A la persona que le gusta el toro y/o el caballo, puede sin esfuerzo, ver un poso de nobleza y bravura en los movimientos de esos animales. Si bien en libertad son bellos, en la relación con el humano adquieren una belleza plástica de movimientos, sean doma o pelea, que a veces parecieran un ballet. Un caballo y su jinete, con clase, quebrando a un toro embistiendo en una corrida de rejones es sublime estéticamente hablando. No hay en el mundo juego, choque, espectáculo cruel si me apuras, más bello que ver a esos dos animales totémicos bailar retándose a muerte.
Para gustos están los colores: Yo no aprecio a un tipo gimnasta en mallas, marcando paquete de forma obscena, realizando movientos de ballet clásico. A mi me parecen ridículos, supongo que no estoy dotado para apreciar lo que sin duda es un arte universal: La danza.
El torero, además de ganar dinero, igual que el bailarín, en sus movimientos ha de reflejar una estética que hacen de él un baile ante la posibilidad de la muerte. Evitar a un toro de forma contraria sería lo que realizan los recortadores, que en el quiebro y la fuerza, también de gran habilidad pero no bello, basan su deporte. El torero, con movimientos pausados y delicados, se expone a una posible embestida de un animal, que aunque cansado y herido, es siete veces más fuerte.
Si a eso le sumamos toda la parafernalia festiva y el deseo prehistórico por la sangre, le unimos la historica relación de ese mundo con una forma de entender la vida y la muerte, es con mucho un arte mayor. Sangriento y noble.