UnAngel1980
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Corría el minuto 66 del partido cuando unos golpes en la puerta distrajeron una peligrosa acción ofensiva que probablemente habría acabado en gol cerrando una gran goleada. Un sonoro grito sobresaltó al gato que se encontraba apaciblemente tumbado en el marco de la ventana de forma que casi se precipita al vacío. Una voz timorata y entrecortada pronunciaba su nombre...
"Iiiiiiiivaaan"
"¡¡¡¡¡¿Qué coño quieres ahora que me cago en tu puta madre?!!!!!!?"
La pobre mujer abrió la puerta como tan sólo Mohamed Ali hubiera sido capaz de hacer, en su mano llevaba una carta que al ser asida frente al colérico Ivan arrebató de su mano con gesto furioso tirando de paso el mando de la playstation que tanto mal le estaba causando. Tras destrozar el sobre su gesto cambió y se hizó algo más humano. Era la paga de ese mes por su esquizofrenia paranoica.
Ivan era un jóven de 29 años al que las drogas habían ganado la partida. Hijo de una mujer de una sola pierna y un proxeneta, el grueso de su vida transcurrió entre su pequeña casa de dos plantas y los ambientas psicodislpélicos de Sevilla. A los 15 años sufrió el abandono de su padre que se marchó con una jóven brasileña llevándose consigo a su hermano mayor, el único que había sido capaz de superar la egb.
Asi pues Ivan comenzó a trapichear con las drogas y a experimentar con ellas. Al acabar la mili era la viva imágen de un gi-joe, corría el año 1992, ese año marcaría su conversión en una supernova. Todos los días acudía a la expo 92 y con un paquetillo en su bolsillo derecho y un buen puñado de pastillas en el izquierdo acababa troquelándose alguna zorra visitante día sí y día también.
Sus compañeros en su duro peregrinar psicotrópico vieron en él al Mesias, el enviado del mismísimo Leary bendecido por los grandes alquimistas de la historia, la perfecta máquina procesadora de todo tipo de drogas. Se sucedieron fiestas sin freno, de un número indeterminado de días de duración que nuestro caballero sin metadona del siglo XXI no sabría precisar. "Había veces que me levantaba con una tía al lado en medio de cualquier sitio y no sabía ni quién era ni dónde estaba" me comenta al mismo tiempo que sujeta de nuevo el mando de la play con una mano y con la otra trata de evitar que los párpados de su ojo izquierdo se unan pues tiene un tic nervioso que hace que se le caigan cual persiana.
Cual hijo pródigo trataba de volver alguna vez a su casa en un momento de lucidez, pero los númerosos cambios que sufría la planta baja de su casa (que su padre había vendido), le hacían perigrinar cual Moisés en el desierto. Ahora era una tienda de muebles, un par de meses después un garaje de motos, un bar, etc...
Sus excesos y sus irrepetibles mezclas acabaron deteriorándolo de por vida, él mismo admite que tomaba lo que le daban y que era un milagro que estuviese vivo a la vez que puede observarse en el ojo que no se le cierra un brillo de melancolía al recordar aquellos subidones que la única amiga le proporcionaba.
Llegó el día en el que se convirtió en un Dios caído y sus amigos lo llevaron hasta su casa inconsciente, llamaron a la puerta y lo dejaron abandonado cual hijo del que deshacerse por un error de juventud, que al fin y al cabo era el mejor resumen de su vida. Al verlo su pobre madre gritó su nombre, estaba muy emocionada, su corazón latía fuertemente encogido y no era capaz de articular ninguna otra palabra, en aquel momento solo quería poder sentir el tacto de su imperfecto hijo.
Ivan abrió los ojos, trató de levantarse pero no podía, estaba acabado. Se abrazó a su pierna con tanto ahínco que acabó sacándole aquella maravilla ortopédica sueño húmedo de la mismísima princesa Leonor. Su madre cayó al suelo y como ninguno de los dos pudo levantarse se abrazaron emocionados allí mismo durante unos instantes que habrían sido eternos de no llegar Manolo, el dueño de la cantina sobre la que desde ese momento viviría para siempre un disminuido producto de nuestro tiempo.

