El impío de don Pío era un agudo observador, hombre inteligente, y como tal, misógino.
En la adaptación cinematográfica de 1966 de su novela "La Busca", primera parte de su trilogía "La lucha por la vida", nos deja estas sabrosas sentencias:
Así trataba a las mujeres el desgraciado abate Grandier, que Dios haya perdonado. Conocía bien la perfidia de la hembra, y las trataba como los seres viles y despreciables que son, con la consiguiente locura de ellas por sus huesos.
Nos lo muestran unas secuencias del herético y blasfemo filme "Los Diablos", de Ken Russell
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Yo, como confesor de señoronas, también he tenido tentaciones fuertes en la línea del protagonista, aunque pocas veces he sucumbido a ellas. También es justo decir que no me perseguían con tal saña como al atractivo bigotudo, pero los encantos de mi carácter, mi elocuencia y galanura, y, sobre todo, mi condición sacerdotal, que implica la doble calidad de autoridad, y, especialmente, de objeto de deseo prohibido e inalcanzable, espoleaban a esas criaturas malvadas, impuras y caprichosas, para llevarme por la senda de la perdición.
Como canonista he de reprobar la ignorancia del cineasta en la segunda escena, ya que, según la ley eclesiástica establecía en esa época, y sigue haciéndolo hoy en día en el Canon 977:
Absolutio complicis in peccato contra sextum Decalogi praeceptum invalida est, praeterquam in periculo mortis.
Fuera de peligro de muerte, es inválida la absolución del cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo.
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*) Se trata de una película anticatólica y poco respetuosa con la realidad histórica. Mi opinión personal es que realmente las monjas de Loudun estaban posesas, por mucha intriga e interés que tuviera el cardenal Richelieu en quitarse a Grandier de en medio.