De la Sorna
Forero del todo a cien
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- 11 Nov 2009
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Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que posteé. Algunos no os acordaréis de esta historia, otros esbozaréis una sonrisa que se os borrará al comprobar que no, que aún no ha habido (y posiblemente no lo haya jamás, posiblemente, sólo quede esperar a que todo se diluya) un desenlace claro.
Lo dejé en mi visita sorpresa a Barcelona. Allí, y a finales de marzo, todo fue horriblemente mal. La intenté besar, no se dejó y yo bajé a la calle a emborracharme. Bebí muchísimo y cuando a las 3 horas me llamó y me vino a buscar yo ya sólo era capaz de balbucear alguna frase sobre El Don de la Ebriedad, poemario de Claudio Rodríguez mediante cuya alusión pretendía dotar de dignidad a mi estado. No funcionó, acabamos cenando en un restaurante de sillas altas en el que yo sólo podía preocuparme de mantener la verticalidad. De la conversación sólo la palabra "inmaduro" y expresiones como "en qué cabeza cabe" o "a quién se le ocurre".
Vuelvo de Barcelona vencido y desarmado y ella, un par de días después, me llama para decirme que no va a ir a Venecia. La visita confusa a BCN fue un jueves, el vuelo a Venecia era el viernes siguiente. Viajo solo y exclamo tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos, pero al cabo de dos días de vagabundeo decido no seguir el itinerario programado y pasar directamente a visitar a un amigo que tengo en Ljubljana, donde vivo unos días agradables, iluminados también porque cada noche me follé a su compañera de piso eslovena.
Regreso, pero no a Madrid, sino a provincias, en concreto, a la misma en la que ella está pasando sus últimos días de vacaciones con su familia como pretendo hacer yo con la mía. Sabiendo a través de amigos en común que yo ya había regresado, la muchacha, me llama. Quiere quedar. Sí, inmediatamente después de no haber venido al viaje. Yo le ofrezco un único plan: que se pase una noche por el bar de maricones, modernos de pueblo y cuarentones cocainómanos on fire con camisetas de Antonio Arias en el que suelo estar. Ella dice que no pisará ese sitio "porque huele mal". Sí, huele mal y ponen a Battiato, zorra, pienso, pero lo que le digo es, en mi primer alarde de dignidad que me iba a durar muy poco "entonces nada" y cuelgo. Al cabo de cinco horas me llama llorando y diciendo que quiere verme. Yo, como siempre, cedo y accedo a quedar para cenar y tomar algo. El caso es que esa noche todo va bien, muy bien ¡muy bien! que diría Vilas. Ella se emborracha, yo llamo a mi padre y le digo que no va a ver su recién estrenado Toyota en un par de días y en un arranque de juventud nos vamos a su casa de la playa, unos 200 km. sonando Galaxie 500 y bebiendo latas de cerveza la muchacha. Llegamos y follamos. A la mañana siguiente follamos. En realidad pasamos dos días y dos noches acariciándonos, tocándonos, lamiéndonos, entre la cama y la playa, entre el mar y el delirio, que diría alguno. Pero tengo que volver a este Madrid municipal y espeso (no por Madrid, así es el mío) y ella a su Barcelona cosmopolita, así que volvemos después de haber hablado razonablemente y haber decidido que a partir de entonces, seríamos amigos y que, en función de las circunstancias, ya decidiríamos qué hacer las veces en que nos viéramos.