"Iiiiiiiivaaan"
"¡¡¡¡¡¿Qué coño quieres ahora que me cago en tu puta madre?!!!!!!?"
La pobre mujer abrió la puerta como tan sólo Mohamed Ali hubiera sido capaz de hacer, en su mano llevaba una carta que al ser asida frente al colérico Ivan arrebató de su mano con gesto furioso tirando de paso el mando de la playstation que tanto mal le estaba causando. Tras destrozar el sobre su gesto cambió y se hizó algo más humano. Era la paga de ese mes por su esquizofrenia paranoica.

Ivan era un jóven de 29 años al que las drogas habían ganado la partida. Hijo de una mujer de una sola pierna y un proxeneta, el grueso de su vida transcurrió entre su pequeña casa de dos plantas y los ambientas psicodislpélicos de Sevilla. A los 15 años sufrió el abandono de su padre que se marchó con una jóven brasileña llevándose consigo a su hermano mayor, el único que había sido capaz de superar la egb.

Asi pues Ivan comenzó a trapichear con las drogas y a experimentar con ellas. Al acabar la mili era la viva imágen de un gi-joe, corría el año 1992, ese año marcaría su conversión en una supernova. Todos los días acudía a la expo 92 y con un paquetillo en su bolsillo derecho y un buen puñado de pastillas en el izquierdo acababa troquelándose alguna zorra visitante día sí y día también.

Sus compañeros en su duro peregrinar psicotrópico vieron en él al Mesias, el enviado del mismísimo Leary bendecido por los grandes alquimistas de la historia, la perfecta máquina procesadora de todo tipo de drogas. Se sucedieron fiestas sin freno, de un número indeterminado de días de duración que nuestro caballero sin metadona del siglo XXI no sabría precisar. "Había veces que me levantaba con una tía al lado en medio de cualquier sitio y no sabía ni quién era ni dónde estaba" me comenta al mismo tiempo que sujeta de nuevo el mando de la play con una mano y con la otra trata de evitar que los párpados de su ojo izquierdo se unan pues tiene un tic nervioso que hace que se le caigan cual persiana.

Cual hijo pródigo trataba de volver alguna vez a su casa en un momento de lucidez, pero los númerosos cambios que sufría la planta baja de su casa (que su padre había vendido), le hacían perigrinar cual Moisés en el desierto. Ahora era una tienda de muebles, un par de meses después un garaje de motos, un bar, etc...
Sus excesos y sus irrepetibles mezclas acabaron deteriorándolo de por vida, él mismo admite que tomaba lo que le daban y que era un milagro que estuviese vivo a la vez que puede observarse en el ojo que no se le cierra un brillo de melancolía al recordar aquellos subidones que la única amiga le proporcionaba.

Llegó el día en el que se convirtió en un Dios caído y sus amigos lo llevaron hasta su casa inconsciente, llamaron a la puerta y lo dejaron abandonado cual hijo del que deshacerse por un error de juventud, que al fin y al cabo era el mejor resumen de su vida. Al verlo su pobre madre gritó su nombre, estaba muy emocionada, su corazón latía fuertemente encogido y no era capaz de articular ninguna otra palabra, en aquel momento solo quería poder sentir el tacto de su imperfecto hijo.

Ivan abrió los ojos, trató de levantarse pero no podía, estaba acabado. Se abrazó a su pierna con tanto ahínco que acabó sacándole aquella maravilla ortopédica sueño húmedo de la mismísima princesa Leonor. Su madre cayó al suelo y como ninguno de los dos pudo levantarse se abrazaron emocionados allí mismo durante unos instantes que habrían sido eternos de no llegar Manolo, el dueño de la cantina sobre la que desde ese momento viviría para siempre un disminuido producto de nuestro tiempo.