Copular e incluso amarse es común y accesible a todos los animales, pero garantizar el sagrado nexo entre los miembros de la pareja, con las leyes de Dios y de los hombres como testigo y garantía, solo está al alcance los estadios superiores de civilización. El amor, si no que concreta con un compromiso inveterado, se queda en pura veleidad, en un simple arranque emocional que apenas agota su primera embestida de difumina irreversiblemente.
Junto con las naves espaciales, la rueda, la penicilina e internet, el contrato matrimonial y las consecuencias, de fortaleza y excelencia, correspondientes, es uno de los mayores logros del ser humano como ser racional. La poligamia feliz, el sexo despreocupado, el fogonazo hormonal sin responsabilidad ninguna es propio de seres neolíticos, epipaleolíticos o directamente paleolíticos perdidos. El matrimonio estructura y canaliza lo que anteriormente era prístino instinto, torrente incontralado de atavismo animal.
¡VIVA EL MATRIMONIO, LOS HOMBRES CASADOS Y SUS SANTAS MUJERES!
Nota aclaratoria: Este artículo ha sido escrito bajo la firme directriz de mi siempre cargada de razón esposa en el ejercicio de sus responsabilidades conyugales. Manifiesto estár de acuerdo por la cuenta que me trae.