Llego a Móstoles. Todo se me derrumba. La echo enormemente de menos y la primera noticia suya que recibo es un mensaje echándome en cara haberle estropeado el viaje de Venecia. La mando a tomar por culo. Tres días después, borracho, le envío infinidad de sms románticos y preñados de referencias. Al poco decidimos ser de nuevo amigos, aunque sea de facebook. Empieza ahora un viaje aún más profundo a la selva selvaggia de la alienación mental: comienzo a vivir sólo para hablar con ella a través de FB y nuestras conversaciones son cada vez más extrañas. Algunos días me habla de sexo, llega a decirme frases como de los cinco últimos tú has sido el mejor. También me habla de su angustia, de que no come, de que cada vez está más delgada. No sé hasta qué punto hay en eso únicamente ánimo de llamar la atención o es, en parte cierto. Pasamos así unas semanas, los dos recreándonos en la excelsitud de nuestra amargura, que diría Juan Ramón. Yo cada vez estoy más confuso, yo me doy al absurdo y la bebida y comienzo a enviarle extraños poemas de madrugada. Textos a lo Roger Wolfe, declaraciones de amor exageradas y desquiciadas y ella se harta. Me dice que no quiere nada conmigo. Yo la mando a la mierda y pasamos unos días sin hablar. Volvemos a hablarnos cuando quedan apenas 4 ó 5 días para un festival de modernos al que los dos vamos a ir, Pulp, ya sabéis cuál.
En el festival, en Murcia, donde los dos tenemos amigos en común y ella tiene otros grupos todo es horrible. Desde el principio ella no se separó de mi coche (el rollo era beber en un párking con los Kinks puestos en el coche a toda ostia) y, sin embargo, apenas me dirigía la palabra. Pasó los tres días conmigo, con mis amigos con los que era amabilísima y lanzándome miradas perturbadoras. Claro, que pasaron muchas más cosas. Siendo jueves, viernes y sábado y estando yo harto de la situación, el viernes noche cuando una chica, conocida de ambos, se me insinuó, no dudé en follármela casi delante de ella. Ella se fingió indiferente pero luego le dio un chungo por tomar demasiado M. "No me beses" repetía una y otra vez cuando me quedé para cuidarla. Al día siguiente el bajonazo me dio a mí, que había bebido como un animal antes de chupar. Ella se quedó, supongo que por simetría, cuidándome no sin antes indicar, confusamente "me quedo porque te aprecio, no porque me gustes". En fin. Lo más gracioso de la situación fue la llegada de un amigo mío ajeno a toda la historia y que, siendo un tipo fiestero y extrovertido acaba de convertirse en médico. Viendo el panorama nos ayudó con agua y alguna otra cosa y empezó a decirle cosas como "oye, muchacha, si yo que soy médico creo que lo que este necesita es un achuchón" o "mírale qué guapo es, dale un beso y se le pasa todo". Sus caras (las de la chica) en esos momentos no tuvieron precio. Todo se solucionó, yo pude bailar y mandibulear y a la mañana siguiente, todos en estado normal, nos despedimos fríamente.
Hace dos o tres semanas de eso. Desde entonces hemos hablado mucho. Al llegar a nuestras respectivas ciudades y, por Facebook, le ofrecí por enésima vez mi amistad (quiero decir, no en facebook, sino con un largo y elaborado mensaje). Ella, ya en la contestación diciéndome que aceptaba me decía que creía tener depresión. Que está amargada es cierto. Depresión no creo que tenga. El caso es que yo finjo creérmelo, le digo que yo sé más de pena literaria, de Musil y de Gide que de pena real, pero ella me toma como confidente y bastón. Pasamos días en los que insiste muchísimo en lo bien que le viene chatear conmigo y en las respuestas tan cabales que le doy. Una noche, a las 5 de la madrugada y perturbando el descanso que habría de mantenerme en forma de cara a la Mecánica de Fluidos, me despierta para decirme por teléfono que pasó todo el festival deseando abrazarme. Me pregunta también si estoy bien. Insiste mucho en eso y yo le aseguro que sí. Acaba con un "te echo mucho de menos". En fin. Hago como si la llamada nunca se hubiera producido y seguimos en la dinámica de chat y consuelo. Hasta que, el viernes pasado, me llama a una hora tan mal elegida como las 5 de la tarde. Me cuenta que está bien y que tenía ganas de decírmelo. Le pregunto que si hay algún motivo concreto. Me dice que la noche anterior había estado uno de sus ex-novios en Barcelona y había coincidido con un chico con el que estaba teniendo una cita y había sido muy incómodo. Me cuenta que está ilusionada con ese chico, que ya han follado y que le gusta mucho. Le digo que por qué me llama para contarme eso, que por qué me cuenta historias de la gente a la que se folla y de sus ex-novios. Me enfado. Me dice que no la vuelva a mentir si no voy a ser capaz de ser su amigo. Le digo que no, que no lo soy y que lo mejor será perder el contacto un tiempo. Acordamos dejar de saber el uno del otro hasta verano (finales de julio y agosto), cuando nos separarán apenas 3 km. "En verano hablaremos y espero que sea posible tener una relación normal contigo" dice antes de colgar.
