Odio el verano. Yo solo quiero que termine, no pido nada más. No me gusta el calor, no me gusta la playa, no me gusta la gente que habla de sus vacaciones, no me gusta la gente que me llama para hablarme de sus vacaciones.
Son como los perniciosos de Madrileños por el mundo, que siempre sale la típica lista, del barrio de Salamanca (si después los de telemadrid observan que sale un fuenlabreño de refilón en el video, lo editan y lo borran) viviendo en una réplica exacta de los mundos de Yupi en una casa como el Alcázar de Toledo de grande y con tres hijos que tocan el violín desde los tres años y que han estrenado ya siete documentales. ¿Eso es realidad? ¿la comtessa está buena? ¿no es el verano y todo lo que le rodea una vil mentira?
Cómo puede alguien, las agencias de publicidad, hacer anuncios tan dañinos sabiendo el sufrimiento que provocan. El anuncio de la mutua "Soy. Soy, soy, soy" y el otro, en el que sale una especie de Juana la beltraneja cantando un "ya lo sabía". Todo esto, no es lícito, no hablamos de vender, de lucrarse, estamos hablando de desesperación vital gratuita, de crear dolor sin obtener nada a cambio, de hacer cosas que sabes que no van a gustar. Yo es lo que siento, ganas de llorar cuando los veo, ganas de llorar de verdad, de desesperación, de malestar físico y mental, de odio. No siento el deseo de contratar los servicios de la mutua sino todo lo contrario; entonces, ¿por qué lo hacen?.
Todo es tan absurdo. Ahora mismo estoy leyendo Memorias de una gallina, que es un libro recomendado para niños de 8 años.