Después de ver una película como ésta, cabe entresacar una serie de conclusiones.
Los hechos transcurren en un momento vital de la historia. No se trata, como muchos espectadores habrán pensado, en la narración de los últimos momentos de una guerra más, cuya única peculiaridad había sido el gran número de muertes que se habían producido en la misma. No, es algo mucho más trascendental. Lo que ocurrió allí fue, ni más ni menos, la muerte de un viejo mundo y el nacimiento de otro completamente distinto. La tragedia estaba servida. Dos civilizaciones chocaban entre sí; una decadente y moribunda, otra en pleno nacimiento y auge. Hay una escena de la película que lo refleja impecablemente. Me refiero al momento en el que el médico nazi somete a votación, ante el pequeño grupo de soldados supervivientes, el rendirse ante los rusos o morir en la contienda. El joven soldado nazi que lo interpela representa al viejo y moribundo mundo: él prefiere morir con honor a vivir en deshonor. El amor ciego a la patria, al líder, a un ideal, a la victoria, a la voluntad, a la vida pero digna no cualquier vida, son su manera de concebir su existencia, la de su mundo, la de la historia. Para él la muerte es un valor, siempre que se produzca con honor; la vida, inútil si se produce como consecuencia de la rendición y la derrota. Sin embargo, el médico nazi ya pertenece a otra realidad. Para él el individuo se encuentra por encima del Estado. La vida es lo fundamental; valores como el honor, la patria, la voluntad, la disciplina son secundarios. No entiende al joven soldado nazi, no comprende que éste prefiera el sacrificio a la rendición, la muerte a la vida sin contenido. Un nuevo hombre surge tras esta terrible guerra, queda bien representado en el médico nazi. El hombre anterior se extingue, muere en medio de la guerra. La realización de todos sus ideales le han llevado a este fin, ha muerto con honor, la historia le pertenece. El ocaso de una civilización se produce con el joven soldado nazi. Ya nada volverá a ser como antes.