Desde entonces no he vuelto a cruzar palabra con ella por ningún medio. Asisto como espectador mudo a sus exhibiociones de modernidad en facebook, y, lo que más me jode, a sus bromas absurdas con "el nuevo". "El nuevo" es uno de esos modernos naïf, uno de estos tipos trendy que intercalan palabras en inglés y, después de leer La Insoportable... dicen que todo es kitsch. Y ojo, que yo no tengo nada contra Kundera y La Broma está bien. Pero es que esa gente es la única literatura seria que han leído. Aparte de eso, a hacer caso a Jodorowsky y subir cada día a facebook una foto distinta sacando la lengua. Hoy he visto que se acaban de comprar entradas para el Primavera Sound, al que siempre dijimos que iríamos juntos. También ha subido un cortometraje (estudia cine) que se abre con la imagen de alguien leyendo el volumen de Héroes de Loriga que yo le regalé y se cierra con el mismo chico leyendo Los Detectives Salvajes, libro que también le regalé. El corto grabado con una cámara soviética de los años 40. Todo es una sutil tortura.
En fin. ¿Qué hacer? Alejarme de ella. Sí, sé que debería hacer eso. Pero soy incapaz. Sigo pensando en ella tanto como siempre. Ocurre además que esta no es más que la materialización más dolorosa de un patrón que llevo siguiendo toda mi vida desde los 16:
En primer lugar, cada vez que conozco a una chica guapa y con intereses culturales (lo que, a mi edad, suele coincidir con algún desequilibrio), me pongo a trabajar: me invento un pasado de escritor insolente y osado, de joven promesa de la poesía, de juerguista diletante y adolescente maldito. Me finjo atormentado y con muchas cosas de las que arrepentirme, a las que sólo hago vagas referencias.
Esa vida la conozco más bien por lo que otros me han contado de ella (prestándome, de paso, infinitas y útiles anécdotas protagonizadas por escritores modernetes que tomo como propias) y no por haberme puesto nunca hasta arriba de coca en Malasaña junto a mi editor. Pero el caso es que lo cuento, lo cuento y finjo que mi actual (y en realidad también pasada) vida convencional estudiando una ingeniería es una suerte de redención.
Llegados a este punto, la desquiciada queda completamente prendada de mí, me he convertido en una especie de Rimbaud o de Félix Francisco Casanova y como lo que es cierto es que referencias no me faltan, me convierto en una montaña intelectual que ella, como moderna que es, desea escalar a toda costa.
La muchacha se obsesiona conmigo. Yo mantengo el contacto pero a través de internet, lo que me da ocasión para ser aún más pedante y escribir de una manera más florida. Perder a la chica, en ese momento, me importaría tanto como perder una moneda de 5 ctos.
Pasan los días y quedamos. Casi siempre follamos esa misma noche, loca, como está, la desquiciada, la moderna por devorarme, por tomar cuanto pueda de "esa persona tan especial".
