Bueno, ha llegado la hora de dar pena y hasco a partes iguales.
Nunca me he metido un pitillo en la boca.
Dos caladas a un porrow y, viendo un sabor inenarrablemente malo y un ephecto instantáneo nulo, lo devolví por donde había venido.
Cuatro borracheras. La primera extra premium, en la nochevieja del 97, no recuerdo nada desde las 2 de la madrugada. Después me contaron toda la movida, vómito en bar chic, bandazos por toda la city y súplicas por parte de mis colegas a varios taxistas para que me dejasen montar en el coche en mi lamentábile status. Al final le ofrecieron el doble de la carrera y el taxista-samaritano, me acercó a casa.
Como BUENOS AMINJOS, me dejaron en el felpudo, llamaron al timbre y huyeron como gitano del jabón cuando oyeron a mis padres levantarse para abrir la puerta.
Al día siguiente, a las 09:00 de reloj, mi padre me levantó y me llevó a dar un paseo con filípica incluída sobre los riesgos del borrachucismo. Eso sí

, incomprensiblemente, estaba frejco como una rosa. ¿Cosas de la edad?
Cero drogas mayores. No me llaman.
Ahora cuando salgo, bebidas no alcohólicas (NO ME GUSTA EL SABOR DEL ALCOHOL), y, si acaso, de las enmascaradas con azúcares: Martini con piña, ron miel y homosexualidades por el estilo.
Lo cojonudo, y por lo que merezco apedreamiento en plaza pública, es que tengo acceso libre a estupefacientes y psicotropos varios en pastillitas, gotas e I.V.; for free, no limited quantity y SIN ADULTERAR :1