está feo. Al niño hay que darle besos cuando tropieza, hay que premiarle cuando llora, con atenciones, carantoñas y consuelo, que para eso llora la gente, para que le hagan caso.
Y ahí sigue Cenobita, redactando sus magníficos textos.
-¡Cenobita! La cena ya está, date prisa que la tarta de panceta se enfría.
-¡Ya vooooy, mamá, qué pesada eres!
Y continúa, amarga y severamente:
... el dolor y la apatía, la cobardía y la insustancial necedad de introducirse en sociedad bla, bla. Bla...
Ya está bien, tío, que eres un hombre de 34 (?) añazos y todavía no te has dado cuenta de que no es que estés mal, es que QUIERES estar mal porque tu subconsciente te dice que te espera una recompensa tras cada lágrima.-¡Ya vooooy, mamá, qué pesada eres!
Y continúa, amarga y severamente:
... el dolor y la apatía, la cobardía y la insustancial necedad de introducirse en sociedad bla, bla. Bla...
Un latigazo te daba yo con cada queja, ibas a espabilar bien pronto. O eso o te sacaba el tocino en lonchas a cuerazo limpio.