Comienza la relación. Nos vemos frecuentemente. Todo se convierte en un delirio de cursilerías en el mundo virtual, en algo de indiferencia en la realidad. Llegados a este punto y deslumbrado por el hecho de que la chica me mande mensajes románticos a todas horas, contestando a los míos que yo me tomo únicamente como ejercicio de estilo, comienzo a enamorarme, más que de ella, de la situación. Eso sí, las citas cada vez van peor y me es más difícil sostener todo el aparataje que lleva el fingirse alguien dinámico y maldito. Además empiezo a hacer partícipe a la chica, a la que ya he tomado por solución total, de mis penas. Las penas que les gustan a las modernas son las que tienen que ver con noches de coca junto a Camilo de Ory y Gonzalo Escarpa (poetas emergentes), acaso la pena literaria por la existencia, ese "error fundamental" que dice Kafka, pero no les gustan los pusilánimes.
Yo me muestro cada vez más pusilánime e infantil, que es como de verdad soy. Busco una madre, no una novia.
Total, que en vista de esto y de que lo que solemos hacer es únicamente follar y dar vueltas por el retiro y no movernos por extrañas fiestas en el Ateneo o fundar movimientos culturales de dudosa justificación, como pensaba que haríamos al principio, la chica, pasados unos dos o tres meses, se harta y me abandona al grito de "estás loco" o "eres incapaz de vivir fuera de los libros" o "eres un inmaduro". Entonces yo me quedo destrozado hasta que encuentro a la siguiente y repito los pasos porque, acostumbrado a esto, me resultaría aburrido ser sincero desde el principio o tener que invertir mucho tiempo para conseguir un polvo incierto.
El verdadero drama es que ahora no encuentro a otra. Ni ocurre ni lo quiero. A mí me gusta esta. Me gusta muchísimo. Y pienso en la literatura, que es el único lugar en el que hasta ahora había creído que existían estas historias (Noches Blancas, del ruso, El Amante, de Duras) y me digo que tal vez esté jodido para siempre. Porque estoy obsesionado, porque llego a pensar que si me levanto por las mañanas es únicamente porque muerto tendría aún menos posibilidades de volver a follar con ella. Y si volviera a follar con ella en verano, cosa muy posible porque por simple aburrimiento quedaremos, nos emborracharemos y lo haremos, ¿qué? ¿estar así indefinidamente? Ay, ¡yo no sé!
Lo dejé en mi visita sorpresa a Barcelona. Allí, y a finales de marzo, todo fue horriblemente mal. La intenté besar, no se dejó y yo bajé a la calle a emborracharme. Bebí muchísimo y cuando a las 3 horas me llamó y me vino a buscar yo ya sólo era capaz de balbucear alguna frase sobre El Don de la Ebriedad, poemario de Claudio Rodríguez mediante cuya alusión pretendía dotar de dignidad a mi estado. No funcionó, acabamos cenando en un restaurante de sillas altas en el que yo sólo podía preocuparme de mantener la verticalidad. De la conversación sólo la palabra "inmaduro" y expresiones como "en qué cabeza cabe" o "a quién se le ocurre".
Vuelvo de Barcelona vencido y desarmado y ella, un par de días después, me llama para decirme que no va a ir a Venecia. La visita confusa a BCN fue un jueves, el vuelo a Venecia era el viernes siguiente. Viajo solo y exclamo tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos, pero al cabo de dos días de vagabundeo decido no seguir el itinerario programado y pasar directamente a visitar a un amigo que tengo en Ljubljana, donde vivo unos días agradables, iluminados también porque cada noche me follé a su compañera de piso eslovena.
