Siempre se ha dicho que el pueblo llano es imbécil, predispuesto al aborregamiento por falta de criterio personal y de anal-isis, pero lo de hoy en día es para cagarse ya. Las redes y los influencers tienen el poder. Si sale Jordi Wild diciendo que durante estas vacaciones se comió una hamburguesa bañada en manzanilla de Jerez e impreganada de Petazetas, algún listo la va a poner en carta en su garito con luces rosa y violeta donde suena música indie, y a forrarse, porque tendrá cola en la puerta de varios km y reservas hechas para dos años.
Yo he ido al Goiko ese de los cojones, y lo máximo que he conseguido allí es pringarme las manos de grasa y caldillo hasta los codos y también la camiseta de Deep Purple que estaba estrenando. Tuve que vender mi coche para poder comer allí y encima el local petao de mongolos con un ruído terrible que no se podía ni hablar. De sabor, normalucha.
Las mejores hamburguesas de toda mi vida siempre serán las del cine de ver-ano del barrio: un pan abierto por la mitad, una hamburguesa de estas de rata congelada, un chorreón generoso de ketchup y otro de mostaza; fin. Sabían a puñetera gloria mientras veías la película de marras.