En el sexshop de la calle Elvira, no sé si todavía está de dependiente el calvo ese maricón que se parece a Macario, compré una vez un par de pastillacas por diez euros, por probar y porque me las recomendaron, y se me puso el trabuco como el zapato de un payaso. Estuve toda la noche follando y al día siguiente tenía ganas de más. No me podía rozar con nada, era un efecto cercano al priapismo. No las volví a comprar porque no me hicieron falta, pero funcionar funcionaron. Lo malo es que no me acuerdo cómo se llamaban. Tenían un dragón dibujado en la caja.