Vamos con otra anécdota ilustrativa de cómo ésta doctrina es aplicable a todos los niveles académicos.
Hará cosa de unos siete años, tuve que acudir por motivos laborales al desahucio de los okupas de una promoción de viviendas sociales que estaban en la fase final de construcción, aun sin terminar del todo pero a falta de cuatro remates. Los etnianos okupantes ya se habían marchado antes de que llegara la policía, llevándose consigo todo lo que pudieron (cables y tuberías incluidas).
Debía de acudir un abogado del gobierno autonómico (funcionario) para que autorizara la entrada a las viviendas y otras cuestiones, así que estábamos esperando.
Aparcó un tacsi delante del portal, aún en obras, y de él se bajó un hombre elegantemente vestido que en cuanto se situó en la acera empezó a otear alrededor como buscando a alguien. Como soy así campechano y además autónomo, me acerqué al hombre y le pregunté si era fulanito de tal.
El hombre, con una radiante sonrisa a lo Stevie Wonder®, se giró mirando por encima de mi hombro izquierdo con un ojo para cada lado, y amablemente tendió su mano hacia la farola en gesto de saludo.
Ostias. Este hombre está ciego, pensé.
Me equivocaba, claro. No estaba ciego. Solo tenia una minusvalía visual del 66% , que no es lo mismo, como amablemente nos explicó durante la lolesca jornada que pasamos en aquel edificio devastado por las costumbres ancestrales de tan simpática etnia nómada. Tenia un ojo muerto y el otro le funcionaba a medias. De no ver nada a ver bultos informes y grises hay un mundo de diferencia, clamaba emocionado. El veía lo suficiente como para llevar una vida autónoma, y en su trabajo de leguleyo era mas importante la agilidad cerebral que la vista, se ufanaba.
Aunque a primera vista eso pueda ser cierto, los hechos posteriores demostraron lo contrario.
Uno de sus cometidos era dar fe de los desaguisados provocados por los antiguos moradores ilegales. Aquí el hombre lo resolvió bien, sacaba una cámara compacta del bolso y tiraba tropecientas fotos a su alrededor sin enfocar ni llevar orden alguno, con la fundada esperanza de que entre tantos archivos se vieran los desastres y sus auxiliares del despacho ya harían la selección correspondiente.
A la pregunta de por qué había acudido él solo y sin ayudante, que se le veía con bastantes handicaps para desenvolverse, contestó ofendido de que le correspondía por turno y que él era perfectamente capaz de desenvolverse solo. Que a ver que coño me pensaba que era yo, listillo, me decía mientras miraba enfurruñado a los buzones situados a mi lado.
Tras muchos loles y tropezones por el edificio, acabados los trámites, salimos afuera a despedirnos todos con la intención de marchar cada mochuelo a su olivo, ya era hora de comer y tal.
Tras los apretones de mano y frases de rigor, el abogado se giró hacia el lado donde aún se estaba construyendo la entrada al garaje y sin que pudiéramos evitarlo (por la rapidez e inmediatez del gesto) con una despreocupación escalofriante, dando un paso decidido se precipitó por el muro abajo y cayó a plomo encima de la ferralla y los cascotes apilados.
Mas de dos metros de caída, seguro.
El crujido de sus huesos fue tan espantoso que aún me perturba en algunas pesadillas. Varios hierros le atravesaron el bonito traje de Emidio Tucci™ que con tanto garbo portaba. Los encofradores que estaban cerca acudieron a toda ostia a ayudarle, aunque creo que le hubiera hecho mejor si un cura le hubiese dado la extremaunción allí mismo.
Mientras las sirenas de las ambulancias se acercaban a rematar tan infausto día, yo me metí en mi coche y partí hacia otro sitio mientras pensaba en lo chocante que es la vida algunas veces...y lo mal organizado que está el mundo.