Mmm, vamos a reconducir un poco esto.
Algo que me ha sucedido más de una, y más de dos veces: esa experiencia un poco tipo "Inception", así como... onírica. De pronto te encuentras ahí, sin saber muy bien como has llegado a esa situación. Y te das cuenta de que estás:
Paseando a Miss Daisy:
Muchos ya se habrán dado cuenta de lo que hablo: ese complejo de chófer que adquiere uno si se despista en una relación semi-estable.
Consecuencia en parte - estoy dispuesto a conceder este punto - de que a cualquier hombre que se precie de serlo: a) le gusta conducir, b) sabe que conduce mejor que la mujer promedio, c) quiere escuchar
su música cuando conduce (o directamente no escuchar nada), d) sabe que tarda 15 minutos del punto A al punto B. 15 exactos. Hasta tiene memorizada la secuencia de apertura-cierra de los semáforos.
La mujer cumple la c), cree que cumple la a) y quisiera cumplir la b).
Jamás se ha planteado la opción d), claro.
Hasta aquí todo normal.
Lo malo es cuando el hombre, de naturaleza atenta y caballerosa, se ofrece a llevar a la mujer en el coche para algún trayecto puntual.
Los primeros viajes son pura ambrosía: ella te pasa delicadamente la mano por el muslo, alaba tu habilidad al volante y se emociona (se excita) cuando haces un adelantamiento por esa carretera sin arcén.
En algún momento, no podía ser de otro modo, la hembra se ofrecerá voluntariosa a conducir en nuestro lugar. Pero tras un par de
test drivings fallidos, en los que o bien llegaremos tarde, estaremos a punto de colisionar en un par de ocasiones o nos pitarán e insultarán mentando a nuestra madre, correremos un estúpido velo y volveremos a la distribución natural: el hombre al volante y ella a su lado.
Bien, nada de lo que escandalizarse.
Sin embargo, de forma insidiosa y progresiva, la hembra va a ir adquiriendo una serie de feas costumbres, las cuales, si no le ponemos pronto remedio, convertirán nuestro vehículo en una jaula de oro motorizada.
Un día aparecerá sonriente con media docena de cedés de lo que esté de moda en ese momento. En el fondo da igual lo que traiga, es irrelevante. No es que no me guste Muse, o Coldplay, o lo que sea. Puede que hasta tenga alguna canción suelta en un cedé bastardo, quemado en un día de (poca?) inspiración.
Pero es que cuando conduzco, YO escojo la música que escucho. No hay más. Y si quiero llevar puesto la máxima a todo trapo a las 7 de la mañana, así será. Y si quiero crisparme escuchando esRadio, es cosa mía.
O así debería de ser, claro.
Y me planto, aunque no por falta de material: anécdotas de tías y coches hay tantas como tías y coches. Seguro que ustedes también han vivido la suya.
PD He recurrido al humor, pero cualquiera con un par de millas hechas con una mujer a su lado conoce el drama del que hablo.