Regreso, pero no a Madrid, sino a provincias, en concreto, a la misma en la que ella está pasando sus últimos días de vacaciones con su familia como pretendo hacer yo con la mía. Sabiendo a través de amigos en común que yo ya había regresado, la muchacha, me llama. Quiere quedar. Sí, inmediatamente después de no haber venido al viaje. Yo le ofrezco un único plan: que se pase una noche por el bar de maricones, modernos de pueblo y cuarentones cocainómanos on fire con camisetas de Antonio Arias en el que suelo estar. Ella dice que no pisará ese sitio "porque huele mal". Sí, huele mal y ponen a Battiato, zorra, pienso, pero lo que le digo es, en mi primer alarde de dignidad que me iba a durar muy poco "entonces nada" y cuelgo. Al cabo de cinco horas me llama llorando y diciendo que quiere verme. Yo, como siempre, cedo y accedo a quedar para cenar y tomar algo. El caso es que esa noche todo va bien, muy bien ¡muy bien! que diría Vilas. Ella se emborracha, yo llamo a mi padre y le digo que no va a ver su recién estrenado Toyota en un par de días y en un arranque de juventud nos vamos a su casa de la playa, unos 200 km. sonando Galaxie 500 y bebiendo latas de cerveza la muchacha. Llegamos y follamos. A la mañana siguiente follamos. En realidad pasamos dos días y dos noches acariciándonos, tocándonos, lamiéndonos, entre la cama y la playa, entre el mar y el delirio, que diría alguno. Pero tengo que volver a este Madrid municipal y espeso (no por Madrid, así es el mío) y ella a su Barcelona cosmopolita, así que volvemos después de haber hablado razonablemente y haber decidido que a partir de entonces, seríamos amigos y que, en función de las circunstancias, ya decidiríamos qué hacer las veces en que nos viéramos.
Llego a Móstoles. Todo se me derrumba. La echo enormemente de menos y la primera noticia suya que recibo es un mensaje echándome en cara haberle estropeado el viaje de Venecia. La mando a tomar por culo. Tres días después, borracho, le envío infinidad de sms románticos y preñados de referencias. Al poco decidimos ser de nuevo amigos, aunque sea de facebook. Empieza ahora un viaje aún más profundo a la selva selvaggia de la alienación mental: comienzo a vivir sólo para hablar con ella a través de FB y nuestras conversaciones son cada vez más extrañas. Algunos días me habla de sexo, llega a decirme frases como de los cinco últimos tú has sido el mejor. También me habla de su angustia, de que no come, de que cada vez está más delgada. No sé hasta qué punto hay en eso únicamente ánimo de llamar la atención o es, en parte cierto. Pasamos así unas semanas, los dos recreándonos en la excelsitud de nuestra amargura, que diría Juan Ramón. Yo cada vez estoy más confuso, yo me doy al absurdo y la bebida y comienzo a enviarle extraños poemas de madrugada. Textos a lo Roger Wolfe, declaraciones de amor exageradas y desquiciadas y ella se harta. Me dice que no quiere nada conmigo. Yo la mando a la mierda y pasamos unos días sin hablar. Volvemos a hablarnos cuando quedan apenas 4 ó 5 días para un festival de modernos al que los dos vamos a ir, Pulp, ya sabéis cuál.
En el festival, en Murcia, donde los dos tenemos amigos en común y ella tiene otros grupos todo es horrible. Desde el principio ella no se separó de mi coche (el rollo era beber en un párking con los Kinks puestos en el coche a toda ostia) y, sin embargo, apenas me dirigía la palabra. Pasó los tres días conmigo, con mis amigos con los que era amabilísima y lanzándome miradas perturbadoras. Claro, que pasaron muchas más cosas. Siendo jueves, viernes y sábado y estando yo harto de la situación, el viernes noche cuando una chica, conocida de ambos, se me insinuó, no dudé en follármela casi delante de ella. Ella se fingió indiferente pero luego le dio un chungo por tomar demasiado M. "No me beses" repetía una y otra vez cuando me quedé para cuidarla. Al día siguiente el bajonazo me dio a mí, que había bebido como un animal antes de chupar. Ella se quedó, supongo que por simetría, cuidándome no sin antes indicar, confusamente "me quedo porque te aprecio, no porque me gustes". En fin. Lo más gracioso de la situación fue la llegada de un amigo mío ajeno a toda la historia y que, siendo un tipo fiestero y extrovertido acaba de convertirse en médico. Viendo el panorama nos ayudó con agua y alguna otra cosa y empezó a decirle cosas como "oye, muchacha, si yo que soy médico creo que lo que este necesita es un achuchón" o "mírale qué guapo es, dale un beso y se le pasa todo". Sus caras (las de la chica) en esos momentos no tuvieron precio. Todo se solucionó, yo pude bailar y mandibulear y a la mañana siguiente, todos en estado normal, nos despedimos fríamente.
