Yo pongo el fair play y el expulsado soy yo...
Y qué deberían hacer, a ver. No les gustas, ¿te tendrían que dar la oportunidad aunque no les gustes? ¿Deberían transigir con todos tus putos defectos y todas tus taras y acostarse contigo sólo porque tú tienes ganitas y eres capaz de ir a cenar a un Pans? ¿Qué tendrían que hacer?
¿En qué puto momento tu fracaso es su culpa? Es como si un día vas a por cruasanes y son malos y al decirle al pastelero que son una puta mierda te dice que mal por tu parte, que con las ganas que tenía de hacerlos bien te deberían encantar y que la culpa de que no te gusten es tuya. Y que si no te gustan que lo digas desde el principio en vez de entrar por la tienda.
Lo de los chupitos debería servirte en su día de aprendizaje para dejar de perseguir mujeres, no es lo tuyo, no es lo de muchos. La vida tiene infinidad de cosas como para estar adorando algo que solo te da sinsabores.
Lo de los chupitos lo visualizo y se me abren las carnes. Tú visualízalo en primera persona.
Llegas a un garito, ves a una chica, te gusta. Es el tipo de chica a la que crees que puedes aspirar. Llamas al camarero, que se acerca a ti.
-Ponme un roncola y a la de rojo un chupito de lo que quiera y me lo cobras.
El camarero te pone tu roncola, te cobra el roncola y te cobra un chupito. Se acerca al otro lado de la barra, avisa a la chica, que se vuelve. Hay un diálogo entre ellos. En un momento dado el camarero coge una botella, sirve un chupito y señala a donde estás tú.
La tía se bebe el chupito, se siente halagada, te guiña el ojo en señal de gracias, y sigue donde está. No se acerca. Le has pagado el chupito y no se acerca. No te quedas con que no se mueve, no, te quedas con que te ha sonreído y guiñado el ojo y crees que eso significa algo, y no gracias.
Al cabo de un rato te has terminado tu ron cola, sin dejar de mirar a la de rojo. Dios, sería la hostia si pudieras estar con una así. Llamas al camarero.
-Ponme un roncola y a la de rojo otro chupito, y me cobras.
El camarero te pone tu roncola, te cobra el roncola y te cobra un chupito. Se acerca al otro lado de la barra, avisa a la chica, que se vuelve. Hay un diálogo entre ellos.
El camarero se acerca.
-Que dice que te lo metas por el culo. No lo digo yo, lo dice ella, a mí no me mires.
-Vale...
Y la tía que lleva un rato dada la vuelta, se pone a hablar con las amigas. Apuran sus copas y cogen los abrigos. Forman una fila india, una barrera, y al otro lado de esa barrera está la de rojo. Cuando pasan por tu lado todas te miran, menos la de rojo, que aprieta el paso y baja la cara.
-El primero vale, lo acepto, pero cuando me ha invitado el segundo ya he visto lo que quería. Este se creía que por invitarme a chupitos yo me iba a poner a hablar porque sí, como si estuviera obligada. Qué se habrá creído. Además, ¿le habéis visto, tía? ¿le habéis visto?
No sé a ti, macho, pero a mí es que no se me ocurre hacer lo de los chupitos. El ridículo y la vergüenza que me daría que me pasara eso me harían que no volviera a pisar el bar en la puta vida.