La ley de las princesas
Claudia pagó 8.000 euros por una nueva vida. Era el precio por un futuro lejos de Rumanía que se oscureció nada más pisar suelo español: sus salvadores se convirtieron en sus chulos. “Me amenazaban con hacer daño a mi hijo y a mi familia si no hacía lo que me pedían”. Irónicamente, a punto estuvo de pagar con su muerte esta nueva vida. “Además de los 8.000 euros, tenía que darles la mitad de lo que cobraba, y si me quejaba, me daban palizas”. La situación fue tan cruel que tuvo que huir a la desesperada, sólo con lo puesto. Como Claudia, muchas mujeres del Este de Europa llegan a España captadas por alguna mafia, que bien las traen engañadas o les prometen un mundo de prostitución de alta categoría que dista mucho de la realidad. Un año y medio después, Claudia continúa prostituyéndose, pero ahora es su propia jefa. “Todo lo que cobro es para mí y puedo mandar a casa hasta 1.000 euros al mes”. Claudia trabaja en el club Madam’s.
Según reza su licencia, el Madam’s es un “local de máxima concurrencia para ejercer la prostitución”. No es para menos: cada fin de semana más de cien mujeres atienden a 800 clientes. El Madam’s, situado en la A-2, en La Junquera (Girona), a pocos kilómetros de la frontera francesa, es uno de los burdeles más grandes de Europa. En sus cinco plantas se reparten más de medio centenar de habitaciones. Demasiado grande para los políticos catalanes.
La Generalitat prepara una nueva ley que intentará regular la prostitución: irá contra las mafias, la prostitución callejera y los macrocentros del sexo, como han adelantado sus responsables. Según el proyecto, no podrá funcionar ningún club con más de 50 chicas, ni con más de 40 habitaciones. La ley actual sólo dice que donde se trabaja no se duerme.
“Veo bien que se luche contra las mafias, los clubes ilegales y la prostitución callejera porque eso no está controlado ni legal ni sanitariamente”, dice Patricio Grant, director del club Madam’s. Algunos empresarios de macroburdeles han puesto el grito en el cielo ante la posibilidad de que la nueva ley se note demasiado en la caja o, incluso, les obligue a echar el cierre. “Cerrarán los que no cumplan la ley. Las que más ganarán serán las chicas porque serán menos en cada local y los mismos clientes, por lo que no pararán de trabajar”, opina Grant. El propietario de otro gran burdel señala: “Esperaremos a que se apruebe la ley. Siempre que han querido regular la prostitución estamos en el punto de mira y aquí seguimos”.
Las dos últimas plantas del Madam’s son una zona restringida. Allí están las habitaciones donde viven las princesas. Las paredes incluso están pintadas en otro color para que se diferencien de donde trabajan. Para muchas, su cuarto es su hogar: decenas de peluches –la mayoría, regalo de sus clientes– adornan las estanterías; las fotos de sus familias ponen el toque humano. Allí las chicas pasan sus días festivos y horas de descanso: escuchan música, lavan y planchan la ropa, o acuden al gimnasio del club. “Mantener la línea y el ejercicio te evita pensar. Lo que más nos gusta es reír porque así olvidamos un poco”, asegura Denissa, una bella rumana de 21 años que lleva dos meses en el Madam’s y que dice que los tres meses que pasó en manos de la mafia no fueron del todo malos:“ Se portaron bien, no me pegaban ni nada”. No hay palabras.
Denissa vive en el Madam’s. Paga 55 euros diarios por pensión completa: habitación, desayuno, comida y cena. “Sólo les cobramos por la estancia. Todo lo que ganen es para ellas –asegura Patricio Grant–. Es la única forma de que ellas sean sus propias jefas y trabajen cuanto y cuando quieran. Aquí no se le obliga a nadie a trabajar si no quiere”. La nueva ley catalana también pretende regular el horario de las prostitutas: ocho horas diarias y dos días de fiesta a la semana. “Yo libro los lunes porque me gusta ir al mercadillo y hay días que no trabajo si no me apetece. No es normal que los políticos, que dicen que hacen una ley por mi bien, me obliguen a trabajar con horario como si estuviera en una oficina”, dice una prostituta del Madam’s. Libertad total de horarios en función de lo que cada una quiera trabajar y ganar, pero no así en otros aspectos.
En el Madam’s llevan un control rigoroso de las chicas que entran, a las que siempre les solicitan una fotocopia del pasaporte. “Somos especialmente escrupulosos con la mayoría de edad”, dicen. Además, el club cuenta con un ginecólogo que pasa consulta una vez por semana. Cada chica tiene su carné sanitario, en el que se reflejan los resultados de los análisis de hepatitis, sida, sífilis y flujo vaginal. “Todas las nuevas tienen que hacerse el análisis antes de trabajar”, dice Patricio. El médico también trata las marcas que sus pasados al servicio de las mafias han dejado en sus cuerpos. “Aquí –denuncian– han venido chicas con marcas de colillas apagadas en los brazos o en la espalda y lesiones por los malos tratos”.
El carné sanitario de Dana dice que está sana como un roble, pero en verdad no está bien. Su enfermedad no la detecta un análisis de sangre, sino que es consecuencia de su terrible vida y está en su cabeza. Dana acude dos veces por semana puntual a su cita con el psicólogo que el club pone al servicio de las chicas gratuitamente. “Me ayuda mucho. Hay que ser muy fuerte para olvidar y hay días que no lo soy”, dice. Dana sólo tiene 22 años y trabajaba como bailarina en discotecas en su Rumanía natal. Dana llegó a España pensando que sería jefa de bailarinas en un restaurante de lujo de Salamanca, que resultó ser un prostíbulo de mala muerte donde fue explotada casi un año. Todo lo que ganaba se lo quedaba su chulo. Dana huyó con la ayuda de un cliente, que la llevó a Cataluña, y ahora trabaja en el Madam’s. “Aquí me siento segura porque la mafía todavía me persigue”, dice la joven con cuerpo escultural y mirada triste, que cada mes manda 500 euros a su familia.
En la puerta del Madam’s una pareja de agentes de seguridad recibe a los clientes, que abonan 10 euros, copa incluida, por entrar. Tras un exhaustivo chequeo visual, pasan un detector de metales, a veces con resultados sorprendentes: entre otros, han encontrado centenares de navajas –“algunas con un tamaño descomunal”, aseguran– y hasta dos pistolas.
“Creo que la nueva ley fomentará los pequeños prostíbulos ilegales si las chicas tienen que marcharse”, dice Gustav, un camionero francés que se reconoce “experto” por lo habitual de sus paradas en clubes de carretera.
“Sólo quedarán los clubes que mejor tratemos a las chicas”, dice el responsable del Baby Dolls, otro burdel de la A-2. Paula es una exuberante brasileña que lleva seis meses trabajando allí. “La ley me da igual, yo quiero ganar dinero para volver a casa y montar un negocio de distribución de bebidas alcohólicas. No un bar, no quiero aguantar a nadie más”.