Cuando salí de la cárcel lo hice con el boquino un poco perjudicado. Allí dentro me hinchaba a tabaco paco, productos de Bollilándia y yogures azucarados caducaos, y aunque me lavaba los dientes al menos una vez al day, no conseguía mantener una higiene bucal medio aceptable. La pasta de dientes del demandadero era una puta mierda, la compraban del Metaldona, del Dia o de Lider, no sé, pero era una bazofia, y eso que la pillaba de demandadero, la del kit higiénico que te dan allí ya es pa flipar. Estoy deseando que algún día se nos una un forero que haya estado también en Sevilla 1 para que, entre los dos, podamos armar el hilo definitivo del talego, forochateando sobre todos y cada uno de los aspectos que configuran dicho edificio de hormigón en mediol campo.
Bueno, eso, que fui al dentista porque justo al tercer día de libertac me empezó a doler de la hostia el incisivo superior derecho. Resultó que tenía una caries que me había llegado al nervio y lo había puteado. Me hicieron primero una endodoncia que no sirvió pa un carajo, así que volví y me dijeron que había que extraer la pieza, que no había salvación posible, lo cual me obligó a desembolsar, además de los 300 pavos de la endodoncia, 1000 y pico más para un implante. El equipo de torturadores que se encargó de mí estaba compuesto por una cuarentona, más o menos de mi edad, con cara de gustarle la tralla y de una chavalilla que no llegaba a los veinticinco y que además estaba como un puto queso. Pensé, evidentemente, en meterle cuello a alguna de las dos, la primera que me sonriera y se mostrase un poco simpática sería la víctima.
El primer día, el de la endodoncia, me chutaron la anastasia mientras yo estaba tumbao en el sillón. La dentista cuarentona a un lao, marcando pezonacos y al otro la veinteañera encargada de recoger mis babas y mi sangre con el tubito aspirador ese. La sesión duró unos cincuenta minutos y no paraban de usar utensilios que sonaban como un trompo y de pegar tirones aquí y allá. No me dolió, pero me resultó bastante desagradable. Mientras lo hacían, yo me evadía pensando en que de un momento a otro se iban a tomar un descanso, me iban a desabrochar los botones de los vaqueros y me iban a comer toda la polla y los huevos, mientras yo las agarraba del pelo y las empujaba para que se atragantaran mientras chupaban. Cuando la sesión terminó, me dieron unos consejos de higiene que me entraron por un oído y me salieron por el otro, porque estaba pensando en mearles en la cara a las dos.
Como dije, el dolor volvió y yo a su vez a la clínica para que pusieran fin de una puta vez a mi sufrimiento. Me dieron cita para extraer la raíz del diente y más tarde para colocar el tornillo del implante. Serían tres sesiones: extraer la racine, esperar un poco y meter el tornillo, y definitivamente colocar la corona. El día de extraer la raíz no sé que me hicieron las hijas de puta, que con anastasia y todo me dolió bastante, encima, para LOL absoluto, en el hilo musical empezó a sonar la banda sonora de los Gremlins. Esto podría ser fruto de uno de mis desvaríos cuando relato una situación ficticia, pero no, fue real. En ese momento ya no veía a dos putorras a punto de sorberme el glande, veía a Strype y a sus colegas puteándome la boca. Cuando por fin terminó todo salí escopeteado de allí, no sin antes mirarles el culo a las dos de camino a la recepción de la clínica, ya que enfilaron el pasillo antes que yo.
Cuando volví a ponerme el tornillo decidí ponerme un chandal que me queda más o menos ajustao para que se me marcara el bulto. Cuando me tumbé en el sillón y mientras ellas preparaban los utensilios de la sesión de espaldas a mí, aproveché para sobarme el nabo rápidamente con el objetivo de ponerla morcillona y que así se notara más. Lo conseguí y observé que a la veinteañera se le escapó una mirada furtiva y una sonrisilla, que enmascaró haciendo un comentario chorra sobre que no funcionaba bien el tubo succionador. Yo, que me quedé con la copla, decidí tirarle los trastos inmediatamente después de terminar con la sesión de tortura y eso hice. Una vez colocado el tornillo y teniendo la suerte de que la dentista salió de la sala para ir a buscar no sé qué mierda, le entré haciendo un comentario sobre un tatu que llevaba en la muñeca. Era una mano de Fátima de esas y le empecé a preguntar si conocía morolandia y la parte de África del norte, que esa mano era típica de allí y blao. Me dijo que estaba deseando ir, a lo que yo le repliqué diciendo que tenía un keli en Marrakech (mentira super podrida). ¡Ah, que guay! ¿Y cómo es aquello, está chulo? Listo, me dije. Dame tu teléfono, so puta, y quedamos un día para tomar una cerveza si quieres, así podemos charlar al respecto, que ahora no tengo la boca pa hablar mucho. Y ¡Pam! Me lo dio.
Charlamos por guasap en un par de ocasiones, conversaciones sobre Marruecos a las que yo iba aportando datos buscados en Google al mismo tiempo que hablaba con ella. Luego hubo un parón comunicativo y a los pocos días del parón me tocó ir a colocarme la corona. Allí nos saludamos con simpatía y se completó la operación. Le recordé lo de la birra y me dijo que sí, que la avisase. Fue así que una semana después, más o menos, le propuse vernos, pero me dijo que no podía porque amo, emo, LOL, cheese. No le di importancia y la mandé al carajo mentalmente. Pero justo esa noche salí por ahí y tal y cuando llegué a mi mansión iba un pelín pasado de vueltas de fariña. Total, que con la atacaera me dio por mandarle unos guasaps a eso de las 2:30 A.M. donde le decía me que hubiese encantado comerle todo el culo y el coño. Me contestó a la mañana siquiente diciéndome que me había pasado un pelín y yo le volví a contestar diciéndole que me disculpase, que había llegado medio borracho y que me había gustado mucho y demás mierdas. Ahí se acabó todo. 1.300 pavos, cuatro sesiones de tortura y sin follar. Esa fue mi experiencia dentil más destacada hasta la fecha.