Cuando llegué a la puerta del Rata me dí cuenta de que el timbre había sido arrancado. La puerta tenía más golpes que el coche de autoescuela de Farruquito, pero después de haber llegado hasta ahí no pensaba amilanarme, y haciendo gala de mi más que demostrada sangre fría, aporreé la puerta con fuerza mientras gritaba con fuerza el nombre del Rata.
De detrás de la puerta alguien me preguntó que quien era, a lo que le contesté que venía de parte del Piojo a pillar coca. Me preguntó que cuanto quería y le dije de sopetón que la DESCOMUNAL cifra de 50 euros. Hubo un silencio, supongo que acontecido por la elevada suma y el correspondiente cálculo en kilos.
Entreabrió la cochambrosa puerta y me pidió el dinero, que amablemente le dispensé. Cerró la puerta y me quedé esperando la droga.
Pasaron varios minutos que se me hicieron eternos y el Rata no me daba nada. Haciendo gala de mi conocida SUSPICACIA, me entraron las dudas de si el Rata no se habría quedado con mi fortuna y mi droga al tiempo, por lo que volví a golpear la puerta con insistencia.
Al segundo mis terribles sospechas se hicieron realidad y desde dentro escuche un.
-¡Vete a tomar por culo de aquí, gilipollas.! Y dile al Piojo que me pague lo que me debe de una puta vez.
Reconozco que en ese momento debería haber hecho caso a mis múltiples años de entrenamiento de CONTROL MENTAL, pero no estaba acostumbrado a ser estafado tan RATERAMENTE y me descontrolé. Podéis imaginaros a una MAQUINA DE MATAR como yo, dando golpes y patadas a la puta puerta del Rata.
Lo cierto es que paré inmediatamente de aporrear la puerta en cuando mi sentido ARACNIDO me avisó que por las escaleras subían corriendo los dos gañanes de la entrada.
Estaba sólo, en una segunda planta de un edificio casi derruido, sin mi espada JEDI, sin mi navaja suiza, pero sabiéndome superior en combate. Nada más ver aparecer a los dos sinvergüenzas, me puse a ejercitar mis movimientos de combate más PELIGROSOS, hice la vuelta completa giratoria, el golpeo a dos manos, la doble patada ninja y mi mente empezó a fusionarse con mis movimientos. La FUERZA me acompañaba, tantos y tantos años de entrenamiento solitario daban por fin sus frutos. Los dos patanes se quedaron petrificados cuando empezaron a ver mis SINCRONIZADOS movimientos y por un momento puede ver la sorpresa en sus caras.
Me movía con soltura, como el maestro JEDI que soy, rebotando a veces con las paredes desvencijadas por la falta de espacio, pero dejando claro que no era un enemigo fácil de derrotar.
El problema vino cuando por pisar una loseta en mal estado, perdí el equilibrio y caí al suelo.
Los gañanes aprovecharon la injusta ventaja y se abalanzaron sobre mí. Lo que viene a continuación no es agradable de leer, pero para lograr la perfección hay que aprender también de los errores y me encuentro en el deber de narrároslo con todo lujo de detalles.
Empezaron a darme patadas y puñetazos al tiempo que me insultaban. Traté inútilmente de levantarme pero me era imposible, los golpes llovían de todos lados haciendo mella en mi entrenado cuerpo. En ese momento mi control mental salió a flote y en un alarde de sangre fría decidí adoptar la postura del BICHO-BOLA, recogiendo mi cabeza con las manos y encogiendo los pies para tratar de proteger todas mis partes vitales.
Reconozco que no es una postura demasiado elegante, pero cuando te están dando la del pulpo no se puede hacer otra cosa.
Como la somanta de ostias parecía no tener fin decidí, antes de perder el sentido, optar por la negociación y les solté el billete de 50 euros para emergencias que siempre llevo metido en el dobladillo del calcetín. Los dos pit-bull, cuando vieron el billete volando dejaron durante unos segundos de golpearme, lo que aproveché para tirarme rodando (bicho-bola style), por las escaleras.
Para eso sirve el entrenamiento mental, para sobreponerse al desánimo y obrar como solo un MAESTRO JEDI sabe hacer.
Me pegué un buen golpetazo contra la pared del descansillo del primer piso, pero mi agilidad FELINA me hizo incorporarme y pude bajar corriendo las escaleras que me quedaban hasta el portal y salir de allí sin siquiera mirar atrás.
Corrí hasta quedarme sin fuerzas y hasta caer en la cuenta de que había ido hasta ese infecto lugar en coche.
Pero a veces, la fortuna se alía con uno y me encontré con una pareja de policías que iban en un coche por la zona. Les di el alto y cuando me vieron todo magullado me dejaron entrar en el vehículo policial. No les conté que iba buscando droga ni que era un maestro de las artes marciales, tan sólo que me había perdido y que había dejado el coche unas calles más para atrás, que unos indeseables me habían robado y me habían dado una golpiza (cosa mas que evidente por mi lamentable estado).
Los policías me acompañaron amablemente hasta el vehículo y se esperaron a que me metiese dentro. Me recordaron que debía poner la correspondiente denuncia y que no evitase volver por la zona en lo sucesivo.
Una vez me introduje en el coche, caí en la cuenta de que algún hijo de puta me había roto una ventanilla y sustraído el GPS y el Radio-CD, pero como la policía estaba marchándose, preferí arrancar el coche y marcharme del cochambroso barrio en el que estaba, aunque sabía que si volvía a subir a casa del Rata podría haberla montado más gorda que la de la batalla final del Señor de los Anillos.
Durante esa noche no pude entrenarme. El dolor era insoportable hasta para un cuerpo HERCULEO como el mío.
Intenté repasar mentalmente cuál había sido el error y llegué a la conclusión de que seguramente mis enemigos conocían algún tipo secreto de entrenamiento o algún arte marcial callejera para la que no estaba preparado. Sin embargo esbocé una sonrisa cuando me percaté frente al espejo de que, gracias a la postura del BICHO-BOLA, no había recibido ni un solo golpe en mi EGREGIO rostro. Eso evitaría molestas preguntas en la oficina.
Me tomé dos pastillas calmantes para poder dormir y decidí culpar mentalmente a Matías de todo lo acontecido, porque en el fondo, todo había ocurrido por su culpa, por su insaciable hambre de triunfo, por su ambición DESMEDIDA en la oficina, por su atractivo y por su asquerosa valía profesional.
Al día siguiente me encontré con un vecino al que conocía bastante y le conté mi desgraciado incidente con el Rata. Resultó que el menda podía conseguirme la cocaína pues él la tomaba de manera esporádica algunos fines de semana. Increíble lo fácil que resultan a veces las cosas y lo que se complican otras tantas.
Ya tenía en mi poder la droga, el final de Matías estaba próximo.