Hace dos o tres semanas de eso. Desde entonces hemos hablado mucho. Al llegar a nuestras respectivas ciudades y, por Facebook, le ofrecí por enésima vez mi amistad (quiero decir, no en facebook, sino con un largo y elaborado mensaje). Ella, ya en la contestación diciéndome que aceptaba me decía que creía tener depresión. Que está amargada es cierto. Depresión no creo que tenga. El caso es que yo finjo creérmelo, le digo que yo sé más de pena literaria, de Musil y de Gide que de pena real, pero ella me toma como confidente y bastón. Pasamos días en los que insiste muchísimo en lo bien que le viene chatear conmigo y en las respuestas tan cabales que le doy. Una noche, a las 5 de la madrugada y perturbando el descanso que habría de mantenerme en forma de cara a la Mecánica de Fluidos, me despierta para decirme por teléfono que pasó todo el festival deseando abrazarme. Me pregunta también si estoy bien. Insiste mucho en eso y yo le aseguro que sí. Acaba con un "te echo mucho de menos". En fin. Hago como si la llamada nunca se hubiera producido y seguimos en la dinámica de chat y consuelo. Hasta que, el viernes pasado, me llama a una hora tan mal elegida como las 5 de la tarde. Me cuenta que está bien y que tenía ganas de decírmelo. Le pregunto que si hay algún motivo concreto. Me dice que la noche anterior había estado uno de sus ex-novios en Barcelona y había coincidido con un chico con el que estaba teniendo una cita y había sido muy incómodo. Me cuenta que está ilusionada con ese chico, que ya han follado y que le gusta mucho. Le digo que por qué me llama para contarme eso, que por qué me cuenta historias de la gente a la que se folla y de sus ex-novios. Me enfado. Me dice que no la vuelva a mentir si no voy a ser capaz de ser su amigo. Le digo que no, que no lo soy y que lo mejor será perder el contacto un tiempo. Acordamos dejar de saber el uno del otro hasta verano (finales de julio y agosto), cuando nos separarán apenas 3 km. "En verano hablaremos y espero que sea posible tener una relación normal contigo" dice antes de colgar.
Desde entonces no he vuelto a cruzar palabra con ella por ningún medio. Asisto como espectador mudo a sus exhibiociones de modernidad en facebook, y, lo que más me jode, a sus bromas absurdas con "el nuevo". "El nuevo" es uno de esos modernos naïf, uno de estos tipos trendy que intercalan palabras en inglés y, después de leer La Insoportable... dicen que todo es kitsch. Y ojo, que yo no tengo nada contra Kundera y La Broma está bien. Pero es que esa gente es la única literatura seria que han leído. Aparte de eso, a hacer caso a Jodorowsky y subir cada día a facebook una foto distinta sacando la lengua. Hoy he visto que se acaban de comprar entradas para el Primavera Sound, al que siempre dijimos que iríamos juntos. También ha subido un cortometraje (estudia cine) que se abre con la imagen de alguien leyendo el volumen de Héroes de Loriga que yo le regalé y se cierra con el mismo chico leyendo Los Detectives Salvajes, libro que también le regalé. El corto grabado con una cámara soviética de los años 40. Todo es una sutil tortura.
