Con veintiséis años (y más calientes que el pico de una plancha), un amigo y yo fuimos por primera vez a una playa nudista.
- ¡Jose David! Coge el bañador y la toalla… que nos vamos a una playa. Vamos a ver rajitas, vamos a ver chochetes, y con un poco de suerte, penetraremos ojetes.
- Guay Adolfo José – respondí yo - +1 en optimismo y tal.
Adolfo José no hizo caso, y yo también estaba entusiasmadete con la idea, la verdad, así que nos fuimos a la aventura, como dos hombres de mundo.
El plan era llevarnos a dos amiguarras con nosotros también, y verles el parrús, pero al final tuvo que ser la cosa en plan homogayer, lo que no nos importó porque éramos jóvenes y todavía teníamos esperanza de follar con desconocidas así idea peli americana graciosilla.
Y allí estábamos, en cierta playa nudista de Málaga, preparados para la acción. En la tesitura de quién le enseñaba primero la polla al otro, eso sí, pero decididos al fin y al cabo, e imaginando anticipadamente el vergel de coños y tetas expuestos al casi tan caliente como nosotros Padre Sol.
Pues nada, lo dicho, ahí, con el pinganillo colgando, empezamos dando un paseíllo viendo viejas cincuentonas y sus barrigudos maridos, niños y niñas prepuberes jugando en la arena, alguna que otra treintañera caitetuda, y pocas, muy pocas, veinteañeras que si, estaban buenas y les pudimos ver la huchita, así mirando con disimulo.
Nos pusimos tumbados en la toallita, sitio estratégico inside (más allá del undécimo Campo de Nabos) y hala, a mirar.
A los… no sé, diez minutos o así, mientras todo el mundo pasaba delante nuestra como su madre lo trajo al mundo, mi amiguete me suelta:
- Tío… esto es una puta mierda.
- ¿No querías ver tías en pelotas? Pues ahí tienes. Hártate, Cabrón.
- Ya… pero es una puta mierda.
- Pues si…
¿Qué coño estaba pasando? (nunca mejor dicho
) ¿Por qué no estábamos boca abajo empalmados a tope y abriendo surcos en la arena mientras nos arrastrábamos por el suelo hacia el mar, en busca de la felicidad de un coño al aire?
Pues supongo que es lo que todos habéis mencionado: que ahí todo estaba a la vista, que era todo demasiado natural. Cojones: que era igual que siempre, pero encima no tenías que desear ver lo que había debajo, porque ya lo estabas viendo, y definitivamente no era para tanto, cagondios.
Ni que decir tiene que cuando paseamos por málaga city y le vimos a una, tras un certero golpe de viento, el tanga tras levantársele la minifalda, estuvimos un buen rato comentando lo mucho y bien que nos gustaría follárnosla, y lo buena que estaba hasta el punto de decidir quién de los dos sería el padre de sus hijos bastardos.
Conclusión: Para follar con fruición, no nos quitéis la ilusión.
P.D. Pero tampoco os paséis, zorras, que aquí más de uno lleva tiempo sin follar, y en el equilibrio está la felicidad, y tal.
Un bechi en sugerente ropa interior.