Año 2003, yo trabajaba de camarero en un bar de copas. No tenía mucho exito entre las féminas con anterioridad a ese trabajo, por mi timidez sobre todo, pero a partir de ese empleo mis oportunidades de éxito aumentaron exponencialmente, con lo que se cumplió la teoría de que las mujeres sois tontas del culo, es decir, el uniforme (de camarero en este caso, una camiseta apretada) y dotes de mando sobre los clientes os hace mojar las bragas. Nunca lo entendí, ni lo entenderé, quizás exista una explicación genética para tal desviación mental.
Prosigo. Ella era asídua al local, pero yo jamás osé en hacer de ella objeto de mis deseos sexuales más depravados, al contrario de con el resto de posibles presas con tetas, quizás porque la respetaba y porque me atraía de verdad, simplemente porque era perfecta, sin mas; conducta extraña por mi parte ignorarla, porque allí no se debería respetar a una fémina, era la regla y yo estaba cómodo con esa regla, salvo con Silvia (nombre ficticio), ella estaba a otro nivel, ni siquiera entendía que hacia allí, en mi local lleno de zorras.
Ella, por otro lado tambien me ignoraba, o al menos eso creía yo, hasta que llegó el día que vi la luz, artificial, pero luz al fin y al cabo. Se me acercó casi a la hora de cerrar, quedabamos pocos y ella se habia dedicado toda la noche a rechazar todo bicho viviente con polla que la deseaba (osea a todos los tios), y tras pedirme fuego me tocó el hombro y me dijo al oido que ese miercoles (3 dias mas tarde) estaba sola en casa y que si me apetecia ir a verla a su casa, osea a follar.
Os puede parecer una proposición fuera de lugar, irreal, ficticia, pero no en ese bar de copas, porque era la norma, y de hecho me ocurría a menudo, aunque no con mujeres como Silvia, de ahí mi sorpresa.
Afortunadamente y ante esa situación inesperada reaccioné con la rapidez, firmeza y seguridad que deben caracterizar a todo cazador que se precie. "Si, a las ocho enfrente del Ayuntamiento, no tardes" le dije. Y ella con una dulce sonrisa, como siempre, se despidió dejandome en la barra herido de felicidad; ya nada podía romper ese momento de dicha, solo el lento y doloroso trascurrir de las horas hasta que llegase el gran dia.
Todo estaba, o aparentaba estar, perfecto, tenia todo a mi favor, los astros, la presa, sedienta de ser cazada para posteriormente ser devorada por las fauces de un comensal experto...todo, pero ese todo era solo apariencia... porque dos dias mas tarde me falló el sosten principal, la salud.
El lunes siguiente por la mañana comencé a encontrarme mal, maldita sea, conocía aquellos síntomas que desembocaban inexorablemente en una faringitis aguda con fiebre alta, y en cuestión de horas ya estaba jodido, bien jodido. Comenzé a saturarme de antipiréticos, antibióticos, todo tipo de drogas, estaba LOCO, pero no porque estaba enfermo, si no porque no podría follarme a mi Diosa. No me lo podría creer, y lo peor de todo es que ella, mi diosa, tampoco se lo iba a creer.
El miercoles a las 3 de la tarde, conocedor de que no habría mejora en mi salud, la llamé, y tan escuetamente como acepte 4 dias antes su invitación de poseerla, le dije casi entre lágrimas que estaba enfermo y que tendríamos que demorar la cita.
Si, claro, demorar, sinónimo de anular definitivamente la cita por parte de ella, pensé yo para mis adentros, mientras ardía en dolor por la fiebre y por el fracaso anunciado. Me dijo, "vale, no te preocupes, otro día..."
Y así fue, no hubo otro día, no hubo otra cita, no hubo nada, y quedé como un fracasado y un cobarde, como lo que realmente era.
La chica, al poco tiempo de esta traición por mi parte, comenzó una relación con otro afortunado con el que aún continúa. Cada vez que me la cruzo por la calle, y me mira, espero que sus ojos brillen por querer cumplir un deseo que nunca tuvo lugar, pero no, nunca brillaron, ni nunca brillarán porque yo fallé, y jamás se debe fallar a una mujer.
Fue sin duda la mayor oportunidad perdida, con mayúsculas; hubo otras, pero ningúna que marcase mi pasado como esta.