Menos mal que no hicieron un Fernando Martin y jodieron a otra familia
Fernando Martín...
La edad provecta y los recuerdos permiten ciertas comparaciones sociológicas con aquel mundo mucho menos globalizado.
Aquel domingo lluvioso y siniestro de otoño fue una conmoción nacional. Eran años en los que el basket llegó casi, casi, a hacerle un poco de sombra al puto fútbol.
Y luego estaba Fernando, al que no le faltaba absolutamente nada: guaperas, musculado, de familia bien, triunfador, follamodelos, con carisma y llegando al Olimpo de los dioses de Magic, Bird y Jordan, aunque fuese para jugar los minutos de la basura. Nada que ver con este cani sevillano salvo en el exceso de velocidad.
Era jornada de liga y estuvo a punto de suspenderse. En los informativos fue monotema. Recuerdo a Jordi Hurtado compungido empezando su programa con la noticia, a sus rivales del Barsa con los ojos llorosos, a sus compañeros destrozados y a su hermano como un zombie. Dos días después fueron capaces de ganar un partido de Recopa en el que se arrastraron hasta el descanso (Antonio Martín les llamó hatajo de putas en el vestuario). Luego el homenaje con la camiseta del 10 en el banquillo y toda la plantilla saludando a su madre. Era otra cosa: nada que ver la garrulería barriobajera sevillana de estos días con la elegancia de niños bien de aquellos pijos madrileños que encendían bengalas en el torneo de Navidad y que desde mi distancia lucense y rural me parecían casi marcianos.
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Resulta raro con la perspectiva de hoy: tonos amortiguados, sin dramatismos impostados, actitud serena, explicaciones concisas. Sin mariconas tuneadas, feminazis marisabidillas y demás.
En el otro lado, la víctima inocente contra la que chocó. No se murió, pero quedó muy jodido, con fracturas múltiples que se complicaron con osteomielitis. Muchos meses después aún echaba pus por las heridas. Antonio Martín (más feo, peor jugador, sin carisma y que, sin embargo, ganó la copa de Europa que se le resistió a su hermano) reconoció a regañadientes en una entrevista que su familia lo untó convenientemente de billetes.