Dos veces en mi vida, a petición de las susodichas damas, les he comprado el típico artilugio absurdo de las "bolas chinas". Quizá, con mi opìnión inmadura sesgada por la publicidad con que nos bombardean a diario, principalmente por internet, pensé que dichos artefactos podrían ser objetos de placer no sólo para ellas, sino, colateralmente, fórmulas para calentarlas y ser más proclives a escarceos sexuales espontáneos en beneficio propio. Una mierda.
A la primera que le compré las bolitas chinas, algo que por otra parte yo imaginé que tomaría como una especie de afrenta personal, pero que luego se demostró que le gustó la idea, las bolas (que por cierto, yo se las introduje, dado el miedo que suelen tener las mujeres a hurgarse en sus propios agujeros) no le surtieron efecto alguno. Recuerdo que se las puse a eso de las 8 de la tarde y luego salió de paseo conmigo hasta casi las 2 de la madrugada sin que sintiera el más mínimo efecto placentero, excitante o cachondón. De hecho, a mis preguntas, me dijo en 3 ó 4 ocasiones que no sentía absolutamente nada, que era como si no llevara nada dentro ni sentía siquiera el movimiento de choque que se supone deben producir andando. Un fracaso absoluto.
A la segunda, le sugerí la posibilidad de comprárselas y sólo me puso el reparo del color, porque le gustaban rosas...
Ni que decir tiene que también tuve que ponérselas yo mismo y el efecto llevadas durante varias horas por la calle fue exactamente idéntico al de la chica de la que hable antes: o sea, NADA. Ni placer, ni gustito, ni sensación de ser más guarra o de calentarse lo más mínimo.
La explicación es sencilla: la vagina es un órgano adaptado para recibir el pene y colocar en el cuello del útero la máxima cantidad posible de espermatozoides, pero no está diseñado fisiológicamente para producir placer. Eso es un auténtico falso mito y la razón es bien sencilla: si una mujer tuviera dentro de su vagina la misma sensibilidad que en la zona del clítoris o de los labios menores, o de cualquier otra zona de la piel de su cuerpo, se pensaría muy mucho quedarse embarazada, parir o volver a tener hijos, porque los dolores causados por la dilatación que podría provocar el parto sería tan intensos que le causarían posiblemente desmayos o estados de absoluta inconsciencia. A partir de 1 ó 2 cm. de profundidad dentro de la vagina, la sensibilidad de una mujer hasta la zona del cuello del útero es casi nula.
De hecho, recuerdo haber estado en un par de ocasiones como mi ex-mujer en el ginecólogo, quien explorándola con un espéculo, advirtió la presencia de pequeños pólipos benignos. El médico, ni corto ni perezoso, los quitó allí mismo in situ, con un bisturí, sin aplicar anestesia alguna, sin preliminares, sin advertencias y sin pedir consentimiento alguno. Ella ni se enteró, a excepción de un ligero sangrado casi imperceptible tras las extirpaciones.
En resumen: el negocio de los juguetes sexuales está, por puras razones económicas, excesivamente sobrevalorado. El sexo es algo puramente mental. Una mujer se puede excitar mucho más viendo una cartera llena de billetes antes que metiéndole un vibrador del tamaño de una botella de coca-cola.