En fin. ¿Qué hacer? Alejarme de ella. Sí, sé que debería hacer eso. Pero soy incapaz. Sigo pensando en ella tanto como siempre. Ocurre además que esta no es más que la materialización más dolorosa de un patrón que llevo siguiendo toda mi vida desde los 16:
En primer lugar, cada vez que conozco a una chica guapa y con intereses culturales (lo que, a mi edad, suele coincidir con algún desequilibrio), me pongo a trabajar: me invento un pasado de escritor insolente y osado, de joven promesa de la poesía, de juerguista diletante y adolescente maldito. Me finjo atormentado y con muchas cosas de las que arrepentirme, a las que sólo hago vagas referencias.
Esa vida la conozco más bien por lo que otros me han contado de ella (prestándome, de paso, infinitas y útiles anécdotas protagonizadas por escritores modernetes que tomo como propias) y no por haberme puesto nunca hasta arriba de coca en Malasaña junto a mi editor. Pero el caso es que lo cuento, lo cuento y finjo que mi actual (y en realidad también pasada) vida convencional estudiando una ingeniería es una suerte de redención.
Llegados a este punto, la desquiciada queda completamente prendada de mí, me he convertido en una especie de Rimbaud o de Félix Francisco Casanova y como lo que es cierto es que referencias no me faltan, me convierto en una montaña intelectual que ella, como moderna que es, desea escalar a toda costa.
La muchacha se obsesiona conmigo. Yo mantengo el contacto pero a través de internet, lo que me da ocasión para ser aún más pedante y escribir de una manera más florida. Perder a la chica, en ese momento, me importaría tanto como perder una moneda de 5 ctos.
Pasan los días y quedamos. Casi siempre follamos esa misma noche, loca, como está, la desquiciada, la moderna por devorarme, por tomar cuanto pueda de "esa persona tan especial".
Comienza la relación. Nos vemos frecuentemente. Todo se convierte en un delirio de cursilerías en el mundo virtual, en algo de indiferencia en la realidad. Llegados a este punto y deslumbrado por el hecho de que la chica me mande mensajes románticos a todas horas, contestando a los míos que yo me tomo únicamente como ejercicio de estilo, comienzo a enamorarme, más que de ella, de la situación. Eso sí, las citas cada vez van peor y me es más difícil sostener todo el aparataje que lleva el fingirse alguien dinámico y maldito. Además empiezo a hacer partícipe a la chica, a la que ya he tomado por solución total, de mis penas. Las penas que les gustan a las modernas son las que tienen que ver con noches de coca junto a Camilo de Ory y Gonzalo Escarpa (poetas emergentes), acaso la pena literaria por la existencia, ese "error fundamental" que dice Kafka, pero no les gustan los pusilánimes.
Yo me muestro cada vez más pusilánime e infantil, que es como de verdad soy. Busco una madre, no una novia.
Total, que en vista de esto y de que lo que solemos hacer es únicamente follar y dar vueltas por el retiro y no movernos por extrañas fiestas en el Ateneo o fundar movimientos culturales de dudosa justificación, como pensaba que haríamos al principio, la chica, pasados unos dos o tres meses, se harta y me abandona al grito de "estás loco" o "eres incapaz de vivir fuera de los libros" o "eres un inmaduro". Entonces yo me quedo destrozado hasta que encuentro a la siguiente y repito los pasos porque, acostumbrado a esto, me resultaría aburrido ser sincero desde el principio o tener que invertir mucho tiempo para conseguir un polvo incierto.
El verdadero drama es que ahora no encuentro a otra. Ni ocurre ni lo quiero. A mí me gusta esta. Me gusta muchísimo. Y pienso en la literatura, que es el único lugar en el que hasta ahora había creído que existían estas historias (Noches Blancas, del ruso, El Amante, de Duras) y me digo que tal vez esté jodido para siempre. Porque estoy obsesionado, porque llego a pensar que si me levanto por las mañanas es únicamente porque muerto tendría aún menos posibilidades de volver a follar con ella. Y si volviera a follar con ella en verano, cosa muy posible porque por simple aburrimiento quedaremos, nos emborracharemos y lo haremos, ¿qué? ¿estar así indefinidamente? Ay, ¡yo no sé!