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Dios mío... el señor cojones ha respondido el primero a mi hilo, y no ha habido insulto ni castigo... soy afortunado de no haber provocado su ira... casi he sentido el frío acero del baneo en mi nuca...
¿Este comentario es un poco gein? ¿O soy yo que no pondero?
¿Que nos quieren vender los medios de comunicación? ¿Qué está reinsertado y hay que darle una segunda oportunidad? Creo que no son del todo conscientes de lo que ese chaval hizo con una katana y un machete. Si hubieran podido ser testigos directos de lo que pasó esa noche todo sería distinto. Y mientras tanto, cinco subnormales sevillanos a punto de pasar 20 años en el talego por una violación donde encima se plantean serias dudas. Me cagó en la justicia y me cago en dios...
Cuatro años antes de aquella madrugada, en un campo de fútbol del barrio madrileño de Chamartín, Félix Martínez, un niño de octavo de E.G.B., se embelesa con los gritos desde la grada de un chaval cinco años mayor, ojos azules detrás de gafas gruesas, metro noventa sobre el nivel del suelo, moreno y desgarbado en el andar. Félix se le acerca creyendo que declama nombres de personajes del juego del rol.
Javier gritaba en las gradas varios nombres pero, para sorpresa del chiquillo, aquel tipo encorvado no sabía jugar al Rol. El chasco duró sólo un segundo, porque las palabras del otro llevaban un significado aún más atractivo y profundo que el del simple juego: eran nombres, pasajes, del gran novelista de literatura fantástica H. P. Lovecraft.
«Una viejecita que salió a sacar la basura se nos escapó por un minuto, y dos parejitas de novios (¡maldita manía de acompañar a las mujeres a sus casas!).»
«Serían las cuatro y cuarto, a esa hora se abría la veda de los hombres [...]. Vi a un tío andar hacia la parada de autobuses. Era gordito y mayor, con cara de tonto. Se sentó en la parada.»
« [...] La víctima llevaba zapatos cutres y unos calcetines ridículos. Era gordito, rechoncho, con una cara de alucinado que apetecía golpeada, y una papeleta imaginaria que decía: "Quiero morir". Si hubiese sido a la 1.30 no le habría pasado nada, pero ¡así es la vida!»
«Me agaché para cachearle en una pésima actuación de chorizo vulgar. Entonces le dije que levantara la cabeza, lo hizo y le clavé el cuchillo en el cuello. Emitió un sonido estrangulado. Nos llamó hijos de puta. Yo vi que sólo le había abierto una brecha. Mi compañero ya había empezado a debilitarle el abdomen a puñaladas, pero ninguna era realmente importante. Yo tampoco acertaba a darle una buena puñalada en el cuello. Empezó a decir "no, no" una y otra vez.»
«¡Pobre hombre!, no merecía lo que le pasó. Fue una desgracia, ya que buscábamos adolescentes y no pobres obreros trabajadores. En fin, la vida es muy ruin. Calculo que hay un 30% de posibilidades de que la policía me atrape. Si no es así, la próxima vez le tocará a una chica y lo haremos mucho mejor.»
Le confesó a García Andrade que de entre las razas, la que más le ha influido, la que más se asemeja a su persona es Cal, a quien definió como «un niño frágil, a veces una mujer rubia, que emana tal sufrimiento que es difícil acercarse a ella, aunque es peor cuando sonríe o tiene la cara machacada». Y aseguró: «Sin Cal yo no sería lo que soy. Con él aprendí a aprender. Lo conocí en 1988; Cal es dolor; el bendito sufrimiento; ama los cuchillos, los objetos punzantes o cualquier cosa que pueda producir dolor, aunque lo que más le fascina es el dolor del alma».
De Cal aprendió Javier su simple teoría sobre la vida: «Aprender a usar el dolor es disfrutado como el placer. El dolor de los puntos de sutura que me dieron en la rodilla cuando tuve un accidente es mayor que el orgasmo con una mujer. El dolor es mejor que el placer y más barato. La gente confunde al cenobita con el masoquista, pero no son lo mismo; éste disfruta siendo humillado y al someterse, pero el cenobita disfruta al sufrir, porque con el dolor saca conocimiento. Cal dice que cometió el crimen del que se me acusa. Lo hace para dañarme, para enseñarme, para causarme pena, desesperación, pero Cal no mata, sólo tortura».
Javier se consideró impotente ante los psiquiatras para saber si él había cometido el crimen. Aseguró que si intentara averiguarlo se podía declarar dentro de su cabeza una guerra civil entre las razas, como la que sufrió con 17 años: «Hubo una rebelión en COU que fue la guerra de los Maras... fue cuando tuve el desengaño amoroso, mi depresión, Mara contra Fasein». Para investigar sobre aquel crimen dijo que tendría que atravesar pasillos de su cerebro muy peligrosos, porque hay razas que no dejan pasar a nadie por allí.
Me han llamado la atención los gitanos del norte. Sabía por los comentarios de Cimmerio que por esa zona, sobre todo Vascongadas, Navarra y Cantabria, había un nivel de vida más parecido al centro europeo que al resto del territorio nacional. Pero joder, esos gitanos, están civilizados. Hasta se les ha clareado la piel, sí, siguen con sus tradiciones de las perillas para ellos y las largas crines en ellas. Pero vaya forma de hablar, con una dicción correcta (se les entendía mejor que a los murcianos que han salido), controlando los tiempos verbales, con coherencia, sin acaloramientos, sin un porro en la boca y una rallita en el salpicadero del coche. Me atrevería a decir que se han integrado en la sociedad habida cuenda de que no amenazan a nadie ni le piden algo al Estado.
O cuando salí con una negra.
mi hermano (murió hace unos años).
Pues a mí me ha dado la impresión de que el chaval carga no sólo con la culpa de lo que hizo sino con no tener ni puta idea de por qué lo hizo
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